Todas putas
Andrea Aragón//
La palabra puta atraviesa a la mujer y se clava como un dardo en su diana. Cualquiera puede ser calificada de puta sin importar, y sin saber muy bien, por qué. El término se usa para denigrar y humillar, para diferenciar la buena de la mala mujer, para justificar ciertos actos. Al final, a ojos del patriarcado, todas somos putas.
Una cualquiera
Era sábado, por la noche, en la barra de un bar. Mi amiga y yo esperábamos una ronda de chupitos. Ella llevaba falda –corta para algunos, larga para otros, eso da igual–. Un chico creyó tener pleno derecho a tocarle el culo. Como nuestra reacción fue el enfado y no la coquetería, nos llamó putas.
No lo dijo refiriéndose a la persona que ejerce la prostitución. Lo dijo, paradójicamente, como sinónimo de estrecha. Porque a puta se le han ido agregando significados. Algunos, como este chico, utilizan la palabra para insultar a la mujer, para menospreciarla. Sin embargo, en nuestro país nadie usa el término “puto” –aunque la RAE lo haya incluido en sus páginas– para denigrar a un hombre.
La palabra “puta”, señala Álex Grijelmo, hace siglos fue un eufemismo. Sustituía a “mujer pública” y el significado original, del latín putta, niña o muchacha, desapareció. El problema de los eufemismos es que, con el paso del tiempo, adquieren el sentido que tenía el término original, se contaminan. Por ejemplo, “ancianos” sustituyó a “viejos”, “personas de la tercera edad” reemplazó a esos “ancianos” y, ahora, se prefiere “personas mayores”; lo mismo pasa con “tullidos”, “lisiados”, “inválidos”, “minusválidos”, “disminuidos”, “discapacitados” y, ahora, “personas con discapacidad”.
Cortesana, buscona, fulana, furcia, pupila, meretriz, ramera. Palabras todas ellas sinónimas de puta. Los diccionarios, gran herramienta lingüística, suelen incluir todavía más términos. Por ejemplo: zorra. Mientras el zorro se asocia con la astucia, la zorra dirige esa astucia para prostituirse y convertirse en puta. Otro ejemplo, perra. En vez de ser un animal fiel, como en el caso masculino, se refiere a un ser guarro, descuidado, que se va con cualquiera, es decir, una puta.

A través del lenguaje se construye toda una red donde la palabra puta se usa en multitud de contextos, a veces (la mayoría) acompañada de otras. Si te maquillas mucho pareces una puta puerta. Si llevas falda, como mi amiga, eres una puta calentona (o incluso un electrodoméstico, un microondas). Eres una puta fea, una puta gorda, una puta aburrida, una puta mierda. Desde tu físico hasta tu persona. Todas somos putas.
También existen expresiones donde el término puta puede ser bueno o malo, a gusto del consumidor. Si algo está de puta madre, es que está estupendo. Si algo está o da puta pena, vuelve a ser negativo; igual que la frase pasarlas putas se refiere a una situación complicada. Y, por supuesto, el insulto por excelencia: hijo/a de puta. Donde no se insulta tanto a la persona en sí como a su (puta) madre. Y donde, de nuevo, nadie usa “hijo/a de puto” como equivalente masculino.
Todas estas palabras, y muchas otras, se emplean para agredir a la mujer, para invalidarla o deslegitimarla. La lengua, dice Triskela Kalistre, es un eje básico en la construcción del pensamiento y la cultura. Las palabras que usamos –y enseñamos– son capaces de herir, destruir y humillar. El habla puede unir a las personas pero también separarlas. Puede enaltecerlas pero también estigmatizarlas, controlarlas y violentarlas.
Las implicaciones que la palabra puta conlleva, tanto sociales como emocionales, pueden afectar a quien va dirigida. Puta, por ejemplo, también es la persona que obra con malicia y doblez –y aunque la definición diga persona, otra vez, se trata de un insulto hacia la mujer–.
Puta es la despreciable. Puta es la que lleva mucho tacón. Puta es parte del vocabulario común. Es un término que todos hemos usado alguna vez. Puta es una cualquiera. Porque cualquiera puede ser puta, porque a cualquiera de nosotras nos han llamado puta. Y, si no, tiempo al tiempo.
Ni puta ni sumisa
Cenicienta. Blancanieves. Aurora. Ariel. La idea de ser una princesa de cuento que espera ser rescatada por un príncipe azul se nos mete en la cabeza desde pequeñas. Quieres su pelo, su vestido, su destino. La cara b de estas historias siempre es la misma: la madrastra o la bruja. Vieja, fea, malvada. Hay que deshacerse de ella a toda costa.
Cuando creces, el relato cambia pero la dualidad establecida no. El patriarcado nos sigue dividiendo en dos tipos de mujer. La virgen y la puta. La santa y la puta. La sumisa y la puta. Y, conforme creces, puede que te acabe cayendo bien la bruja, que te identifiques con ella, o puede que la mirada ajena te clasifique como puta y decidas cambiar de bando.
Cuando el vocablo puta se usa en contraposición a virgen, santa o sumisa, suele ir vinculado a los hábitos sexuales de la mujer en cuestión. “Tiene que ver con tomar decisiones libres sobre nuestros cuerpos, nuestra sexualidad o, en extensión, nuestras vidas”, explica Triskela Kalistre.
De nuevo, no se usa el término puta como profesión sino como una mujer promiscua –o con la idea que la sociedad patriarcal tiene al respecto–. Puta es la que hace con su cuerpo y sus actos lo que quiere. ¿Os imagináis? ¡Ya quisiéramos! Puta es la que no se ajusta al patrón de santa y se sale de lo normativo.

La palabra todavía puede subir un peldaño y convertirse en putón que, aunque parezca masculino, sorpresa, alude a una “mujer de comportamiento promiscuo y de indumentaria provocativa” (RAE). Porque si llevas una falda como la que llevó mi amiga, eres una puta. Si eres una mujer que disfruta de su sexualidad, eres una puta.
Pero, cuidado, porque tampoco hace falta follar mucho (y con muchos o muchas) para ser una puta. También lo eres si te has acercado “demasiado” a un tío y luego no quieres nada. Eres puta, además, si eres una virgen que no quiere sexo, “una estrecha”. Parece que eres puta solo por respirar.
Putas son, dice Florence Thomas, todas las mujeres empoderadas, todas las mujeres de mentes abiertas, aquellas que tienen consciencia crítica de lo que significa ser mujer en una cultura patriarcal. Porque cuando te sales de la imagen que el hombre ha construido de ti, eres otra puta más. Por ser libre, autónoma, por luchar por tus derechos. Eres puta si quieres ser madre o si no quieres serlo, si estás soltera o tienes pareja.
Tienes que ser “responsable, guapa y un poco puta” para que te contraten como camarera en un bar de La Coruña. Se intuye que la clientela es masculina en su mayoría. Y la chica no tiene que mantener relaciones sexuales con los clientes, pero sí tiene que ser un poco puta, es decir, simpática, cercana o a saber qué otras cosas más. Pero no puta, puta. Tampoco hay que pasarse.
Todas tenemos cara de puta
Virginie Despentes habla de la cultura de la violación, a través de su propia experiencia, en su libro Teoría King Kong. El capítulo en cuestión se titula “Imposible violar a una mujer tan viciosa”. Entre otras cosas, explica cómo se utilizan diferentes excusas para justificar tal acto. Todas incluyen el término puta de alguna manera.
“Como llevamos minifalda, como tenemos una el pelo verde y la otra naranja, sin duda, ‘follamos como perras’, así que la violación que se está cometiendo no es tal cosa”, señala. Porque, claro, si vistes de una forma determinada es porque estás buscando algo. Es porque quieres provocar. Es porque eres una puta que quiere follar, o que le follen.
El violador se ampara en ese argumento para invalidar a la mujer violada. No haber llevado ese vestido. Lo estás pidiendo a gritos. Luego que pasan cosas. Que te vean como una puta que no vale la pena es un riesgo para cualquier mujer, en cualquier situación y en cualquier lugar del mundo. Es un denominador común.

Se ve la violación como un castigo bien merecido a la mujer que lleva la falda muy corta, los labios muy rojos o el escote muy pronunciado. Porque es una puta. De nuevo, se recurre a la estética que la mujer en cuestión presenta para deslegitimarla y violentarla (verbal y físicamente).
La nueva película de Emerald Fennell (Una joven prometedora) también recoge este tipo de justificación. Una chica va sola a diferentes discotecas. Parece demasiado borracha como para defenderse sola y viste de manera atractiva. Conclusión: se lo está buscando, vaya puta.
Conforme avanza la trama descubres que esa chica quería demostrar justo esta mirada masculina sobre la mujer, vista como un ser indefenso pero diabólico a la vez, porque vas pedo pero pareces una puta. Cuando la joven, que no ha bebido tanto, le planta cara al tío en cuestión, el vocablo cambia (pero no mucho). Ahora pasa a ser una puta loca.
Y así, en la barra de un bar con tu amiga, en una discoteca sola o incluso en la cola del súper, puedes convertirte en puta. Así que, ¿por qué no adueñarnos del término? ¿Por qué no resignificarlo? ¿Por qué no invalidar las implicaciones que trae consigo? Putas del mundo, uníos.