‘Pinta y Brinda’ entre lienzos, aperitivos y pinceles
Madalina Turcescu, Blanca Ramos y Laura Arnedo//
Un cristal nos separa de las obras creadas por otros participantes. Música de fondo y un suave olor a pintura. Ese es el ambiente que nos invade nada más entrar en el local “Pinta y Brinda”. En un día soleado y tras haber recorrido la Calle El Coso, las ganas de pintar y crear aumentan.
“Experimenta. Crea. Desconecta” es el eslogan de ‘Pinta y Brinda’. Bajo esta premisa, entramos en el taller de Andrea Más Ciprés, una psicóloga que dedica su tiempo libre a esta iniciativa. Una experiencia que va más allá de los pinceles y las pinturas acrílicas. Principiantes, expertos o aficionados, todo el mundo es bienvenido en el taller. El único requisito es dejar volar la imaginación y desprenderse de las preocupaciones en buena compañía. Sin vergüenza, escrúpulos ni críticas. Aquí la prioridad es disfrutar pintando y brindando.
Pasamos la mañana del domingo en la calle de la Cadena número 5. Entre caballetes, aperitivos y lienzos que esperan convertirse en obras de arte, Andrea nos recibe con una cálida sonrisa y una copa de vino.
– ¿Tinto, rosado o blanco?
– ¡Blanco! — exclamamos al unísono entre risas.
A las 11:45, alguna ya se había bebido su primera copita para calentar motores.
Mientras esperamos al resto de participantes, nuestros ojos exploran todo el taller incapaces de fijarse en un único punto. Flores, rostros, cielos rosados, océanos, bosques… Cuadros de muchos tamaños y colores se exhiben en las paredes de ‘Pinta y Brinda’.
Nada más entrar, cuatro tablas de aperitivos nos aguardan. En el centro del pequeño local, doce lienzos descansan sobre sus respectivos caballetes. Mires donde mires, te empapas del arte, la música y el ambiente acogedor. Andrea y su local inspiran paz y anhelo por crear.
Ya estamos todas y Andrea hace una breve presentación de la actividad. Tenemos fuet, queso y palitos de pan en unas tablas de pizarra custodiadas por un cuadro a la entrada. Al fondo, vino, Coca Cola y otras bebidas que podemos servirnos cuando queramos.


El cuadro de hoy es el mar en su llegada a la arena. Nos familiarizamos con los materiales y el procedimiento junto a Andrea para ponernos manos a la obra. A pesar de la aparente facilidad del proceso, la inexperiencia de algunas es significativa. Ilusionadas pero prudentes, hacemos la primera mezcla: ocre con blanco y marrón para conseguir la tonalidad perfecta de la arena. Un poco más de blanco. Ahora otro poco de marrón. Y, con ayuda de la espátula, fusionamos los colores.
Quizás hemos pecado de precavidas porque la mezcla es insuficiente. Repetimos el proceso hasta tener la cantidad necesaria. No se puede hacer arena con dos gotas de pintura… Y sin arena. Algunos la añaden a la paleta sin pudor y otros como quien echa una pizca de sal al plato. Ajustamos a nuestro gusto la textura de la arena con toques suaves pero firmes. Mezclamos y echamos la cola para hacer de esta mezcla el comienzo de una obra que nada tendría que envidiar a los mares de Sorolla. Con la brocha impregnada en pintura, damos vida al lienzo. Toca añadir marrón oscuro a la mezcla para lograr el efecto de humedad. Leves pinceladas que marcan la diferencia. Empieza a parecer una playa. ¡Muy importante! No debemos olvidarnos de pintar también los bordes.
Nuestra maestra nos anima a alejarnos del cuadro de vez en cuando. Hacemos una pausa para picar algo de queso y fuet. Seguro que nos ayuda a verlo con más perspectiva.


Llega el turno de los azules. La gama es amplia: azul turquesa, oscuro y eléctrico. Una miscelánea de estas tonalidades va a permitirnos crear un océano cristalino. Damos la vuelta al lienzo antes de comenzar a crear. En la paleta mezclamos el turquesa con blanco para el agua de la orilla. Y, las más atrevidas, el azul oscuro y eléctrico con negro para ampliar el espectro de colores y darle mayor profundidad al mar. Trazo a trazo, el mar queda dividido en tres franjas, con tonos cada vez más oscuros. Difuminamos los límites con blanco -clave en esta tarea- y los colores se mezclan. Por fin se ve el aumento progresivo de la profundidad del mar. Parece que pintar no se nos da tan mal como pensábamos.
Con cierto recelo, comenzamos a trazar las olas que agitan nuestro mar. La brocha impregnada de pintura blanca tiembla un poco más en nuestras manos. Primero una onda. Luego otra. Utilizamos la espátula para otorgar realismo al cuadro con textura y relieve. Ya no hay tirabuzones blancos sobre fondo azul, sino olas espumosas. Llegados a este punto, entre leves frustraciones y risas, comprendemos que difuminar es el secreto de este desafío. Hay que dejarse llevar. Resulta inevitable pensar que quizá este dibujo -y la forma de enfrentarnos a él- sea un reflejo de nosotras mismas.
Cuando parece que está terminado, nunca es suficiente. Los retoques no cesan por la imperiosa necesidad de ultimar todos los detalles. Buscamos otros puntos de vista: de cerca, de lejos, dado la vuelta, de frente otra vez… De nuevo, hacemos una pausa. Un sorbo de vino, un trozo de queso y un paseo por el taller para ver el resto de playas. “Hay que saber cuándo parar”, comentamos entre risas con otras participantes.

Dicho y hecho. Una vez que todas las presentes tenemos nuestro lienzo rebosante de color, toca firmarlo. Incrédulas ante la petición de Andrea, nos disponemos a ello. Nos entrega un pincel muy fino y, con negro o marrón oscuro, plasmamos nuestras iniciales. Para gustos, colores.
Miramos a nuestro alrededor. El resto de cuadros están creados con la misma pintura, pero sus detalles los diferencian: mares en calma, mares bravos, arenas claras, arenas oscuras… Todo corre a elección del artista, su pincel y lo que su cabeza y corazón dictan.
Para el último paso tenemos dos opciones: dejar que repose y recogerlo otro día, o secarlo con secador y llevárnoslo. Sin dudarlo nos decantamos por la segunda. El aire caliente llega a cada rincón de nuestro cuadro. De izquierda a derecha y de arriba a abajo. Ahora sí, está terminado. Posamos todas con nuestros cuadros para la foto.
Nos miramos las manos llenas de pintura. En algunos casos, incluso brazos y blusas han sido una prolongación del lienzo. En este momento recordamos las palabras de Andrea: “Cuidado con la pintura porque no sale bien de la ropa”. Entre risas, y con la satisfacción de haber logrado nuestro objetivo, nos lavamos las manos.
Sonreímos al ver nuestros cuadros. Han superado nuestras expectativas. Los guardamos en una bolsa, nos despedimos de Andrea y salimos del local. “¿Cuándo volvemos?” es la pregunta que se repite desde que nos marchamos de Pinta y Brinda.
Tenemos los pies empapados y cubiertos de arena. El sonido de las olas del mar ruge en nuestros oídos. La brisa marina acaricia nuestros rostros. Desde Zaragoza, entre lienzos y pinceles, hemos llegado a la costa mediterránea. Nuestros cuadros han cobrado vida.

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