Estados Unidos desde el prisma de las series

Adrián Luis//

Las series norteamericanas se nutren del modus operandi de la policía, de los errores y las paranoias de los políticos y de los miedos de los ciudadanos. El reflejo que generan las series desnuda a una sociedad unida para unos y dividida para otros; plural o racista; libre u oprimida.

—Puede contener spoilers—

Un policía de Baltimore emplea la culata de su pistola para golpear en el ojo a un joven negro. Seis agentes agreden a un afroamericano en esa misma ciudad. En el primer caso, la víctima perdió el ojo. En el segundo, el agredido, Freddie Gray, perdió la vida. Estos dos abusos de las fuerzas del orden tienen una gran diferencia, más allá de los motivos y las consecuencias: el primero tiene lugar en la ficción — en concreto, en la serie The Wire — y el segundo forma parte de la realidad.

Las series de televisión, al igual que el cine, han servido desde su creación para contar de manera más o menos fidedigna hechos que se inspiran en la realidad. Con la llegada del siglo XXI, estos productos audiovisuales han experimentado una mejoría cualitativa desde el punto de vista narrativo y técnico.

El atractivo de muchas series se halla en intentar ilustrar y explicar el funcionamiento, la ideología y la idiosincrasia de Estados Unidos. Se trata de una ardua tarea si se tiene en cuenta todo el mecanismo de un país que representa el paradigma del capitalismo y que lucha por mantener la hegemonía mundial. Por tanto, a partir de determinadas series, el espectador puede ver o vislumbrar la realidad —muchas veces oculta— de la nación de las barras y estrellas y así, examinar y comprender la sociedad, la cultura y la política estadounidenses.

Hilario J. Rodríguez, autor del libro Historia(s) del cine norteamericano, sostiene: “El cine norteamericano, en especial el más reciente, puede ayudarnos a entender un país más complejo de lo que muchos se esfuerzan en afirmar (…). Las cosas que nos muestra hoy pueden convertirse en nuestro mundo de mañana”. Y esta idea es extrapolable a las series como asevera Jorge Carrión en su libro Teleshakespeare: “Las teleseries norteamericanas han ocupado, durante la primera década del siglo XXI, el espacio de representación que durante la segunda mitad del siglo XX fue monopolizado por el cine de Hollywood”. Múltiples producciones televisivas demuestran, en mayor o menor medida, semejante tesis: Breaking Bad, Homeland, True Detective, The Walking Dead, House of Cards o la mismísima The Wire.

Compatriotas enfrentados

Michael Jackson, Oprah Winfrey, Michael Jordan, Halle Berry o Barack Obama no han roto tantas barreras como Jesse Owens, Rosa Parks o Martin Luther King pero sí han contribuido, con sus logros en sus respectivos gremios, a dar la sensación —cuasi definitiva— de armonía, convivencia y respeto en un país multirracial y multicultural como es Estados Unidos. Sin embargo, todo es un espejismo. Solo hay que ampliar el zoom hacia determinados distritos de Nueva York, Chicago, Los Ángeles o Baltimore. Distritos donde predominan la precariedad, la delincuencia y la exclusión social. Suburbios con escasa o nula presencia de blancos. Guetos.

David Simon lo sabía bien y agarró todas sus experiencias como reportero de sucesos en el periódico The Baltimore Sun y las arrojó sin miramientos en The Wire, una crónica audiovisual y multiperspectiva de Baltimore. Simon no solo se centró en los barrios marginales, sino que diseccionó toda una urbe en estado de putrefacción. En concreto, la serie de la HBO aplicó rayos X sobre cinco organismos —la policía, el puerto, la política, la educación y los medios de comunicación—. La radiografía revela represión y extralimitaciones policiales, altos cargos de la policía impidiendo que se investigue al entorno de los políticos, menores traficando con drogas, corrupción, etcétera.

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Operativo policial en un suburbio de Baltimore para la serie The Wire. Fotografía de HBO

El antiguo periodista no deseaba distorsionar el argumento ni los personajes para que fuesen más comerciales, más canónicos. Esta teleserie está considerada como una de las mejores ficciones y dicha valoración reside en el realismo. Un realismo que es el quid, el enfoque, el elemento diferenciador. El culmen del verismo. The Wire equivale a la incubación y las revueltas de Baltimore en 2015, a la eclosión.

The Wire pone rostro y biografía a la multiplicidad de la ciudad. No reduce la complejidad mediante la simplificación: no cae en la reducción de un protagonista o de una familia”, afirma Jorge Carrión, aunque Ignacio Escolar puntualiza en el monográfico Cuadernos titulado La vida en series: “Ni tampoco The Wire (es) el único ejemplo que demuestra hasta qué punto la ficción también sirve para entender la realidad”.

El conflicto social de Estados Unidos no solo deriva del racismo o la segregación. Las discrepancias culturales, ideológicas, sexuales o de otra índole denotan que en el caso de crisis extrema se radicalizaran. Como en The Walking Dead donde en un ambiente postapocalíptico la sociedad, en vez de unirse para sobrevivir, se fracciona y solo las facciones más fuertes verán el mañana.

El nuevo sueño americano

Antaño los emigrantes que dejaban atrás Europa con sus miserias por un mejor porvenir encontraban en el nuevo continente prosperidad. Dicha prosperidad se popularizó en 1931 bajo el nombre del sueño americano gracias al historiador James Truslow Adams. Las premisas de este ilustre anhelo consistían en el esfuerzo, la perspicacia y la determinación. En las últimas décadas, estas pautas ya no son suficientes ni para acariciar el triunfo empresarial. Por eso, ciertos estadounidenses han optado por la vía ilegal para alcanzar de la forma más rápida posible la meta que significa la fortuna, tal y como se puede observar en El lobo de Wall Street o La gran estafa americana, dos películas basadas en delitos fiscales.

En la pequeña pantalla, nadie personifica mejor y con más razones— esta inmoral tendencia que Walter White, el alma de Breaking Bad interpretado por Bryan Cranston. ‘Heisenberg’, para los pseudoamigos, decidió producir —cocinar lo denominan en la serie— la metanfetamina más pura empleando sus conocimientos científicos. El porqué se hallaba en un cáncer de pulmón y en asegurar la estabilidad económica de su mujer embarazada y de su hijo con parálisis cerebral. Sin embargo, los beneficios pronto se transformaron en réditos opulentos y la pureza de su producto avivaba el ego de Walter. Es decir, el éxito que no pudo conseguir como un químico ortodoxo lo consiguió como un químico sin escrúpulos.

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Skyler y Walter, el matrimonio de Breaking Bad, ante el dinero de la droga. Fotografía de  AMC

Otro ejemplo del nuevo sueño americano es Frank Semyon, el mafioso de la segunda temporada de True Detective a cargo del actor Vince Vaughn. Su infancia fue tormentosa. Su padre cuando salía a beber le encerraba en el sótano. No hay flashbacks. No se habla de su pasado. Salvo en una escena tumbado en la cama junto a su mujer Jordan. Frank se sincera y recuerda con susurros entrecortados un episodio traumático de su niñez:

“Una vez con 6 años decidió encerrarme ahí. Me despierto y está cerrado, ya me había pasado, la cosa es que él acabó detenido creo. A la segunda mañana ya no había comida, al tercer día la bombilla se fundió, absoluta oscuridad y las ratas empezaron a salir, me dormí y sentí que el bicho me mordía un dedo, desperté, me estaba mordisqueando un dedo, la cogí a oscuras y la aplasté con las manos y yo seguí aplastándola hasta tener solo una masa en las manos. Dos días más allí dentro, a oscuras, hasta que volvió mi padre”.

Así era el pasado de este personaje de la trama creada por Nic Pizzolatto. Ahora es un gánster en horas bajas en Vinci, una ciudad industrial y corrupta ideada para la ocasión. El sueño americano ilícito y exprés de las últimas fechas no parece el modo más adecuado de ser el nuevo Steve Jobs.

Las caras y las manos del poder

Por analogía, los presidentes de Estados Unidos son como la propia Casa Blanca. Porte y fachada impolutos. Pero en el interior se toman decisiones perversas, inexplicables, maquiavélicas. Ayer, el entrenamiento y el suministro de armas a Bin Laden. Hoy, el espionaje de los móviles a más de ciento veinte líderes mundiales bajo la Administración de Obama, como desveló Edward Snowden. Poco o nada se conoce de las argucias, tretas o entresijos que surgen en medio de las reuniones entre los sujetos que manejan los hilos de la humanidad. Asuntos confidenciales, información clasificada, top secret.

House of Cards plasma en el televisor toda la maquinaria política norteamericana, que bien podría simbolizar la de cualquier otro país. A veces, de manera exagerada. Otras, desgarradoramente verosímil. El congresista Frank Underwood, el protagonista interpretado por el oscarizado Kevin Spacey, empleará todos los recursos a su disposición con el fin de encumbrar la pirámide jerárquica. Entiéndase por todos los recursos las filtraciones interesadas a la prensa, la manipulación, la mentira, el control sobre la policía, el tráfico de influencias —así logró la vicepresidencia— e incluso el asesinato.

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El protagonista de House of Cards, Frank Underwood. Fotografía de MRC

“Todas las series políticas, (…), enseñan la parte trasera del poder, pero House of Cards es la que llega más lejos en su viaje al centro de la casta, la que más se adentra en el bosque y te lleva hasta el corazón de las tinieblas sin escatimar detalles escabrosos ni poner paños calientes”, expone el periodista Javier Gallego en su reportaje para la revista de eldiario.es. En mitad de algunas escenas, Underwood se gira y mira a cámara. En esos instantes, el político explica a la audiencia cómo funciona el poder: “¿Creían que les había olvidado? Quizás esperaban que así fuera. No lamenten la muerte de la señorita Barnes. Todo gatito crece para convertirse en gato. Al principio parecen muy inofensivos: pequeños, silenciosos, lamiendo su tazón de leche con avidez. Pero una vez que sus garras son largas atacan sin piedad, a veces a la mano que les da de comer. Los que tratamos de estar en lo más alto de la cadena trófica no debemos mostrar compasión. Solo hay una norma: cazar o permitir que te cacen”.

El 11 de septiembre de 2001 supuso un punto de inflexión en la vida de los estadounidenses. Y también en la producción de ficciones. El 11-S y sus repercusiones se han tornado en una fuente de inspiración y de información para las series. En una de ellas, Homeland, la agente de la CIA Carrie Mathison, encarnada por Claire Danes, guiará por las entrañas de esta agencia de inteligencia a los telespectadores, donde podrán contemplar cómo los terroristas retenidos aguardan la espera mientras suena heavy metal de manera interrumpida al más puro estilo Guantánamo o cómo se decreta bombardear un objetivo integrista islámico en el que los daños colaterales simplemente son un colegio con ochenta niños.

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La protagonista de Homeland, Carrie Mathison. Fotografía de Showtime

Los guionistas han esbozado con maestría los distintos perfiles de uno de los oficios más característicos de la gran y la pequeña pantalla, la policía. Mentes prodigiosas como Carrie Mathison o Rust Cohle (True Detective); profesionales por vocación como Ani Bezzerides (True Detective), James McNulty (The Wire), Hank Schrader (Breaking Bad) o Rick Grimes (The Walking Dead); y agentes tiranos como Ray Velcoro (True Detective) o parte de la plantilla del Departamento de Policía de Baltimore… Todos ellos velarán por la seguridad de los Estados Unidos ante los peligros y sus propias paranoias. Porque cualquier comportamiento anómalo dentro y fuera de las fronteras será visto como una amenaza. Los ciudadanos intentarán encontrar un sentido a la bandera que pende de las entradas de sus hogares; ¿patria protectora del mundo, nación belicista o la tierra de la libertad y el progreso? Los políticos y los burócratas pugnarán por esculpir su rostro en el monte Rushmore y por mantener el statu quo. En suma, las críticas más feroces hacia Estados Unidos se irradian en la pequeña pantalla. Ahora más que nunca los seriéfilos empatizan con el Tío Sam.

Autor:
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Observo a las personas sin cesar, pienso por encima de mis posibilidades y solo hablo cuando tengo algo que aportar irónica o intelectualmente. Ante el documento en blanco, no sé si decantarme por los deportes, por el cine o por las series. Pero la realidad al final me empuja hacia los problemas sociales.

Twitter Blanca Uson

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