Refugiados en Grecia: encallados en el camino

Ana Baquerizo//

Europa ha cerrado definitivamente las fronteras a los refugiados, cuya situación ya permanecía estancada desde hace meses. Algunos serán llevados a lugares cerrados, bajo vigilancia militar, sin periodistas ni voluntarios. Turquía recibirá al resto a cambio de 6.000 millones de euros y de que la UE exima de visado a sus ciudadanos.

El mar que baña los paisajes bucólicos griegos tomó el nombre de Egeo en honor a ese rey ateniense que, desesperado al creer que su hijo había sido devorado por el Minotauro, se tiró al mar. Así lo relata la mitología, en su gusto por lo trágico. Ahora este mismo mar observa, desafía, engulle o da una oportunidad —con permiso previo de su hermano mayor, el Mediterráneo— a quienes, en la vida real y movidos por la desesperación de ver a su país devorado por la guerra, también se han lanzado al mar. Es paradójico que el destino sean islas como Chios o Lesbos: playas de agua celeste, lugar de vacaciones de miles de turistas cada año. El mismo sitio donde desembarcan las zodiac de las mafias, en las que viajan los sirios, afganos, yemenitas, eritreos y kurdos que no aguantaban más… y que pueden permitírselo.

El crecimiento de los campos de refugiados

Las islas son sitios de paso: la primera de muchas paradas a lo largo del camino al corazón de Europa. Daniel Rivas (Burgos, 1989) es un joven que coordina el Proyecto Sabores en Chios. Inicialmente el propósito era cocinar para los voluntarios que atendían a los recién llegados que, al principio, acampaban espontáneamente en un parque y, después, en las playas. Era una situación provisional, de dos o tres días, antes de coger el ferry a la Grecia continental. Pero ahora la situación es distinta. Ya no les permiten salir de la isla y cada vez vienen más, se acumulan. «Mi opinión es que a Grecia le interesa mantener a la gente en las islas porque son prisiones en sí mismas. También llevarse a los refugiados a otras islas como Samos, Kos y Rodas, donde hay campos de refugiados cerrados militares en los que las autoridades tienen el control de todo», asegura Daniel.  

El Proyecto Sabores se ha visto forzado a crecer: de dar comida a los voluntarios a empezar a repartir raciones entre los 800 refugiados del campamento de Suda, ampliar a 1.100 raciones para otros campos y llegar hasta las 1.600 que están distribuyendo ahora.«Al principio era fácil. Si querías, podías hacer lentejas todos los días porque estaban un par de días y se iban. Ahora hay que hacer un plan nutricional, elaborar menús. Ahora es asistencia, antes era crisis y la asistencia es mucho más cara», se lamenta. Tampoco la actitud de la gente es la misma. «La gente se va deteriorando y los mismos que al principio estaban agradecidos por nuestra bienvenida ahora están hartos. Recientemente, ha habido cuatro o cinco intentos de suicidio, tres personas que han intentado llegar a nado a Turquía, 120 personas que han pedido volver voluntariamente… es como el hartazgo. Y es un hartazgo espiritual, pero también físico», admite. Hay un caso que relata con crudeza: el de un señor de 78 años que desembarcó hace unos meses en Chios, «viajaba solo y estaba perfectamente y ahora ha perdido 16 kilos y parece un prisionero de un campo de exterminio nazi».

Daniel trabaja para una pequeña ONG. Llegó a la isla de Chios el pasado marzo para hacerse cargo del área de comunicación, pero ha acabado dejando esa función para ser dos manos más que ayudan. La situación los ha desbordado por completo: «es frustrante para mí que, conociendo gente e historias, no pueda dedicarme a mi área, a lo que sé hacer. El periodismo lo haré cuando tenga tiempo de hacer periodismo», recalca este joven especializado en información internacional que ha trabajado en países como Jordania, Etiopía o Egipto. Explica lo vivido estos últimos meses con desazón. «A mí el dolor que me da, como europeo, es que les estamos obligando a viajar de esta manera. Uno de los momentos más duros fue asistir al desembarco de 140 personas, a las cuatro de la mañana, granizando», confiesa.

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Refugiados en la isla de Lesbos, Grecia. Fuente: Tamara Marbán
La polarización social y la actitud de la UE

Estas situaciones, ya convertidas en hábito para la sociedad helena, la han dividido en dos bandos opuestos. A favor, los que se solidarizan o incluso han conseguido trabajo en las grandes ONG que asisten a los refugiados. «Conozco a una pareja joven que vive en una cala en una pequeña casita donde todas las noches de julio desembarcaba gente. Se convirtieron en personal de rescate por accidente. Tenían un local de pesca vacío donde dormían los refugiados, hacían colectas para darles ropa… desde entonces, no se han tomado ni un día de vacaciones», relata Daniel con admiración.

Por otro lado, estos lugares tan turísticos, testigos de una situación que se viene agravando desde el verano pasado, ven cómo pierden ingresos. Por ejemplo, en Mytilene —capital de Lesbos—sus 30.000 habitantes conviven con unos 20.000 refugiados. Allí estuvo otra periodista, Tamara Marbán (Huesca, 1986) que iba a Atenas a cubrir las elecciones parlamentarias de septiembre de 2015, pero decidió quedarse en la isla con los refugiados. Entonces se suponía que la situación era mucho menos tensa que ahora, pero recuerda: «uno de los que bajó de la barca nos contó que la policía turca les había estado disparando. Así que yo creo que estos meses se les ha visto más el plumero pero que ya estaban ocurriendo cosas graves mucho antes».

Tamara no está de acuerdo con las medidas que está tomando la Unión Europea. Y, parafraseando a la activista Daniela Ortiz —autodenominada «migrante politizada»—, subraya que sí hay presupuesto, pero que se dedica al control fronterizo, la persecución, la detención y la deportación de la gente; que es un error pensar que hay pasividad, al contrario: hay una acción muy clara que es no dejarles entrar. Se muestra vehemente mientras sus palabras transmiten un pellizco de indignación al señalar situaciones abusivas de las que ha sido testigo: «yo pagué unos 55 euros por el trayecto en ferry, mientras que a ellos les cobraban entre 60 y 70. Eso sumado a que para venir desde Turquía tienen que pagar a mafias más de 1.000 euros cuando por ese viaje una agencia no te cobra más de 20 euros; también vi a gente haciendo negocio, vendiéndoles tarjetas para el móvil al doble de precio».

Ahora tiene un viaje pendiente a Noruega donde espera reencontrarse con Abdel Jabbar, un refugiado sirio al que conoció nada más llegar. Estaba en una tienda de campaña, «nos dijo que era profesor de inglés y nos ayudó a comunicarnos. Fue uno de los afortunados que pasó las fronteras antes del cierre», dice Tamara.

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Matrimonio de refugiados sirios con su hija en Lesbos. Fuente: Tamara Marbán

Las oleadas más intensas de refugiados han coincidido con una época convulsa para el país, cuyos acontecimientos políticos se iban sucediendo y desencadenando otros más tensos con la  misma facilidad con la que caen las fichas de un dominó. Las elecciones que iba a cubrir Tamara se celebraban tras el referendum en que el pueblo griego dijo no —u «oxi»— a más políticas de austeridad, lo que provocó la renuncia del Primer Ministro Tsipras y la convocatoria de esas elecciones anticipadas que él mismo ganó. Un maremágnum que los devolvía a la línea de salida, pero ya como perdedores: 10.000 millones de recortes que obligarían, entre otras cosas, a bajar las pensiones y privatizar servicios.

Una situación que ha beneficiado a los extremismos, dando lugar a circunstancias sorprendentes como el auge de Amanecer Dorado, el partido neonazi que en esas elecciones fue votado por uno de cada catorce griegos que acudieron a las urnas. Es la tercera fuerza política. Incluso en islas como Chios o Lesbos, que nunca habían registrado estas tendencias —ya que fueron refugio de los griegos expulsados del imperio otomano tras su caída— se han establecido sedes.

Idomeni, el punto caliente

Idomeni es una pequeña localidad en la mitad norte de la Grecia continental. Su situación fronteriza con la Antigua República Yugoslava de Macedonia ha hecho que en los últimos años miles de personas hayan llegado hasta ahí. Desde el pasado marzo han ido restringiendo el paso, tal y como pedía la UE.«Agradezco a los países de los Balcanes occidentales que estén implementando parte de la estrategia integral de la Unión Europea (UE) para hacer frente a la crisis migratoria», escribió en un tuit el presidente del Consejo Europeo Donald Tusk tras las primeras restricciones.

Las limitaciones fueron llegando en función de distintas circunstancias: el orden de llegada, la edad, solo sirios, solo niños y mujeres, solo personas con problemas de movilidad… dicen que repartían unos números cada día, como cuando vas a renovarte el DNI sin cita previa. Si no te llega, vuelva usted mañana que diría Larra. Hasta que cerraron la frontera sin avisar, dejando a algunos con el papelito en la mano.

Derivado de estas políticas de contención, y tras varios meses de asentamiento, en este campo de refugiados masivo se han ido creando algunos espacios. Por ejemplo, una jaima que hace las veces de escuela, el babyhamam —un espacio tranquilo para bañar a los bebés, desparasitarlos y donde las madres puedan establecer un vínculo más íntimo con sus retoños— o, también, espacios de belleza para las mujeres donde pueden darse unas mechas y hablar un rato entre ellas.

Elisa Castanera (Soria, 1990) visitó todos estos proyectos. Se trasladó a Idomeni en mayo con un grupo de personas que querían aliviar la situación de los refugiados como voluntarios independientes. Formada como educadora social, es muy crítica con el tipo de ayuda que prestan algunas grandes organizaciones o con la gente a la que llama turistas sociales. «Yo pensaba de qué manera podía trabajar para no cronificar esta situación y tratar de que puedan volver a su vida normal sin haberse convertido en personas dependientes», aclara.

Después de tres días barajando diferentes posibilidades, se unió a una cocina vegetariana que alimentaba a 500 personas en Jara, un asentamiento —también desalojado hace poco tiempo—próximo a Idomeni, donde no se llevaban a cabo tantos proyectos, ni había escuela. Esta cocina salía adelante gracias al esfuerzo de 30 voluntarios independientes europeos y una veintena de refugiados que ejercían de chefs, repartidores y colaboradores necesarios en todas las tareas. Se trataba de dar desayunos y comidas preparados, pero que la cena se la preparasen las personas acampadas con los ingredientes que distribuían.

El trabajo mano a mano con la gente le hizo partícipe de historias muy diversas, como la de un señor de 70 años cuyo pueblo destruyeron las bombas. Habían sobrevivido él y dos niños, a los que acogió y estaba criando. O la de una madre que había conseguido que una mafia acompañara a su hijo mayor hasta Alemania y, mientras tanto, cuidaba de su hijo de cuatro años, afectado por quemaduras de las bombas, y a su hija de dos, recién operada, mientras esperaban en la valla fronteriza para reunirse toda la familia.

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Presencia militar en Polikastro, lugar próximo a Idomeni. Fuente: https://alasombradesuvalla.wordpress.com/

La vida para los refugiados era cada vez más difícil. «Teníamos que evitar las avalanchas porque la gente competía por la comida y era una baza con la que jugaban para generar frustración y conflictos entre ellos», denuncia Elisa. En un tono muy emotivo, acusa a las autoridades de reavivar los traumas de la guerra en los refugiados para presionarles psicológicamente —con el desfile de tanques y helicópteros e, incluso, la música electrónica alta por la noche que llegaba desde el lado macedonio—. Un clima hostil que desembocó en el desmantelamiento del campo. «Según se fueron acercando los días del desmantelamiento, los accesos a comida, agua… se fueron limitando. Save the children y Praxis, que traían los médicos, desaparecieron», asegura Elisa. También se enteraron de que no iban a repartir más comida y el grupo asumió la responsabilidad de hacer 2.500 raciones más ese día. «Llegamos con los termos y la policía no nos dejaba pasar. Pero pensamos:’Si nos detienen por meter comida aquí, que nos detengan’. Y después de dos horas dejaron pasar la furgoneta con dos personas para repartir», asegura. «Unos días antes, ya se notaba el ambiente raro. Un grupo de refugiados empujaron la valla mientras cantaban ‘Open the borders‘ —abran las fronteras— y respondieron con gases lacrimógenos que se expandieron por todo, dejando a críos de tres años inconscientes y a otros, tosiendo sangre”, se lamenta impotente.

El compromiso ciudadano

A pesar de esta coyuntura, sigue habiendo grupos humanos que trabajan para dignificar la vida de los refugiados, también a distancia. Es el caso de Ayuda a refugiados Zaragoza, un grupo de facebook que surgió «sin mucha pretensión, por la necesidad de hacer algo, por las imágenes de las muertes en el Mediterráneo que, si tienes algo de sensibilidad, te revuelven el estómago y la conciencia», apunta Roberto Asensio, uno de sus creadores. Empezaron en septiembre del año pasado con la idea de ayudar a los refugiados a su llegada a la capital aragonesa, ya que además de mucha ilusión contaban con gente árabe, conocedora del idioma y la cultura.

«Pero el tiempo iba avanzando y, aunque Zaragoza se había proclamado ciudad de acogida, aquí no llegaba nadie. Así que en varias asambleas se decidió ir más allá, llevar la ayuda donde estaban los refugiados«, afirma Roberto. En este tiempo, ayudados por otras organizaciones como Ayuda al pueblo sirio o Arapaz, han realizado cuatro envíos con más de 50 toneladas —carritos de bebé, comida no perecedera, ropa…— repartidas en distintos campos de refugiados. «Venía una señora con un saquico de arroz y te lo daba con todo su cariño o venía un señor en un coche con 17 cajas que había conseguido», recuerda.

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Envío para los refugiados a cargo de Ayuda a refugiados Zaragoza y Arapaz

Próximamente, con el dinero de varias donaciones, planean comprar sobre el terreno, atendiendo a las necesidades de cada campo y cada persona. Además, realizan labores de sensibilización en colegios de Zaragoza y convocan concentraciones de apoyo para que esta causa no se relegue a un segundo plano.

En el año 2015 llegó a Grecia más de medio millón de refugiados, según las Naciones Unidas. Una persona que llega es una historia que se acumula.La vivencia de cada uno, única, particular e inalienable, se asemeja a una ecuación que incluye las variables desarraigo, esperanza, dinero, azar y cuya incógnita permanece, en la mayoría de casos, sin resolver. Y cuanto más se alarga más se enquista. Como dice Roberto, «parece que un problema es algo puntual y, si pasa habitualmente, se va olvidando. Tememos que eso pase y, de hecho, en los medios de comunicación ya está pasando».

Autora:
Ana Baquerizo foto Ana Baquerizo nombre

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Ciudadana del mundo, rebelde con -y por- muchas causas, fan de las historias de la gente corriente. Hace quince años, de mayor quería ser periodista. Ahora, además, soy activista por los derechos humanos y apasionada por los países del sur, aunque vivo en Londres.


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