Emilia, el muro del divorcio en los 70

// Carla Muñoz Fandos

Emilia, a sus 35 años, era el prototipo de «mujer normal». Casada y con cuatro hijos, por fuera podía parecer una mujer feliz con la vida deseada. Sin embargo, la realidad era muy distinta. El divorcio tardaría unos años en aprobarse, y la violencia machista se veía como algo del día a día. Su historia se asemejaría a la de otras muchas mujeres que, como ella, decidieron no conformarse con aquello que se esperaba que hicieran y luchar por ampliar sus derechos.

Corría el año 1973, Emilia no recuerda el día exacto. Cree que era sábado, pero solo está segura de que era fin de semana. Sus cuatro hijos se habían ido esa misma tarde a casa de su hermana y no sabía cuándo iban a poder volver. Estaba nerviosa; en su salón un agente de policía aguardaba paciente la llegada de Manuel. Cuando este cruzó el umbral de la puerta miró sorprendido al hombre que se encontraba en la silla de su comedor. Estaba a punto de entrar en cólera al “corroborar sus sospechas” cuando reparó en el uniforme. El policía le indicó que debía recoger sus pertenencias puesto que su mujer había decidido separarse; desde entonces esa ya no era su casa. 

Emilia se quedó en la cocina. Le daba miedo enfrentarse a su marido, pero sobre todo le daba miedo encontrar en sus ojos al hombre del que se había enamorado y arrepentirse de su decisión. Hasta la cocina llegaba el olor a whisky, el perfume de sábado de Manuel. Emilia sabe que ese día era fin de semana porque Manuel solo bebía los fines de semana. 

De lunes a jueves Manuel era un hombre atento y trabajador. Cuidaba de sus hijos y al llegar del trabajo solo tenía palabras buenas para Emilia. Pero cada viernes, el simple sonido de las llaves en el rellano ya la hacía temblar. Manuel los viernes por la tarde venía del bar y el bar siempre hacía que llegara a casa con ganas de discutir. Sus dos problemas se juntaban ese día: el alcohol y los celos. Manuel marcaba los zapatos de Emilia para saber si había salido a la calle; rasgaba sus vestidos nuevos, aquellos que el miércoles había alabado, por miedo a que con ellos Emilia le fuera infiel; colocaba papeles en la puerta para, una vez que llegaba a casa, comprobar si su mujer había permanecido encerrada. Ese día el papel no estaba en la puerta, lo cual presagiaba un mal augurio.

Emilia cree que ese día era sábado porque el día anterior habían discutido. No recuerda la causa, pero sí el final. Sus cuatro hijos estaban en la habitación de al lado esperando a que amainase la tormenta.  Emilia permanecía en el suelo con los ojos cerrados escuchando amenazas y, de repente, los gritos cesaron. Al abrir los ojos se encontró con su hijo Luis en medio de los dos sujetando a su padre y sacando pecho. 

-Luis tendría en ese momento 9 o 10 años y yo pensaba “pero este criajo cómo puede tener los cojones de ponerse así”. Pero su padre se calló. Y yo decidí que al día siguiente iría a la policía. 

A la tarde siguiente, cuando Manuel se fue al bar, Emilia dejó a sus hijos en casa de su hermana y partió hacia la comisaría. Estaba un poco asustada porque sabía de mujeres en su situación que al decidir separarse se habían encontrado con risas por parte de la policía. “Son cosas de la convivencia. Hay que aguantar un poco más, mujer”, decían. “Algo habrá hecho”, se escuchaba comentar al salir por la puerta.

Emilia llegó a la comisaría y al contarle su caso al agente, no escuchó risas. Ese mismo hombre la acompañó hasta su casa y le dijo que en el momento en el que Manuel abandonara el inmueble, debía cambiar la cerradura

Esperaron a que Manuel llegara del bar. Al oír la puerta intentó pensar solo en sus hijos. Escuchó al agente informarle de que debía marcharse, y Manuel no opuso resistencia. Se fue de forma tan pacífica que Emilia hubiera jurado que no era fin de semana; hasta que le llegó el olor a whisky.

Escuchó al que había sido su marido marcharse con el agente y, al cerrarse la puerta, volvió a respirar

¿Y ahora qué? 

Décadas de lucha

La primera vez que se aprobó una ley que regulara el divorcio en España fue el 2 de marzo de 1932, durante la Segunda República.  Esta ley, que fue derogada siete años después tras la Guerra Civil española, supuso un cambio en la mentalidad de la población, principalmente en la forma de pensar de las mujeres. 

En el libro Historia y sociología del divorcio en España se afirma que los enemigos del divorcio veían en él una fuente de inmoralidad, vicio y decadencia familiar. Además, la privación de este suponía una forma más de sometimiento femenino puesto que “se ve el divorcio como una forma de ampliar la libertad de la mujer, y esto se considera muy peligroso. Es la mujer la que quiere recobrar su libertad, pues ella está mucho más encadenada por el matrimonio. Al hombre, lo que la ley no le permite se lo consienten las costumbres”. Es por esto por lo que, en España, el divorcio se ha visto durante mucho tiempo como una forma de reivindicación femenina.

De 1932 a diciembre de 1933 se presentaron 7.891 demandas de divorcio. Esta cifra contrasta con los 99.444 procesos de disolución que se produjeron en 2018, según publica el Instituto Nacional de Estadística.  No solo eso, sino que Heraldo afirma en uno de sus artículos que “la mitad de los divorcios registrados desde 1981 se produjeron en los últimos cinco años”. Esto nos lleva a preguntarnos por los cambios que ha experimentado la sociedad para dar un salto tan grande en menos de un siglo.

Manifestación divorcio
Manifestación por el divorcio. Fuente: historiaespanaymundo.com

Hubo que esperar 42 años para que el divorcio se aprobara en España de forma definitiva. Fueron 42 años de lucha para muchas mujeres como Emilia que querían demostrar que la violencia machista no era algo que se debiera aguantar, aunque para entonces no recibiera ese nombre. En los años previos a la aprobación del divorcio de 1981, los gritos y las peleas se veían como algo que, aunque reprochable, era rutinario.

-Es que para entonces los gritos se escuchaban todos los días. Cuando no era en nuestra casa era el matrimonio del tercero. Y cuando no, nuestros vecinos de rellano. A esa mujer, su marido la mató. Ahora se te queda esa cara, pero cuando pasó no te creas que era tan raro. Pasaba mucho. – Relata Emilia. Se endurece su gesto al recordar a aquella mujer que “siempre iba triste”.

La separación y la violencia machista antes de 1981

Eran pocas las mujeres que se separaban en los años 70. Carmen, la hija menor de Emilia, recuerda que en su colegio nadie sabía que sus padres estaban separados. Para ella era un secreto inconfesable; la gente no lo entendía, porque lo normal eran los matrimonios “para siempre”.

Según se declara en Pikara Magazine, hasta 1975 la mujer seguía teniendo un papel de subordinación con respecto al hombre, pues pasaba de depender de su padre a hacerlo de su marido. Además, afirman que hasta 1978 “la violencia intrafamiliar y de género, en su concepto amplio, estaba permitida y respaldada por la legislación española. No fue hasta 1989 cuando empieza a castigarse la conducta violenta en el ámbito familiar”. 

En 1973 el código penal sufre una modificación tipificando la violencia física en el ámbito familiar. Esta ley, aunque constituye un paso muy importante para el avance de la sociedad, deja igualmente en desamparo a mujeres como Emilia, cuya violencia no era particularmente física, sino psicológica. Para Emilia, las amenazas y los gritos predominaban muy por encima de los golpes, los cual afirma no recordar. Un estudio realizado por la fundación EDE señala que la violencia psicológica es la más frecuente, a cierta distancia, de la violencia física. “El 78,4% de las mujeres que han manifestado haber sido víctimas de violencia contra las mujeres reconoce haber sufrido violencia psicológica alguna vez en su vida”. Además, este tipo de violencia es igualmente destructiva pues supone un deterioro de la autoestima de estas mujeres, lo cual dificulta el distanciamiento con el agresor. 

-Yo veo fotos de entonces y la veo (a Emilia) triste. Se le ve sobre todo en los ojos; tenía una mirada muy triste.  Mi padre la consumía poco a poco.  Cada vez que discutían ella se hacía pequeña y él grande. Todos le teníamos miedo, y con el tiempo me he dado cuenta de que ese miedo era lo que le daba poder.  Por eso, cuando la policía lo echó de casa se fue sin decir nada. En ese momento solo podía pensar en que se acabara todo, pero ahora lo pienso y me doy cuenta de que (Emilia) tuvo que ser muy valiente para poner fin a eso. – Relata Carmen, la hija de Emilia,  con tristeza.

Emilia, Manuel y sus cuatro hijos
Emilia, Manuel y sus cuatro hijos.

Emilia, tras su separación, se levantaba cada mañana a las 6:00 para limpiar escaleras. Con ese poco dinero que ganaba tenía que mantener a sus cuatro hijos, puesto que la manutención por parte de los padres no estaba contemplada al no existir ninguna ley que regulara estas situaciones. En su lugar, Emilia recibía una especie de puntos que equivalían a muy poco dinero. No recuerda cuánto era lo que recibía, pero afirma que con esos puntos no llegaba. 

– Con eso no nos daba para nada, pero mi madre, con tal de no tener que saber nada más de mi padre, no dijo nada y nos sacó como pudo. – Cuenta Carmen.

No obstante, para Emilia lo más duro no fueron las trabas legales, sino las morales. Tuvo que enfrentarse a un mundo en el que la violencia machista estaba normalizada, y el machismo se extendía por el asfalto de las calles, haciendo que a mujeres como Emilia les costara despegar los pies y seguir adelante.

-La primera persona a la que se lo conté fue mi hermana. Al decirle que me iba a separar porque Manuel me estaba haciendo la vida imposible me dijo que estaba loca, que mi marido era un hombre muy bueno y que roces hay en todas las casas. Me dolió mucho porque yo sabía lo que iba a vivir, pero ¿de mi hermana? No me esperaba que alguien de mi familia me diera la espalda, pero lo respeté.

Una lucha de las mujeres

La de Emilia no era una batalla nueva. La lucha por la legalización del divorcio venía de mucho tiempo atrás, y fue considerada una forma de reivindicación femenina. El divorcio fue una causa que muchas mujeres defendieron a principios del siglo XX, uniéndose con el movimiento sufragista. Mujeres como la abogada Clara Campoamor, quien defendía el voto femenino, también unieron en su discurso el divorcio, el cual aparecía junto a la emancipación de la mujer.

No obstante, una de las figuras femeninas que más peso tuvieron fue la de la periodista Carmen de Burgos, apodada Colombine. Esta mujer plantea un debate en torno al divorcio en un mundo regido por hombres. Esto le otorgó también el apodo de La divorciadora. Carmen de Burgos impulsó diversas encuestas desde sus columnas en las que se planteaba el tema de la ruptura matrimonial. Con ello pretendía atacar “la gazmoñería, mojigatería y beatería ambiente”.

Carmen de Burgos
Carmen de burgos. Fuente:publico.es

Pese a todo, para Emilia lo más duro fue separarse estando perdidamente enamorada. Todavía ahora, a veces se pregunta cómo sería su vida si Manuel hubiera sido de otra forma, si no hubieran existido whiskys los viernes por la tarde o zapatos marcados. Qué habría sido de ella si hubiera elegido amor. Pero Emilia escogió ser valiente. Y con su aplomo, junto al de otras muchas mujeres, se comenzaron a derribar muros de piedra que ahora vemos lejanos. Con esas piedras, estas mujeres construyeron caminos que pisarían las generaciones futuras y que, poco a poco, supondrían un cambio en la sociedad. A esta le pasan el testigo para que siga luchando por avanzar, pues aún queda mucho camino por recorrer

Emilia, en el fondo, eligió amor. Amor a sus hijos -ahora cinco- a los que cree que ha educado todo lo bien que ha podido; pero, sobre todo, amor a sí misma. Emilia, a sus 82 años sale en las fotos con el brillo en los ojos que caracteriza a las personas que han vivido mucho. Dice arrepentirse de pocas cosas en la vida, porque todas ellas la han llevado hasta donde está ahora. Está orgullosa de ver que en la actualidad hay mujeres que no tendrán que vivir su historia, y de ser un ejemplo de que “en el amor, no todo vale”

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