Jackson Pollock, el action painter por antonomasia

Texto: Alicia Sánchez Beguería. Ilustración: Sara Millán//

La devastación y los horrores de la Segunda Guerra Mundial apuntaron un haz de luz en el arte del momento. En esta época, una serie de artistas -en su mayoría neoyorquinos- emprendieron la búsqueda de un arte abstracto capaz de reflejar la realidad de los años 40 desde un punto de vista muy personal en el que se incluían figuras demoníacas, formas desestructuradas o atmósferas sombrías. Este nuevo estilo se denominó Expresionismo Abstracto y uno de sus iconos más conocidos, a la par que polémico, fue el estadounidense Jackson Pollock.

Jackson Pollock, según el parecer unánime, fue el pintor más importante y celebrado de este movimiento. Su vida podría describirse un eterno camino de búsqueda, experimentación, crisis, errores y ensayos que desembocaron en el descubrimiento de un método propio, el action painting o pintura de acción, un estilo en el cual el proceso de creación se convierte en objeto de arte  y, tal y como asegura Anfam en su obra El expresionismo abstracto, “se establece un vínculo de fuerzas con los cuerpos del pintor y de la pintura”.

Pollock nació en 1912 en el seno de una familia humilde que se dedicaba a la agricultura. Desde pequeño se interesó por el arte primitivo norteamericano, los mitos indios, el chamanismo, la relación entre el hombre y el animal y el panteísmo. Pero, sobre todo, el artista estadounidense estableció un vínculo muy estrecho con la naturaleza. En cierta ocasión, el crítico y admirador de su obra Clement Greenberg le preguntó por qué no aparecía la naturaleza en su obra, a lo que Pollock respondió con una de sus frases más enigmáticas: “Yo soy la naturaleza. Trabajo de dentro a fuera, igual que la naturaleza”.

Los problemas psiquiátricos que acusaba desde una temprana edad le hicieron familiarizarse con las teorías de Jung, los arquetipos universales y la búsqueda del inconsciente, unos conceptos muy presentes en sus primeras creaciones, en las que predominan los colores brillantes y las formas estilizadas. Tal y como declaró el propio Pollock en 1947, “el inconsciente es un lado muy importante del arte moderno y yo creo que las pulsiones inconscientes realmente significan mucho al mirar una pintura”.

Un importante catalizador para el pintor a comienzos de los cuarenta fueron los muralistas mexicanos, especialmente José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, de los que adquirió, como afirma L. Messiger en Expresionismo abstracto, obra sobre papel, “la expresividad monumental, el manejo de la línea, el color y la composición, los contornos que encajan o los arabescos”. De hecho, fue en el taller neoyorquino de Siqueiros donde Pollock comenzó a experimentar con pinturas comerciales al esmalte, técnicas como el estarciado o la pintura derramada e instrumentos como las pistolas y los aerógrafos, que alumbraban ya el camino que tomaría su obra posterior.

En sus composiciones se puede apreciar la influencia de Joan Miró, Paul Klee y Pablo Picasso, al que consideraba “su gran dios”. Hombre desnudo con cuchillo es uno de los cuadros en los que afloran las bestias híbridas del pintor malagueño, una amalgama de seres antropomórficos delimitados por gruesas líneas oscuras que conforman un todo complejo y cargado de simbolismo. En él se esconden referencias a “los acontecimientos rituales de las alegorías de los mexicanos” y tras sus pinceladas podemos advertir, según A. Gómez en El cuerpo en la pintura de Jackson Pollock, “una dramaturgia más extraña sacada de las leyendas amerindias”.

I Hombre desnudo con cuchillo

Conforme fue ganando experiencia y reconocimiento como pintor, sin abandonar esa búsqueda casi desesperada de una técnica acorde con su época, Pollock dejó atrás el pincel y el caballete y decidió pintar moviéndose alrededor del lienzo con un bote de pintura agujereado o mediante salpicaduras realizadas con la brocha sin entrar en contacto con la superficie de tela extendida en el suelo, de manera espontánea y sin un esquema prefijado, sin un sentido espacial, sin la existencia de arriba y abajo. Trataba toda la superficie del lienzo con la misma intensidad y permitía una conexión directa entre el pensamiento y la acción del artista, hasta llegar al action painting y a una técnica novedosa de la que él fue el maestro: el dripping o goteo. “Pollock destruye la tradición iniciada con los griegos y vuelve a aquel punto en el que el arte estaba más activamente involucrado con el ritual, la magia y la vida de lo que estamos acostumbrados hoy en día”, aseguró el artista Allan Krapow.

Sus cuadros eran explosiones de energía y el resultado, un laberinto de pintura guiado por una misteriosa lógica interna, una forma de someter a sus demonios bajo marañas de pigmentos. En el suelo, Pollock estaba más cerca del cuadro, sentía que formaba parte de él y entraba en una especie de estado de trance mediante el que impulsaba pinceladas y líneas enérgicas que nunca se alejaron del dibujo. Frank O’Hara escribió a propósito de sus pinturas tardías. “Nunca se ha hablado lo bastante del dibujo de Pollock, esa habilidad asombrosa para vitalizar una línea adelgazándola, para frenarla engrosándola, para elaborar el más simple de los elementos, la línea: para cambiar, vigorizar, extender, acumular riquezas sobreabundantes sólo en la masa del dibujo”.

Mediante el action painting, la danza frenética de lienzo, pintura y artista, más que ilustrar sus sentimientos, Pollock los expresaba, reflejaba el espíritu de su tiempo y su ser más íntimo. Cada obra era única, era el reflejo de un instante de la vida del autor y, sobre todo, de su forma de ser.

La muerte del artista y el nacimiento del mito

A pesar de que Jackson Pollock tuvo grandes defensores, durante buena parte de su vida tuvo que luchar contra juicios incisivos que lo calificaron como un personaje “agresivo e inquietante” y que describieron su obra como “una pared llena de manchas fruto de la casualidad que dejaban al espectador indiferente”. La crítica feminista, por su parte, aseguró que era “un personaje que levantaba machismo con su obra”, y la artista japonesa Shigeko Kubota aventuró que “el action painting no era nada más que la representación del semen surgido de la erección del pintor”.

Lo cierto es que los últimos años de su vida fueron tempestuosos, tanto en lo artístico como en lo personal. Su producción fue escasa y se convirtió, sin pretenderlo, en el primer producto mediático del arte contemporáneo, en “el Prometeo americano”, como solían definirlo, aunque este coqueteo con los nuevos medios audiovisuales se produjo desde el desconocimiento de sus futuras repercusiones, y el mismo autor aseguró no reconocerse en el documental realizado por el fotógrafo Hans Namuth.  

Su espíritu comenzaba a tambalear, su energía parecía diluirse poco a poco y los movimientos automáticos que caracterizaban a sus obras iban perdiendo intensidad. Una de sus últimas creaciones fue un papel de gran tamaño salpicado por un juego de líneas de tinta negra de las que emergía una figura. Esta vez, Pollock se sirvió de un cuentagotas de frasco para controlar así el paso de la tinta al papel de arroz japonés. “Yo soy muy representacional a ratos, y un poco todo el tiempo. Pero cuando se trabaja a partir del inconsciente es inevitable que surjan figuras”, manifestó el artista en referencia a esta obra.

Una de las últimas composiciones de Pollock

El 11 de agosto de 1956 el alcohol y una mala carretera pusieron punto y final a su vida e hicieron aflorar el mito. Hubo quienes, como Leigh Ashton, la directora del Victoria and Albert Museum de Londres, vieron en su obra el potencial para convertirse en fantásticos pañuelos de seda estampada, o quienes, como Cecil Beaton, utilizaron sus cuadros como fondo para unas exclusivas fotografías que mostraban vestidos de nueva colección en la revista Vogue.

Pero gracias a su originalidad abrió una brecha en la que profundizaría posteriormente el pop art, una fisura que sirvió de guía para muchos otros artistas y les ayudó a huir de los cánones impuestos y a dejarse llevar, a explorar los rincones más oscuros e íntimos de su psique. Tal y como dijo en una ocasión el polémico pintor, “merece la pena arriesgarse a echar a perder un cuadro para expresar algo de forma diferente”.

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