Armenia: cien años de susurros en busca de justicia
Andrés Lasso Ruales. Fotografias:Lizeth Villamarín//
El pasado 24 de abril se cumplió un centenario del genocidio perpetrado por el estado turco hacia el pueblo armenio. En la Argentina, sus descendientes han luchado desde los años treinta del siglo XX para que Turquía reconozca los crímenes que sufrieron sus antepasados.
Se estima que un millón y medio de armenios fueron exterminados durante ocho años, entre 1915 y 1923, por parte del Imperio Otomano. «La primera, la que generalmente es considerada como el primer genocidio del siglo XX, golpeó a vuestro pueblo armenio, primera nación cristiana, junto a sirios católicos y ortodoxos, asirios, caldeos y griegos” esa fue la frase que usó el Papa Francisco para referirse al genocidio armenio el pasado 12 de abril en un discurso histórico en la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
El proceso de aniquilar de forma sistemática fue organizado por los llamados Jóvenes Turcos, el triunvirato: Ismael Enver˗Ministro de Guerra˗, Mehmet Talaat ˗Ministro del Interior˗ y Ahmet Djemal ˗Ministro de Marina y Gobernador Militar de Siria˗.
El inicio de las masacres comenzó en la madrugada del 24 de abril de 1915: doscientos treinta y cinco líderes de la comunidad armenia en Estambul fueron arrestados con el pretexto de la revuelta armenia en la ciudad de Van. Estas detenciones continuaron de manera metódica en otras ciudades otomanas. Algunos historiadores, como el turco TanerAkçam, indican que la mayoría de los arrestos se efectuaron en lugares públicos para intimidar a los armenios. Durante mayo y agosto de 1915 la población armenia de las provincias orientales del Imperio fue deportada y asesinada en masa. Es necesario tener presente que esta situación se producía en plena I Guerra Mundial, en la que el Imperio Otomano se declaró aliado de Alemania.
En 1944 el término genocidio fue acuñado por primera vez por el jurista judeo-polaco Raphael Lemkim en su libro El Poder del Eje en la Europa ocupada. La palabra fue compuesta por el término genos, que en griego significa ‘familia, tribu, raza o pueblo’, y el latín cidio,que denota forma combinatoria de matar. Sus primeras investigaciones se habían basado en las masacres ejecutadas por el Imperio Otomano sobre las minorías cristianas en su territorio.
Los sobrevivientes al genocidio huyeron hacia Asia oriental y Europa, Francia, EE. UU., México, Brasil, Uruguay, Chile y Argentina. Éste último país cuenta con la mayor población de armenios de América Latina. En la actualidad se estima que hay 135.000 en todo el país y, aproximadamente, 94.000 se radicaron en Buenos Aires. La movilidad armenia se trasladó hacia el cono sur con más fuerza durante la décadas del diez, veinte y treinta del siglo XX.
La colectividad armenio-argentina es una de las principales en la ciudad de Buenos Aires y la que está mejor organizada, como demuestra su Centro Cultural ubicado en la calle Armenia en pleno corazón del barrio de Palermo ˗norte de CABA˗. Desde su llegada, al país, los sobrevivientes se propusieron mantener la identidad de su pueblo, construyendo escuelas, iglesias, comunidades, restaurantes…con el fin de conservar su cultura. Según el dentista y escritor argentino-armenio, Jorge Derkrikorian, los sobrevivientes del genocidio eran personas muy introvertidas por todo lo que sufrieron y cuando llegaron a suelo argentino no hablaban de lo que pasó. El susurro entre ellos fue la única arma para sustentar sus raíces.
La colectividad de armenios en Buenos Aires luchó desde su arribo para que se reconociera el sufrimiento que había azotado a su pueblo. Todo ese arduo trabajo se vio reflejado en dos sucesos históricos que influyeron en las decisiones políticas en la Argentina. El primero se produjo en diciembre de 2006, cuando el Parlamento sancionó la ley 26199, legislación que dicta qué cada 24 de abril se celebre “El día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos” en conmemoración del genocidio armenio. Este estatuto fue promulgado por el entonces presidente Néstor Kirchner durante su mandato entre 2003 y 2007.
El segundo hito transcendental fue otra lucha de reconocimiento que comenzó el escribano Gregorio Hairabedian junto a su hija Luisa en los tribunales argentinos. La demanda fue presentada el 29 de diciembre del 2000 como reclamo de la desaparición de su familia paterna y materna radicada en dicha época en los vilayetos de Palú y Zeitún, en una Armenia que por entonces se encontraba bajo el dominio del Imperio Otomano. El litigio duró diez años hasta que el primero de abril de 2011 el juez federal Norberto Oyarbide resolvió que el estado turco cometió el delito de genocidio en perjuicio del pueblo armenio.
En ese proceso fue expuesto como prueba contundente para el fallo uno de los libros más representativos de la diáspora armenia en el mundo y sobre todo en la comunidad de Armenia en Argentina: Miradas sobre el Genocidio Armenio, de los investigadores Alejandro Schneider y el armenio-argentino, Juan Pablo Artinian.
El hombre que batalla contra el olvido

Abre la puerta de la casa de sus padres con una sonrisa cargada de cordialidad. Es alto, corpulento y de barba bien delimitada, acorde a las dimensiones de su rostro. Por su aspecto de hombre rudo parece más un soldado espartano que un investigador. Con la sutileza de un ‘gentleman’ inglés se inclina y con un ademán delicado de su mano derecha invita a pasar a la cocina para tomar un café armenio, agua y chocolates. Mientras la pavita hierve, el anfitrión se traslada a la sala en busca de un libro: “Antes de subir a la biblioteca ˗indica˗ me gustaría mostrarles esta obra monumental de los mejores retratos del fotógrafo canadiense de origen armenio Yousuf Karsh.” El agua está lista. El fornido caballero sirve el café, brinda los chocolates y sigue explicando detalles históricos y anécdotas de los personajes captados por el artista. A simple vista Juan Pablo Artinian deja la impresión de que nació para revisar el pasado.
El estudio del historiador, de 35 años, graduado en la UBA, se encuentra en la calle Hortiguera cerca del mítico Parque Chacabuco -ubicado al centro sur de la ciudad de Buenos Aires-. Artinian, además de ser profesor, es doctor formado en Historia por la State University of New York at StonyBrook.
La familia Artinian tuvo tres exilios. Su abuelo Boghos fue reservista del ejército rumano durante la Segunda Guerra Mundial. “Él y su hermano escaparon de Turquía a Rumania. Después huyeron a Francia con el pasaporte Nansen y ahí nació mi viejo en 1944. Mis abuelos no pudieron quedarse en ese país y ahí es cuando deciden emigrar para América del Sur”.
Mientras que los padres de su madre,Agop Potigian y Ana Chorllalian, llegaron a Buenos Aires entre 1926 y 1927, en un navío que zarpó desde Grecia.
“Algo que me llamó la atención fue una conversación reciente con mi tío Martín y mi vieja sobre su abuelo. Los tres, junto a mi padre, estábamos reunidos listos para un café con medialunas en un restaurante en pleno centro de Buenos Aires. De repente solté una pregunta que tenía guardada: ¿Cómo se llamaba el papá de mi abuela Ana? Ambos levantaron el ceño y se regresaron a ver para revisar si alguno respondía, pero el que calla otorga. El silencio fue un latigazo al alma. Pasaron los días, y cuando me enteré de la ceremonia del Papa y su discurso sobre el reconocimiento del Genocidio Armenio, me sentí aliviado porque tal vez mi vieja y mi tío después de esa charla se sentían un poco desconsolados, ahora tal vez se encuentren más aplacados”.
El vozarrón del historiador argentino de origen armenio se disipa después de contar la anécdota sobre su bisabuelo materno. Está sentado frente a un escritorio setentero, poco ordenado. En su extensa biblioteca de más de cuatro mil libros resaltan autores como Thompson, Gramsci, Sagan, Protagorás, Kant, Kévorkian…. Respira y de nuevo se prende el rugido de su voz porteña para continuar la charla sobre sus raíces.
Hace diez años, y gracias a su profesor Historia Oral, Alejandro Schneider empezó a indagar sobre los últimos sobrevivientes del genocidio armenio en su país.“Voy a ser sincero, yo quería escribir sobre la historia de la economía de mi patria o la historia intelectual de Europa del siglo XIX. Pero mi maestro Alejandro vio que mi apellido terminaba en IAN y me propuso elaborar las entrevistas sobre los sobrevivientes del Genocidio Armenio, él fue quien me puso en el camino para rescatar la memoria de mis antepasados”.
Un historiador es un investigador que hurga en el pasado de forma minuciosa, como un sabueso que va en busca de su presa. “En mi doctorado tuve que leer tres libros por semana, doce por mes y, en total, cuatrocientos treinta y dos en los tres años”-cuenta mirando para una repisa y en especial a un libro de tapa negra con rojo del historiador británico Edward Palmer Thompson llamado La Formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), ejemplar que siempre tiene en la punta de la lengua.

Miradas sobre el genocidio armenio fue publicado en 2007 y fue uno de los documentos de investigación que marcó la historia judicial de la República Argentina. El libro sirvió como prueba contundente dentro del fallo por el Derecho a la Verdad del Genocidio Armenio iniciado por el escribano Gregorio Hairabedian y su hija Luisa.
“Ha pasado el tiempo y el libro perdura, es otro informe testimonial valioso para la diáspora armenia de todo el planeta. A cien años del horror que vivieron mis antepasados, éstos documentos históricos, como el que elaboré con Alejandro, sustentan la memoria y la identidad de una cultura aplastada”. Asienta la cabeza, como recordando algo, de inmediato busca su libro y señala con el índice derecho una página: “Aquí está, Ángela es la señora que cuando me acerqué al geriátrico y, apenas le expliqué mi trabajo, me dijo: Por fin. Yo siempre quise contarlo y nadie me lo preguntó hasta el día de hoy”.
“ P: ¿En 1915, cómo era su vida? R: 1915, todo era matanza, muerte, dormir en la calle y pasar hambre. Perdí toda mi familia. ˗…˗ P: Usted tenía, ¿cuántos años en 1915? R: Nací en 1909. P: O sea, tenía cinco o seis años. R: Sí, nada más. P: Y cuando se quedó sin su familia, ¿Qué hizo a esa edad? R: Yo estaba en Damasco y dormía en la calle, los turcos incendiaron nuestras casas. P:¿Cómo escaparon de allí? R: Nos cambiamos de nombre…” ˗Testimonio de Ángela Der Stepanian, página 35, Miradas sobre el genocidio armenio˗
Artinian y Schneider tardaron un año y medio en construir la compilación de trece testimonios de los últimos sobrevivientes en Buenos Aires del genocidio armenio. Lo más complicado para los investigadores fue interpretar las entrevistas, ya que algunas personas hablaban un español extraño con un acento en armenio o hasta griego.
“P:¿Fue el ejército a sacar a las personas, a sus vecinos, a sus familiares. El ejército se encargó de hacer eso? R: Hay tantas cosas por decir. Hacen, … ˗armenio˗ guerra primero los unos y luego los otros. Pero si yo encuentro mi calma … ˗armenio˗ los griegos, los griegos estaban antes de KemalJaya… ˗armenio˗ salir… ˗armenio˗ entrar a Nicomedia. Tengo que decir tantas cosas. P: Piénselo, despacio y tranquila”. ˗Testimonio de Ana Chorllalian, página 43, Miradas sobre el Genocidio Armenio˗
Después de la publicación del libro, la vida de Artinian dio un giro de 180 grados: viajó a los EE.UU. para cursar un doctorado y hasta el momento se ha presentado como orador en 15 universidades de Argentina y Estados Unidos para hablar sobre el genocidio armenio. Cada año en la Fundación Luisa Hairabedian, ubicada en el centro de Buenos Aires, recibe por lo menos tres invitaciones para dilucidar el horror que sufrieron sus antepasados hace 100 años.
Ahora se levanta de su escritorio y se dirige a otro aparador de su cuarto de estudio para localizar una revista. Mientras busca, explica que antes del libro publicaron un artículo para el Programa de Historia Oral de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Al fin, la ubica entre unas hojas separadoras de color turquesa y rosa y un libro grueso llamado The Burninig Tigris, The Armenian Genocide and Americaˊs response de Peter Balakian.
El artículo se llama Imágenes del genocidio armenio: el recuerdo de sus víctimas. El investigador explicó que en las entrevistas se puede verificar los efectos de la negación del genocidio que van más allá del asesinato material y que esa es una forma de invisibilizar a la identidad de una cultura.
“P: ¿En el pueblo dónde usted vivía era una comunidad o una ciudad? R: Era una ciudad. P: Una ciudad… R: Sí, se llamaba Cesárea. P: ¿Cómo se llamaba? R: Cesárea… Ahí existían nuestras iglesias armenias, que hoy en día se han transformado en retablos de caballeriza. Mi padre fue diácono en la iglesia armenia, todos los armenios nacidos en Turquía tenían que hablar turco y armenio porque así lo exigían nuestros padres. ˗Testimonio de Jorge Abechian, página 29, Miradas sobre el genocidio armenio˗
Se levanta de su escritorio que de un momento a otro se vio invadido por cuatro libros, una tesis doctoral y una agenda ochentera, agarra un libro de la otra repisa y vuelve a su trinchera. Sentencia: “Esas generaciones de armenios, que fueron víctimas in situ del genocidio y que pudieron exiliarse para salvar su pellejo, no iban con un cartel por la vida: mataron a mi papá, asesinaron a mi mamá o torturaron a mi hermano, y lo más admirable es que no sienten odio a pesar de todo lo sufrido.”
JUAN PABLO ES HIJO DE UNA FAMILIA MUY AMIGA NUESTRA, SIGO CON MUCHO INTERES SUS TRABAJOS, EXCELENTE INVESTIGADOR Y UN HISTORIADOR DE PRIMERA MUCHAS FELICITACIONES UN GRAN FUTURO UN ABRAZO GRANDE .-
Espectacular artículo.
Gracias por publicarlo.
Gracias por sus comentarios. El trabajo expuesto es el resultado de una indagación exhaustiva de algunos meses. Agradezco también la bondad y la predisposición de los argentinos-armenios que me abrieron sus puertas y hablaron sobre su conocimiento del Genocidio Armenio. Asimismo doy las gracias a la confianza y a la oportunidad que me ha brindado Zero Grados, revista que se transforma cada día en una trinchera de cronistas iberoamericanos.
Pingback:Al son de la paz | ZERO GRADOS