Delitos y Cine: A reivindicar (vol. III)

Jorge Marco, Julio Beltrán, Pablo Gracia//

Continuamos con esta sección fundamentada, principalmente, en una selección de películas olvidadas sobre las que merece la pena detenerse un momento para rescatarlas y redescubrirlas.

Puede que la mayoría de títulos elegidos sean conocidos o resulten familiares para aquellas personas más interesadas en el mundo del cine, pero nuestra intención va encaminada también a que cualquier persona pueda acercarse a una serie de obras sobre las que quizás nunca había oído hablar. Existen multitud de cinematografías capaces de romper cualquier prejuicio acerca de la dificultad para acercarse a estos films, poniendo de manifiesto que pueden disfrutarse y valorarse sin necesidad de un gran entramado intelectual detrás.

Con esta sección, que esperamos repetir cada cierto tiempo, buscamos por encima de todo hacer que se pierda el miedo por ver películas distintas. Y aseguramos que librarse de algunas ideas preconcebidas merece la pena en la mayoría de ocasiones, ya que abrirse a nuevas formas de expresión puede permitir dar con algo que, sin saberlo, faltaba.

Toca pasarlo bien.

Petit à petit (Jean Rouch, 1971)

Películas olvidadas: Petit a petit
Póster Petit a petit

Jean Rouch es probablemente uno de los cineastas más desconocidos de cuantos nombres salieron a la palestra mundial al calor de la Nouvelle Vague —junto a otros movimientos cinematográficos hermanados en espíritu— que colocaron a Francia como el epicentro de una nueva forma de abordar eso que, ya por costumbre, llamamos séptimo arte.

Sería un error categorizarlo junto a cineastas como Varda, Godard o Truffaut —tanto por edad como por estilo y trayectoria—, pero también es cierto que algunas de sus mejores películas como Moi, un Noir, coinciden en el tiempo con algunos de los mayores ejemplos de este renacer cinematográfico, entre los que se podrían citar ejemplos como Les Quatre Cents Coups o Le beau Serge —entre otros muchos—, y que terminaron por convertirse en títulos que han quedado para la posteridad al ser considerados el inicio del nuevo cine francés.

Rouch, debido a su propia trayectoria vital, siempre estuvo interesado en un cine etnográfico, cercano al documental, que consistiera en relatar la realidad del continente africano. Así, sus películas presentan un doble sentido: por un lado el artístico —ya que se dramatizan, se prepara un guión o se ponen en marcha con un cierto hilo narrativo— y por otro el científico, basado en la curiosidad por describir y dejar constancia de un mundo que estaba cambiando. El propio cineasta definió al cine etnográfico como: “la constitución de archivos filmados sobre culturas en vías de desaparición o de transformación (…) África es un continente en perpetua modificación y me parece capital, para la cultura africana y para toda la cultura de la humanidad, que se registren las manifestaciones que puede que nunca más vuelvan a ocurrir”. —De la entrevista traducida al castellano por la excelente revista LUMIÉRE en este y este enlace y de las que recomendamos su lectura para saber más sobre Rouch y su visión del cine—.

De esta forma llegamos a Petit à petit, en concreto a la versión presentada en salas de 1971, editada después del estreno en 1969, que contenía 140 minutos más de metraje. La historia arranca en Nigeria, cuando la sociedad de la que toma el nombre el film quiere aprender a construir edificios de varios pisos como los que se pueden ver en Europa. Para ello envían a Damouré Zika a París con el objetivo de recabar información para poder llevar a cabo ese tipo de proyectos en su tierra natal. 

Petit à petit
Fotograma Petit à petit

Lo que en un principio iba a consistir en una visita informativa se acaba convirtiendo en un retrato que da la vuelta a esa especie de fascinación —mezcla de exotismo y prejuicio occidental— que resulta cuando se contemplan imágenes de África para señalar ahora la extrañeza que produce el enfrentarse a una urbe como la capital francesa. Rouch, de una manera juguetona y ligera —aunque solo en la superficie, en la primera capa de las imágenes—, presta su habitual papel de etnógrafo a Damouré, que se dedica a tomar medidas a los ciudadanos parisinos, prejuzgando y catalogando lo que ve como si se tratara de otra especie: “los franceses son esmirriados”, “tienen las piernas gordas” y demás apreciaciones propias de un científico colonial del siglo XIX. Tras leer en sus cartas las impresiones sobre el mundo occidental, sus compañeros no pueden salvo deducir que se ha vuelto loco, por lo que envían a Lam, otro socio, para traerlo de vuelta.

Con una premisa sencilla pero llena de valor y cierto encanto inocente, Petit à petit trata de transgredir los códigos del cine documental/etnográfico para situarnos a nosotros en el punto de mira. Donde el público occidental ve un parque Zika y su compañero se lamentan de que los árboles de París estén vallados. Los nuevos looks y estilos que permiten que las mujeres lleven el pelo corto y los hombres puedan tenerlo largo —entendiéndolo dentro de 1969, el contexto en el que se rodó la película— les hace confundirlos con personas del sexo opuesto. 

Ya marcados por la diferencia que produce siempre lo ajeno, ahora sus errores continuarán cuando vuelvan a Nigeria, ya que una serie de malas ideas y malentendidos terminarán por poner de manifiesto una cierta incompatibilidad entre dos formas de entender la vida y, por tanto, de ver el mundo.

Hay que aclarar que Petit à petit no es únicamente obra del propio Rouch— a pesar de que no se puede negar su autoría en la película, puesto que era él quien conducía el argumento y decidía qué rodar y qué no—, ya que todo lo que sucede en pantalla surge de una creación colectiva entre el cineasta francés y los propios Damouré y Lam. 

La película adquiere así cierto aire de verdad porque realmente fue la primera vez que los dos protagonistas veían París y, según el propio Rouch: “¡sus reacciones fueron quizá incluso más violentas e «ingenuas» de lo que vemos en la película! Lam había oído hablar, en la radio, de la juventud revolucionaria de Francia. Pues bien, los únicos hombres libres que encontró fueron los mendigos”. Además, Damouré recogió sus propias ideas en un diario durante su visita a la Unesco, y esos escritos fueron finalmente la materia que se utilizó y que se acabó convirtiendo en el hilo argumental de la película.

La grandeza de este film reside, en parte, en la imagen que nos devuelve de nosotros mismos, situando ahora al mundo occidental bajo el foco de la extrañeza y convirtiéndolo en un objeto de estudio. Que Petit à petit tenga un aire de comedia y liviandad no riñe con su capacidad para hacer reflexionar acerca de la representación, de lo que sabemos y desconocemos —tanto de nosotros mismos como del resto de la humanidad— o de las consecuencias del colonialismo y su capacidad para separar mundos.

A pesar de su clara postura política y su deseo de reivindicación, al parecer la película decepcionó al público africano, sobre todo por su final. Rouch se defendía argumentando que todo se debió a una mala interpretación, y que con el cierre del film no se pretendía mostrar una brecha insalvable sino abogar por un tiempo para “parar y pensar”. Aun así, uno se queda con la duda de que si todo lo dicho sobre esta obra aquí no sería más interesante leerlo bajo el punto de vista de alguien con la experiencia vital y el punto de vista que puedan dar el haber nacido en África. Ya que el propio tema de Petit à petit parece ser dar la vuelta a nuestra realidad, como colocándola en un espejo que nunca hemos visto, sería interesantísimo callarse para que pueda opinar alguien que sepa mucho más que yo. Pero bueno, tras ver la película ya se podrá deducir si tengo razón o no.

La gran comilona (Marco Ferreri ,1973)

Películas olvidadas: La gran comilona
La gran comilona poster

Con esta película Ferreri continúa su retrato de la clase media-alta europea, en la línea de otros contemporáneos suyos como Buñuel (El discreto encanto de la burguesía) o Pasolini (Teorema). Hoy día han heredado este tipo de cine directores como Ruben Östlund (El triángulo de la tristeza).

Tras una breve introducción que muestra el carácter de cada uno de los cuatro amigos, la trama despega con su reunión en la segunda casa de uno de ellos para un seminario gastronómico. Son cuatro personas adineradas con puestos de poder en distintas áreas: Piloto de avión, juez, jefe de producción televisiva, y jefe de cocina (que hace así mismo de cocinero para los cuatro). Han hecho todos los preparativos y tienen kilos y kilos de todo tipo de comida. Sin embargo, todos esconden un profundo deseo de hedonismo autodestructivo que los empuja a situaciones cada vez más groseras y disparatadas, en las que el sexo, la alta cocina, un Bugatti y otros son equivalentes. 

Películas olvidadas: La gran comilona
Fotograma La gran comilona

El tema está claro: La pérdida de valor genuino de cualquier aspecto de la vida que provoca el consumismo desenfrenado que Ferreri ve crecer y crecer en el mundo occidental de los milagros económicos. Sin embargo, la grandeza de la metáfora son los múltiples significados que pueden despertar tanto sobre su tiempo como en su proyección a nuestra sociedad actual. Esto hace que la película sea inagotable. 

En su estreno provocó muchas protestas y ha sido reestrenada muy pocas veces. Por eso consideramos que puede ser un buen descubrimiento para los interesados en este tipo de propuestas.

Ghostland (Pascal Laugier, 2018)

 Ghostland
Ghostland poster

Continuando el inagotable sendero de las obras polémicas, llegamos a otra película que, por motivos bien distintos a la anterior, también dio mucho de qué hablar entre sus espectadores. Hablamos de Ghostland, cortesía del realizador francés Pascal Laugier. Alguno recordará que, hace ya algún tiempo, analizamos en esta sección su película más icónica, Martyrs. Esta última se encuadraba en el popularizado como “nuevo extremismo francés”, un movimiento muy diverso en forma y fondo que gira en torno al exceso y al brutalismo de la imagen. A desagradar, o incluso repugnar, al espectador al tiempo que lo mantienes pegado a la butaca mediante la atracción magnética que le supone la violencia extrema, el sexo y las imágenes grotescas. Quien quiera adentrarse más profundamente en este oscuro camino, puede ver exquisitas abominaciones como Haute tension (Alexandre Aja) o À l’intérieur (Alexandre Bustillo).

Ghostland, por su estructura y cronología – es diez años posterior a Martyrs – no debería encuadrarse exactamente en esta corriente, pero tampoco podemos explicar la experiencia que ofrece sin entender la trayectoria de su director y las claras influencias que aquellas películas han ejercido en su confección. Debe entenderse como una continuación, tal vez más sofisticada, tal vez más moderada, de este nuevo extremismo francés. Martyrs nos ofrecía un terrible espectáculo visceral y primario en el que la sangre teñía cada fotograma. Ghostand, por su parte, decide explorar y centrarse en un horror que, si bien sigue siendo visualmente espectacular y desagradable, cuenta con un rol mucho más importante del terror psicológico. 

Una madre, junto a sus dos hijas adolescentes, decide mudarse a una siniestra mansión que acaban de heredar. Para su desgracia, no tendrán tiempo de examinar las siniestras muñecas de anticuario que inundan la vivienda. Horas después de su llegada, dos perturbadoras figuras irrumpen en la casa, obligando a esta madre a luchar por su vida y la de sus dos hijas. Podría parecer que esta breve sinopsis destripa levemente el nudo de la película. Nada más lejos de la realidad. Esta violenta situación es solo el punto de partida para que Pascal Laugier despliegue todo su talento como director y guionista, creando una perfecta fabula de terror. Laugier rescata aquí uno de los tópicos del nuevo extremismo, la transformación del hogar en un ente hostil, pero renuncia a la exageración visual – si bien la película es estéticamente dura, avisados quedáis –. En lugar de repartir vísceras y órganos varios por los suelos, Laugier se centra en crear una atmosfera claustrofóbica y asfixiante. Un micromundo en el que la inocencia más pura se enfrenta a verdaderos monstruos, que tratarán de quebrarla de las más horrendas formas. En esta lucha de verdaderos opuestos, se analizará cuan frágil es la mente de la víctima. Cuán grande es el deseo de huir o la pugna entre evadirse y encajar de lleno una realidad terrible. Esto último, de hecho, se traduce en la pantalla bajo la forma de uno de los mejores y más sencillos giros de guión del género.  Como no podía ser de otro modo, y llamando a la polémica, Laugier se hace también en esta película preguntas acerca del trauma, no solo de las víctimas, sino también de los monstruos que las acechan. 

Películas olvidadadas: Ghostland
Ghostland fotograma

Podrían desglosarse muchas cosas de su guión, pero por desgracia condenaríamos al lector que aún no ha disfrutado este film. Al fin y al cabo, el elemento sorpresa juega un papel fundamental en esta obra. Mejor pasemos al aparato técnico. La película está grabada utilizando las claves clásicas del cine de terror: inestabilidad de la imagen, planos cerrados que ocultan la escena, giros rápidos de cámara y una iluminación débil que deje rincones oscuros a lo largo y ancho del lúgubre escenario. Mención de honor, eso sí, al trabajo de maquillaje, que hace excelente uso de técnicas bien distintas para revolver el estómago del espectador, también, de formas muy distintas. Las actuaciones, desde la correcta interpretación de Mylène Farmer como madre hasta la sorprendente actuación protagónica de Emilia Jones, dejan buen sabor de boca. Los actores consiguen crear una fuerte empatía con las víctimas y una sincera repugnancia por sus agresores. 

Ghostland es una joya del cine de terror contemporáneo que pasó desapercibida por taquilla y es necesario revindicar. No solo por lo que es, sino también por representar el más reciente ejemplo de la evolución de un interesante movimiento cinematográfico. Además, en un panorama en el que el cine de terror está cada vez más denostado, con más o menos razón, una película como esta supondrá un delicioso placer culpable para quien se anime a verla. 

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