Ricardo Viscardi, el elogio del equilibrio
Lucía Hernández//
El profesor y filósofo Ricardo Viscardi llega a Zaragoza para presentar su último libro Equilibrancia: El equilibrio en la red, en el que habla de política, religión, comunicación y, por supuesto, de filosofía.
En 1999, durante el curso de Teoría de la Comunicación Social, unos estudiantes propusieron a Ricardo Viscardi analizar la figura de los grupos de malabaristas que por entonces comenzaban a agolparse en los pasos de cebra. Una demostración en plena calle, lejos de los focos y los aplausos de los circos, y contemplada por los conductores que aguantan la tediosa espera del semáforo en rojo. Aquello entrañaba, a ojos del docente, cierta habilidad para mantener el equilibrio, desafiado por cualquier desbarajuste, producto de un cambio ambiental o de un error humano. Un desafío externo que, en la opinión del profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República de Uruguay, permitía rebatir a la filosofía medieval, que defendía la presencia de una armonía de origen natural y celestial inalterable.
—“Ahora —contradice Viscardi— si el equilibrio es algo amenazado tanto por el entorno como por su condición —como sucede en el caso del malabarismo y de todo— entonces mantenerlo no supone una fatalidad de la realidad sino una enjundia de la actividad, que pone en juego una paridad inestable de los elementos a su disposición”.
La cuestión planteada por sus alumnos, que dio a luz la idea del equilibrio como una actividad inestable y susceptible de ser cambiada y no como un ciclo natural, le ha servido para escribir varios artículos, publicados en distintas revistas especializadas, que han sido compilados en su reciente obra: Equilibrancia: El equilibrio en la red. En ella aplica su pensamiento al ámbito de la comunicación y, haciendo uso de una importante formación posestructuralista, deconstruye la realidad al más puro estilo Derrida, cuyo discurso deconstructivista se centró en criticar, analizar y revisar las palabras y los conceptos.
La casa de la Filosofía
Fue, de nuevo, un conjunto de estudiantes el que inició con Viscardi, hace aproximadamente cinco años, uno de los proyectos en los que participa: La Casa de la Filosofía. Se trata de “un espacio alquilado para acoger a una comunidad de personas, chicos y chicas, cuya voluntad es vivir vinculados a la actividad creativa”. Esta casa, que presume de ser incluyente, alberga todo tipo de ejercicios: exposiciones de arte, charlas, diseños de arquitectos y escultores, presentaciones de libros o coloquios sobre cuestiones arqueológicas. A través de esta disparidad, amalgaman la que consideran una necesaria oposición entre el pensamiento ordenado y metódico —representado por la Academia de Platón—, y la dosis de caos —en el sentido de inmersión en la circunstancia, como puntualiza Viscardi—, simbolizada por el tonel de Diógenes. En definitiva, constituye un núcleo de vinculación y de radiación de individuos que se dedican a distintas labores creativas, artísticas o humanísticas y que, al mismo tiempo, atesoran una proyección política ligada a la problemática ciudadana.
Entre sus preocupaciones, se encuentra la alarmante situación de la carrera de Filosofía, afectada por “el economicismo y el profesionalismo” que sufren “las disciplinas formativas que son subordinadas a la `mercadocracia´”. Esto supone que se genere un problema entre la Universidad y esta disciplina, dado que crea una tensión “entre la autoridad institucional y la validez de la interrogación que surge desde la experiencia misma”.
“La circunstancia socrática es clara en ese sentido”, asevera Viscardi. El filósofo griego Sócrates, considerado el padre de la mayéutica —un método inductivo que empleó para revisar los conocimientos que se tenían y construir otros más sólidos— es condenado “debido a que, supuestamente, pervierte a los jóvenes, porque cuestiona determinadas creencias vinculadas a la religión griega —la autoridad— tal y como la entendían los capitostes —los dirigentes— del momento”, agrega Viscardi.
Del mismo modo, el profesor cataloga la incipiente relación entre el conocimiento académico y el terreno empresarial como el drama de las Universidades: “la supeditación de lo intelectual, de lo creativo, de la interrogación crítica a lo empresarial es simplemente la trivialización y la banalización ya no solo del saber académico, sino también de la existencia misma”. En el momento en que lo económico se coloca por encima de lo cognitivo se destruye la capacidad crítica, “y cuando esto sucede, se desmorona en nuestra tradición la comunidad misma”.
Totalitarismos y religión
Viscardi, enemigo del plan Bolonia porque fomenta esa mercadocracia, compara la Casa de Filosofía con el Colegio Internacional de Filosofía de Derrida y Jean Pierre Faye entre otros; un centro continuador de la tradición medieval y su collegium studiorum, que huye de cualquier autoridad permanente y última. Aunque posee también avatares del poder, “porque nadie puede estar al margen”, esta Casa se cimienta sobre una estructura que rechaza la índole estatal.
Más importante aún que la ausencia de una fuerza gobernante es, según Viscardi, la separación entre la religión y el poder político. Esta disolución, que se da en la antigua Grecia, es la causa del nacimiento de la democracia y de la filosofía. Así lo afirman tanto Viscardi como el historiador francés Jean Pierre Vernant, experto en la era clásica: “Entonces, el sumo sacerdote deja de ser el soberano y las creencias religiosas pasan a residir en la ciudad como forma de misterios”.
El espíritu crítico de Viscardi no termina ahí, sino que alcanza a uno de los fenómenos más execrables de nuestro tiempo reciente: los totalitarismos. Estos nacen “al totalizar la experiencia humana”, subraya Viscardi, algo de lo que responsabiliza, entre otros, al filósofo alemán Hegel: “él asumía que la racionalidad podría ser definida en su globalidad, y que fundiendo el proceso de la idea y el de la naturaleza en uno solo íbamos a llegar a las ideas absolutas”. Los llamados noúmenos inalcanzables según Kant, que Hegel considera que el hombre logrará conocer a través de la dialéctica, una ley del mundo fundamentada en oposiciones y luchas de elementos contrarios, que finalmente se reconciliarán. Aunque actualmente en occidente estas ideas parecen superadas, Viscardi alarma de un nuevo tipo de tiranía: el globalitarismo. Según el profesor, este “consiste en la disolución de la condición humana en la habilidad técnica”.
Indisolublemente unidos a estos totalitarismos de raigambre política emergen aquellos que se sustentan sobre la teoría —equívoca según Viscardi— de que solamente se encuentran una racionalidad y una moral. “La fuente de sentido somos nosotros mismos, no el Señor”, sentencia Viscardi. Para combatir esta dictadura que admite únicamente una razón, defiende la contrarracionalidad, “el cuestionamiento de la racionalidad desde otra racionalidad”, que alcanzó su cumbre con el acontecimiento inesperado de mayo del 68: “Fue un movimiento mundial que brotó del pensamiento de que al poder hay que darle una respuesta, porque es un poder absolutista. No tenía que ver con una ideología. Surgieron el feminismo y el ecologismo como los dos grandes movimientos capaces de cuestionar una visión singular, la de la técnica aplicada a nuestra vida, que está destruyéndola”. Y fue inesperado porque “sus consecuencias y su aparición no fueron planeadas”.
Orden social y equilibrancia
De la misma forma que no existe una única racionalidad, tampoco podemos hablar de un único orden social. “Hasta ahora se han sucedido dos nociones de naturaleza: como representación y como organicismo”, explica Viscardi. La primera asumía que todo lo representable era natural, “es decir, todo lo que vos podés pensar” y excluía lo sobrenatural, mientras que la segunda la equiparaba con el funcionamiento de los organismos. En cualquiera de las dos, por tanto, se tomaba el orden del exterior como una estructura a priori que no se podía alterar. Sin embargo, como demuestra Foucault en Verdad y poder, la irrupción de la tecnología desterró ambos planteamientos: “Con la bomba atómica de Oppenheimer, su inventor, cambia todo”. Cambia porque para inventar este artefacto se construyó una ciudad entera, lo que demostró el poder de la técnica para “proveer la posibilidad de sociedad”, perturbando el orden natural por medio del control sobre la vida y la muerte. “Es imposible, en conclusión, que exista una disposición del entorno previo, porque la tecnología ha demostrado que puede modificar todo”, sentencia el filósofo.
En concordancia con la noción apriorística de orden asoma la noción de cuerpo, porque ambas conllevan la cuestión del corpus christi como trasfondo: “La primera está anclada en la teoría de la encarnación porque Dios se hizo hombre para salvarnos, y fue y sufrió como nosotros”. Así, se asocia nuestra figura, que desciende del Señor, con el propio Dios que dispone ese orden natural. Un pensamiento que Viscardi rechaza absolutamente “porque la concepción de sustancia tiene sentido cuando la sociedad no es concebida como un efecto de un decreto divino”, sino como resultado del cuerpo social en el que nos integramos.
“El cuerpo dejó de ser una cosa más allá de nuestra circunstancia para ser justamente lo que está en juego”, concluye el docente, que relaciona esta reflexión con su teoría de la equilibrancia: “El cuerpo es fruto de una decisión que tomamos día a día como el malabarista o el acróbata y es miembro de un equilibrio que él mismo sostiene”. Por tanto, el ser humano debe adoptar el equilibrio como algo que le es propio y de lo que participa, y no abandonarlo a la idea de que hay un orden de la naturaleza. “Procede de cada resolución que decidimos”, afirma, tal y como manifiestan los avances en cirugía estética, que nos encumbran como dueños de nuestro propio organismo: “Michael Jackson, las operaciones faciales…prueban que hoy colocamos el cuerpo como nuestro centro, movidos por el deseo de moldearlo”.
En el presente, la conciencia “de orden está basada en la comunicación y en la información, gracias a la globalización”. “Imagínate que se difunde en los medios una falsa información sobre una amenaza, cundiría el pánico”, ejemplifica, a carcajada limpia, el docente uruguayo, quien recalca la importancia de las decisiones del ser humano, “puesto que nosotros somos protagonistas del orden”, es decir, “como vos formás parte del equilibrio tenés la posibilidad de intervenir”. ¿Quiere decir esto que las intervenciones van a ser diáfanas, felices e incólumes? No, estarán acotadas o limitadas por la pantalla, un efecto de la interfaz, como ilustra el profesor a través de la trampa que tiende Microsoft por medio sistema operativo: “Cuando comprás el Windows 10 te obligan a pagar también por el paquete office…lo que demuestra cómo al final los sistemas te condicionan”.
Globalización como procedimiento simbólico
Este dominio de la técnica, efecto de la globalización, comienza a ganar peso con el nacimiento de los medios de comunicación, que se dividen en dos agrupaciones. Por un lado, los masivos, cuya estructura está basada en la capacidad de uno “de emitir un sentido que difunde entre muchos”, se corresponde con la configuración simbólica del principio de soberanía y, por ende, con la condición representativa, de la que subyace el pensamiento del orden único para la sociedad. “Por ello hablamos de la prensa como cuarto poder, porque actúa de la misma manera que el Estado-nación, y por eso los zares de la prensa se convierten en un segmento del poder público”.
Algo así sucede en Ciudadano Kane, donde el protagonista ostenta casi más poder que los políticos, o con Red de globo en Brasil, que posee gran influencia sobre la vida pública como formadora de opinión y se erige como “un aparato cultural, como lo es el Gobierno, en el sentido que lo decía Althusser”. En segundo lugar, “los medios de redes como los blogs levantan, difunden, movilizan y dan lugar a un fuerte impacto de configuración de identidades que precipita una problemática entre muchas singularidades con las que se identifican conjuntos de personas, que ya no se reconocen en una única representación ideológica para el conjunto de la realidad”.
No obstante “están ya en claras vías de desarticulación los medios de comunicación masivos que están siendo perforados, colonizados por los segundos”, resalta Viscardi: “Este desarrollo es fruto de la base social y de la mundialización. Si ves una televisión uruguaya, una buena porción del informativo está realizado por periodistas españoles. ¿Para qué si ya está hecho por ellos voy a producir una nueva información yo, que soy un país chico como Uruguay? Ahí ya tenés esa colonización”.
Consecuencia de la aparición de los medios de redes se desencadenan otros conflictos, principalmente los que se producen por la ruptura de la racionalidad tradicional: “En el medio masivo, hablaba uno por encima de todos para todos, como el Estado en aras del bien común, pero ahora las tecnologías, más que cualquier otra cosa, influyen en todos los planos, son determinantes para la existencia humana”. Por ello proclama Viscardi que “la globalización es un proceso simbólico, no económico, pues todo puede ser reducido a información, en términos de sí o no, modificando la inteligencia y la concepción de la naturaleza”.
—¿Qué papel desempeñan en esta variación de la realidad la mediación y la mediatización?
—“Como Virilio ya decía a mediados de los años 90, mediatizar en el lenguaje político del siglo XVIII quería decir poner a alguien preso. Ese es el punto. Hoy creo que la definición más acertada es la de Roberto Higarza: el sentido está mediatizado y si está mediatizado es que está puesto en una cárcel, que es la cárcel de la programación. El sentido no existe por sí, sino que lo tenés que poner tú en un medio”.
El declive del sistema de partidos y del Estado-nación
Además, otra problemática que deriva de la globalización es la fusión de idiosincrasias, de sensibilidades, que son potencialmente explosivas y generan conflictos en todos los ámbitos: “El caso del integrismo musulmán es el caso de una reacción ante una invasión de una sensibilidad que es rechazaba por lo arcano. Irán está occidentalizado en muchos sectores. Pero esa gente entra en conflicto en su propio país con otros que no han llegado a la occidentalización”. “Estamos en un momento en el que la profusión de la información y la comunicación hace que los estilos de vida, las creencias y la sensibilidad de las formas de ser de las personas y los pueblos viajen y se entrelacen en todo el mundo, generando complejidades extremas”, se lamenta el profesor.
La idealización de las singularidades empuja a Viscardi a calificar la globalización como un proyecto inviable, incapaz de lograr “de ninguna manera” una identidad mundial. En adición, “tanto Trump, como Putin, como Le Pen” fortalecen su juicio: “En el país en que se ha desarrollado de forma más potente y más universal en el sentido tecnológico e intelectual la globalización, en el país de Sillicon Valley, surge un líder político que rompe con la globalización desde un punto derechista y reaccionario, igual que Le Pen; porque la globalización no puede acumular sin excluir”.
Viscardi se remonta al pasado para explicar el éxito de la líder ultraconservadora francesa: “Proviene del fracaso que la industria naviera francesa, la industria textil francesa y de la siderurgia padecieron a fines de los años 70. A partir de entonces, surge una producción más competitiva en el sudeste asiático ¿verdad?, y esos sectores sociales, atenazados por la crisis, son los que reaccionan”. “El caso de Le Pen es clarísimo: gran cantidad del electorado procede del partido comunista francés”, agrega Vircardi, que vaticina la debacle del sistema de partidos: “para el sistema democrático, lo de Trump es una catástrofe, porque todos los políticos condenan al nuevo líder, pero el pueblo ha ganado”.
Sin embargo, si el sistema de partidos ha caído inevitablemente se habrá desplomado también el Estado-nación, “un títere en las manos de la globalización”, incapacitado para otorgarnos respuestas y emprender el cambio, por sus ecos organicistas del siglo XIX y por la ineptitud de quienes lo dirigen en realidad: los economicistas, que han invertido la jerarquía indoeuropea y sobre todo la platónica, que, al contrario de lo que sucede en la actualidad, situaba como clase gobernante a los sabios y filósofos y relegaría a los hoy banqueros “a la división más baja de la tripartición”.
—Pero entonces, ¿a qué puede agarrarse el ciudadano de la globalización, que se siente vulnerable e inseguro, amenazado por la precariedad?
—“A la desobediencia civil del pensamiento, como propugnaba Derrida. Lo que verdaderamente va a hacer frente al poder en la actualidad no van a ser los partidos políticos inscritos en la estructura de estado, sino claramente las reivindicaciones sociales».
Porque la filosofía de Viscardi, como la de su referente Derrida, no nace para regocijarnos. Sino para revolucionarnos.