El perfume: «un poema molecular»
Isabel López Sardá//
Para Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de la novela El Perfume, crear el aroma más irresistible del mundo merecía incluso cometer crímenes terribles. El olfato es el sentido más evocador del ser humano y el perfume, la forma que tiene de rendirle culto desde tiempos inmemoriales. Arte embotellado que habla el lenguaje de la química.
Corrían los años veinte cuando el perfumista Ernest Beaux revolucionó el mundo de la perfumería tratando de recrear un aroma del que se había quedado prendado. Fue en una expedición por el Círculo Polar Ártico, en la época del sol de medianoche, donde se enamoró del olor a frescor extremo que exhalaban los lagos y ríos. Una vez en París, trató de reproducirlo. Para hacerlo, utilizó por primera vez en la historia componentes sintéticos en la creación de una fragancia, los aldehídos. Estos compuestos otorgaron al perfume de un olor mucho más potente y duradero que el de sus antecesores.
El resultado no fue un aroma cualquiera. Beaux le propuso a Coco Chanel, la diseñadora que le había encargado la obra, varias versiones de la composición. Ella seleccionó la versión cinco de la fragancia y decidió conservar ese sencillo número como nombre. El resto es historia. Tras casi 100 años, Chanel nº5 sigue presente en la cultura y aún puede olfatearse su estela en la calle.
Pero, ¿qué hace que un perfume se convierta en una leyenda? Para el bioquímico y célebre crítico de perfumes del New York Times, Luca Turin, “el marketing puede hacernos comprar algo una vez, pero raramente repetir. No llevamos Chanel nº 5 porque lo llevase Marilyn Monroe, sino por el mismo motivo que ella: es maravilloso”. El perfume es un producto cosmético utilizado por millones de personas diariamente como parte de su aseo personal. Sin embargo, constituye mucho más que un accesorio de moda; puede ser una obra de arte semejante a una sinfonía. Se trata de una disciplina a caballo entre el arte y la ciencia que forma parte de la sociedad desde el comienzo de la civilización.
La palabra perfume viene del latín ’per fumare’, que significa “perfumo a través del humo”. Y es que su origen se remonta al momento en el que el ser humano aprendió a hacer fuego. En el Museo del Perfume de Barcelona defienden la teoría de que el nacimiento del perfume se dio en alguna tribu primitiva. Sus integrantes debieron de quemar en su lumbre maderas aromáticas y la estela de olor surgida de la hoguera sería interpretada como una señal divina. Por ello, la perfumista Isabel Guerrero explica que, en sus orígenes, estuvo asociado a ritos religiosos sagrados, espiritualidad y también al placer, la salud y la belleza en civilizaciones antiguas como la mesopotámica o la egipcia.
Según Guerrero, la elaboración de perfume se cultivó y durante muchos siglos fue competencia exclusiva de los perfumistas, hasta que a principios del siglo XX los diseñadores Paul Poiret y Coco Chanel decidieron que cada diseñador debería tener su propio aroma. «Lo introdujeron en el mundo de la moda y lo democratizaron. Desde entonces, el binomio perfume y moda se ha explotado porque funciona muy bien comercialmente», asegura.
Guerrero cuenta que esta asociación trajo la separación de olores por sexos y por sectores de edad. Las fragancias empezaron a crearse bajo los estándares dictados por las firmas de moda y siempre buscando agradar de antemano a un público específico. Sin embargo, todavía existen otro tipo de perfumes, aquellos que los perfumistas son los únicos capaces de crear y que no distinguen sexos, edades o precios. Son los aromas hechos para el arte.
El arte del perfume
Isabel Guerrero es una perfumista aragonesa y la primera artista en exponer un perfume inédito, El Color del Corazón, en un museo de arte moderno. Desde su infancia supo que quería utilizar el aroma para transmitir sensaciones y explica que “no todos los perfumes son arte, depende de la intención con la que se hagan y de lo que se quiera transmitir con ellos”. Pero aclara que sí que existen obras de arte en la perfumería comercial: “Son aquellos que, por su calidad o la innovación que supusieron en su momento, se han elevado a la categoría de clásicos”.
Para que un perfume se considere arte, según esta perfumista, debe haber sido creado con la intención de transmitir y de contar algo. Al igual que los relatos, las fragancias están compuestas por una presentación, que son las notas de salida, unas notas medias que hacen de nudo y un desenlace, es decir, unas notas de fondo. Estas notas son los diferentes olores que conforman la fragancia, la estructuran y cuentan la historia. Para combinarlas y crear el perfume se emplea normalmente una mezcla de un disolvente solido o líquido, un fijador y sustancias aromáticas. Estas últimas son las que proporcionan el aroma y pueden ser tanto sintéticas como naturales. Se extraen de materias primas por industrias especializadas, la presencia de unas u otras notas clasificará a la fragancia en una determinada familia olfativa —floral, frutal, oriental…— y su combinación creará un olor único.
“El perfume son emociones embotelladas. Es un proceso creativo exigente, largo y laborioso en el que entran en juego diferentes elementos porque tienes que traducir unas sensaciones externas a un aroma y contar con él una historia”, cuenta Guerrero. Su perfume Lluvia del Alba es un ejemplo de esa forma de hacer arte. A través de él, Guerrero quería transmitir una experiencia que había tenido de un amanecer de verano y plasmar la luz lila y las tormentas breves de las lunas estivales. Esa impresión inicial la mezcló con aromas de su infancia, como la hoja de tomate o el higo. El resultado fue una experiencia olfativa galardonada por el Ayuntamiento de Zaragoza con el premio Creación Joven 2008.
La ciencia del olfato
El perfumista es un artista que se enfrenta al folio en blanco de la creación pero su lenguaje, al contrario que el del pintor o el del músico, es la ciencia. Pura química hecha arte. “Para poder hacer un perfume correctamente se requiere un amplio conocimiento de química y de los compuestos que se utilizan en perfumería. Hace falta una amplia formación porque se trata de traducir las sensaciones que quieres transmitir a una fórmula química. Son ‘poemas moleculares’ que digo yo”, dice Guerrero.
Unas poesías hechas química que deleitan el olfato, un sentido mucho más complejo de lo que se cree. El profesor y miembro del Laboratorio de Análisis del Aroma y Enología de la Universidad de Zaragoza Ricardo López explica que “la nariz está especializada en detectar las moléculas que transmiten olor mediante unos receptores. Y, mientras que en el sentido del gusto hay solo cinco receptores básicos, en el olfato se cuentan por centenares y cada uno de ellos está sintonizado para un tipo de moléculas”.
Cuando se vaporiza un perfume y se huele, lo que ocurre es que estas moléculas que lo componen viajan hasta la nariz y, si están en una concentración suficiente, interactúan con los receptores y provocan una serie de respuestas neuronales. Sin embargo, ese mismo perfume puede que no le despierte las mismas sensaciones a la persona de al lado. “No todos olemos igual porque hay variantes en los genes que codifican los receptores y hacen que estos se expresen de manera diferente. Incluso hay personas que carecen de algunos y no pueden oler determinadas moléculas, pero la mayoría de ellos no se da cuenta. Además, una cosa es el olor y otra la interpretación que se le da en el cerebro. Eso depende de cada individuo”, cuenta López.
«Una vez ha llegado el olor al cerebro, se hace color. El estímulo olfativo se interpreta a través de la sinestesia, es decir, se evoca como estímulo de otros sentidos. Se trata de una percepción muy abstracta”, explica Guerrero. Prueba de ello es que, salvo en algunos pueblos indígenas, el olfato es el único sentido que carece de vocabulario propio en todos los idiomas. El cerebro asocia el olor al objeto que lo produce, a un color o a una sensación. “Por eso los perfumistas necesitamos un entrenamiento especial para poder ponerle palabras a todas las sensaciones olfativas que tratamos de captar con la nariz”, dice.
Pese a ser tan abstracto y difícil de definir, el aroma tiene una gran importancia para el ser humano. Y no se trata de una exageración, el sentido del olfato y los aromas tienen funciones fundamentales para los seres vivos como evitar envenenarse, encontrar comida o ser una puerta directa a los recuerdos. Sin embargo, es el sentido menos apreciado por la gran mayoría de la población. “Se han hecho encuestas en las que se pregunta a la gente que sentido preferiría perder y la mayoría de ellos contesta que en primer lugar estaría el olfato -explica López -. Pero se ha demostrado que las personas que pierden la capacidad total de oler en accidentes llegan a padecer depresiones terribles”.
¿Cuántos de sus dueños sabrán que el famoso perfume Angel de Thierry Mungler está considerado una obra maestra por su composición y la innovación que supuso en su momento? Millones de olores flotan diariamente alrededor de cada individuo y, aunque se haya acostumbrado a percibirlos, algunos de ellos son obras de arte que le acompañan a diario. No en vano, Süskind, el autor de El Perfume, aventura que en la fragancia hay una fuerza de persuasión más fuerte que las palabras, el destello de las miradas, los sufrimientos y la voluntad. Y que esta fuerza de persuasión no se puede contrarrestar, invade como el aire los pulmones; llena, satura y no existe remedio contra ella.