Patricia Almarcegui: «los diarios de viaje entrañan la magia de la literatura»
Texto: Alba Ortubia. Documentación y fotografías: María Ondo//
Los asistentes a las Conversaciones en la Aljafería del pasado martes 20 de septiembre recorrieron el globo a través de los ojos y la palabra de Patricia Almarcegui, una autora tan polifacética como sus destinos.
Egipto, Kirguistán, Uzbekistán, Siria e Irán son solo algunos de los innumerables sellos que llenan el pasaporte de Patricia Almarcegui, abarrotado de experiencias por contar y prejuicios que desmontar. Quizás por ello afirme que “sin su pasaporte no es nada”, aunque su trayectoria como bailarina, profesora y escritora diga todo lo contrario. María Angulo, profesora de la Universidad de Zaragoza, y David Mayor, escritor, fueron los encargados de moderar este encuentro en el Palacio de la Aljafería de Zaragoza.

El palacio donde tuvo lugar el encuentro parecía un preludio del contenido de la charla: el apogeo del reino taifa contenido en el corazón de la capital aragonesa. Después de leer muchas de las obras de Almarcegui, parece inevitable imaginársela a ella misma o a uno de sus personajes vagando entre los naranjos mientras se pierde en los versos del poema árabe que sostiene entre sus manos. Mayor no erraba al describirla como una escritora del asombro y de la maravilla, que nos invita a descubrir a través de su lectura lo que no siempre imaginamos.
Un perfil completo de Patricia
Desde el inicio, la conversación perseguía ser una genealogía en la que conociéramos los orígenes de esta escritora. Su mirada particular y apasionante empezó a forjarse en sus primeros libros teóricos como Los libros de viaje: realidad vivida y género literario y en novelas como El pintor y la viajera. En los últimos años, la autora se ha volcado en un género híbrido entre la memoria y la prospección histórica y cultural al que pertenecen Escuchar Irán o Una viajera por Asia Central.
Resulta imposible construir un perfil completo de esta autora sin ahondar en su juventud como bailarina del Ballet Clásico de Zaragoza. Disponer de un sueldo desde los 16 años le concedió una autonomía que posteriormente le ha resultado muy útil en sus viajes. “Siempre he podido rechazar aquello que no quería”, asegura Patricia.

A pesar de su personalidad soñadora e incansable, Almarcegui reconoce que ha sido una privilegiada no solo por nacer en una burguesía media en Zaragoza, sino también por contar con unos progenitores que aceptaron que “su hija no quería estudiar, quería bailar”. Puede que el amor por el arte de su padre poeta le ayudara a comprender la pasión inusual de su hija. Su fascinación compartida por la poesía, esa forma de mirar y de no decir, con sus elipsis y su oscuridad, es algo que ha influido en la obra de Patricia.
“Escuchar los textos” es una de las máximas que la lírica le ha enseñado. Para ella, el lenguaje es un don que nos permite acceder a la comunicación y la palabra escrita. Gracias a las vueltas de la vida y las que ha dado al mundo, ha tenido acceso a una gran variedad de idiomas. Sin embargo, entra en confianza al susurrar que la mayoría los habla mal.
Son esas mismas vueltas de la existencia las que le han llevado lejos de su Zaragoza natal, siendo Menorca su residencia actual. A la pregunta de María Angulo de qué sitio cobra la entidad de hogar en su mente, Patricia responde que llama “casa” allá donde está, pero que donde se proyecta como ancianita es en Aragón: “cuando te reconcilias con la vida, te reconcilias con tu hogar materno”.
La ciudad condal también tuvo un papel fundamental en su educación sentimental. En Barcelona creció como docente, trabajando en la universidad durante trece años. Además, profundizó en el Orientalismo, la organización que Occidente ha creado de la imagen del mundo árabe y el islam. Siguiendo la estela de Alí Bey y Jan Morris, encaminó sus travesías hacia el este del planeta Tierra.
El estilo de Almarcegui en sus diarios de viaje
Angulo considera que la escritora cuenta con un «estilo Kapuscinski” en su literatura, más periodístico, a la vez que convierte la experiencia en relato narrativo, aportando un salto cualitativo. Almarcegui concuerda: “los diarios de viaje entrañan la magia de la literatura, permiten construir una imagen que se fija en el corazón y en la memoria”.

Contrastes, elipsis e imágenes: las herramientas de la literatura son prodigiosas. No obstante, la escritora confiesa que puede ser complicado no aburrir al lector con las tan necesarias descripciones. En contraste con la eternidad topográfica, se vuelven imprescindibles los momentos de clímax: un amanecer, el trino de un pájaro, avanzar a trompicones hasta dar con la seda maravillosa.
La ficción, que no es más que una forma de vivir e imaginar, se torna otra de las herramientas literarias predilectas de la autora zaragozana: “A veces la vida pasa y no te has ido con ella, en esos momentos, la ficción te ayuda a experimentar lo que pudo haber sido”.
La utilidad social de la literatura de viajes
Patricia no se contenta con crear belleza, también busca un compromiso social en sus obras. La voz tiene que registrar las dificultades del mundo, a pesar de que no sea fácil hablar de la mujer musulmana o de las geishas. Siendo la mujer blanca y privilegiada como la que se define, sabe que es imposible opinar desde la igualdad, sin tintes imperialistas y colonialistas. Por ello, procura limitarse a narrar lo vivido, sin emitir juicios de valor.
Según la escritora, los lugares son testimoniales, ya que devuelven memorias de la gente que ha pasado por ellos. Quizás por ello se de la “resaca del viajero”, cuando el cuerpo ya ha vuelto pero tu alma sigue viajando, saciando la sed de saber. Aunque se quedaron muchos temas en el tintero, como el turismo, Japón o el periodismo freelance, el aura que impregnaba la sala al final del encuentro emanaba pasión, cultura y ganas de comerse el mundo. O al menos de recorrerlo.