El hostigamiento civil un espectáculo de impunidad
Verónica Ethel Rocha Martínez //
De acuerdo con el artículo 259 bis del Código Penal Federal vigente en México, se considera un acto de hostigamiento u acoso aquel que con fines lascivos asedié a una persona y ello derive en someter y vulnerar su vida al grado de interferir en ella reiteradamente. El acoso implica el seguir a otra persona de forma repetida y persistente sin su consentimiento; en este sentido se constituye en un acecho cuando el acto de observar a una persona involucra todas sus actividades; y se convierte en un acto de hostigamiento civil cuando participan distintos sectores de la población, pero esto solo puede ser posible si implica la divulgación de información dolosa con la finalidad de articular un discurso de odio capaz de constituir la pérdida de la valía moral como incitador del escarnio de quienes participan y creen este tipo de información que se articula en grupos de WhatsApp.
Resulta preocupante cuando esa información proviene de actos de la vida privada o íntima de quien padece este agravio; la descontextualización de esa información, la criminalización por terceros sostiene un aparato ideológico del terror vertido en ciberacoso.
Esa información dolosa, adquiere el valor punible que sociedades misóginas articulan. Los motivos de los agresores son diferentes, sin embargo, un parámetro común es que buscan resarcir su propia frustración en otros. Como recurso político funciona para desacreditar personas incómodas a las facciones en lucha por el poder dentro de un país.
Sin embargo, es conveniente advertir que su origen implicó en algún momento conflictos personales o laborales y que derivados de los esquemas de contratación se tornaron imposibles de resolver, por tanto, el que acosa ha dejado ese lugar normado para salir a la calle y a las redes sociales, en donde el crecimiento exponencial de un conflicto lo transforma en un acto de inmolación masivo.
El hostigamiento afecta a la persona y a su familia, cuando se transforma en el acecho constante de la vida de las personas y se instaura en sus comunidades, cabe advertir que ante tal situación los adultos que participan activamente en este delito utilizan la manipulación de menores para articular ofensas pidiéndoles que vociferen insultos en vía pública en sitios cuya característica es la cercanía de quien debe escucharlos, en todo caso, se tratará de mermar la valía moral, de inducir una desmoralización, de violentar psicológicamente hasta el llanto, por tanto, pueden considerarse actos de tortura propios del siglo XXI, además, cabe agregar que este tipo de agresión es pagada solo si logra su sádico propósito.
Tales actos se transforman en un espectáculo de impunidad cuando para llevarlos a cabo se invita a otros a participar en un montaje escénico a partir de fiestas y reuniones concertadas en fines de semana y que se extienden hasta las cuatro de la madrugada.
En estas reuniones se nota una selección musical escrupulosamente hecha cuya narrativa será el discurso de odio a partir del cual se sustenta esta práctica de terror. Los invitados cantan esta selección, y entre trago y trago emiten burlas, insultos, actos de desprecio, humillaciones a quien hostigan. Su duración dependerá del logró de su único objetivo que es hacer sufrir a quien dirigen estos agravios pues solo así pueden percibir la remuneración de tal espectáculo de impunidad. Por tanto, quienes emiten estos cánticos de horror misógino cobran una afrenta, desean posicionar un mensaje a partir del cual se hace público el sometimiento y la pérdida de privacidad de quien es vulnerado, hecho que se nota en el cambio de las letras a modo, que se ajustan al mensaje de odio que sustentan.
Son canciones que destacan por el coraje enunciado hacia las mujeres, en ellas se habla del deseo de verlas sufrir, de la supremacía machista negándoles igualdad y equidad para una vida libre de violencia, en muchos casos el agravio cometido por ellas es dejar a un hombre, quien decide que ese acto es una afrenta que se debe pagar con sufrimiento.
Son emitidas por bandas gruperas, los compositores buscan resaltar el valor de la masculinidad al constituir en objetos reemplazables a las mujeres y devaluar su valía por haberlos dejado, sin embargo, dicen haberlas amado. Contrariamente, les desean una vida de dolor, esperan que sufran el agravio de verse burlados o minimizados, en muchas de esas letras que forman parte de una cultura popular muy arraigada se aprecia la saña de quienes se transforman en victimarios y la interpretación no deja de sostener ese tono de burla, de escarnio, de resentimiento.
La gala de locuciones devaluando a las mujeres deja traslucir un mundo de rencor, agravio y dolor en quienes las cantan en este tipo de fiestas, cabe aclarar, la condición emocional de estas personas derivada del maltrato en sus vidas. Por tanto, este tipo de articulación es un recurso catártico a su propia condición, sin embargo, suman esfuerzos para que el espectáculo les sea redituable, aún cuando las problemáticas de fondo en sus vidas no logren desaparecer al terminar el show.
Resulta impactante advertir que en muchas ocasiones son mujeres quienes promueven y articulan esta venganza, al observar el coraje a partir del cual piden el llanto de quien agravian, se transfiere su propio dolor al otro que es agredido por todo el sufrimiento que ellas han padecido.
Cabe preguntar ¿quién y qué paga esta venganza misógina? y nuevamente advertir que son las personas más vulnerables económicamente quienes participan en tal escenificación. ¿Es el abatimiento moral una condición de quién vive la precariedad? Las personas que participan demuestran un discernimiento ético muy mermado; en el caso de las mujeres trasluce el abuso misógino en sus propios hogares.
En todo caso, son actos que lesionan a la sociedad en su conjunto, exhiben como los ciudadanos se convierten en verdugos de otros, negando los derechos para una vida digna y el marco de garantías ciudadanas que dignifiquen la vida en común. Quienes participan burlan la ley y se insertan en la impunidad pues dichas prácticas no pueden comprobarse porque el acoso es encubierto en un lenguaje indirecto e insidioso.