El Blues está bien gracias a James Armstrong
Julen Fernández de Garayalde y Adrián Blasco
James Armstrong y el Rock & Blues Café, una mezcla perfecta que los amantes del blues de Zaragoza pudieron disfrutar para cerrar la semana. Como de costumbre, el Rock & Blues Café, un peculiar bar dedicado a este tipo de música situado en la calle Cuatro de Agosto, volvió a presentar un aspecto inmejorable. En esta ocasión, el motivo era la visita del estadounidense James Armstrong, un guitarrista y compositor de soul blues y electric blues que ha recorrido todo el mundo en gira para mostrar su habilidad caracterizada por tratarse de un estilo elegante, profundo y emocionante. “We’ve been two weeks in Spain, and this is our last night so we are having some fun”, avisaba nada más comenzar.
Dentro del bar, fue complicado hacernos con un hueco en el que poder ver el concierto cerca del escenario. El público, previsor y consciente de la relevancia del artista, entró con bastante tiempo de antelación para afianzarse un mejor sitio en primera fila. Grupos de personas se aglutinaron alrededor de las pantallas de televisión de la entrada, acomodados en los sofás para no perderse la función sin agobio alguno. Incluso las escaleras ascendentes que conducían a los servicios estaban repletas de gente apoyada en la barandilla para no entorpecer el paso de los valientes que osaban cruzar el mar de cuerpos danzantes.
Aunque la mayoría de los asistentes estaba por encima de los 40 años, también se podía divisar entre la multitud a gente joven: Algunas parejas veinteañeras, algunos más jóvenes todavía acompañando a sus padres, posiblemente devolviendo el favor de aquel concierto de un trapero al que no podían entrar sin tutor legal…
A pesar de esta diferencia de edad, todos ellos compartían su gusto por las canciones de Armstrong. Ya fuese con un botellín de cerveza o una copa en la mano, los allí presentes reflejaban el placer auditivo que esa música les producía. Algunos, inmortalizaban el momento con sus teléfonos móviles (nosotros, Canon en mano, tratábamos de sortear cualquier obstáculo para hacer la foto ideal). Otros, con los ojos cerrados, los movimientos de cadera y bamboleos de cabeza marcaron los que serían los pasos más repetidos en la sala. Como resultado, algunos de los asistentes parecían haberse transportado a su propia cápsula y permanecían aislados del resto de la sala.
Una ocasión para los enamorados
En este sentido, una de las canciones escuchadas, Love is Good, define a la perfección que el ritmo del blues se presta para el amor. Las parejas presentes se acurrucaban en su burbuja (estas eran biplaza) y se separaban por unos cuantos compases del resto de mortales alcanzando un estado de trance que pocas veces se llega a vislumbrar en vida.
Justo debajo del escenario, una mujer dibujaba a un ritmo frenético retratos de los participantes del show. Su técnica recordaba a los artistas que retratan los juicios en los que no pueden entrar cámaras, como el Impeachment de Trump. “He is not a nice man”, clama Armstrong después de dejar claro que nadie en su grupo ha votado a semejante personaje.
Su fan número 1
Si hubiese que dar el premio a la persona más entregada del público, sin duda sería para una mujer jubilada que se plantó justo debajo del escenario. Como si de una groupie adolescente se tratase, la señora bailaba sin descanso siguiendo el ritmo frenético impuesto por Armstrong. Su pareja de baile, algo peculiar. Un mini-ventilador portátil que le hacía las veces también de micrófono, le aportaba el aire necesario para seguir la melodía y para escupir algún “yeah” desde lo más profundo de su ser. No le habría venido mal a un Armstrong, chorreante de litros de sudor, un verdadero ventilador pero no tanto a pequeña escala sino industrial. Sin embargo, el estadounidense, en lugar de optar por una brisa de aire, prefirió un método más clásico acorde con su vestimenta -a juego con su camisa de lino, sus vaqueros, sus zapatos brillantes y su sombrero- y tiró de una toalla negra para secarse.
En las dos horas que duró el concierto, el sudor no fue lo único que desprendió el afroamericano. En cada canción el artista reflejaba con sus gestos y expresiones la pasión y sentimiento que le producía cada nota que tocaba, cada palabra que recitaba… En varias ocasiones, dirigiendo una mirada fija y profunda a los que allí estábamos, pidió que siguiéramos con él la letra de las canciones. Una de ellas, ‘The blues is alright’, sirvió de excusa para que el norteamericano pidiese una clase de español que ya se traía aprendida de su gira de dos semanas por el país. “¿El blues está bien? ¿That´s right?”, preguntaba para recibir una respuesta coral al unísono. Efectivamente, en el Rock & Blues Café, el blues siempre está bien.
Un espectador especial
Una de esas miradas fue a parar a Cristián Álvarez, arquero del Real Zaragoza. Enfundando una camiseta de Javato Jones (Kase.O) con el lema: “Si quieres cambiar algo, cambia tú”, disfrutaba en medio del gentío con una sonrisa constante. Botellín de Ambar en mano, el ritmo de la música lo transportó directo a un lugar mental alejado y sumamente placentero. Completamente absorto en su esfera, se podía apreciar lo agradecido que estaba por permanecer invisible para el público gracias a la luz cegadora que desprendía James.
Aunque Armstrong ya mostraba síntomas de cansancio, decidió hacer caso a la petición popular y tocó una última canción, no sin antes dar las gracias a su “road management” y asegurar que “no es fácil tratar con gente como ellos, especialmente con el batería”. Para finalizar, pidió a 3 chicas que subieran al escenario para bailar con él. Poco después, bajaron como si se tratase de una conga y fuimos testigos de una vuelta de honor completa al bar -el cual presentaba el mismo abarrotamiento que al comienzo del espectáculo- mientras continuaba con el show. Sobre el escenario, el batería y el teclista acabaron los últimos compases de una velada llena de amor, sudor y mucho ritmo.