Delitos y Cine: Dormir con la luz encendida

Jorge Marco, Julio Beltrán y Pablo Gracia//

Delitos y cine vuelve con una nueva entrega dedicada al cine de terror, esta vez auspiciada, en parte, por las fechas en las que nos encontramos —no nos tachen de oportunistas todavía— pero también por querer reivindicar a un género que siendo extremadamente popular, o quizás por esto mismo, sufre también de ciertos prejuicios que parecen alejarlo de la cúspide donde se pueden encontrar películas “más serias”, si es que eso quiere decir algo importante.

El género de terror nació prácticamente con el propio cine. Georges Méliès presentaba en 1896 La mansión del diablo y desde entonces al público parece que le ha encantado pasar un mal rato delante de la pantalla, ya que este tipo de películas se expandieron durante décadas por todo el globo, cosechando un éxito que se puede rastrear desde el expresionismo alemán —con películas reconocidísimas como El gabinete del doctor Caligari o El Golem hasta la factoría de los monstruos de los estudios Universal, que creó iconos instantáneos durante la década de los 30 y los 40 como el Drácula de Bela Lugosi o el Frankenstein de Boris Karloff.

Desde entonces la producción de películas de terror es de tal enormidad que resultaría imposible citarlas en un solo artículo, ya que países como los Estados Unidos, Francia, Italia, Japón o incluso España —valga este espacio para recordar la breve obra de Chicho Ibáñez Serrador— han aportado al género películas que hoy día son parte indisoluble del imaginario popular, consiguiendo generar una serie de monstruos y asesinos que todo el mundo reconoce aunque ni siquiera hayan visto los films de los que forman parte. Freddy Krueger, Jason Voorhees, Michael Myers, Miguel Bosé —ahora icónico por sus fantasmadas pero que también apareció en películas geniales como Suspiria de Argento— o la niña mohosa del pozo de Ringu son ya mitos más que personajes, además de objetos de innumerables parodias y todavía más disfraces para Halloween.

Ya que se acerca el famoso 31 de octubre, hemos querido rendir homenaje a este género de terror analizando tres películas que, sin ser desconocidas, sí pueden marcar distintos momentos dentro de la evolución de este tipo de cine, otorgando visiones y aproximaciones muy diversas a un instinto tan primario como es el miedo. Al contrario que Alfredo Duro, sí sabemos qué es Halloween, y si se puede pasar descubriendo o revisitando algunas de las películas que presentamos a continuación nuestro trabajo estará más que justificado. Esperemos que entren bien los sustos.

La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974)

En octubre de 1974 se estrenaba en varios autocines y pequeñas salas de Texas una película que asentaría las bases de todo el cine de terror posterior y que aun a día de hoy sigue estremeciendo: La matanza de Texas.

Este film fue el proyecto de un joven director, Tobe Hooper, cuyo nombre ya resonaba en ciertos círculos gracias a su primer largometraje: Eggshells, que había cosechado cierto éxito en el festival de cine de Atalanta. Pero el joven texano quería entrar en Hollywood y llegar a la mayor cantidad de audiencia posible, por lo que se propuso levantar un film de terror basado en los crímenes del asesino Ed Gein, un hombre que desollaba a sus víctimas, fabricaba muebles con sus restos e incluso se vestía con sus pieles.

Una obra de inspiraciones tan macabras debía tener un título a la altura, así que tras barajar varios posibles nombres consultó con un amigo su última idea, y cuando este le respondió que jamás iría a ver una película llamada así supo que ya lo tenía. El resultado: The Texas Chain Saw Massacre (traducido en España como La matanza de Texas). Por si fuera poco, para enfatizar la crueldad que prometía la película se añadió un letrero inicial en el que se explicaba que la historia estaba basada en hechos reales. Una vil mentira, sí, pero al mismo tiempo un reclamo difícil de igualar.

La película tiene una premisa que posteriormente sería mil veces repetida, pero que en pocas ocasiones se acercó al elemento tan inquietante que la iniciaba: un grupo de cinco jóvenes viajan a un pequeño pueblo texano debido a los rumores acerca de unos posibles profanadores de tumbas que están robando cuerpos del cementerio local. Al estar el abuelo de dos hermanos del grupo enterrado allí, quieren comprobar que su familiar sigue reposando en paz. A partir de aquí no habrá piedad ni para los personajes ni para el espectador, que se verá preso de un encierro perverso del que será muy difícil conseguir escapar.

Después de diez breves minutos de presentación el ambiente rural del estado norteamericano se volverá casi irrespirable —más allá del adjetivo, la película se rodó durante el verano de 1973 con temperaturas entre los 35º y los 40º grados centígrados— y la sensación de fatalidad irá aumentando hasta un clímax transformado en un martillazo sobre la cabeza de uno de los jóvenes protagonistas, que lo deja dando espasmos en el suelo. Uno no se ha podido todavía recuperar del impactante momento cuando el autor del crimen cuelga inmediatamente después a otro miembro del grupo de un gancho mientras comienza a rebanar el cuerpo del primero con una motosierra. Ha hecho acto de presencia uno de los asesinos más icónicos del cine de terror: Leatherface, un gigantón torpe que apenas sabe hablar y que viste con una máscara hecha de piel humana. Tal era su impacto cuando entraba en escena que a los actores se les ocultaba el momento de su aparición para que, al verlo, sus reacciones fueran verdaderamente terroríficas.

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Fotograma de La Matanza de Texas

Uno de los grandes méritos de este film es la capacidad que presenta para transmitir una sensación claustrofóbica hasta en los momentos de grandes planos generales, porque cuanto más espacio abarca la imagen más posibilidades hay de que el horror aparezca en cualquier momento. El mundo apacible de campos dorados es habitado aquí por familias enfermas de caníbales que guardan el cadáver de la abuela en el ático, junto a una “agradable” colección de pieles, huesos y demás restos provenientes tanto de animales como de humanos.

El ambiente malsano y putrefacto que muestra la película en su tercio final, con esa cena horripilante sacada de una de nuestras peores pesadillas, es también reflejo del auténtico cansancio que cargaba todo el equipo a sus espaldas, ya que las jornadas de trabajo iban de las 12 a las 16 horas, en un set sobrecargado por la descomposición de los animales muertos usados para ambientar el ¿dulce? hogar de Leatherface y su familia así como por el propio olor corporal de los miembros del rodaje —Gunnar Hansen, que interpretaba al asesino de la máscara de piel, tuvo que usar durante los 32 días de rodaje el mismo traje, ya que la producción tenía tan pocos fondos que no se podía permitir reponerlo en caso de que se estropeara al lavarlo—.

El final de esta historia podría ser fácilmente calificado como uno de los mejores de la historia no sólo del género de terror, sino del cine en general. Mientras la única sobreviviente, bañada en sangre, ríe de forma histérica subida a una camioneta, Leatherface agita su motosierra, no se sabe si lleno de ira, miedo o tristeza, con un sol que aparece anunciando un nuevo día.

La matanza de Texas se convirtió, a pesar de los problemas durante su edición, en un clásico casi instantáneo, cosechando un éxito que se tradujo en una secuela dirigida por el propio Hooper casi 10 años después del estreno de la original para después ser continuada por otro puñado de secuelas y remakes. Pero más allá de del simple dato, sigue siendo a día de hoy una película difícil de ver debido a su capacidad para generar atmósferas angustiosas que consiguen alargarse durante minutos y minutos sin nunca llegar a saber qué va a suceder a continuación. Y es que lo más terrorífico de la obra se debe a que los antagonistas son personas, seres humanos de carne y hueso que no provienen de ningún planeta exterior ni son encarnaciones del Diablo. Su humanidad, aunque claramente desfigurada y torcida, los convierte en seres mucho más peligrosos que cualquier monstruo sobrenatural.

Por esto y por muchos otros elementos, la sombra que creó Hooper fue alargada, y en adelante daría lugar al subgénero conocido como slasher, con películas en las que mayoritariamente un grupo de adolescentes se enfrenta a un asesino que los va liquidando poco a poco. Desde las meritorias Pesadilla en Elm Street o Halloween hasta la fallida Viernes 13, todas ellas le deben tributo a esa reina del cine de terror que es La matanza de Texas.

La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968)

Comparado con los otros films del ciclo puede sorprender la inclusión de esta película en el mismo género de Terror. Pero eso es precisamente el cambio de perspectiva que aporta esta película desde su aclamación como obra maestra en su estreno en 1968: El terror tiene su forma más elevada en la imaginación del espectador. O, dicho de otra forma: En el inconsciente se encuentran los mayores miedos a los que se enfrenta el ser humano.

Un matrimonio se muda y entabla relación con sus vecinos. La mujer, Rosemary, queda embarazada. A partir de ahí el film gira en una espiral psicológica donde ella intentará proteger a su feto del complot de brujos que lo consideran el hijo de Satanás. Así, como ya había hecho en Repulsión y repetiría en Un quimérico inquilino, Polanski se adentra en la psique humana y su proyección exterior sin apenas moverse del entorno del piso.

Esta espiral psicológica se refleja no solo en el comportamiento de Rosemary sino también en el propio lenguaje cinematográfico: La puesta en escena alterna entre el realismo cotidiano y la deformación – picados, rápidos travellings, temblor de cámara – de las pesadillas, haciéndose cada vez más permeable a estas últimas, de manera que encontraremos situaciones cotidianas que nos extrañan por su expresión onírica.

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Fotograma de La semilla del diablo

En cualquier caso, en todo ello apenas encontraremos imágenes terroríficas. Quizá solo algunas figuras en sueños, y la mayoría de ellas semiocultas en la oscuridad. Es el velo de lo horrible, pues, lo que más nos aterroriza, y un ejemplo muy claro sería cuando Rosemary se asoma a la cuna de su bebé.

Para acabar es interesante recordar los derechos que tiene cada espectador para interiorizar la obra. En este caso el contraste entre la pureza que irradia Mia farrow (en lo que muchos consideran el mejor papel de su carrera) y el horror del hijo que engendra ha dado pie a diversas interpretaciones, desde complejos psicológicos a críticas sociales. Sin desmentir ninguna de ellas cabe señalar que esta película muestra con profundidad el conflicto contra uno mismo y su entorno, y esa incertidumbre hace que forme parte de una verdad imperecedera en la historia del arte.

Martyrs (Pascal Laugier, 2008)

Avanzamos ahora varias décadas en el tiempo para presentaros una obra ante la cual la indiferencia no es una opción realista. Abandonando los grandes clásicos, abordamos una obra de culto entre los fanáticos de un subgénero del terror en el cual la moral se pierde en el mismo oscuro y lúgubre rincón en el que desea encontrar uno mismo viendo este film. Hablamos del gore.

En esta familia de películas, el terror no se manifiesta mediante intrincadas tramas psicológicas o sorpresivas apariciones fantasmagóricas. Hablamos de un pánico procedente únicamente de la más primaria aversión hacia la violencia, hacia la sangre y el maltrato. En Martyrs no hay ningún asesino del que huir, no hay ningún maleficio que romper ni posesión que exorcizar. En Martyrs no hay salida ni lugar para la esperanza.

Dos jóvenes viajan por el país en busca de los hombres que una vez sometieron a inhumanas torturas a una de ellas. Al localizarlos, irrumpirán en su casa desencadenando una serie de fatales consecuencias que ni el espectador más retorcido podrá prever. A lo largo de su primera media hora de película, los géneros de terror juegan entre si y se relevan unos a otros en pantalla, creando un efecto bastante curioso que se adereza, además, con una pizca del humor más negro posible para intentar amenizar la intensidad de la cinta. Una vez finalizada la introducción, Martyrs entra de lleno en su auténtica esencia. Atravesado este umbral, abandonad toda esperanza. Toda posibilidad de escape, todo final feliz, toda redención o triunfo de la justicia queda brutalmente descartado. Solo queda el dolor.

Es a partir de este punto en el que la interacción de Martyrs con sus espectadores se vuelve más interesante. Porque no importa que no se prevea un desenlace agradable, no importa lo que os adelantemos aquí. Demostrando una actitud casi psicopática, el público permanecerá para deleitarse con el gratuito baile de sangre, vísceras y violencia psicológica que el film nos brinda en este tramo medio del metraje. Es en este momento en el que una sensación más incómoda que la propia carnicería se apodera del espectador. ¿No estará siendo, con su pasiva mirada, cómplice de aquel dantesco espectáculo? ¿No está acaso permitiendo, sabiendo que esa violencia y sufrimiento es en balde, que siga la pantalla encendida y dando testimonio del lado más brutal del ser humano? ¿No será que, muy en el fondo, lo está disfrutando?

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Fotograma de Martyris

Este es dilema moral, a nuestro juicio, más importante de Martyrs. Analizar desde uno mismo, como espectador, qué relación estamos desarrollando con la violencia que vemos, y si realmente se trata solamente de desagrado y no de un oculto gusto morboso.

Desde un punto de vista técnico, la película aprovecha al máximo sus recursos, que apenas superan los dos millones y medio de euros. La pequeña producción francesa se desarrolla en pocos escenarios y con pocos personajes y procura, con gran acierto y precisión, exprimirlos hasta la ultima gota. Las interpretaciones, haciendo especial énfasis en el dúo protagonista, son algo más que correctas y los actores están bien escogidos. La fotografía y los agiles movimientos de la cámara, así como la excelentísima labor del equipo de maquillaje, terminan de otorgar a la cinta una cuidada, profesional y espeluznante estética. Sin duda, Pascal Laugier puede estar orgulloso de su grotesco logro.

Desde luego, esta no es una película para todos los gustos, públicos o estómagos. Pero es una cinta original que algunos tendrán el dudoso gusto de disfrutar. Una digna representante del genero gore que, pese a sus polémicas y controversias, estaba destinada a triunfar gracias al apoyo del aliado más poderoso de este medio, el morbo del espectador.

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