Ecos del león

Eduard Peralta//

Un zaragocismo melancólico espera desde casa para poder volver animar a su equipo.

A primera hora de la tarde, y ya con muchos nervios, decidí salir pronto de casa para tratar de disfrutar del día tan importante que estaba a punto de vivir. Nada más bajar al portal pude notar que no era un día cualquiera. La ciudad respiraba fútbol y zaragocismo. Con mi bandera blanquiazul atada a la cintura, fui hacia la Plaza San Francisco. Allí me reuní con Luis y anduvimos hacia la zona de La Romareda. Pese a que quedaban más de dos horas para el partido, en pocos minutos, los alrededores del estadio empezaron a llenarse de zaragozanos entusiasmados con el equipo de su ciudad. Había mucha más gente de la que podíamos haber llegado a imaginar. La ocasión lo merecía. Íbamos a presenciar un Real Zaragoza- Numancia por el ascenso a Primera División en la temporada 17/18. El reto era mayúsculo, y la ilusión y las ganas no se quedaban atrás. 

Una vez en la Calle Luis Bermejo -que separa a La Romareda del Auditorio-, el hacerse hueco entre la gente se convirtió en una odisea. Poco después, vimos que había montada una pequeña fiesta en la plaza Miguel Merino y decidimos bajar. El zaragocismo calentaba para lo que podía ser una tarde de ensueño. 

Abrumados por la muchedumbre, Luis y yo decidimos apartarnos un poco del gentío. De repente, nos topamos con un grupo de aficionados que rodeaban un enorme mosaico. Mientras observábamos con detalle el mural, se nos acercaron con algo de prisa unos trabajadores del club. Ante nuestra sorpresa, nos pidieron ayuda para entrarlo al estadio. No dudamos y colaboramos para poder pisar el mismo césped en el que iban a jugar los futbolistas. Dejamos el mosaico en el centro del campo y observamos La Romareda desde un lugar privilegiado e inusual. La sensación era extrañísima. El estadio se veía enorme. Parecía que estábamos pisando una alfombra roja ya preparada para los protagonistas.

Unos minutos después salimos del estadio entre aplausos de algunos aficionados. Fue increíble. Había pasado cerca de media hora y el autobús del equipo estaba a punto de llegar. Y así fue, el vehículo zaragocista dobló la esquina y empezó a reducir la marcha. Poco a poco fue adentrándose en la cadena humana que había a lo largo de toda la calle. Entonces, las gargantas de los presentes comenzaron a entonar al unísono el himno del Real Zaragoza. “El Zaragoza va a jugar, el Zaragoza va a ganar… Aupa Zaragoza, arriba y a vencer, palmadas al viento que gritan ganaréis”.

Era 9 de junio de 2018. Todo iba bien. Había ilusión y también esperanza. No había miedo. Sin embargo, todo cambió. 2020 iba a tener un guion mucho más cruel preparado para todos. De aquel Real Zaragoza de la temporada 17/18 debemos recordar que llegaba lanzado a la promoción de ascenso, con una segunda vuelta de récord. Sin ir más lejos, el equipo cosechó diez victorias de manera consecutiva. Algo parecido vivía el zaragocismo en los inicios de 2020. El equipo llegó al último tercio de la temporada segundo y parecía que la temporada solamente podía terminar con el ascenso. Pese a ello, aquel Real Zaragoza no es ya más que un recuerdo. 

Las previas de los partidos del Zaragoza tampoco se dan de la misma forma, la situación de emergencia las ha enterrado. Todo son memorias de lo que fue, y ya no es, ni tampoco será a corto plazo. Ahora, un paseo por Luis Bermejo y por Miguel Merino supone un baño helado y lleno de melancolía para cualquier zaragocista. La pasión, la alegría, y la emoción que juntaban estas calles los días de partido se ha visto reducida a cero debido a la situación sanitaria a la que nos enfrentamos. Prácticamente, estas calles han dejado de ser los aledaños de La Romareda para convertirse en una zona de emergencia próxima al hospital Miguel Servet. 

Se dice que el fútbol es “la cosa más importante de las cosas menos importantes”. Así lo es para muchos, entre los que me puedo incluir. Y se echa de menos. Más allá de lo que supone la competición, se echan en falta las previas y sus exquisitas croquetas, así como los nervios durante todo el día de partido. También los paseos hacia La Romareda con la bufanda del león al cuello en los días de partidos, así como las cervezas en el Rogelios o en Los Porches. 

Todo lo que podemos hacer ahora es recordar estos momentos tan simples pero reconfortantes que hemos vivido tantas veces y tantos zaragocistas. Ya no hay palmadas al viento en la plaza Miguel Merino, ni nadie grita “ganaréis” en Luis Bermejo. Al menos no por ahora. La situación tuvo que cambiar repentinamente, algo que sufrieron en carnes propias estas calles, más acostumbradas ya a las sirenas de las ambulancias que al aliento de la afición del equipo del escudo del león.

En la actualidad, la Calle Luis Bermejo tiene una realidad muy diferente. Foto: Eduard Peralta
En la actualidad, la Calle Luis Bermejo tiene una realidad muy diferente. Foto: Eduard Peralta

De un día para otro se terminaron las muchedumbres en los aledaños de La Romareda y nuestra percepción como sociedad cambió en muchos sentidos. En marzo de 2020 todo enmudeció, al igual que aquel 9 de junio de 2018. Tras una tarde con un ambiente inmejorable y con todo de cara para el Zaragoza, el Numancia se llevó la eliminatoria con un gol en el último suspiro. Una mala defensa, un despiste en la marca y Diamanka remató al fondo de la red un buen balón llovido desde el lateral. Nadie lo podía creer, y todos lloramos aquel trágico final. Incluso el propio Borja Iglesias, la cara más reconocible y el hombre gol, que sabía que ese remate le alejaba del equipo para la próxima temporada. La eliminación ante los sorianos y la pandemia de la COVID-19  han sido los dos últimos varapalos para una afición fiel y peleona que espera desde casa para volver a su hogar. Porque pase lo que pase, volveremos


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