Ru Paul’s Drag Race: ¿escaparate o cárcel?
El reality show norteamericano que visibiliza el drag estereotípico
Gema Cocián//
Ru Paul’s Drag Race lleva más de diez años en antena, y cada temporada da a conocer a trece de las mejores drag queens de Estados Unidos. Tras décadas actuando en locales nocturnos, desde 2009 la comunidad drag tiene visibilidad global y se ha dignificado. Conducido por RuPaul, una de las figuras más relevantes del colectivo LGTBIQ+, el reality ha abierto una ventana para la normalización, pero también ha fijado algunos estereotipos difíciles, aunque no imposibles, de eliminar.
El término drag queen reside ya en la mayoría de nuestras mentes, aunque en muchas ocasiones no se tiene clara su definición. Amanajás, como cita Mendezu en su tesis Reality show y discurso de género: una mirada a la teoría de la performatividad de género en el reality show Rupaul’s Drag Race, explica: “El drag no busca representar una identidad de género, hacer drag no se trata de que el individuo se sienta en relación a su propia percepción, ya sea interna o externa, sino que el individuo lo hace como una expresión artística”. Esto viene a decir que, por mucho que un hombre se vista imitando estereotipos femeninos, no desea cambiar su género, sino que esa vestimenta, así como el maquillaje o la actitud que demuestra, son parte de una expresión artística que se queda en el escenario.
El gran boom de la exposición mediática del drag llegó en 2009 con el comienzo del reality show Ru Paul’s Drag Race. El programa, que acumula 12 temporadas hasta el momento, supuso un antes y un después. Con todos los episodios disponibles en Netflix y conducido por RuPaul Andre Charles (más conocido por su nombre artístico RuPaul), se ha convertido en un escaparate global para las drag queens. Con pruebas semanales que ponen en valor todas las perspectivas del arte drag, el programa aporta visibilidad y entretenimiento, tanto para quienes se identifican con las siglas LGTBIQ+, como para el público en general. De esta manera, se muestran en la pequeña pantalla referentes indispensables para aquellos que quieran empezar en este mundo.
Las drag queens como propulsoras del Orgullo
El mundo del drag ha supuesto desde el siglo pasado una base sólida sobre la que asentar el movimiento LGTBIQ+. Como relatan Cépeda y Flores, citados por Mendezu en su tesis de 2020 Reality show y discurso de género: una mirada a la teoría de la performatividad de género en el reality show Rupaul’s Drag Race, “fueron las drag queens quienes lideraron en el año 69 la revolución Stonewall, evento donde aproximadamente 200 gays se enfrentaron a 400 policías demostrando su ‘poder gay’, marcando el inicio de la lucha por los derechos gays”. El conocido como “Orgullo Gay” tuvo su origen en estas revueltas, por lo que se puede decir que las drag queens sembraron una semilla para la libertad.
Muchos autores explican que estas figuras vienen del teatro. En la época Shakespeariana los actores tenían que asumir también los papeles femeninos, ya que no se permitía a ninguna mujer salir a escena. En los libretos del propio Shakespeare aparecía el apunte “DRAG”, que significaba “dressed as a girl”, por lo que se cree que el origen de esta denominación pudo ser ideada por el escritor. Otras teorías apuntan hacia la época del burlesque victoriano (siglo XIX) como origen de la palabra drag. En esa dirección, Brett, como ya citó Toquero en 2018, explica: “Durante estas representaciones comúnmente se utilizaba el cross-dressing, que significa utilizar ropa y asumir una apariencia y comportamiento considerado por una cultura determinada por ser apropiados para otro género”.
Sea cual sea el origen del término drag queen, forma parte de nuestro imaginario con una gran peluca cardada, un vestido que marca la cintura y un maquillaje que pocas mujeres podrían llevar. Y la gran responsable de este estereotipo es la globalización. Internet ha dado a conocer este arte más allá de las fronteras, lo que ha permitido que se convierta en una profesión.
Pero estas artistas también tienen sus dificultades, como toda comunidad oprimida o discriminada. Toquero explica en su artículo El surgimiento de las Drag Queen, una forma de expresión que se populariza entre la comunidad LGBT cómo “dentro de su misma comunidad han sido estigmatizadas como los bufones del mundo gay, entre otros estereotipos que han sido especulados alrededor de ellas”. Es por esto que, como defensa y refugio ante el resto del mundo, las drag queens han desarrollado una cultura propia que les permite generar una pequeña comunidad dentro del gran colectivo gay.
Como parte de esta cultura, las drag queens tienen sus propios referentes. Iconos como Cher o Madonna son inspiración y objeto de imitación constante. A estos ídolos femeninos se unen algunos pertenecientes al propio drag. Varias “reinas” aparecieron en la película Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (1994). También la famosa Divine fue protagonista en Hairspray (1988), y se convirtió en un icono. Hoy, sin duda, la drag queen más reconocida en todo el mundo es RuPaul. Fue pionera como supermodelo, así como en el mundo de la música. Todo aquel que haya oído hablar de drag, ha oído hablar de RuPaul. Pero, lo que empezó como un icono, poco a poco se ha ido convirtiendo en un producto televisivo.
RuPaul’s Drag Race como reality estereotipado
En 2009 RuPaul puso en marcha un proyecto televisivo para encontrar a la próxima superestrella drag de América (America’s next drag superstar). RuPaul’s Drag Race, basado en el conocido America’s next top model, responde al modelo de telerrealidad (palabra española para referirse a los reality shows) que tanto éxito está teniendo en las últimas décadas.
La audiencia tiene un comportamiento casi fanático con este tipo de programas, lo que se refleja en España con formatos como Gran Hermano, Operación Triunfo o La isla de las tentaciones. El fenómeno de control de la vida ajena aparece ya en 1984 (George Owell, 1950) o en películas como La ventana indiscreta (Hitchcock, 1954) o El show de Truman (Peter Weis, 1998). Pero, como explica Domínguez en la revista Lotería, “estas tramas artísticas se quedaron cortas cuando se observa lo que presenta la televisión a través de los reality shows, que han despertado en la audiencia mundial una obsesión enferma, pero rentable, de ese instinto humano de observar al otro”.
RuPaul’s Drag Race es un formato que se asemeja más a un concurso de talentos que a un reality. Cada semana se puede ver el desarrollo de varias pruebas, ya sean de comedia, moda, maquillaje o baile, entre otras. En ningún momento podemos ver lo que ocurre en el alojamiento de los participantes, y tampoco es un tema que se toque durante los capítulos. Estos transcurren en un plató formado por una pasarela principal y un taller similar a uno de costura, donde las “reinas” realizan sus trabajos para las pruebas y se transforman en su alter ego. De modo que, aunque se trate de telerrealidad, se centra más en el talento y el arte de los concursantes que en su vida privada, lo que lo puede hacer menos interesante ante el público general.
Un punto importante de este reality es el hecho de que cada semana los concursantes se someten a la valoración de los jueces (Ru Paul y otros referentes del colectivo como Michelle Visage o Ross Mathews). Ellos son los que toman las decisiones, tanto de eliminación como de victoria. La audiencia no tiene voz, al contrario que en otros programas, lo que se debe a la emisión en diferido de todos los capítulos. Las drag queens reciben las valoraciones semanales como una crítica, en ocasiones bastante dura, que en pocos casos se atreven a rebatir. Los jueces se perciben como una autoridad superior e indiscutible, por lo que una discusión con cualquiera de ellos supondría una crítica negativa para el concursante en cuestión.

El paralelismo entre programas españoles como Operación Triunfo y Ru Paul’s Drag Race es evidente, pero también lo es el hecho de que se produce una espectacularización, y en muchos casos degradación, de la intimidad del concursante. En el caso que nos ocupa llama la atención la existencia de los capítulos llamados “Untucked!”. Estos segmentos se publican de manera externa al programa principal, y se basan en mostrar las conversaciones de las “reinas” mientras esperan a ser llamadas a plató para conocer sus veredictos. Se trata de la parte más denigrante del show, donde se pueden ver duras discusiones, llantos e incluso desesperación.
Está claro que la mano de la televisión ha pasado por esas imágenes y no son del todo reales, al igual que en muchos programas. Como dice Mendezu en su tesis de 2020, “la realidad que nos presenta el reality show está mediada por sus ojos televisivos, que seleccionan los pedazos de realidad y los ajustan a la narración y enfoque del programa”. Este enfoque suele llevar al drama, el conflicto y el espectáculo.
Asignaturas pendientes de Ru Paul’s Drag Race
Aunque Ru Paul’s Drag Race se ha convertido en un espacio para la tolerancia y la visibilidad del colectivo LGTBIQ+, hay algunos aspectos cuestionables. Se trata de un programa donde se reduce la brecha de los estereotipos de género, dando paso a nuevas versiones del personaje homosexual en televisión. Sin embargo, también en este reality se promueven ideas poco favorables para el colectivo.
Como explica Leal Reyes en el Anuario de Investigación CONEICC de 2020, “aunque RPDR hace intentos de subversión, en última instancia refuerza estereotipos hegemónicos relacionados con la raza y etnia, clase, sexualidad, identidad de género, así como los cuerpos que responden a ciertas normativas estéticas y de belleza que remiten a lógicas hetenormadas”. Un ejemplo de estas discriminaciones es que ninguna de las llamadas “big queens” (reinas gordas) ha ganado el reality. Además, existe un mensaje tránsfobo en muchas de las conversaciones que se emiten, donde se da a entender que las mujeres no pueden ser drag queens, incluso teniendo una concursante transgénero como es Gia Gunn. La opinión pública atribuye el problema de la transfobia al propio RuPaul, sobre todo tras la polémica prueba “Female or Shemale?” durante la temporada 6 del reality. En este challenge las “reinas” debían adivinar si se trataba o no de una mujer biológica viendo tan solo una parte de su cuerpo en una fotografía. Las redes enloquecieron y muchas revistas como Daily Dot publicaron artículos criticando la posición retrógrada del propio Ru.
Otro de los aspectos más criticables del concurso son los estereotipos femeninos. Las pruebas se basan en talentos que se consideran feminizados, como coser, bailar o desfilar, lo que hace que los ecos de la misoginia resuenen incluso dentro del colectivo. Si las drag queen pretenden ser versiones exaltadas de las mujeres, deberían representar a todo tipo de mujeres, y no solo a aquellas que cumplen con las directrices del patriarcado. Sin embargo, el propio RuPaul, como ya citó Mendezu en 2020, ha defendido su postura y ha explicado: “Yo no personifico mujeres. ¿Cuántas mujeres conoces que usan tacones de siete pulgadas, pelucas de cuatro pies y vestidos ajustados como piel? Yo no me visto como mujer, me visto como una drag queen”. Esto viene a decir que, en realidad, los estereotipos que crea el reality no son los de una mujer, sino que son los de una drag queen.
Esta postura también es de alguna manera opresora, ya que toda “reina” que se sale del estereotipo de feminidad exaltada, no encaja en el mundo drag queen que representa el reality. Sin embargo, en las últimas temporadas, cada vez se ven más personajes que se salen de la norma, como la ganadora de la temporada 11, Yvie Oddly. Esta queen se caracteriza por performances inusuales, por expresarse artísticamente a través de su drag, y por no cumplir los estereotipos feminizados de las “reinas” clásicas. Tanto ella como otras participantes, como Sasha Velour o Crystal Methyd, son defensoras de que todo tipo de drag es válido, y han demostrado que el arte, sea en la plataforma que sea, no tiene límites ni cadenas.