Mantras lejos del mundanal ruido

Texto y Fotografías: Alba Martín//

Si al príncipe Siddharta más conocido como Buda— le hubieran dicho que en el prepirineo aragonés le iban a rendir culto… digo yo que se sorprendería. Nos referimos al templo budista de Panillo: un enclave inesperado, pero no por ello menos atrayente. Sus colores vivos seducen cada día a lamas, budistas y curiosos  que se acercan a este pequeño rincón de la provincia de Huesca.

Rodeado de bosques y montañas, aquí se respira calma y aire puro. No es de extrañar que hace 34 años decidieran levantar Dag Shang Kagyü —el nombre completo de este centro de meditación—. Cuando lo visitamos, no logramos alcanzar el nirvana; pero sí que percibimos serenidad en el ambiente. Es una sensación complicada de definir.

No sé si es energía positiva o que la cabra tira para el monte —una servidora es de la zona y no puede evitar sentirse orgullosa de ello—, pero seguro que a los amantes del latín les  viene a la cabeza, automáticamente, el tópico literario «beatus ille«, traducido como «dichoso aquél». El poeta Horacio fue el primero en describirlo. Esta expresión latina ensalza la vida en el campo. Esa tranquilidad que desprende, sin estrés, sin mirar el reloj, sin coches pitando, sin contaminación…solo disfrutando de la naturaleza y de todo su encanto.

Nos alejamos del “mundanal ruido” que, siguiendo esta línea, Fray Luis de León mencionaba en sus versos. Palpamos, oímos, observamos, saboreamos y olemos a Gea.  Yo estoy escuchando el sonido  de las cigarras o ferfez, en aragonés; mientras el Sol va calentando mi espalda. Es agradable, pero miedo me da que la luz deslumbre las fotografías. Cómo se nota que es verano.

 Para ir a Panillo se necesita coche. O, en su defecto, una bicicleta y muchas ganas de sudar, ya que es todo cuesta. La carretera no está en muy buenas condiciones que se diga y las curvas son notables. Hay que pasar el pueblo para llegar al templo, por lo que los conductores autóctonos se desesperan con los turistas que van lentos, mirando el paisaje. El pueblo cuenta con tan solo unos seis habitantes fijos. En verano, claro está, su ratio aumenta. La despoblación en Aragón es un problema latente.

Nada más llegar avistamos un cartel en varios idiomas que nos da la bienvenida, al igual que una estatua azul con un tercer ojo, con un aspecto fiero. Se trata del Palden Lhamo, una divinidad femenina popular en la rama del budismo tibetano, que protege al Dalai Lama, al Panchen Lama (segunda autoridad religiosa del budismo), a la ciudad de Lhasa y al Tíbet. Es una de las ocho dharmapalas o protectores de la ley, encargados de custodiar el dharma o religión.  Recuerdo que de pequeña me daba miedo. Además, camuflado entre los árboles, vemos una gran estatua de un Buda tumbado. A su lado, en una roca, dos huellas de pies gigantes, donde uno puede arrodillarse y rezar.

Asimismo, leemos otro panel en el que se prohíbe fumar en todo el recinto. Es un lugar sagrado, por lo que hay que seguir sus normas. Lástima que subiendo las escaleras, aquéllas que comunican el parking con el templo, me he encontrado una colilla en el suelo. La gente tiene muy poco respeto.

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Interior del Templo Budista de Panillo

Estamos en medio del recinto. A mano izquierda encontramos el templo, la edificación más antigua de todas y de mayor tamaño; al otro, vemos una tienda de recuerdos, el molino de plegarias y subiendo otras escaleras, su preciosa estupa. Pero vayamos por partes:

El templo fue fundado en 1984 por S.E. Kyabdje Kalu Rinpoché, aunque fue un año más tarde cuando se estableció como centro budista. Dirigidos por el Lama Drubgyu (un hombre, al que su sonrisa le caracteriza), profesan la rama del budismo Vajrayana, de origen tibetano, y se encuentran vinculados a los linajes Dagpo y Shangpa Kagyü.  Además pertenecen al movimiento Rimé, o no sectario, donde se respetan todas las tradiciones como caminos válidos para la consecución de la realización espiritual.

Para acceder al templo, es necesario descalzarse. Dejamos a un lado las sandalias y entramos pisando alfombra. Hay unas cuantas dispuestas sobre el suelo de madera. No es un sitio muy grande ,más bien es una sala pequeña y no muy iluminada. No obstante, los amarillos de las cortinas y de los artesanados de madera destacan. A ellos se les suman vivos rojos, azules y verdes. La mar de bonito. Las fotografías están prohibidas durante el rezo, pero estamos de suerte: nos encontramos en horario de visita. Aun así, hay un hombre sentado que parece estar meditando.

Las ofrendas que se disponen a las estatuas de Buda y a las distintas fotografías son realmente curiosas. Agua y alimentos, entre los que destacan  unas magdalenas de chocolate que, la verdad, tienen muy buena pinta. Si seguimos llevando a cabo un símil con la cultura latina, estos nos recuerdan a los lararium o altares domésticos donde se rendía culto a los dioses protectores de las casas. También se les ponía comida.

Enfrente del templo, hallamos la tienda de recuerdos. Es pequeña pero coquetona y puede recordar a las tiendas hippies de cualquier barrio. Ropa, complementos, velas, libros… toda recaudación va destinada al mantenimiento de este centro religioso. A mí, personalmente, me encanta quemar su incienso con olor a pachuli mientras trabajo con el ordenador. Al lado, el molino de plegarias. En esta ocasión sí que se puede entrar con zapatos.  Es un cilindro de gran tamaño, en el que hay inscritos varios mantras. Cada vez que lo giras —en sentido de las agujas del reloj— un gran sonido se adueña de todo. Según el budismo, llevar a cabo esta práctica ayuda a eliminar karma negativo.

Seguimos viendo y aprehendiendo. Subimos otras escaleras, rodeándolas hay un par de fuentes con una divinidad en cada una de ellas. Prima el color oro, aunque también encontramos más colores. Escuchar el movimiento del agua en verano, además de refrescar, nos ayuda a mecernos en un entorno todavía más bucólico. La vegetación que nos rodea y el ondear de las banderas son como la nata al flan de huevo: el acabado perfecto.

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Templo Dag Shang Kagyü

Hemos llegado donde se encuentra la gran estupa de Dag Shang Kagyü, la cual sirve para marcar lugares sagrados, monumentos espirituales armoniosos que simbolizan a Buda.  Hay 108 en total, en todo el recinto. En su interior vemos que hay alguien rezando, sus zapatos están en la puerta. Dentro apreciamos una estatua grande de Buda, creo que el material es bronce. Y en sus paredes más Budas pintados de distintos colores. Al igual que en los Juegos Olímpicos, cada color caracteriza un continente. Hay azules, verdes, blancos, amarillos… Y hay más ofrendas. Éstas últimas en pequeños boles y, en su gran mayoría, se trata de agua.

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La gran estupa de Dag Shang Kagyü

Una estupa no se construye así por casualidad, sino que tiene su significado. Su parte superior, denominada pináculo, simboliza la mente iluminada tras haber llevado a cabo una serie de prácticas, las cuales representan las partes que le siguen hacia el suelo, incluyendo donde se encuentra la imagen de Buda. Sus partes más bajas simbolizan la ética, el fundamento, de ahí que encontremos unos pequeños molinos que, también, hay que girar. En ellos vemos escrito el mantra «Om mani padme hum», el cual tanto recitado como girado (en este caso, mediante los molinillos) sirve para llamar a la compasión de Buda.

Este mantra es el más famoso de la religión budista, al estar compuesto por seis sílabas que purifican a quien las recita. Además cada una de sus sílabas es de por sí un propio mantra, por lo que podríamos decir que el «Om mani padme hum» es un mantra compuesto por seis mantras. Además, estas seis sílabas están relacionadas con los seis Budas (de los distintos continentes), entre otras propiedades.

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Pequeños molinos que rodean la gran estupa de Dag Shang Kagyü

Finalmente, el azar me obsequió con un regalo precioso para contar en esta crónica. Estaba al lado de la estupa, en la casa de velas —altar lleno de velas encendidas que, al igual que en una iglesia, prendes por tus peticiones, muertos o cualquier otro tema que te interese— cuando apareció una mujer de pelo largo y cano. No estoy segura, pero creo que era la misma que estaba rezando dentro de la estupa. Ella, muy amable, me saludó al entrar. Prendió una vela y se dispuso a recitar un mantra en voz alta. No sé qué decía, ni por qué o quién estaba rezando, pero ese cántico melodioso impregnó todo el ambiente, incluyendo a mí misma. Soy una persona nerviosa, pero en ese momento sentí una gran paz. Doy gracias por ello.

Budistas que habitan por la zona u otros que llegan para hacer retiros y cursos, lamas tibetanos y butaneses cuyas sonrisas son permanentes; y turistas que, poco a poco, acuden más a este rincón del norte de Huesca por el postureo en las fotos, que por su magia y belleza. Hoy estábamos seis españoles y ahora está entrando un coche holandés en el aparcamiento. No me sorprende, la verdad. Yo si fuera ellos también vendría. 

Autora:

Irene Lozano nombre Irene Lozano fotolinea decorativa

Nací gritando y no llorando. Crítica, amans culturae y la escritura como compañera. Mi peor castigo sería quedarme muda. La Tierra como única patria, el amor como bandera y las pechugas con robellones de mi madre como religión. Poco a poco, acercándome al mejor oficio del mundo.

Twitter Irene Lozano

 

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