Aullidos
Carmen Velasco Rengel//
Genealogía de atrocidades: el eterno retorno de la bestialidad del macho
Hay que hacer un acto de reflexión para finalizar el año. Debemos parar en seco el horror de la violencia contra la mujer, repetición de repeticiones a través de los siglos. No pedimos justicia ejemplarizante, pedimos justicia, la única arma contra «las manadas»; necesitamos cortocircuitar esta barbarie. Deseamos dar fin a la plaga del odio hacia nuestro sexo.
Eterno retorno: primer cuarto del siglo XXI
Se oyen los aullidos. Se siguen oyendo voces tristes y prolongadas. Grupos de animales que no son lobos ni perros, no son hombres lobo; aunque parezca mentira son de nuestra especie, la humana. El eco no deja de oírse nunca, así que pasen los siglos. El hombre es un lobo para la mujer.
La peor pesadilla de una mujer es volver a casa o ir a algún sitio caminando cuando está oscuro y oír chasquidos de mandíbulas acercándose y chocando con fuerza en la oscuridad. Percibir algo con montones de dientes y garras llenos de sangre caliente. Mientras tanto, la mujer siente pánico y especula, construye excusas, se habla a sí misma para tranquilizarse. Se agolpa en su cabeza todo el peso del pasado y teme lo que puede ocurrir, lo que ojalá no ocurra. «Por favor, no digas que salgo sola por la noche, no vaya a ser que me violen y me juzguen por eso». «Oye, no le digas a nadie que veo ‘porno’, no sea que la manada me salte encima». «No digas que me gusta masturbarme, puede salir cualquier lobo para intentar remediarlo». «No digas que me preocupo por mi imagen, por si estoy gorda, por si estoy guapa, no vaya a ser que digan que solo me preocupa gustar y me estoy ofreciendo para una violación en masa… O para ser violada por una manada…». Y si ocurre… «No, no le cuentes a nadie que me han violado porque he ido a casa con un hombre, qué vergüenza, nadie lo creerá».
Calla. Debes callar esa perversa voz interior; en el fondo, lo que tú buscas te está buscando a ti. Al fin y al cabo, no eres más que una buscona. «¿Qué es lo que busco?», te interrogas angustiada; ¿qué buscan las mujeres a estas alturas del siglo veintiuno?
Freud se lo preguntaba ya a principios del veinte. ¿Qué quieren las mujeres? Para él, como para muchos hombres, las mujeres no sabemos lo que queremos, somos seres fallidos, como cortados por un tajo en el cuello: la cabeza va por un lado, el cuerpo por otro. Hay una fábula budista ilustradora que tomo prestada de Beatriz Preciado -ahora Paul B. Preciado- en su fundamental Testo Yonqui (2008). Se titula Decapitar a la filosofía. Una discípula preguntó hace años a un maestro budista qué era la filosofía y cómo aprendería a pensar. Le respondió con esta fábula: Una joven aspirante a la filosofía sube una montaña acompañada de su viejo maestro. Caminan juntos por una ruta sinuosa y empinada que bordea la montaña y se cierne al borde del precipicio. El maestro le ha prometido que antes de llegar a la cumbre le será ofrecida la posibilidad del entendimiento. Sin embargo, le advierte que la tarea será ardua. La discípula insiste, quiere saber más. La subida es difícil y la joven empieza a desesperar. Caminan durante horas y están a punto de llegar a lo más alto, cuando de repente el maestro saca una cuchilla voladora de su mochila y la lanza hacia el vacío sacudiendo ligeramente la mano. La hélice se vuelve hacia el maestro y corta de un tajo impecable su cabeza. La sangre salpica la cara de la discípula que observa la cabeza estupefacta: la cabeza seccionada con los ojos despiertos rueda por una de las laderas de la montaña, mientras el cuerpo, con los brazos aún agitados, se desliza por el otro lado hacia el precipicio.
Ya está. Su maestro le ha ofrecido un «regalo»: elegir entre la cabeza y el cuerpo, realizar la experiencia de la separación. Este es el desafío de la mujer: o corre detrás del cuerpo o de la cabeza. La mujer es la naturaleza, el cuerpo; y el hombre la cabeza, ese es el discurso universal que ha pretendido «la razón patriarcal» y de ese modo ha ignorado a una gran parte de la humanidad.
Ante la visión de la cabeza femenina rodando ladera abajo y el cuerpo intentando cogerla, los rumores pasan de unos a otros, de una manada a otra: Miradlas, qué espectáculo, buscan su cabeza, no saben ni dónde la tienen. Y entonces nos lanzamos por la cuesta de la vida buscando la cabeza e intentamos eludir los aullidos.
Siempre ha sido así, perdemos la cabeza, las cargas nos sobrepasan. Apostamos y las bolas negras salen de nuestro bombo sin cesar.
La historia viene de lejos. Una historia penosa, una historia para llorar, como suelen ser las historias. Una historia de violencia contra las mujeres. Un reproche constante recae sobre el sexo femenino —ese sexo llamado débil— si salimos de nuestra función maternal y de cuidadoras de todo, incluyendo el orden establecido.
No hay espacio ni tiempo para reflejar las afrentas acumuladas; intentaremos simplificar, no obstante, saltando entre tiempos y espacios.
Testamentos: comienzos del siglo I
Podríamos localizar el primer acto de nuestra historia más negra con Petronila, llamada así por el nombre de su padre, Pedro. Ocurre en Egipto y se encuentra recogida en el llamativo opúsculo conocido como La hija de Pedro, componente de un apócrifo, Los hechos de Pedro, encontrado entre los trece volúmenes de papiros encuadernados en cuero —los textos de Nag Hammadi— aparecidos en diciembre de 1945 y datados en torno al último cuarto del siglo II.
Entre otros relatos, en este texto se cuenta que los discípulos piden a María Magdalena que aclare las palabras de Jesús y ella comienza a explicarles. Pedro se enerva y pregunta: «¿Debemos cambiar nuestros hábitos y escuchar lo que dice esta mujer? ¿Él realmente la prefiere a nosotros?». Lévi —un personaje que se cruza con él en los Evangelios sinópticos — interviene para sermonearlo: «Pedro, has sido siempre irascible y atacas a esta mujer como lo harían nuestros adversarios. Si Jesús la ha juzgado digna, ¿quién eres tú para rechazarla?».
El caso de Pedro es un caso de misoginia profunda, se ha querido olvidar la violencia contra lo femenino del fundador de la Iglesia. María Magdalena decía que este apóstol detestaba a las mujeres. Y esto no es nada comparado con lo que los Hechos de Pedro mostraban.
El germen de la violencia contra lo femenino está reflejado en la actitud de Pedro con su hija Petronila a quien su padre consideraba demasiado bella y deseable para no representar un «peligro». Y así, con sus incesantes oraciones, convenció a Dios para que la paralizara y la resecara de los pies a la cabeza para «no tener problemas a causa de ella», pues «esta hija mía dañará muchas almas si su cuerpo permanece con buena salud» -sí, habéis leído bien, sí-.
El relato escalofriante cuenta que mientras Pedro andaba curando enfermos por Jerusalén uno de los presentes le reprocha que, en su misma casa, su propia hija yacía en la cama paralítica de medio cuerpo. Para no decepcionar la fe de quienes le observan y le escuchan, Pedro accede a sanar a su hija, si bien acto seguido, realiza lo que se podría denominar un «renuncio» —o un «contramilagro»— que retorna a la joven a su situación anterior y la postra de nuevo en cama. Preguntado por tan extraña actuación, el apóstol Pedro se justifica con las siguientes palabras:
¡Por la vida del Señor que esto es útil para ella y para mí! Pues el día que nació tuve una visión en la que Él me decía: «Pedro, hoy ha nacido para ti una gran tentación. Tu hija causará daño a muchas almas si su cuerpo permanece sano». Mas yo pensaba que se mofaba de mí. Cuando la muchacha tuvo diez años, muchos sufrieron lascivia por su causa. Un gran hacendado, Ptolomeo, había visto bañarse a la muchacha y envió por ella con la intención de hacerla su esposa. Pero su madre no quiso. Ptolomeo insistió y no pudo esperar […] Poco después, los siervos de Ptolomeo trajeron a la muchacha, la dejaron delante de la puerta de la casa y se fueron. Su madre y yo bajamos, descubrimos a la muchacha; todo un costado de su cuerpo, desde los pies a la cabeza, había quedado paralizado y enjuto. La recogimos y alabamos al Señor que había librado a su sierva de esa mancha, de la vergüenza. Este es el motivo por el que la muchacha haya quedado así hasta el día de hoy».
Desde hoy hay que leer la historia de Petronila como la del alma de la iglesia monoteísta, cristiana, judía o musulmana, en todas sus variantes, de la religión de los patriarcas que quieren desposeer a la mujer, pura tentación y peligro, y tener la llave de su destino.
Afrentas: siglo XI
Uno de los documentos fundacionales de la literatura española, el Poema del Cid o Cantar de Mío Cid (1140), contiene un pasaje brutal de maltrato femenino que durante mucho tiempo ha pasado desapercibido o «desleído», el llamado Cantar de la Afrenta de Corpes, quizá el primer relato de un episodio de violencia contra la mujer en nuestra tradición literaria.
Los infantes Ferrán y Diego González, se casan con las hijas del Cid para humillarlo y tapar la cobardía que han evidenciado por no haber tenido valor para enfrentarse a un león. Tras haberlas golpeado y herido con sus armas, las dan por muertas y las abandonan desnudas en el campo.
Allí los mantos y pieles les quitaron a las dos,
solo camisa y brial sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas llevan calzadas los traidores de Carrión,
cogen en las manos cinchas que fuertes y duras son […]
Las damas mucho rogaron, mas de nada les sirvió;
empezaron a azotarlas los infantes de Carrión,
con las cinchas corredizas les pegan sin compasión,
hiérenlas con las espuelas donde sientan mas dolor,
y les rasgan las camisas y las carnes a las dos,
sobre las telas de seda limpia la sangre asomó.
La víctima más propicia siempre ha sido la mujer. La masculinidad se venga de sus debilidades en una carrera que solo conduce a la destrucción.
Honra: siglo XVII
La honra de la mujer es solo un medio de honrar al hombre; por tanto, la deshonra es un medio de deshonrarlo. Hay numerosos testimonios reales a lo largo de nuestra historia. El ius primae nocte —o «derecho de pernada» — era el derecho a mantener trato sexual con la recién casada por parte del jefe del clan, como representación del marido, si no se había pagado el rescate impuesto. Es obvio que este «derecho» era una violación legitimada que desposee a la mujer de su propio derecho como ser humano y pone de manifiesto que el honor y la honra solo afectan al varón.
Este concepto tradicional de honor, tristemente, todavía persiste. En el matrimonio el honor de un hombre estaba depositado en la castidad de su mujer, y la pérdida de la virtud de ella traía consigo el deshonor de él. Se basaba también en el hecho de que, con el matrimonio, un hombre adquiría derechos exclusivos de propiedad sobre el cuerpo de su mujer, no pudiendo esta disponer libremente de su cuerpo; por consiguiente, la infidelidad era un delito de lesa humanidad.
En la literatura española del XVII el tema aparece extensamente. En Lope de Vega (La más prudente venganza), en Tirso de Molina y en Calderón de la Barca, entre otros. El argumento de muchas de las obras sigue el tema clásico del honor en peligro y de su posterior restitución. El marido descubre por alguna razón que su mujer está con otro y mata a ambos o a la mujer, en algunos casos de manera truculenta -en A secreto agravio, secreta venganza [1637] de Calderón de la Barca el marido quema a su esposa doña Leonor en su palacio-. Con estas venganzas, a veces en secreto y cobardes, queda restituida la honra y el honor masculino.
En el acto III de El médico de su honra, obra así mismo calderoniana, el marido, don Gutierre, es incapaz de confiar en su esposa, pero no puede o no se atreve ni a tomar venganza del amante, ni a impedir a este su conducta o pedirle cuentas de ella. Siendo lo primero para él mantener su reputación pública a salvo de cualquier publicidad o rumor —pues la sospecha o el rumor ya es una mancha de honor— no puede pedir justicia al rey públicamente, ni quiere darse por enterado del cortejo del príncipe. La solución que encuentra es matar a su esposa haciendo pasar el asesinato por obra de asaltantes desconocidos, para que ni siquiera se sospeche la causa. Esta solución es la «medicina» a que alude el título de la obra y los versos finales:
que el honor/ con sangre, señor, se lava […]
Mira que médico he sido/ de mi honra. No está olvidada/ la ciencia.
Además de reflexionar sobre este tema, nos lleva a pensar que inconscientemente aquellos rígidos códigos de honor masculinos siguen vigentes. Gutierre brutalizará y deshumanizará incluso a la mujer que quiere al proseguir este honor degenerado; aún más, la matará. Los personajes masculinos de ‘El médico de su honra’ consideran que las mujeres son de su propiedad, meros objetos más o menos servibles para su causa.
La manada: siglo XXI
Según expone el Auto de la Fiscalía de Navarra, los hechos ocurren sobre las 2:50 horas del 7 de julio de 2016, cinco jóvenes se encuentran en la Plaza del Castillo de Pamplona, donde se celebra un concierto con motivo de las fiestas de San Fermín, y entablan conversación con la víctima, una joven de 18 años y natural de Madrid, quien había llegado a Pamplona con un amigo para las fiestas, aunque en ese momento se encontraba sola. Pocos minutos después, la chica les indica que se va a dormir al vehículo con el que había venido a Pamplona y los acusados la acompañan. En el camino, y mientras la chica se queda «alejada del grupo», los acusados preguntan al portero de un hotel si hay una habitación libre, «para follar». No consiguen habitación. Siguen caminando y ven que una mujer va a acceder a un inmueble. Uno de ellos simula estar alojado allí, lo que facilita el acceso al grupo. Dos de ellos agarran entonces a la chica por los brazos y la meten en el portal «tapándole la boca y diciéndole que se callara y no gritara». La rodean entre los cinco, le bajan la ropa interior y la obligan a realizar diferentes actos sexuales con cada uno de ellos, «valiéndose de su superioridad física y numérica» y de la «imposibilidad» de la joven de ejercer la más mínima resistencia. En concreto, la obligan a realizar felaciones a los cinco, mientras que también dos de ellos la penetran por el ano y la vagina —sin que ninguno usara preservativo— en algunos casos de forma simultánea, «animándose en ocasiones y reclamando su turno», según relata el fiscal. Mientras todo esto ocurre, dos de los acusados, hicieron vídeos y fotografías con sus teléfonos móviles, «con la intención de mostrarlos, enviarlos y difundirlos a su grupo de amigos», algo que no llegaron a hacer, pero sí anunciaron en un chat denominado La Manada.
Cuando los acusados se dieron por satisfechos, se vistieron. Pero, antes de salir, valiéndose de la situación intimidatoria ante la víctima, y de común acuerdo, le quitaron el móvil, le sacaron la tarjeta SIM y la arrojaron en el mismo portal con el objetivo de que «no pudiera pedir auxilio», concluye el relato de lo ocurrido. Eran las 3 horas y 27 minutos de la madrugada. Todo sucedió en 21 minutos. Los acusados se marcharon y la víctima salió minutos después a la calle. Una pareja se la encontró acurrucada sobre un banco, en posición fetal, llorando desconsolada.
La chica denuncia
El Mundo, 8 de diciembre de 2017: El abogado de la denominada «Manada» quiere exculpar a sus clientes describiéndolos como «imbéciles», «simples» y «primarios», al tiempo que comenta que «está claro que ella no sintió dolor». A pesar de las brutales imágenes de los vídeos que La Manada grabó, uno de los acusados se defiende diciendo que es «habitual» (sic.) que una mujer quiera tener sexo con dos o tres hombres a los que acaba de conocer.
Sin lugar a dudas, ellos saben muy bien lo que quieren las mujeres, no es la primera vez que algunos miembros de esta «manada» han sido acusados de abusar de mujeres, de utilizar una droga llamada burundanga para dejarlas semiinconscientes, de utilizar otros grupos de chat (como el denominado Veranito) para hacer ostentación de sus degradantes delitos de abusos.
Miren ustedes por donde, ya tenemos la respuesta al doctor Sigmund Freud sobre qué desean las mujeres; pues eso, tener sexo a conciencia y ser ultrajadas sin límite por unos buenos machos, ¿cómo podía ser de otra manera?
Algunas noticias de los últimos días de 2017
El País (noticia extraída de un artículo de Nicolás Alonso), 10 de diciembre de 2017: El sacerdote confesó a una mujer, la mató y 57 años después ha sido detenido. Durante años, la Iglesia bloqueó la investigación por miedo a manchar su imagen en EE. UU. La víctima tenía 25 años, pelo negro y tez blanca, era de ascendencia latina, la primera en su familia en acudir a la universidad y condecorada con un premio de belleza en Texas, donde trabajaba como profesora para niños desfavorecidos. Católica devota, en la primavera de 1960, acudió a la Iglesia del Sagrado Corazón en McAllen (Texas). Entró a confesarse. Nunca más se la volvió a ver. Faltaban pocos días para la Pascua. Primero aparecieron sus zapatos. Luego su cuerpo, flotando en el agua de un canal de riego. La autopsia halló que la víctima había sido golpeada, asfixiada y violada, cuando ya estaba inconsciente. La policía no encontró suficientes pistas y no logró reconstruir la muerte de la joven. El único sospechoso, el sacerdote —ahora tiene 85 años— afirmó que había dado confesión a la mujer antes de su muerte, pero negó saber nada más de lo que había ocurrido. Las autoridades sospecharon siempre de él y lo interrogaron durante décadas sin resultado, aunque algunas pruebas eran claras. Los agentes descubrieron una nota escrita por el cura en el canal donde se localizó el cadáver. Un grupo de comulgantes afirmó que sus manos presentaban rasguños y heridas. El padre, al parecer, también había tratado de atacar a otra joven en una iglesia distinta semanas antes. Se sometió a un detector de mentiras y dio negativo. Pero nada de ello fue suficiente para arrestarle.
Diario SUR, lunes, 11 diciembre 2017, 15:21. Agentes de la Policía Local de Málaga detienen a un joven de 18 años por un delito de malos tratos en el ámbito familiar tras agredir presuntamente con un cuchillo a su madre, hermana y abuela. Tras recibir el aviso de una pelea con posibles víctimas, los agentes acudieron al lugar. Una vez allí, encontraron a una mujer de 36 años, que resultó ser la madre del presunto agresor, sentada en la puerta de la vivienda. Presentaba una herida sangrante en el cuello y estaba siendo auxiliada por una vecina que le taponaba la hemorragia. Según la nota de la Policía, el joven había atacado igualmente con un cuchillo a su abuela, de 64 años, que presentaba laceraciones en cara y brazo derecho, además de una herida en la cabeza; y a su hermana, de 14 años, que presentaba del mismo modo una herida contusa en región parietal.
Varios medios de comunicación del 13 de diciembre. Aparece otra «manada». Tres jugadores de la Arandina, equipo de Aranda del Duero (Burgos) de Tercera División, el portero y dos delanteros, fueron detenidos por un delito de abusos sexuales a una menor de 15 años. Los tres, de entre 19 y 24 años, pasaron la noche en comisaría. El entrenador se muestra incrédulo: «De entrada no me lo creo, este año tengo uno de los mejores vestuarios que he tenido, chavales muy sanos, nobles y muy majos, jamás me han generado un problema. A mí, ahora, más que los partidos, me preocupan los chicos». Sin comentarios.
La realidad, los datos…
Cada dieciocho segundos una mujer es maltratada en el mundo, según datos de Naciones Unidas. Y al menos una de cada cinco es víctima de malos tratos en su propio hogar, según la OMS. En pleno siglo XXI, no hay ni un solo país en el que hombres y mujeres tengan el mismo estatus, ni las mismas oportunidades.
En pleno siglo XXI, las paquistaníes casadas no pueden registrar un negocio sin permiso de su esposo. Tampoco las congoleñas, que como las nigerianas no pueden abrir una cuenta del banco sin la firma de su cónyuge; la misma discriminación que afrontaban las mujeres españolas durante el franquismo. En Afganistán, Malasia, Omán, Arabia Saudí, Yemen y otros 12 países las mujeres no pueden salir del país sin permiso de sus maridos. En 32 países, las mujeres casadas ni siquiera pueden tener pasaporte propio (Malí, Jordania, Irak, entre otros). En Bolivia, Camerún o Guinea existen leyes que marcan que las mujeres casadas necesitan el permiso de sus esposos para firmar un contrato de trabajo, según el análisis que hace de las legislaciones el Banco Mundial. En lugares como Líbano no pueden traspasar su nacionalidad a los hijos.
Más de 50 millones de niñas no van al colegio en el mundo —la mayoría de ellas en países de África, según datos de Unicef—, un derecho fundamental que limitará y perjudicará su futuro. En Sierra Leona o Guinea Ecuatorial una ley prohíbe a las chicas embarazadas ir al colegio por si «contagian» a sus compañeras. En ese último país, incluso, obligan a las menores a someterse a un test de embarazo para poder matricularse. En otros Estados, estas barreras no son legales, pero las menores embarazadas son tan gravemente estigmatizadas que terminan por abandonar la escuela. Y la inmensa mayoría nunca vuelve.
La ficción también habla…
‘Andando entre tumbas’ (‘A Walk Among the Tombstones’) es una película de 2014 basada en la novela del mismo nombre de Lawrence Block. Una historia de ficción que permite explicar qué mueve o qué se remueve en ese espíritu destructor de «las manadas». También nos advierte y nos recuerda que estamos rodeadas de tumbas, las tumbas de los feminicidios, las tumbas de los cadáveres de tantas mujeres que llevamos sobre nuestras espaldas. No queremos seguir sumando, queremos parar, queremos hacer todo lo posible por terminar con esto.
En la película, un investigador privado es contratado por un capo de la droga para averiguar quién secuestró y asesinó a su esposa. La mataron a pesar de haber pagado el rescate que le pidieron. El investigador se niega. Más tarde el marido de la difunta va a verlo y le cuenta cómo fue asesinada su esposa. El relato terrible y la espeluznante grabación de la tortura de la mujer le hacen cambiar de opinión y acepta el trabajo. Durante la investigación, descubre que los hombres que está buscando han matado en más de una ocasión. Son agentes federales, además de sádicos asesinos de mujeres. Al final, averigua cómo las mujeres de los traficantes son castigadas en lugar de sus maridos. Ellas son las que sufren las torturas que van destinadas a los delitos cometidos por «sus hombres». La venganza de los torturadores presenta un componente misógino revelador: les cortan los senos, las despedazan y se las ofrecen a los maridos envueltas como paquetes de heroína sangrante.
La mujer siempre paga lo suyo y lo de los demás.
Respuestas teóricas… ¿Qué desean las mujeres?
«He soñado que Darwin inventó una teoría que ha sido la semilla de la subordinación femenina al otro sexo y el martillo que la ha clavado definitivamente», comenta un personaje de Jacinda Ash.
Como es sabido, Charles R. Darwin fue un naturalista inglés y el científico más influyente al plantear la evolución biológica a través de la selección natural en ‘El origen de las especies’ (1859). Darwin representa la naturaleza como un intercambio sexual más que como la competición entre diferentes especies para conseguir dominar. Para estabilizar un mundo en conflicto, el modelo que propone conlleva que el deseo sea diferenciado según el género. Los hombres deben desear a una mujer capaz de «domesticarlos», las mujeres deben desear al hombre «duro y potente». En el momento en que Darwin divide la naturaleza de acuerdo con este principio, introduce la idea de una cultura primitiva que se identifica con sus antepasados. Sin embargo, en esta cultura primitiva olvida la autoridad femenina, la parte activa, su potencia. La idea de Darwin representa una cultura que deja sus intereses en manos de una mujer que se dedica a «atraer» y luego a «domesticar» el deseo del hombre; por tanto, el deseo de aquella por cualquier otra cosa contradice su naturaleza esencial como mujer. E introduce una responsabilidad en el rol femenino: si no logra «desear» al hombre pondrá a la civilización a merced de los instintos salvajes del hombre.
En cualquier caso, la idea difundida por diferentes pensadores que resolvían cuál era el deseo de las mujeres va en ese sentido: las mujeres quieren ser inevitablemente seducidas por cuantos más hombres mejor, de este modo ejercen su poder atrayendo y conduciendo la fuerza masculina.
En este punto es importante hacerse la pregunta, ¿alguna vez dejarán que hablen con voz propia?
Aprendiendo de los juegos
Hay algunos Pokémon que aparecen en manadas, no se pueden conseguir de otra manera a no ser que los intercambies. Los Pokémon son capturados. Para atraparlos a todos hay que escuchar el programa completo. Y el programa completo es el de una cultura que une a los hombres en su debilidad y los empodera a partir del maltrato contra un sexo que consideran, en el fondo, despreciable. La voz de siglos, la voz de una plaga que no se extermina solo con leyes y campañas publicitarias, un programa cultural que considera abyecto e inferior el sexo femenino.
En suma, nos enfrentamos a un problema que se eterniza, que no parece tener solución a pesar de los considerables cambios que se han producido en las relaciones de mujeres y hombres, a pesar del camino hacia la igualdad teórica. En este sentido, quizá el mayor objetivo que la sociedad se ha propuesto en estos últimos años no ha encontrado todavía una respuesta positiva, lo cual es inquietante. El reto consiste hoy en apuntar más certeramente para detectar los problemas ancestrales, las raíces del mal milenario. Hallar estrategias eficaces que hagan desaparecer la idea de una feminidad que desata los impulsos sádicos de seres amorales dispuestos a todo con tal de humillar y ridiculizar a las mujeres.
No queremos, no toleramos, no aceptamos más víctimas propiciatorias en nombre de una idea del sexo perjudicial para nosotras. Hay que seguir intentándolo, no debemos rendirnos ante las evidencias. La realidad siempre será dura, pero más duras e implacables debemos ser nosotras contra ella cada vez que ocurra una de estas salvajadas. Cada vez que La Manada o alguna «manada» se ponga en funcionamiento como una máquina de guerra contra las mujeres y sea acusada de crímenes abyectos, tenemos una oportunidad preciosa de castigar sin que nos tiemble el pulso ante las consecuencias. Actuar contra ellos sin temor ni temblor. Ahora. Antes de que sea tarde. Aunque siempre sea demasiado tarde para las víctimas.
Caperucitas, caperucitas, ¡adiós al lobo!