El coronavirus nos ha secuestrado la sonrisa
Sonia Osed Eresué//
Desde hace días las calles están desiertas de sonrisas. Nos cruzamos en el portal con el vecino y nada; vamos al banco a hacer algunas gestiones y tampoco; vemos a un niño corretear con su pelota y ni rastro de ellas. En su defecto, un trozo de tela. Blanco, negro, azul, con filtro, sin filtro, más grande, más pequeño. Para los más atrevidos incluso de colores o con flores. Las sonrisas han desaparecido mientras las ciudades se han llenado de mascarillas. Ahora, vamos a tener que aprender a sonreír con la mirada.
El coronavirus nos ha hecho reflexionar, valorar, darle una vuelta a la vida y, en algunos casos, sí, nos han entrado ganas hasta de dejar de sonreír. Las mascarillas nos han secuestrado la sonrisa. Antes de salir de casa nos la colocamos detrás de nuestras orejas (que algún día nos quedaremos sin ellas) y emprendemos nuevas “aventuras” en la calle. Contentos o tristes, no se sabe; pero, qué más da, ¿eso alguien lo ve?
El otro día cruzaba por una calle en obras en la que dos personas apenas podíamos pasar a la vez, cuando un señor muy amable me vio con cara de velocidad (o con ojos de velocidad) y me permitió adelantarle. Mi reacción, ante tal gesto, fue lanzarle una sonrisa de agradecimiento que nunca le llegó. ¿Qué triste, no? Toda la vida nos enseñan la belleza que se crea cuando se dibuja esa curva en nuestro rostro o la alegría que transmite ver reír a carcajadas y ahora, todo eso se borra de un plumazo.
Puede resultar extraño pararse a pensar sobre esto pero las sonrisas y, sobre todo, la risa tienen una gran historia detrás. Los grecorromanos reían en el Olimpo o pasaban las tardes viendo comedias de Aristófanes, sin embargo, cuando llegó la Edad Media se prohibió la risa. Era símbolo de herejía. La Inquisición se encargó de perseguir a quien soltara una carcajada. Como sostiene la historiadora de Arte, Isabel Genovés, el tono serio se impuso como la única forma de expresar la verdad en la sociedad, tanto es así que numerosos libros de comedia del medievo fueron censurados y quemados para que nadie los pudiese leer. Sin embargo, la risa es un elemento tan universal como la seriedad, de ahí que en algunas fiestas de pueblo y en los carnavales populares, la gente se saliese de los moldes convencionales y apareciesen en sus rostros más de una buena sonrisa.

El teórico ruso Bajtín, que estudió la cultura popular en la Edad Media, defendía el carnaval no como una forma artística de espectáculo teatral sino como una forma concreta de vida. En el carnaval, tanto la risa como el humor cobraban una gran importancia y los conflictos entre clases perdían todo el poder que tenían. Eran momentos de escándalo y extravagancia a partes iguales.
De ese tipo de fiestas surgió la que conocemos ahora como risa carnavalesca, una risa alegre pero al mismo tiempo burlona. Una expresión ambivalente que niega y afirma a la vez y que en más de una ocasión seguro hemos escuchado en la ficción. Porque, es curioso, ¿verdad? Las risas más estruendosas de nuestros tiempos son, en concreto, las de los villanos que aparecen en las películas. Como la del emperador Palpatine o la del Joker, sin olvidarnos de aquellas que intentamos imitar cuando queremos parecer seres diabólicos. “Muajajajaja”.
La risa, con toda su historia siempre ha sido la vía de escape de la alegría y el humor, en los malos y en los buenos momentos pero ahora ha desaparecido o, mejor dicho, un virus mundial nos la ha arrebatado durante un tiempo. Está claro que el uso de las mascarillas es imprescindible. Nadie desea que haya menos sonrisas en el mundo por no querer llevar una tela más de ropa en el cuerpo. Seguro que los medievales se reirían (si hubiesen podido) al escuchar ahora mi queja, ¡con todas las risas que ellos tuvieron que contener! Pero, lo cierto es que las echo de menos.
Un día triste se arregla con una sonrisa inesperada y una foto de reencuentro con las amigas se saca con una mueca divertida. Habrá que ir cogiendo práctica para ser los nuevos influencers de la mirada, aunque a más de uno eso de tener los ojos abiertos en las fotografías es una misión imposible. Que falta nos hacéis, sonrisas.