Cuna y exilio de un joven músico
Celia Montero //
Crecer en un lugar u otro puede condicionar la vida de una persona. Gabriel nació en un barrio de Zaragoza marcado por la música. Tiene veinte años y lleva casi quince tocando el piano. Pero Casetas ya no es lo que era en aquellos dulces años ochenta.
Era la primera vez que Gabriel actuaba fuera de lo que hasta entonces era su territorio. El salón de actos del Centro Cívico de Casetas había sido su único escaparate. Dos veces al año, una en navidad y otra en verano, participaba en un concierto de la escuela. También allí afloraban los nervios antes de subir al escenario para tocar su pieza, pero sabía disimularlos y transformarlos con la precisión y energía suficientes para dejar al público mudo. No fue distinto ese día en el Bar Avenida.
“La gente los miraba montar y los veían tan pequeños… Pero cuando tocaron, alucinaron”. Su madre se emociona cuando recuerda aquel primer concierto de Gabriel acompañado de su amigo Óscar a la batería. Solo tenían once o doce años pero derrochaban la pasión del que lleva toda su vida dedicado a la música.
“Nos llamábamos Little Musics”, recuerda Gabriel entre risas. “En su momento nadie nos dijo que estaba mal, así que diremos que la traducción era Pequeñas músicas”. Fue en esa primera edición de Gira por Casetas cuando comenzó a ser más consciente de lo que el mundo de la música tenía que ofrecerle, y viceversa.
- Desde el barrio se impulsó un proyecto para que, la gente que aprendía instrumentos por su cuenta, pudiese hacer combos y mostrarse al público. Eso me abrió un mundo. No estar tocando todo el año en tu casa para después mostrar una canción, que era lo que conocía hasta el momento.
Cuando tenía seis años, los padres de Gabriel acudieron a una reunión sobre clases de formación musical en el barrio. La presencia de una vieja guitarra merodeando por casa los animó a apuntarlo para aprender a tocar, pero por falta de niños interesados en ese instrumento, Gabriel acabó dando clases de piano. Su profesora Carolina, que también le enseñaba lenguaje musical, lo acompañó durante años, hasta que Gabriel se sintió estancado. “Cada día iba y sacaba una canción, pero yo entonces ya empezaba a escuchar mucho rock y metal y pensaba: joder, yo quiero probar cosas nuevas”.
No dejó de tocar el piano por su cuenta. Se compró una guitarra y tras un tiempo aprendiendo él solo, se apuntó a clases con Isidro Melús, músico y miembro de la Asociación de Músicos de Casetas. Después ahorró para un ukelele y ahora el saxofón ronda por su cabeza. Pero para eso habrá que esperar porque “hace falta tiempo y dinero”.
Caldo cultural de Casetas
Casetas vivió una época dorada de la música, una movida cultural que coronó a este barrio obrero como el epicentro del rock de Zaragoza. En los ochenta, acudía gente de toda la ribera para ver los conciertos que se celebraban cada fin de semana. Había muchísimos bares y hasta una zona de discotecas. Y las fiestas patronales eran auténticas.
Allí nacieron grupos como Pedro Botero, Bandera Blanca, Tela de Araña o Vinos Chueca; comenzaron artistas como Bunbury o Amaral; acogieron a formaciones como Triana, Obús o Barón Rojo. Fueron buenos años.
Ahora la esencia se mantiene, pero la fiebre del rock se ha resentido. Muchos de los bares que albergaron en los ochenta la bullente escena musical fueron cerrando poco a poco, y la socialización en esas frecuentadas tascas se fue perdiendo. No hay tantos conciertos como antes y además la vida de los jóvenes se cuece en sus propias peñas.
- El panorama musical de Casetas creo que ha cambiado en edad. Después de las primeras giras por Casetas, que reavivaron la música del barrio, mucha gente mayor se sumó y los jóvenes que quisimos seguir en la música vimos más futuro saliendo a tocar fuera, en Zaragoza.
Pero los artistas del barrio rural resisten. Los nostálgicos decidieron apostar por la Escuela de Música de Casetas -que ahora tiene unos 300 alumnos- y unieron fuerzas creando una Asociación de Músicos. “En lo referente a cultura tenemos que sacar dinero de donde podemos, como podemos. Y gracias a la gente que lucha y trabaja desinteresadamente por el barrio. Pedimos que nos ayuden desde el Ayuntamiento de Zaragoza”, reivindicaban algunos vecinos en el documental Rockasetas dirigido por Ángel Martínez.
Gabriel agradece haberse formado en Casetas, aunque durante un tiempo barajó entrar al conservatorio.
- Quería tener algún título para dedicarme a la música, pero la formación que dan es más clásica y no me interesaba. Pero al final aquí siempre he estado rodeado de músicos y toda la gente que tocaba conmigo acaba tocando en Zaragoza e incluso ganándose la vida con ello.
Tiene solo veinte años pero una personalidad muy definida y, según su madre, un gusto musical muy exquisito tanto para lo antiguo como lo actual. Como él dice, escucha de todo, “pero de todo de verdad”. Rap, metal, jazz, R&B, e incluso Bad Gyal cuando sale de fiesta.
- Tuve una temporada de escuchar solo metalcore y esta gente que en vez de cantar grita, e incluso le dije a un amigo que el rap era una mierda. Cuando empecé a escucharlo más fui a decirle que me había equivocado. Ahora comento con mis padres la música que hago con el grupo o que creo que descubro y ellos me enseñan sus vinilos y se parece mucho. Inconscientemente he acabado escuchando mucha música que escuchaban ellos.
El salto a Zaragoza
Poco a poco se fue abriendo un hueco y forjando su carrera. Little Musics evolucionó hacia lo que ahora es Milla Nueve. “Damos conciertos muy espaciados entre sí y la banda ha cambiado mucho, pero me parece una cosa muy bonita. La cosa es ir a tocar y estar con tus colegas”.
The Blue Cabin es su otra apuesta, una banda más reciente con gente de Zaragoza. Gabriel solo conocía a una de sus integrantes y formaron un grupo en el que toca los teclados y la guitarra. “En Instagram pone que nuestro estilo es funky jazz fussion groove. La idea inicial era un rollete jazz oscuro y evolucionó mucho. No conocer tanto a la gente al principio y tener todos tantas ganas e ideas nos hizo darle muchas vueltas”.
Han tocado en salas zaragozanas como la Creedence, estrenaron su primer EP en Sala Zeta, y ahora participan también en iniciativas como “Jóvenes en Casa Festival” o “Esto no es una cuarentena” para seguir mostrando su trabajo incluso en tiempos de pandemia.
La rockoteca: una de tres
El fin de semana que se declaró el estado de alarma en España, Gabriel iba a tocar con The Blue Cabin en la rockoteca de Casetas, inaugurada en 2016. Solo hay tres en todo el país: la de Peralta (Navarra), la de Olvera (Cádiz) y la zaragozana. La bibliotecaria casetera Pilar Garro acogía desde hacía años a los artistas locales que querían dar algún pequeño concierto en las instalaciones de la biblioteca municipal, pero quiso llevar ese espacio un paso más allá.
La Rockoteca El Horno debe su nombre al primer local de ensayo del barrio: El Horno de la María. Allí todo el mundo tenía un lugar para crear, para alternar y pasar el rato. Vio nacer a bandas que despuntarían en el resto del país. Esta rockoteca tiene cientos de archivos del pasado del rock en Casetas y en Zaragoza, pero también a nivel nacional e internacional. Cintas, discos, vinilos… Un espacio para consultar pero también para disfrutar de actuaciones puntuales.
“Una biblioteca me parece un sitio idóneo para esto. Podría haber conciertos semanalmente y aprovecharse más”. En el pequeño concierto que iba a dar con The Blue Cabin, querían cuidar con mimo la estética, las luces, la atmósfera… Y grabarían la actuación a modo de tiny desk, un pequeño concierto en acústico desarrollado alrededor de un escritorio, que está cogiendo fuerza en Internet. Artistas como Coldplay e incluso El Cigala ya han compartido este tipo de sesiones en la red.
Aunque a Gabriel le gustaría dedicar su vida profesional a la música, estudia diseño de producto en la Escuela Superior de Diseño de Aragón. “Hay días que estoy en la carrera y me pregunto qué hago allí”. Los estudios de diseño ocupan entre semana casi todo su tiempo, pero él tiene claro que quiere participar y poder vivir de la música, y reserva los fines de semana para ella. No solo se ve como como miembro de una banda o dando conciertos, sino quizá como técnico, productor, compositor, profesor… Por ahora no lo tiene claro. Sabe que es un mundo complicado pero a su vez muy amplio y está seguro de que su futuro está ahí.
La que fue cuna del rock zaragozano, sigue siéndolo de talentos. La nueva generación de músicos de Casetas tiene capacidades e ideas de sobra, pero el entorno de su barrio dista mucho de ser como el de aquellos dulces años ochenta. Ahora el éxito en su tierra cuesta un poco más. Quizá esa “fuga de cerebros” musical consiga que los vecinos del barrio descubran lo que todavía desconocen: la buena música vuelve a fraguarse en su propia casa.
Volverán a llenar el pabellón como en aquel concierto de Pedro Botero en el 86. Sonarán nuevos himnos que estarán al nivel de su estimado “Como aquel que no quiere la cosa” de Bandera Blanca. Y Gabriel, que desde su habitación de casa confiesa no estar acostumbrado a las entrevistas, conseguirá convencer a todo el mundo -como lo hacía en sus primeras actuaciones- e incluso a sí mismo, de que ya no está nervioso.