12 lunas frente al espejo: muchas formas de mirar

Elisa Navarro//

12 lunas es el programa de Ocio Alternativo del Ayuntamiento de Zaragoza destinado a jóvenes de entre 14 y 30 años con diversidad funcional. Leticia Solanas y Violeta Fatás organizan Pares Sueltos dentro de este plan local, un taller de artes escénicas.

-Habría preferido que mi hijo fuese también sordo -afirma Sara.

-¡Ahhh, te ha tocado! -bromea Letizia, la monitora.

El bebé se llama Ginno, tiene un año y, aunque él todavía no lo sepa, es el único capaz de oír en su familia. Su madre, Sara, tiene 24 años y es sorda; también su pareja, Luis. Ella es muy blanquita de piel. Su pelo está lleno de las típicas trenzas menudas que uno se hace en la playa. Siempre alegre y enérgica; sonríe todo el tiempo y posee el asombroso don de comunicarse con los demás a pesar de algunas dificultades. Su melena, que le cubre buena parte de la espalda, le baila constantemente cuando se mueve.

Luis es negro. Lleva una gorra ancha puesta hacia atrás, algo de barba, camiseta larga, pantalón ajustado, un reloj grande en la muñeca y una cadena plateada en el cuello, propia de un anuncio de Viceroy. Tiene el ritmo en las venas, no puede dejar de moverse y, cuando le proponen bailar, lo hace con gracia, como si pudiera escuchar la música de fondo; como si constantemente tuviera una melodía en su cabeza que le permitiese moverse en no importa qué circunstancias; que le permitiese, incluso, caminar bailando.

12 lunas
Una de las dinámicas a lo largo de la mañana con Sara en el centro de la fotografía

Sara y Luis han venido sin su hijo. De hecho, el resto de chicos que han asistido a la actividad no llegará a saber que tienen un hijo ni tampoco que son pareja. A simple vista, parecen dos amigos que se han acercado junto con otros dos compañeros más —también sordos— a una actividad propuesta para un sábado por la mañana. Ha sido su amigo Iván quien los ha traído hasta aquí.

Ocio alternativo

12 lunas, en general, es el programa de Ocio Alternativo del Ayuntamiento de Zaragoza, destinado a jóvenes de entre 14 y 30 años y Pares Sueltos, en particular, es el grupo de investigación y creación en artes escénicas dirigido por Letizia Solanas y Violeta Fatás. Ambas presentaron su proyecto al Ayuntamiento de Zaragoza y por eso organizan este taller de creación escénica, una actividad gratuita para que los jóvenes disfruten de su tiempo libre.

Letizia tenía muchas ganas de crear un proyecto que integrase en sus dinámicas a personas con y sin discapacidad, aunque a ellas –también a Violeta– les guste mucho más el concepto de personas con “diversidad funcional”, pues no coarta, no excluye. Las dos zaragozanas, que se habían conocido en Granada a través de unos cursos internacionales de artes escénicas e inclusión, se aparearon en este proyecto, Pares Sueltos, que ya lleva en marcha desde febrero de 2014. A lo largo de todo este tiempo, su lucha se ha centrado en promover la inclusión social y dar un tratamiento más justo a la hora de abordar el concepto de “minusvalía”. Y, aunque en sus carteles todavía se lea: “para personas con y sin discapacidad” –pues es lo que todos entienden– su objetivo es que, un día, el término “diversidad funcional” cale en la sociedad y todo el mundo conozca su significado.

12 lunas
Violeta y Letizia. Fuente: Pares Sueltos.

 

-También soñamos con el momento en que no haya que escribirlo, porque todos se apunten indistintamente a todo; pero queda un largo recorrido por delanteasevera Violeta.

Sí. Actualmente, es difícil que la gente con discapacidad comprenda que también puede participar si no se aclara de antemano. Es una barrera difícil de superar. Otro obstáculo a vencer es conseguir que las personas con diversidad funcional vengan a nuestras actividades individualmente y no solo a través de sus correspondientes colectivos. Nuestro ideal es que sean más autónomoscompleta Letizia.

“No estamos acostumbrados a estar todos mezcladicos”, dirá Violeta al final de la mañana. Ella, que irradia seguridad, se muestra convencida de lo que hace y disfruta con su trabajo. También Letizia. Esta viste una falda con mallas y lleva unas gafas amarillas para el sol. Es alegre, es dulce. Cuando trabajan, se nutren de todos los intercambios que tienen lugar en el aula y, a su vez, son capaces de poner en práctica lo que sienten y han estudiado para hacerlo tangible, visible, real. En resumen, Letizia y Violeta son abiertas y transmiten buen rollo. Lo cierto es que necesitan esas cualidades para desempeñar su labor: para encontrar, en la mezcla –en la diversidad–, el valor añadido de sus actividades. Podrán tener muchas diferencias pero el luchar por una causa común, la inclusión, las une.

***

Estamos desayunando al sol en una cafetería muy cercana a la clase. Son las diez y media de la mañana. Entre broma y broma, Violeta y Letizia acaban de perfilar el programa que, dentro de media hora, pondrán en práctica. Unas sesiones muy bien hiladas con las que intentan hacer partícipes a todos los chicos. Son conscientes de que en algunas dinámicas habrá personas que estarán dormidas pero será en el resto donde se les integre.

Después, hacen quinielas de cuántos jóvenes vendrán a esta tercera sesión de un total de nueve que hay planteadas hasta mayo. Están apuntados 14 pero, al ser un programa gratuito, la gente no se compromete igual que si fuera una actividad pagada. Sin embargo, necesitan a un grupo constante para realizar una pequeña muestra el día 21 de mayo en el barrio Delicias, uno de los más populosos y diversos de la capital aragonesa.

Actividades adaptadas

Hace una mañana espléndida. La actividad tiene lugar en el antiguo matadero municipal de la ciudad convertido desde hace aproximadamente una veintena de años en centro cívico. Tres pabellones de ladrillo rojo se disponen en torno a un patio central, amplio y adoquinado. Un espacio que logra aunar el laborioso trabajo artesanal de cerramiento, fundición y carpinterías con un diseño muy cuidado en el que solo hay lugar para la estética. Una construcción que, sin duda, choca rápidamente con el concepto que normalmente tenemos de “antiguo matadero municipal”, donde solo la sangre y la muerte tendrían cabida.

Son las once menos diez. Cuando entramos, tras desayunar, nos encontramos el aula patas arriba. Antes de llegar nosotras, el chico de mantenimiento ha amontonado parte del polvo en el centro de la sala y ahora se pelea con los altavoces para hacerlos funcionar. Nos explica que el día anterior cambiaron el antiguo suelo por el parquet actual y que por eso hay serrín por todas partes. El suelo nuevo es precioso, pero toca trabajar. Cuenta que cuatro días antes, cuando llegó, estaba completamente levantado y que no se imaginaba verlo hoy todo ya acabado.

-Es difícil encontrar una sala acondicionada para que pueda entrar gente con silla de ruedas y todavía más difícil que tenga un baño adaptado para ellos –cuenta Letizia mientras barre.

Los jóvenes van llegando: los veteranos, que vienen por tercera vez, entablan conversación con las monitoras en el pasillo mientras el suelo recién fregado se seca.

-¡Tenemos suelo nuevoooo! – se alegran.

12 lunas
Participantes de 12 lunas.

 

Finalmente, como las lunas, el grupo de hoy está integrado por 12 jóvenes, que ocupan la sala de los espejos. Los espejos que cubren una de las paredes reflejan a las monitoras y los participantes. Y aunque no sea igualmente perceptible a la vista cada persona se presenta como un espejo de sí misma: se contemplan, se ríen, se entienden, se crecen. Cada uno a su manera, en una sala que dispone de un nuevo suelo sobre el que caminar sin complejos.

El oído que unos no tienen se ve compensado por las manos de Letizia: la conversación sin necesidad de palabras. La falta de coordinación en algunos se atenúa con el ritmo de los otros. Y es que la belleza se encuentra ahí, frente al espejo, testigo de todos los intercambios que se gestan bajo forma de miradas, movimiento, caricias…

Pili y Raúl son personas con síndrome de Down. A Raúl le gusta bailar, moverse, le hace gracia ver a Letizia simular que es una cantante de rock con una caña en la mano y se ríe, se ríe a carcajadas, tapándose la boca. Pili, en cambio, parece vivir en un universo paralelo. Están en círculo y le toca actuar. Los chicos la miran expectantes. “¿A mí?”, pregunta ella. Pili es seria, se abstrae a ratos. Otros se muestra receptiva a todo lo que ocurre a su alrededor y reacciona a los signos de cariño de Sara, que le acaricia con dulzura la espalda. ¿Qué mejor espejo para Sara que Pili? Ambas, a su manera, conocen de primera mano lo que significa ser diferentes en una sociedad que no acepta la diversidad. Ambas son cómplices, se cogen de la cintura mientras Violeta explica –y Letizia traduce– cómo será la siguiente dinámica.

12 lunas
Sara y Pili.

Capaces de crear, de desarrollar de manera conjunta las diferentes actividades, hacen un baile en parejas con una caña, crean tres figuras geométricas usando las cañas en equipos, se convierten en estatuas cuando la música o la luz, para adaptarlo a los sordos se apaga… La improvisación es el plato fuerte: se trabaja con desinhibición, con creatividad, espontaneidad. La magia de hacer volar la imaginación hablando el lenguaje universal.

12 lunas

Raquel, que me pide al acabar una fotografía en la que sale posando, pregunta: “¿Esta también saldrá en la revista?”.

     -Tengo 30 años, me gusta venir aquí porque me divierte, me gusta la danza, el contemporáneo, el teatro y todo un        poco.

Guillermo, que había estado escuchándonos, se autopresenta:

-Me llamo Guillermo Pardo. Tengo 25 años. Ya conocía a Leti y a Violeta de otras actividades y con ellas siempre es un placer.

Cuenta que acaba de terminar un ciclo de iluminación y fotografía y que ahora realiza sus prácticas en una televisión local.

Utilizar el lenguaje con precisión

Cuando hablan, emiten sonidos que les ayudan a ganar en expresividad. Son sordos, no sordomudos y, aunque muchas veces, utilicemos ambos términos de manera indistinta, la diferencia es que ellos sí pueden hablar. Por eso, quieren que la sociedad utilice las palabras con precisión. No son mudos, aunque sean sordos.

-Mis padres son también sordos -gesticula Sara.
-Los míos también oyentes, mira tú qué casualidad -bromea Letizia.

Actualmente Sara no estudia porque trabaja. “Tengo trabajo pero no me gusta nada –explica mientras simula que pega etiquetas en un bote–. Etiquetar es aburridísimo pero tengo que trabajar algo por el dinero, claro”, se resigna. En el futuro quiere estudiar un ciclo superior de estética y después algo relacionado con un taller de automóviles. Reconoce que no tienen ninguna relación pero que ella es «rara»: ya ha estudiado fontanería, carpintería, peluquería, además de danza y teatro. Por eso ha venido aquí, a 12 lunas. Le encanta bailar, le gusta todo lo que esté relacionado con los espectáculos porque cree que la gente sorda también puede actuar. “Aunque hay un montón de actividades ahora mismo no participo en muchas por el niño”, afirma.

-Mi hijo es oyente, aunque hubiera preferido que fuese también sordo.
-¡Ahhh, te ha tocado! -sigue bromeando Letizia-. Busca otro, otra vez -y dibuja con la mano el vientre de una mujer embarazada.
-Ufff no, no –responde haciendo un gesto con el brazo como para expresar que tendrá que pasar mucho tiempo para que se vuelva a quedar embarazada.

Su hijo, en un futuro muy cercano, se desenvolverá tanto en español oral como en lengua de signos. Letizia cuenta que es probable que ningún sordo cercano a la familia lo acepte como intérprete –para ir al juzgado o al banco– porque se verían privados de su intimidad. Como ella afirma, para Sara hubiese sido más fácil que su niño también fuera sordo: cuando lo lleve a la escuela de niños oyentes y deba comunicarse con maestros, padres, madres y niños; cuando vaya al parque para que su hijo juegue…

Prejuzgar es sencillo cuando desconocemos el universo que se esconde detrás de cada historia, de cada familia. Cuando hay tantas miradas como personas, tantas vidas como individuos, tantos reflejos como espejos. En cambio y de nuevo,  todos tan distintos y, sin embargo, tan iguales.  

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