Salud y Belleza Lassira: un oasis en Lécera
//Jorge Domec, Celia Berges y Léa Plateaux
Cielo despejado. Día tórrido. Los cristales de las ventanillas queman. Dentro del habitáculo un olor a horno dificulta la tarea vital de respirar. Tras sesenta y dos kilómetros de carretera –dieciséis de ellos en línea recta– llego a Lécera. A la entrada unas cuantas bodegas de vino y una gasolinera/hotel. Todo muy rústico. Incluso el tono parece haberse vuelto más amarillento. Me siento el antagonista de Paco Martínez Soria. El pueblo no es para mí. Hasta que, de un chispazo neuronal, se me vienen a la memoria mis veranos en Fuendetodos –el pueblo de un amigo–. Encuentro la paz interior.

Lécera: donde el tiempo se detiene
Poco movimiento en las calles. Quizá su padrón –de apenas 600 residentes, cifras oficiales, y cayendo– lo explica. El silencio es atronador. Sólo se ve interrumpido por el chirrido de un afilador. Un hombre, de avanzada edad, pule el filo de su cuchillo con esmero. Llama la atención la calle del General Franco –ahora calle Alta, por la Ley de Memoria Histórica–. En su paralela un par de sucursales y otros tantos supermercados –cerrados–. Ambas vías desembocan en la plaza de la Fuente. Destaca un mosaico. Está grabada una representación de la vida antaño. Enfrente, un antiguo lavadero público – bastante bien conservado–.

Esta villa zaragozana, que en tiempos de la Guerra de Sucesión (1701 – 1714) se convirtió en cabeza del Ducado de Híjar, se ha mantenido casi intacta a lo largo de su historia. El barrio nuevo de la Dula y la nevería son las excepciones que rompen la regla. De carácter defensivo, Lécera había contado en siglos anteriores con un castillo y murallas, de los que todavía se conservan vestigios.
Sobre el antiguo asentamiento íbero romano de Lassira, el patrimonio artístico confluye en dos edificaciones del Medievo: la Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Magdalena y la Ermita de Santo Domingo de Guzmán –la única de las tres ermitas que se mantiene en pie–. Otros tesoros traspasan su área metropolitana. La Fuente de Peñispera constituye el atractivo natural por excelencia de Lécera. Y es que, aunque la economía del entorno es en su mayoría agraria, el turismo rural está presente. También contados emprendimientos, como el que da nombre al título de este artículo.
Alrededor, hectáreas y hectáreas de estepa interminable. El Campo de Belchite posee una belleza que rompe con todos los cánones. El ingeniero agrónomo Mario Blasco señala que el paisaje contiene rasgos propios del Valle del Ebro –vegetación herbácea, clima extremo y escasas precipitaciones–. Estas características conjugan con una orografía más propia del Gran Cañón del Colorado. Este desierto estepario acoge dos reservas naturales: la de Fauna Silvestre de La Lomaza y la de El Planerón. Dos paraísos para la observación de aves que cada año reúnen a investigadores de todo el mundo.

“Las mejores iniciativas para combatir la despoblación son las que surgen desde abajo”
Lécera, igual que muchas otras localidades de nuestra región, se ha ido vaciando de rastro humano a lo largo de los años. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), ha pasado de tener 829 habitantes en 2002 a 634 dos décadas después. Aragón es una de las comunidades autónomas con menor densidad demográfica. Salvo en la capital, donde se concentra la mayoría de la población, en el resto del territorio está muy dispersa.
Tal y como indica Vicente Pinilla, director de la Cátedra DPZ sobre Despoblación y Creatividad, el Campo de Belchite, junto con otras comarcas pirenaicas y de la Sierra de Arcos –al norte de Teruel–, es una de las zonas más afectadas por la despoblación. De acuerdo con los datos del Instituto Aragonés de Estadística (IAEST), en 1930 tenía diecisiete habitantes/km2, mientras que en 2011 sólo cinco. Además, la tierra belchitana lidera la tabla de comarcas aragonesas con mayor índice de envejecimiento.

El catedrático de Economía Aplicada apunta a una brecha de acceso a los servicios básicos como la principal causa de este problema: “Existe un problema de transporte. Todavía hay una demanda muy sentida de infraestructuras virtuales, pues la conexión a Internet en las zonas rurales sigue siendo deficiente. Los mayores que no manejan los medios digitales también sufren una exclusión financiera”. Como nota positiva elogia la buena gestión en sanidad y educación. No tanto la del sector privado, en el que afirma que “el déficit es mayor”.
Pinilla ve más sombras que luces en las políticas impulsadas por el Gobierno de Aragón. Se dio la bienvenida al nuevo milenio con un Plan Integral de Política Demográfica que prometía mucho pero que, al final, “no sirvió para nada” –pese a ser aprobado por unanimidad–. En 2017 se creó la Directriz de Política Demográfica y Contra la Despoblación en Aragón. En opinión del docente, “el contenido era muy interesante e iba en la dirección correcta. Sin embargo, se está dotando de poco presupuesto”. Termina sugiriendo una falta de compromiso por parte de la Diputación General de Aragón (DGA).
Con respecto a la Cátedra que él mismo dirige, enumera sus tres ejes de acción. En primer lugar, se investiga acerca de la despoblación centrándose, sobre todo, en las políticas públicas. Luego, se participa en foros o congresos para situar al tema en la agenda mediática. Por último, se promocionan iniciativas que ayuden a valorar el medio rural. Un ejemplo es el concurso “Qué bello es vivir en mi pueblo”, en el que alumnos de instituto y mayores realizan trabajos audiovisuales o escritos en los que reflexionan por qué es importante para ellos vivir en su pueblo. “Residir en un sitio implica un cierto grado de compromiso; de valorar lo que tienes”, subraya Pinilla.
Otro adalid del medio rural es la plataforma ADECOBEL. Se definen a sí mismos como “un grupo de desarrollo rural que opera en el Campo de Belchite”. Nacida en 2002 y conformada por 36 instituciones públicas y privadas, son miembro de la Red Aragonesa de Desarrollo Rural. Su misión es gestionar la estrategia de crecimiento de la comarca y las ayudas LEADER –programa de la UE para combatir la despoblación rural–. En línea con los objetivos que marca la Comisión Europea, ofrece servicios tales como: formación y empleo, ayudas y subvenciones a PYMES y financiación de ideas sostenibles.
“Las mejores iniciativas para combatir la despoblación son las que surgen desde abajo”, sentencia Vicente Pinilla. “Los proyectos que plantea la sociedad autóctona son los más eficaces porque el ámbito de la despoblación es local”. Ahora bien, remarca que tienen que venir acompañados de una colaboración desde las administraciones para hacerlos viables.
“No es sólo una peluquería, es un proyecto que va más allá”
Agustín Hernández, catedrático de Urbanismo y Ordenación del Territorio, concibe en su Informe sobre la Evolución de las Buenas Prácticas Españolas y su Relación con el Cumplimiento del Programa Hábitat del 2001 una buena práctica como: “un conjunto de acciones o iniciativas con un impacto demostrable en cuanto a la mejora de la calidad de vida de los habitantes y del medio ambiente de una forma sostenible, y que pueden servir como modelos para que otros países o regiones puedan adaptarlos a su propia situación”.
Este es el camino que emprendió hace casi una década María Pilar Alonso. Zaragozana de nacimiento –que no de sentimiento–, 40 años, coqueta, presumida y apasionada por su trabajo. Está a la espera de atender a una clienta entre nervios porque se le acumulan las tareas. Con una vocalización acelerada cuenta orgullosa que su afición siempre ha sido la estética: “Es mi vocación, mi hobby, y dedicarte a tu hobby es lo mejor que te puede pasar en la vida”.
‘MaPi’ se estrenó en el mundillo con un centro de peluquería y estética en el barrio de Las Delicias –Zaragoza–. Después de cinco años tuvo que traspasarlo por una cirugía imprevista. Tras un largo reposo no estaba al cien por cien, así que decidió vender productos de belleza a domicilio. Recorrió un sinfín de pueblos y ciudades de todo el norte de España. Desde San Sebastián hasta Zaragoza. “Vi una estupenda ventana de negocio en los pueblos porque apenas hay competencia”, confiesa.
Así es como en 2014 se fraguó Salud y Belleza Lassira –en honor al antiguo poblado íbero romano–. “Todo empezó en casa de mis padres; en una habitación de 12 m2 –recuerda entre risas–”. Tres años más tarde se instaló en un local con unas dimensiones más apropiadas. La ubicación, Lécera, su amado pueblo, el lugar en el que ha vivido los mejores momentos. La vena patria se le hincha cuando proclama que “no es cierto que aquí haya menos posibilidades que en las ciudades”. Lo razona incidiendo en la ausencia de competencia: “Al fin y al cabo somos 500 habitantes, y los 500, junto con los de los pueblos de alrededor, son para mí”.

Este peculiar salón de belleza “no es sólo una peluquería, es un proyecto que va más allá”. Su innovación más notable reside en su amplia oferta. Todos los tratamientos se acompañan con herbodietética. Hace poco la aromaterapia se sumó a esta fiesta del relax. “Somos pocos en España”, asegura la dueña del negocio. Este método de medicina alternativa actúa en el sistema límbico –la parte del cerebro que controla las emociones–, y consiste en despertar emociones a partir de los aromas. Gracias a ello los clientes perciben una mayor sensación de bienestar.
“Recuerdo que cuando abrí el primer centro de estética en casa de mis padres me compré una presoterapia –aparato– y mi madre, pobrecita, me dijo: “Esto es un pueblo. No te va a salir bien… Bueno, pues la amorticé en menos de un año. El concepto de que en los pueblos estamos atrasados es completamente equivocado”. De hecho, la chocolaterapia es de los servicios más demandados.
En palabras de su dueña, lo que diferencia a este centro de salud y belleza del resto es la versatilidad. Tampoco se olvida de la comodidad: “Me preocupo por traer siempre muchas novedades para que la gente de la zona no tenga la necesidad de irse a Zaragoza”. Vanesa López, una clienta habitual, lo reafirma, y añade que “el trato es mucho más personalizado que en una gran superficie”. Tal es el éxito de Salud y Belleza Lassira que vienen gentes de toda la comarca. Incluso desde Barcelona. Nada mal para un pueblito de la estepa belchitana.
Otra de las metas de María Pilar Alonso es la sostenibilidad económica: “Uno de mis objetivos es generar empleo para que la gente que quiera quedarse a vivir aquí tenga una oportunidad”. Aunque sus empleadas no son de la zona. Noelia, la chica que más tiempo lleva con ella –tres años y medio–, vive en Villafranca de Ebro. Hace escasos días empezó a trabajar una chica de Nicaragua que acaba de emigrar a Lécera.
A las redes sociales les da un uso puramente promocional: “La comunicación corporativa ha evolucionado mucho. Ahora tienes la posibilidad de formarte para seguir más o menos actualizada. Es vital para dar una buena imagen. A fin de cuentas es como un escaparate que tienes que decorarlo muy bonito”.
Sobre la posibilidad de vivir en un pueblo, Alonso considera que “es como cada uno se lo plantee”. No niega que la llegada de una empresa grande a Lécera facilitaría las cosas. Aun así, no se queja: “Tenemos todos los servicios básicos cubiertos”. Achaca la despoblación a una mentalidad más atrasada. “Antes la gente pensaba que mudarse a Zaragoza era subir de categoría, pero a día de hoy no. Vivir en un pueblo es una opción tan viable como hacerlo en una ciudad. Tienes una calidad de vida infinitamente superior y hay opciones laborales de sobra”, argumenta.
Como cualquier oasis, Salud y Belleza Lassira es una gota de esperanza en este particular desierto del Campo de Belchite. Si en el futuro brotan más manantiales como este –escasos hasta la fecha– se inundarán de vida nuestros pueblos.