Hoy toca basura para comer
Texto y Fotografías: Silvia Robert//
Tenía 6 años y esa tarde volvía a casa en coche. Hacía calor y yo miraba por la ventanilla, aburrida. Pensé que sería divertido partir en trocitos el envoltorio de chicle y hacer confeti con él. Como no lo podía lanzar dentro del coche –mi padre me hubiera hecho recogerlo pedazo a pedazo- decidí tirarlo por la ventana. Entonces me di cuenta de que, en el coche de al lado, una señora me miraba enojada. Nunca he vuelto a arrojar ni un solo papel por la ventanilla. Ni por la ventanilla, ni por la puerta, ni por ningún sitio. A día de hoy, no solo no tiro nada al suelo, sino que recojo lo que otros han arrojado. “¿Fue la epifanía que te hizo convertirte en barrendera?”, dirás… Para nada.
Al igual que aquella señora, muchas personas se dedican día a día a promover el cuidado del medioambiente. Algunas de ellas con caras bastante conocidas, como la del modelo y actor Jon Kortajarena. Como muchas personas, lo primero que pensé cuando supe de su existencia fue: “¡Qué chico tan guapo!”. Lo empecé a seguir en Instagram hace casi un año y esperaba encontrar un perfil inundado de publicaciones de sesiones de fotos, postureo vario, spam de apariciones en revistas o anuncios… Y, en parte, así es. Aunque, bueno, es su trabajo; el muchacho también tiene que comer. No obstante, entre tanta paja también hay stories en las que alienta a sus seguidores a reciclar, comparte todas las noticias (buenas y malas) relacionadas con el medio ambiente, difunde cada nuevo invento ecológico, sube fotografías y vídeos recogiendo basura de las playas… Y aquí quería llegar yo. El pasado 10 de marzo Kortajarena celebró sus dos millones de seguidores con una recogida en la playa de Ereaga, junto a Greenpeace en su campaña ‘Maldito Plástico’.
Esa mujer enojada influyó en mí, al igual que Jon Kontajarena en los cientos de personas que invirtieron aquella mañana de domingo en limpiar los desperdicios de otros. En uno de mis paseos junto a mi perro por la Ribera del Ebro de Zaragoza, estas dos ideas se conectaron en mi mente para dar lugar a una cuestión: “¿Y qué pasa con el campo?”.
Hace ya un par de años comencé a observar cada vez más basura a mi paso. Un día avisté una camioneta parada junto a la acequia donde los animales de la zona suelen beber agua y bañarse. Vi cómo un hombre tiraba escombros, bolsas de plástico llenas y todo tipo de desechos. Nos acercamos y se fue corriendo, demasiado rápido como para apuntar su matrícula.

Un poco más y se hubiera llevado una buena multa, en concreto, de 251 a 500 euros. De hecho, por tirar esos papeles cuando era pequeña me podrían haber caído entre 50 y 80 euros de multa. Un año después de mi hallazgo ahí sigue esa montaña de basura; al lado del paso de agua que riega los campos, campos que dan cobijo a plantas, plantas que cuando crezcan darán de comer a personas y animales. Supongo que la basura no aumentó, pero sí mi capacidad para verla.
Con esto y con Jon Kortajarena en la cabeza, seguí reflexionando: “¿Por qué no se hacen recogidas de basura también en el campo?”. Por algún sitio hay que empezar… Una bolsa de basura, unos guantes y un perro. En una hora de recorrido ya había llenado la mitad de una bolsa estándar, unos 30 litros de capacidad. En mi camino encontré todo tipo de objetos: una barra de metal; bolsas y envases de plástico; latas de refresco… ¡hasta una revista de ‘adultos’ y envoltorios de preservativos! Sí, ambos en el mismo lugar.
Unos cinco meses después, he vuelto con mi bolsa de basura, mis guantes y mi perro. En esta ocasión me he dedicado a recoger los residuos dentro de los campos. El repertorio ha sido más homogéneo y aburrido. Está visto que esos menesteres se reservan para los caminos y no para los campos. La fina línea del ribazo que lo separa todo… Esta vez he invertido menos tiempo en el recorrido, media hora, pero he llenado una bolsa entera. En ella puedes encontrar ante todo plástico -embalajes, bolsas, envases- y latas de refresco. Una vez más el factor hierro estaba presente; una barra oxidada de una acequia que debía llevar ahí bastante tiempo. Acequia que, una vez más, riega todos esos campos y a la que mi perro se mete a beber agua. Él y todos los de la zona, que son unos cuantos, por cierto.

Ha sido una experiencia un tanto extraña porque la mayoría de esos objetos estaban semienterrados. Como si alguien se hubiera dedicado a plantarlos, como si de semillas se tratara. Al tirar de una cuerda de plástico soterrada, me sorprendí imaginándome que arrancaba zanahorias. Al recoger las latas de refresco, me sorprendí imaginándome que recolectaba patatas. La cuestión en cuanto al futuro de estos residuos radica aquí. Debemos elegir: ¿cosecharemos comida o basura?