Vamos a contar mentiras

Sofía Villa Bernad//

La mentira forma parte de nuestras vidas. De hecho, se trata de un hábito intrínseco a la condición humana. A veces de manera inconsciente, otras intencionada; a veces por necesidad, otras por egoísmo; a veces de forma premeditada, otras improvisada. Todos mentimos y, sin embargo, sobre la mentira recae la peor de las reputaciones. Mentir no es solo inevitable, sino que también es necesario. Yo a veces miento. Y tú también.

“No hay hombre que, al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces”. Así lo proclamaba el escritor Jorge Luis Borges en Fragmentos de un evangelio apócrifo (1996). Su afirmación, por mucho que algunos se esfuercen en contradecirla, es difícilmente cuestionable. Mentimos, mucho y todos los días. Y no solo se miente con razón; muchas veces no existe motivo concreto. Pero seguimos mintiendo.

Según el estudio Everyday Lies in Close and Casual Relationships (1998), la mayoría de las personas miente, al menos, una o dos veces al día. Obviamente, existen diversas variantes de la mentira y cada una tiene una acepción diferente: engañar, tergiversar, maquillar la verdad, falsear, alterar… Este cariz que las diferencia está relacionado, sobre todo, con la intención. No obstante, todas sus formas llegan a un mismo punto: no decir la verdad.

SUPERVIVENCIA ANIMAL

La mentira es una conducta de supervivencia básica en los animales. Según la teoría evolutiva de Darwing, las especies que sobreviven son las más fuertes. Quizás no tengan que ser las más fuertes, pero sí las más hábiles. Así, el engaño es una argucia natural e innata de los animales que, para conseguir su objetivo, recurren a la exageración, la confusión o el camuflaje.

Los ejemplos abarcan desde la araña portia que toca la telaraña de otras arañas fingiendo ser una mosca para comerse a su rival hasta las ranas que croan más profundamente para parecer más grandes. Por otra parte, los camaleones se camuflan, los reptiles hinchan sus membranas para parecer más peligrosos y el pájaro ‘Torcecuello’ imita a una serpiente cuando se siente amenazado. Asimismo, existen plantas que se sirven del embuste, como las orquídeas, que adoptan los colores de una abeja para atraerlas y servirse de ellas para la polinización.

 

Pájaro torcecuello
El pájaro torcecuello imita a una serpiente cuando se siente amenazado / National Geographic

 

Los animales, por lo tanto, engañan para sobrevivir. Sus mentiras son instintivas, necesarias para seguir con vida un día más. Su máxima prioridad es alimentarse, cazar o evitar ser comidos por un depredador.  Así, protegerse y proteger a los suyos es lo que les mueve a llevar a cabo trucos, argucias o estratagemas.

INTENCIÓN HUMANA

A diferencia de los animales, las mentiras de los humanos son predeterminadas y con intenciones más allá de la mera subsistencia. El investigador Rubén González Fernández defiende esta idea en su ensayo La mentira. Un arte con historia: “Será la humanidad al construir la cultura objetiva y su reversible, la subjetiva, las que abrirán la puerta definitivamente al acto de mentir, pues este solo podemos entenderlo sobre un fondo de verdad construido ya desde la cultura antropológica y no desde las culturas animales”.

A este respecto, el profesor Enrique del Teso Martín, en su artículo Mentiras humanas y mentiras animales. Sobre los límites de la comunicación, alega que las personas mienten “de una manera distinta a como lo hacen los animales, además de hacerlo como lo hacen ellos”. Así, concluye que “esas mentiras primitivas siguen ahí, en nuestra estratificada conducta, junto con las refinadas y seguramente únicas mentiras modernas y específicamente humanas”.

La parte de la población que posiblemente más mienta son los niños. Investigadores de la Universidad Autónoma de Nuevo León sostienen en su artículo Estudio cognitivo de la mentira humana que las estrategias de engaño se desarrollan entre los 2 y 5 años. Los motivos que pueden llevar a un niño a mentir son múltiples. Normalmente, sus intenciones son inocentes y sin malicia. En un principio, lo más habitual es que un niño mienta para evitar alguna consecuencia negativa para él como un castigo o una recriminación.

A su vez, los más pequeños también utilizan la mentira como parte de sus juegos, ya que la infancia es una etapa fantasiosa en la que la imaginación de realidades alternativas es bastante común. Por otro lado, en el artículo La verdad de la mentira. Claves para descubrir el daño emocional y los secretos de las mentiras propias y ajenas, M.ª Jesús Álava Reyes explica que también es frecuente que los niños intenten engañar sobre sus conocimientos para “competir” con los demás como, por ejemplo, cuando copian en los exámenes.

 

Pinocho
Pinocho es un cuento que representa la mentira en los niños / Pixaby

 

EDUCACIÓN Y CONVIVENCIA

“Qué bien te queda ese nuevo peinado”, “Me alegro de verte” o “Precisamente ahora iba a llamarte” son solo algunas de las mentiras que solemos decir para agradar o no ofender a otra persona. Algunos lo llaman falsedad, otros educación. Lo que está claro es que, quien las dice, tiene como objetivo la cordialidad y el respeto pues, si fuese totalmente sincero, sus relaciones sociales podrían verse afectadas. A esto se refería Walter Benjamin cuando manifestó que “quien cuida los modales pero rechaza la mentira se asemeja a alguien que, si bien se viste a la moda, no lleva camisa”.

Es evidente que casi todos, alguna vez, hemos mentido para caer bien o dar una buena imagen. Dentro de las relaciones sociales, también se miente para impresionar. Esto lo corroboró Robert Feldman, profesor de Psicología de la Universidad de Massachusetts, en su libro The liar in your life (2009), donde mantiene que mentimos entre dos y tres veces en una primera conversación de diez minutos con un nuevo conocido.

También en aras de la convivencia se encuentran las conocidas “mentiras piadosas”, aquellas que se dicen porque el mal que supone decir la verdad produce un mal mayor. Estas mentiras sociales son una especie de lubricante para forjar relaciones armoniosas, por lo que se podría decir que la corrección social exige de nosotros un mínimo de “ficciones convenidas” para mantener el equilibrio social.

Nadie necesita sinceridad extrema. Existen comentarios, de hecho, que se considera que no se deben decir. Un ejemplo básico sería espetarle a alguien que te acaba de dar un regalo que este es horrible y no te gusta. Así, hay que tener en cuenta que, en ocasiones, una mentira puede tener más efectos positivos que una verdad. El escritor estadounidense Mark Twain lo expresó así en su libro La decadencia del arte de mentir: «Nadie podría vivir con alguien que dijera la verdad de forma habitual; por suerte, ninguno de nosotros ha tenido nunca que hacerlo».

EL ESFUERZO DE MENTIR

La mentira requiere de un esfuerzo mental considerable. Realmente, responder preguntas, tanto sincera como mendazmente, implica el funcionamiento de la memoria. Sin embargo, mentir puede entrañar mayor dificultad cognitiva que decir la verdad, según señala el artículo Cognición, emoción y mentira: implicaciones para detectar el engaño publicado por el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

Cuando mentimos a alguien, nuestro cerebro debe guardar, en primer lugar, la verdad, y, en segundo lugar, la información falsa (a la vez que la genera). La parte ficticia, además, debe retenerse en la memoria de modo que en un futuro la recordemos y no nos contradigamos. En suma, todas estas tareas exigen esfuerzo mental, consumiendo, en consecuencia, recursos cognitivos.

Además, cuando se engaña, también se debe prestar atención a las reacciones del interlocutor para comprobar si se lo está creyendo. En caso de percibir que duda de la veracidad de lo dicho, el cerebro debe buscar otra alternativa y diseñar una salida. Este proceso puede resultar complejo y laborioso y, por supuesto, en ello influirá si la mentira es espontánea o deliberada.

Un equipo de investigadores del University College London (UCL) y la Universidad de Duke llevó a cabo en 2016 el estudio The brain adapts to dishonesty donde evaluó las tendencias deshonestas de las personas. Según el mismo, cuanto más mientes, resulta más fácil y más probable que vuelvas a repetirlo.  Así, el cerebro se hace más insensible a las mismas y a las emociones negativas que engañar podría conllevar, como la culpa o el remordimiento.

Esta investigación, publicada en la revista Nature Neuroscience, proporciona la primera evidencia empírica de que las mentiras intencionadas aumentan de forma gradual y, además, revela cómo sucede esto en nuestros cerebros, es decir, el proceso neurológico y los cambios que se producen en el mismo.

SEGUIREMOS MINTIENDO

Todos mentimos, pero, irónicamente, todos condenamos la mentira. Esta se identifica, según establecen Ignacio Mendiola y Juan Miguel Goikoetxea en su artículo Sociología de la mentira, como “una suerte de infracción de la, acogiéndonos al concepto jurídico, buena fe constitutiva del vínculo social”. Al contrario, la sinceridad se relaciona con valores y actitudes positivas.

Como se ha manifestado al principio, no todas las mentiras conllevan las mismas consecuencias ni tienen la misma intención. Existe una distinta motivación entre quienes mienten para ejercer el poder, conseguir provecho a costa del bien ajeno o imponer sus reglas y quienes mienten por necesidad, protección o condescendencia.

Tampoco se puede colocar en la misma balanza a las mentiras que, en ocasiones, se dicen de manera inconsciente. En el citado artículo Sociología de la mentira, los autores lo explican de esta forma: “La mentira, a veces, nos sobreviene, se nos impone sin que podamos encontrarle un motivo racional […]. Mentimos, en un sentido más profundo, no tanto como respuesta a una intencionalidad previa fielmente diseñada, sino por mera necesidad, por la urgencia de un refugio en el que poder habitar”.

En definitiva, ¿quién se atrevería a asegurar que no ha mentido nunca? Incluso es difícilmente concebible que alguien pueda afirmar que miente poco o que nunca lo hace con “mala intención”. Mentir, mentimos todos, así que admitirlo, también tendríamos que admitirlo todos. Porque no solo es inevitable, también es necesario. Seguiremos mintiendo.

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