Del repudio al orgullo
Texto: Ana Baquerizo. Fotografías: Ahmed Ali//
Vivir como heterosexual o la pena de muerte. Es la disyuntiva que tizna la vida de las personas LGTBIQ en 13 países. La cárcel es el castigo en otros 59. Del gris de la vida escondidos, a los —seis— colores de la manifestación del orgullo más multitudinaria del mundo donde conocí a Ahmed Hassan (Pakistán) y Miguel Edu (Guinea), quienes celebran que ya pueden mostrarse tal y como son.
La boca del metro escupe caminantes que avanzan apretados, abriéndose paso como pueden para asistir a la manifestación del orgullo LGTBIQ más grande del mundo. Las calles del centro de Madrid se visten de multitud. Entre una banda de música y un altavoz portátil, se cuelan las notas cálidas de un grupito de percusionistas africanos. Hay quien se acerca, cautivado por el ritmo. La mayoría pertenece a la Asociación LGTBI África. Son refugiados —solo veo hombres— por su orientación sexual, como Miguel Edu, que se coloca tras una pancarta. Hace tres años salió «para siempre» de Guinea Ecuatorial, donde había vivido sus tres décadas. «Pedí un visado para venir a España porque me pareció más fácil al ser la antigua metrópoli. Cuando vine, pedí el estatus de refugiado porque, de verdad, no puedo volver a mi país», subraya. Miguel lo cuenta muy sereno, con el rostro relajado y la voz firme.
Esta historia se suma a las otras 27 del resto de miembros de su asociación que hoy lucen la misma camiseta. Todos nacidos en algún punto del continente que concentra más países —34, casi dos terceras partes del total— en los que mantener relaciones consentidas entre personas del mismo sexo es un delito. Pero no solo: en otros, faltos de legislación, simplemente no se acepta socialmente.
Al entrar en la marcha, se intuye la magnitud de un evento histórico que llevaría a Madrid a liderar la lista de las manifestaciones del orgullo LGTBIQ más multitudinarias de la historia. La gente se distribuye a la izquierda y la derecha, dejando un espacio central para el desfile. Ahí me coloco yo. Desde dentro, los sentidos no dan abasto entre músicas y pancartas. Banderas arcoíris cortan el aire y sus colores decoran pulseras, prendas y mejillas de algunos asistentes. Dicen que este símbolo tiene su origen en la voz afilada de Judy Garland que cinceló ese arcoíris sobre un cielo azul donde los sueños que te atreves a tener se hacen realidad. Eso decía la letra, un éxito del año 1939, cuando las calles que ahora recorro eran transitadas por parejas agazapadas, perseguidas por su amor. Las mismas que hoy todo el mundo pisa con fuerza.

Ahmed Hassan deja ver, en la primera fila del público, su cuerpo de gimnasio: solo viste unas botas y un boxer mini verdoso. Destaca su presencia: piel tostada, ojos oscuros, barba tupida perfectamente recortada. Ha acudido junto a dos amigos y parecen divertirse. Aplauden primero y pide que nos hagamos una foto los cuatro juntos después.
-¿De dónde eres?
-De Pakistán
El diálogo para por unos segundos. Necesito ese tiempo para recomponerme:
-Pero hay pena de muerte para los homosexuales en Pakistán
-Bueno, no es tan grave si eres discreto
-…
-Por ejemplo, lo que hacemos ahora no se podría en Pakistán. Salir a la calle y decir que eres gay… de ninguna manera. Pero si no lo dices, no hay problema
Ahmed y uno de sus amigos, también pakistaní, han venido desde Manchester, su lugar de residencia. Tras una breve conversación, entiendo que les ha llamado la atención el cartel que sujeto a favor de la libertad y que recuerda que ser homosexual es un delito en algunas partes del mundo. Concretamente, en 72 países. Es decir, el 26,8% de los Estados soberanos del planeta tienen leyes que penalizan a las personas LGTBI. Especialmente a las mujeres. Países como Pakistán presumen de no tener lesbianas entre sus habitantes. Las banderas de esos lugares también tienen su protagonismo en esta manifestación: una nube de carteles —uno por cada país— desfila sujeta por los y las activistas de Amnistía Internacional. Una de ellas, Yasmine Benfkih, sonríe mientras sujeta un cartel en el que se lee Amar no es delito. «Ay si mi padre supiera que estoy aquí… Seguro que se arrepentiría de tener a su hija en España», comenta esta joven de origen marroquí entre risas, contagiando su entusiasmo por una causa en la que cree. A escasos metros, un cartel con la bandera y la frase «Marruecos, marchamos por ti».

Estos carteles despiertan muchos aplausos y también algunas lágrimas mientras el desfile fluye hacia la plaza de Colón. Por el camino veo grupos de amigas disfrazadas, una mujer mayor que vitorea, dos personas que se contonean coordinados con el ritmo de samba en directo, el recuerdo de algunos asistentes a Gloria Fuertes. Maquillaje, plumas, pupurina en los cuerpos que hoy sirven para escribir mensajes reivindicativos. El día de antes oí decir a una mujer de mediana edad que «esta fiesta solo sirve para beber y para ir medio desnudos por la calle», que qué asco y qué vergüenza. Hoy veo que la afluencia es tal que algunos se suben a las farolas para ver mejor. Me alegra ver que este momento no es solo de las personas LGTBIQ, pese a que esos argumentos contra la celebración del orgullo sean recurrentes.
«Yo sé que hay mucha hipocresía. Que la gente dice que respeta, pero se aleja de las personas homosexuales o transexuales», afirma Yoshiro Narushima. Este japonés, que trabaja en un instituto de investigación, viene siempre por estas fechas a Madrid por motivos laborales. Participa en la marcha con la asociación Acción en Red por los buenos tratos, una organización a favor de las libertades individuales. «Me encanta esta manifestación, es la segunda vez que vengo porque antes no sabía que había. Estoy totalmente de acuerdo y vendré siempre que pueda», recalca fuerte, intentando imponerse al caliente, caliente eo; caliente, caliente oa que suena justo detrás a todo volumen.
Entrar en Cibeles, tras más de tres horas, emociona. El Ayuntamiento, a un lado. La diosa, con todas esas banderas que bailan con una brisa ligera, al otro. Pasar por el medio parece un lujo reservado para algunos equipos de fútbol. Estamos llegando al destino. Yasmine y sus compañeros levantan y mueven más que antes los carteles. Suena la melodía: a quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga… A pesar del calor y el cansancio, suenan las voces de unos y otros que ponen letra a esa música inconfundible. Un chico joven sale de entre el público, conmovido y animoso, para sentenciar: «Aquí hay mucha fiesta, mucho sexo, alcohol y todo lo que tú quieras, pero mientras haya países donde somos perseguidos, asesinados, excluidos esto… esto, el orgullo, es necesario».

Autora:
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![]() ![]() Ciudadana del mundo, rebelde con -y por- muchas causas, fan de las historias de la gente corriente. Hace quince años, de mayor quería ser periodista. Ahora, además, soy activista por los derechos humanos y apasionada por los países del sur, aunque vivo en Londres.
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