Años salvajes o por qué leer un libro de surf
Albert Alexandre//
Leer un libro sobre surf. Interesarse por una actividad que practican unos pocos millones en todo el globo. Un deporte, dicen, que pese a crecer en adeptos año tras año, todavía se quiere marginal. ¿Por qué? ¿Por qué pasar unas horas leyendo Años Salvajes de William Finnegan? ¿Por qué leer esta autobiografía premiada con el Pulitzer y en la que se nos relata la vida como surfero de un periodista que trabaja en la prestigiosa revista The New Yorker? O, en definitiva… ¿Por qué leer un libro sobre surf? Esa es la cuestión que nos asalta cuando tenemos Años Salvajes entre manos, y es esa misma cuestión la que nos lanza a otro interrogante de mayor calado: ¿por qué leen los humanos?
Se han dado muchos respuestas a la pregunta “opuesta”: los motivos de quienes escriben. Sin embargo, la cuestión que atañe a nuestra obsesión como especie por la lectura no parece tener pedigrí intelectual y con frecuencia se despacha por la vía psicológica o con frases resobadas de cariz político. Como nos enseñó Borges, no es una cuestión baladí: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Para Antonio Orejudo, los libros son una simple relación entre gente que escribe en pijama y gente que lee en pijama. Un lío de algodón y lino, una actividad noctámbula.
Afirmar que leemos para informarnos sobre algo se vislumbra como una buena respuesta. A grandes rasgos: a través de procesos ficcionales o en relatos que se pretenden reales queremos conocer más sobre determinados asuntos que atañen a nuestro mundo. Esta definición llega a su máxima expresión en una idea que el escritor argentino Martín Caparrós comparte con tantos otros lectores: las historias más interesantes son aquellas que no sabíamos que nos interesaban, pero que consiguen atraparnos. Los mejores libros, aquellos que nos informan de algo que no sabíamos que queríamos saber. Aún así, parece esta una explicación insuficiente, y más cuando nos enfrentamos a un libro sobre surf.
Luego están los que leen por cuestiones de índole mística. Personas que a un libro le exigen emoción, le piden que consiga hacer desaparecer su mundo o que les permita soñar. Éstas esperan de un libro pasión, elevación, transmutación. También hay tipos vanidosos que creen que leer les hará más inteligentes, son aquellos que piensan que la cultura es una forma de dominación.
Por otro lado, está la magnífica definición de lectura que conocemos por David Foster Wallace y que fue dada por un profesor suyo que «le caía bien»: la narrativa tiene que alterar a quien se siente cómodo y reconfortar a quien está alterado. La lectura en su doble vertiente clásica, generar preguntas, ofrecer respuestas.
Volvamos a la primera cuestión. ¿Por qué leer un libro sobre surf? Después de lo dicho hasta la línea, la argumentación se torna más sencilla: por todos los motivos dados.

Años Salvajes es la historia de William Finnegan, nacido en Nueva York en el año 1952. Con pocos años de edad, él y su familia se trasladaron a la Costa Oeste, a California. Allí fue donde todavía siendo un niño empezó a mostrar interés por el surf. Por aquel entonces se trataba de una actividad muy minoritaria que se practicaba con tabla larga y que no permitía el virtuosismo en forma de giros y saltos al que hoy en día nos tienen acostumbrados los campeones mundiales de las olas.
Aunque la pasión ya había nacido, su verdadero interés por el surf se afianzó en Hawái. Nuevamente debido al trabajo del padre, la familia se vio obligada a mudarse en 1966 a las islas pacíficas estadounidenses. El futuro periodista tuvo la suerte de encontrarse en el momento exacto, en el lugar exacto. El emplazamiento: la meca del surf; el momento: una adolescencia violenta en la que Finnegan utilizó esta actividad para evadirse de las constante peleas de patio de colegio en las que se veía inmerso.
Como tantas cosas en la década de los 60, el surf también sufrió una profunda transformación. En su caso, fueron las tablas las que de repente ya no eran las mismas y las que permitieron una mutación radical en el modo de cabalgar las olas, de los largos armatostes a las cortos artilugios que, ahora sí, permitían una mayor libertad en el agua. No fue el único cambio que se operó por aquel entonces en la vida de Finnegan. Una nueva juventud americana desafiaba los postulados burgueses del sueño estadounidense y el protagonista de Años Salvajes, siendo un claro ejemplo de ello, abandonó la universidad para lanzarse a la aventura. Con algo más de 20 años y con un amigo, Bryan Di Salvatore, William emprendió un viaje que lo llevaría a dar la vuelta al mundo en busca de olas desconocidas. Desde California a la Polinesia, Australia, Tailandia, Sudáfrica y Moscú, el escritor -obsesivamente- trataba de encontrar el pico perfecto, la mejor corriente surfeable. Lo que él y su amigo denominaron surfari.
En 1983 Finnegan se establecería en San Francisco, y más tarde se trasladaría a Nueva York donde pasaría a formar parte de la plantilla del The New Yorker. Sin tanto apego ya por la vida nómada, William Finnegan no dejó nunca de viajar para descubrir nuevas olas. Aprovechando su trabajo como corresponsal de guerra, el escritor relata cómo frecuentemente conseguía evadirse sobre su tabla de surf del horror de ver cómo los hombres mataban a otros hombres y mujeres. En el mar no había batallas entre semejantes, solo la desigual lucha del ser humano contra la naturaleza salvaje.
Incluso hoy, a punto de jubilarse, Finnegan sigue surfeando pese a saber que el deporte de las tablas siempre amenaza con llevarse la vida de quienes lo practican. Bueno, claro está, sigue surfeando y escribe libros tan buenos como Años Salvajes.
Leerlo para informarte
Pocas personas que tomen este libro lo harán porque sean surfistas. La mayoría nos acercaremos a él porque nos han dicho que ha ganado el premio Pulitzer y porque se trata de un ejemplo perfecto de literatura testimonial.
Será más tarde, cuando empecemos a leerlo, cuando nos daremos cuenta de que Años Salvajes es, además de una inabarcable enciclopedia de semántica, geografía y estilo de vida surfera, un certero retrato de la generación de posguerra estadounidense.
Finnegan dibuja con destreza los anhelos de libertad de sus coetáneos. Nacidos entre los años 40 y 50 en familias de moral conservadora, muchos de sus amigos surfistas tomaron esa actividad marítima para escapar de la vida burguesa y el asfixiante mito del sueño americano. Algo así como Kerouacs marinos.
La autobiografía de Finnegan es, por otro lado, aquello que con asiduidad despachamos con el concepto «retrato de la condición humana». Entre las páginas de este libro, además de muchas olas, muchos lugares paradisíacos y muchos surferos macarras, el escritor reflexiona acerca de la amistad, la paternidad, ser hijo, los occidentales, el mundo moderno cada vez menos misterioso, la depresión o la infancia.
Leerlo para sentir algo
Son quienes de verdad escriben con pasión, quienes de verdad consiguen apasionarte. Finnegan disfruta del surf de un modo que solo un yonki podría entender. Ama esa actividad y en todos los pasajes en los que relata sus sesiones de surf es capaz de hacer que el lector se ponga en su piel -o en su neopreno-. Consigue que alguien a quien el surf le importa poco se interese por esta actividad hasta el punto de hacerle pensar, falsamente, que de no ser ya mayor, de no tener la rodilla un poco maltrecha o de no vivir en una ciudad sin mar, hubiese podido ser surfista o, de hecho, lo hubiese sido. El periodista hace que el lector, pijama puesto, por un momento olvide que se encuentra en la cama trasladándose a Fiyi, Australia o Portugal. Y en su grado más místico, Finnegan alcanza la cota más notable de la narrativa; nos hace planear futuros distintos a los que teníamos en mente; nos hace cambiar el rumbo de nuestras vidas.
Leerlo para reconfortarte o para alterarte
Años Salvajes no es solo una historia de surf, eso debería haber quedado claro. Con todo, si tuviésemos que encasillarlo en una única categoría única, hablaríamos de él como biografía. Es en esta vertiente en la que Finnegan se enmarca en la definición de narrativa dada por David Foster Wallace. Su experiencia interpela directamente a nuestras vidas y nos hace valorar críticamente el lugar en el que nos encontrarnos. Así, los que se sienten cómodos con su sedentaria y plácida existencia pensarán en viajar, en entregarse de modo irracional a una pasión, tal y como Finnegan hace con el surf. En sentido opuesto, las personas obsesivas, errantes e inestables verán en Años Salvajes un refugio… Incluso el periodista más reputado de The New Yorker tiene una vida llena de sobresaltos y de problemas que resolver.
Ficha técnica
Autor: William Finnegan
Editorial: Libros del Asteroide
Barcelona, 2016
600 páginas
26,95 euros