Antígona y el mito del librero en tiempos de Amazon

La librería Antígona participa de la efervescencia universitaria que rodea al campus de Plaza San Francisco desde hace 33 años. Julia, Pepe, y ahora también Violeta, ponen cara a un lugar que en tres décadas no ha perdido su marcada identidad ligada a las humanidades.  

Marcos García Díaz//

La Calle Pedro Cerbuna constituye una de las arterias principales de la vida universitaria en Zaragoza. Por su cercanía, de una acera a otra, con el campus de Plaza San Francisco, por los bares abarrotados incluso en plena pandemia, y por la Librería Antígona. Una vez superada la terraza de El Tuno espera su escaparate con novedades y una puerta siempre abierta. En tiempos de gentrificación, AirBnB y alquileres por las nubes, sería interesante calcular el precio de este sitio en libros por metro cuadrado. A las seis de la tarde de un lunes, el lugar se encuentra casi vacío. No por ello hay menos trabajo. El teléfono no deja de sonar con encargos. Esto hace que el hilo musical de la radio se vea interrumpido todo el tiempo. O tal vez es al revés. Quizá la banda sonora que de verdad importa es esa: la que se genera por la interacción entre librero y cliente. La que indica la buena salud de la librería pese a las grandes superficies, Amazon y una pandemia. Esta primera visita se salda con “El Emperador”, de Kapuscinski. El relato caótico de Etiopía en últimos días de Haile Selassie sirve de excusa para concertar una cita en el mismo lugar para más adelante. 

Librería Antígona

Al fondo del pasillo izquierdo, una vez superada la larga mesa situada en medio del local, y dejando a un lado autores como Webber y Hanah Arendt, Julia Millán rompe papeles de encargos ya completados. “¿Lo vas a grabar o lo vas a escribir? Que entonces dejo de romper papeles”, dice, sonriendo tras la mascarilla. En su mesa sobresale un monitor entre torres de libros y folios. Julia procede de Úbeda, Jaén. Pese a llevar más de tres décadas en Zaragoza no ha perdido su marcado acento. De los dos dueños de la librería, ella está más acostumbrada a atender a la prensa que Pepe. “Siempre me están llamando de la radio y de la tele. Me da mucha pereza. Para eso Julia, que es más dicharachera y extrovertida. A ti, porque me has caído bien”, comenta él entre risas. “Entre los profesores, los de periodismo, los de magisterio… no veas”, bromea Julia. Este mes de junio la librería Antígona cumplió 33 años. Los tiempos han cambiado para la librería. También para la universidad, con la que forma una simbiosis perfecta. A pocos metros, el esqueleto de la Facultad de Filosofía y Letras representa esa unión que no se ha interrumpido pese a las obras y los traslados. “Por un lado, queríamos que fuera una librería universitaria de humanidades. Por otro, un lugar para clientes fijos donde pudieran encontrar un fondo de libros distinto”, recuerda. 

La Múriel, Antígona y el espíritu del librero clandestino

En la década de los 80, España vivía su particular ‘boom’ editorial. Después de cuatro décadas de franquismo y una libertad literaria muy limitada, llegaba el momento de conocer a nuevos autores vetados por la dictadura. Los años previos a la transición fueron tiempos de libros entregados bajo mano para los jóvenes lectores. La Librería Pórtico, antes en la Plaza San Francisco, ahora en Muñoz Seca, era uno de esos escenarios. “Recuerdo comprar mucha poesía de León Felipe, que venía editada de México y aquí todavía no se permitía”, señala Pepe. En ese contexto se desarrolló la pasión de un librero que después daría sus primeros pasos en la vieja Múriel, de la que era cliente habitual. La marcha a la ‘mili’ de uno de los empleados hizo que los dueños se fijaran en él. “Me dijeron vente unos días a sustituirlo y a ver qué pasa -recuerda-. El chaval tuvo que hacer la mili y no pudo volver”. Después, pasó a ser socio de la librería junto a los miembros fundadores: un abogado, un pintor, un escritor, dos profesores de universidad, a los que se sumaba Pepe. “Tenían la ilusión de contar con una librería para hacer exposiciones de pintura, presentaciones de libros, reuniones…”, recalca, sobre el espíritu de la Múriel. Una identidad de la que hoy bebe Antígona y que comenzó a forjarse en ese establecimiento de la Plaza San Cayetano. Por el lado de los libros, pero también por el personal. Fue ahí donde Julia, como cliente, y Pepe, ya librero y parte del negocio, se conocieron. 

En 1988, los problemas económicos avocaron a la Múriel al cierre. Julia paseaba por la calle Pedro Cerbuna y vio un cartel donde hoy se encuentra Antígona: “Se alquila”. 100 pesetas de señal, lo que llevaba en el bolsillo en ese momento, y un local vacío fueron el inicio de todo. Un amigo de Julia les ayudó a pintar y el padre de Pepe, albañil, hizo lo propio para embaldosar el suelo. Después de aquello, quedaba lanzarse a la piscina. “No teníamos un puto duro”, reconoce Pepe, que colocó “de cara” unos 200 libros de su colección a la venta en los primeros días de la librería, para que ocuparan más. Al empezar de cero contaron con la ayuda económica de algunos familiares. Pepe pidió de una tacada el paro que le correspondía de dos años para poner en marcha el negocio. Sirvieron también sus contactos con la universidad. Tanto él, literatura española, como ella, filología francesa, habían pasado por las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras y conocían a los profesores. A partir de entonces se convertirían en sus clientes. “La inauguramos un sábado 11 de junio a las 12 del mediodía -detalla Pepe-. El poco dinero que teníamos lo habíamos gastado en montar la librería. Conocía a editores y distribuidores de la anterior librería, sabían que no era un farsante y nos empezaron a dejar depósitos de colecciones completas. Poco a poco la fuimos llenando de libros que nos interesaban”

Cuestión de identidad

De aquellos libros traídos de casa para llenar los expositores han pasado casi 33 años. Más que un negocio, hoy parece una biblioteca particular. Para el escritor y periodista, Antón Castro, se trata de una “casa hechizada de libros, y un auténtico bazar de sorpresas”. No es para menos. Visitar Antígona implica, bien charlar con Pepe o Julia, o bien bucear entre una maraña de libros. Como recogía la revista JotDown en 2012, el desorden forma parte de esa experiencia. Los dos dueños coinciden en que esto permite a la librería contar con un mayor fondo bibliográfico. A la entrada, junto al escaparate, esperan las revistas y los CD’s. A la derecha, el mostrador se encuentra rodeado de libros. Una mampara, que sirve de recordatorio de las dificultades de la pandemia para la librería y las flechas en el suelo para respetar la distancia de seguridad, son los únicos elementos que rompen la armonía. Una vez dentro, la mesa principal hace las veces de expositor de novedades. Los libros, apilados hasta en torres de seis ejemplares -dependiendo del grosor- ocupan todo el tablero. A la izquierda, en las estanterías, se asoma una biografía del anarquista Francisco Ascaso. La mirada abarca en ese lateral toda una gama de pensadores, desde el mundo clásico hasta el ensayo contemporáneo. Girando en el vértice superior de la mesa hacia la derecha, los economistas dan paso a autores como Eduardo Galeano, Kapuscinski, JD Salinger hasta Orwell, para dar la vuelta completa y llevarnos de nuevo a la caja. 

“Tienes la ilusión de contar con todos los libros que te gustan, pero luego no tienes tiempo de leerlos”, se lamenta Pepe. Pero hay más. La segunda parte del local se encuentra al fondo del pasillo, donde esperaba Julia al comienzo. Es la zona dedicada a la literatura infantil, el cine e incluso sirve de escenario cuando se celebran presentaciones de libros y charlas, como la de Patricia Almarcegui o Jorge Carrión. Si ese desorden positivo y el ánimo a descubrir nuevos títulos buscando en la interminable mesa es una parte de su identidad, la otra es el vínculo con la comunidad universitaria. Julia califica esa relación como “muy cercana”, por la proximidad con el campus y el servicio constante de asesoramiento a profesores y alumnos. Antígona cubre un vacío en forma de recomendaciones de títulos. “Los alumnos a veces están un poco despistados, las herramientas de la universidad son limitadísimas y los profesores no son capaces de hacer un seguimiento previo”, comenta Julia, rodeada de papeles que dejan constancia de esa labor. “Es una parte de nuestro trabajo el tener ese fondo de libros que se recomiendan en la universidad, aunque cada vez se recomiendan menos”, añade. 

Librería Antígona

Otro punto en el que coinciden Julia y Pepe es en la incomodidad del “filtro burocrático” de la universidad. Ya no es posible entregar un libro en mano a un profesor. Se debe seguir un laberinto de trámites que pasa por secretarías, departamentos, bibliotecarios y la propia librería hasta llegar a las manos del docente. “Elementos distanciadores”, los califica Pepe, reacio al modus operandi actual. “Nos venden la moto de que va a mejorar todo, pero solo hace que duplicar y triplicar el trabajo -subraya-. Si yo quiero tener algo guardado o apuntado, lo tengo que hacer a mano, no me puedo fiar”. 

El librero y la nostalgia

Al recordar sus comienzos como librero en los años 80, Pepe transmite auténtico entusiasmo. “En aquella época se vendía mucho la novela histórica, que ahora ha dado un bajón muy grande. Umberto Eco era un best seller con El Nombre de la Rosa”, arranca, para seguir con una lista de autores entre los que se encuentran Juan García Hortelano, Francisco Umbral, Camilo José Cela o Miguel Delibes. “Su obra sigue muy vigente”, recalca sobre el último. También tiene un hueco en su recuerdo para George Bataille y Pierre Klossowski. “Fue una época muy heroica, muy romántica”, asegura, en contraste con el pragmatismo de hoy. Pepe habla de una pérdida de ilusión por parte de la gente, sobre todo a raíz de las diferentes crisis económicas y políticas del último tiempo. “Eso se nota en el tipo de lecturas y compras”, reconoce. 

Tras la pregunta “¿Cómo de importante es para un librero saber lo que vende?”, Pepe guarda silencio. Acto seguido se ríe y responde “eso es pregunta de tesis”. Vuelve a pensar y prepara su sentencia. “Es importante para saber el lugar que ocupas, lo que pretendes. Siempre. El que no sabe lo que vende, no va a saber dirigir los pasos a un lado o hacia otro. Va a tener una librería sin personalidad, sin identidad”. Él se considera un librero clásico, de “fin de raza”. La informática en la librería es cosa de Julia y Violeta, su hija. ¿Y qué forja a un librero? Según Pepe, ser alguien con interés y conocimiento por el producto que vende. También recomendar, sugerir y ayudar. No es de extrañar que entre estas claves se encuentre la receta del éxito de Antígona.

Los eventos, en forma de presentaciones de libros y charlas, son algo habitual en la Librería. “Nos interesa la figura del librero que pone en contacto al autor o la autora con el lector”, afirma Julia. La pandemia ha obligado a desplazar algunas de esas presentaciones a otros lugares fuera del local, caso del Parque José Antonio Labordeta o el Paraninfo de la Universidad. Sin embargo, pervive la intención con la que llevan realizando estos actos desde siempre. “Creemos que es muy importante conectar esa figura. Dar a conocer a los autores para que hablen de su obra, sus cuestiones personales y que interactúen con el lector. Siempre nos ha interesado”, añade.

Más de tres décadas de trayectoria han dejado infinitas anécdotas. A Pepe le cuesta quedarse con una, pero si tiene que hacerlo, escoge una en la que por una vez el Heraldo les hizo caso. Se presentaban dos libros de fotografía, con una peculiar nota de prensa para anunciar el evento. “Al que viniera a la presentación y se dejara fotografiar desnudo se le regalaban los dos libros”. Antígona colgó el “no hay billetes” gracias a ese reclamo. “Se desnudaron aquí dentro y se pusieron en taburetes, como una escultura. Yo estaba fuera cobrando y no me atrevía a entrar. Entré un par de veces a por cosas. Gritaban: Venga, Pepito, desnúdate, quítate aunque sea la camiseta”, comenta. Los recuerdos quedan en uno mismo, pero también en el espacio físico de la librería. El pensador Agustín García Calvo pidió un tablero y un permanente rojo para dibujar diagramas en una conferencia sobre el lenguaje. “Lo tenemos por aquí”, cuenta Pepe, señalando a la mesa donde nos encontramos. 

Librería Antígona

Mismo espacio, distinto tiempo. Julia y Violeta charlan en la caja sobre cine. “Carmina o Revienta” y “Carmina y amén” son el tema concreto de conversación. Pepe se encuentra fuera haciendo recados y todavía no ha vuelto. La tarde ofrece un respiro después de un momento de bastante afluencia en la librería. Antígona sigue siendo capaz de captar al público, desde los más veteranos a los nuevos clientes. El libro en papel goza de buena salud y, para Julia, incluso se ha revalorizado. “La gente ha tomado posición de apoyo a las librerías y de considerar que la lectura es muy importante”. En ese vínculo está el caballo de batalla de los libreros. La humanidad contra la plataforma. Lo deja más claro su despedida. “Cualquier cosa, nos dices”. Tan simple y sincero como eso.

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