Dependencia emocional: la esclavitud del siglo XXI
// Jorge Domec
En España la mitad de la población se declara dependiente emocional, siendo las mujeres las más afectadas por este trastorno psicológico. Otro grupo vulnerable son los jóvenes, donde el cuadro presenta una incidencia de en torno al 25 %. De nuevo, las mujeres son las más expuestas a este problema.
El instinto social de los hombres no se basa en el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad – Arthur Schopenhauer
Sentirnos queridos, deseados, mimados, no sólo es una función básica de nuestro ser, la social, sino que representa una cuestión existencial en nuestras vidas. Sin embargo, el deseo a veces se transforma en dolor, apatía y destrucción, y una acción que debía resultar positiva para nosotros acaba desembocando en una serie de patologías. Vivimos en una sociedad postindustrial infestada por unos vicios cada vez más extendidos –comida rápida, contenido sexual, consumismo enfermizo, etc.–. Al igual que las drogas existen para desinhibir al individuo de su propio ser, la dependencia emocional también. Y es que, tal y como afirma el neurocientífico Jaak Panksepp, la sensación de sentirse amado se asemeja al placer de los opiáceos.
No hay que pasar por alto la trascendencia de la niñez en el desarrollo de nuestras emociones, pues la sobreprotección de los padres supone un factor clave en estos casos. Si estos no ofrecen al niño autonomía en sus relaciones paternofiliales, el infante tiene altas probabilidades de engendrar una dependencia emocional en el futuro. Esto está estrechamente ligado con el apego inseguro, atribuido por el psicoanalista John Bowlby a aquellos niños que se muestran muy dependientes de su figura paternal, padeciendo un miedo constante a separarse de ella.
El rechazo, ese sentimiento tan nocivo para nuestra autoestima, también tiene mucho que ver con la aparición de este trastorno. Su origen neuronal se sitúa en la corteza cingulada anterior, la misma región que se activa cuando se produce un daño físico. Cuando sufrimos el rechazo social entran en acción los mismos circuitos cerebrales que avisan de un posible daño físico. Así pues, nuestro cerebro se ha modulado de tal forma que el dolor de la exclusión se asemeja cognitivamente al de un impacto físico – cuántas veces habremos escuchado la expresión “me han partido el corazón” –.
La dependencia emocional, como cualquier enfermedad mental, es un gran nubarrón que te impide ver lo maravilloso del cielo que hay tras él; te encierra en una espiral de autodestrucción. Aunque tiene una serie de particularidades, como que las relaciones sociales sean percibidas como una especie de trueque. Estos individuos complacen a otras personas a cambio de protección y apoyo. Al dedicarse a cumplir las expectativas y los deseos de los demás, se vuelven muy manipulables.
Los dependientes emocionales también presentan un déficit de habilidades sociales, con ausencia de asertividad y un alto índice de egoísmo. En la mayoría de las ocasiones, asumen el rol de subordinado, ejerciendo a veces un papel pseudoaltruista o de rescatador. En el fondo, lo hacen para sentirse mejor con ellos mismos. También les cuesta mucho romper las ataduras, y a menudo se sienten incompletos sin el otro.
Los celos matan
Los jóvenes de hoy en día sufren mayores problemas emocionales –aislamiento, insatisfacción o dependencia– que otras generaciones, y también las enfermedades más comunes de este siglo: la ansiedad y la depresión. El reputado psicólogo estadounidense Daniel Goleman apunta en su obra cumbre Inteligencia emocional (1996) a un claro descenso de la competencia emocional en las últimas décadas como uno de los principales motivos de esta lacra. Lacra que se propaga por las relaciones amorosas como el covid durante la pandemia. En ellas, los dependientes emocionales presentan una acusada ilusión al principio, idealizando a su pareja, que pasa a convertirse en el centro de su universo. Todo ello sustentado por los mitos del amor romántico.
La Teoría del sexismo ambivalente de Glick y Fiske (2001) presenta dos componentes: uno hostil y tradicional, que implica la creencia de que las mujeres son inferiores a los hombres, y otro benevolente, encubierto, en el que se cuida y se protege a la mujer, tratada como un ser débil e indefenso. Asimismo, el amor romántico, como construcción social, se asocia a diversos roles y pautas sobre la visión del verdadero amor, que tendría como finalidad la entrega total hacia la otra persona. Ambos conceptos conforman la base de los comportamientos violentos en las relaciones de pareja.
Los celos, tal y como los retrata Victoria Aurora Ferrer-Pérez, catedrática de Psicología Social de Género, son una variante de violencia implícita –sexismo benevolente– bajo la cual se disfraza de amor lo que en realidad es una forma de control de los comportamientos y de las relaciones. Alimentados por la interiorización de los mitos románticos, están muy presentes en parejas jóvenes, que tienden a normalizarlos. Hay que tener cuidado con esto, pues esta normalización puede escalar en conductas tóxicas y, lo que es peor, en muertes.
Esta visión arquetípica del amor en las parejas jóvenes se ha amoldado a los tiempos que corren en la actualidad, dominados por las redes sociales. Y es que estas juegan un papel fundamental en las relaciones sentimentales de los zillennials, pues, según datos de Statista, en 2022 casi el 93% contaban con algún perfil en estas plataformas. Así, los citados comportamientos tóxicos, cuando se producen dentro del marco digital, pueden dar lugar al ciberacoso. En este sentido, quienes presentan patrones de dependencia emocional suelen mostrarse más dóciles ante los comportamientos de cibercontrol que consideran inofensivos como, por ejemplo, dar la contraseña a su pareja.
Un colectivo ninguneado
La dependencia emocional en parejas homosexuales y bisexuales es un campo aún desconocido. Los primeros autores en estudiarla fueron en 1991 Island y Letellier, quienes señalaron que los gays presentaban una gran dependencia hacia su pareja, un mayor temor a ser abandonados y una mayor represión emocional. Y es que las personas del colectivo LGTBIQ+ a menudo reportan más angustia psicológica debido a que están expuestos a mayores niveles de violencia relacionados con la homofobia y el heterosexismo, pues estos favorecen la existencia del tabú social y de prejuicios sobre su orientación sexual.
Al contrario que en las parejas heterosexuales, en estos casos la violencia psicológica, física y sexual suele ser bidireccional. Lo que no les diferencia es el establecimiento de un patrón de control en el que la persona abusadora prohíbe o limita el contacto de la víctima con sus amigos y familiares, creando así una dependencia emocional hacia el perpetrador. De acuerdo con José Miguel Cruz, otras razones que dificultan la ruptura son la esperanza al cambio y el amor. ¿Por qué siempre nos empeñamos en mantener en nuestra vida a personas o situaciones que nos hacen daño?
Varios datos demuestran que los homosexuales tienen mayor dependencia emocional en comparación con los heterosexuales y bisexuales, así como los homosexuales y bisexuales obtienen mayores puntuaciones en la violencia ejercida y recibida. No obstante, según un estudio de Barelds y Dijkstra (2006), tanto hombres como mujeres homosexuales responden con menos malestar ante una posible infidelidad de su pareja. En otras palabras, mantienen sus discusiones más positivamente, argumentan con mayor efectividad, utilizan menos estrategias de represión y es más probable que sugieran posibles soluciones.
Del amor al odio hay un paso
Aunque toda esa admiración por tu pareja puede convertirse en un profundo rencor; de ser tu salvador pasa a ser tu verdugo – te revelo un secreto, ese verdugo eres tú mismo–. Desde ese momento, es como un grano en el culo que te impide estar cómodo te sientes donde te sientes. Aunque, en el fondo, lo que buscas no es comodidad, sino sentarte en la misma silla. Pero, para ese entonces, ya estás en Sevilla, como quien dice. Y sabes que nunca jamás vas a encontrar una silla idéntica. Pero una cosa es la teoría y otra muy distinta hacerte a la idea de esta nueva realidad.
Tampoco hay que desestimar el papel que juegan los seres queridos –familia, amigos, etc.– en este duelo. Son un apoyo fundamental que muchas veces no tenemos en cuenta por muchas razones. Aquí las circunstancias de cada uno son suyas y de nadie más, pero es importante tener una mano amiga que te sujete cuando estés a punto de hundirte en el pozo. De lo contrario, va a ser muy difícil que salgas de ahí. Como decía el exfutbolista Juan Carlos Unzué en el pódcast del youtuber Jordi Wild: “Preocúpate cuando no tengas a nadie que te diga lo que tienes que hacer”.
A pesar de que la dependencia emocional es un proceso personal, la otra persona no está exenta de responsabilidades. No es que tenga que rendir cuentas ante nadie, pero sí que debe procurar tener cierta responsabilidad afectiva. La empatía ayuda mucho en estos casos, y si el dependiente se siente comprendido es probable que se libere de algunas de sus ataduras. Así que sí, esto nos compete a todos.
Por lo tanto, se puede deducir que la dependencia emocional, aunque multifactorial y manifestada por distintas causas según el caso, es una lacra común para gran parte de la sociedad actual sin distinción por razón de sexo, orientación sexual o de cualquier otra índole–, especialmente peligrosa para los jóvenes, carentes de las herramientas necesarias para saber gestionar sus emociones.