El chiste de los límites del humor
El humor es difícil. En eso estamos todos de acuerdo. Hacer reír es de las cosas más complicadas que hay, pero también de las más gratificantes. No todos tienen ese don. Algunos lo poseen de forma involuntaria, pero eso no vale. Contar un chiste, hacer una broma o presentar un monólogo y que la gente suelte una carcajada es una sensación sin igual. Créanme, yo lo he sentido. En la graduación de 2º de Bachillerato me encargué de elaborar un monólogo sobre la asignatura de Historia y sus profesores. El público río. Era un texto ofensivo donde cuestionaba de forma sutil la labor de los encargados de impartir la materia. No hubo límites porque no debería haberlos. Sí, podía sentar mal, pero era gracioso.
Daniel Callejero//
Sin embargo, no todos piensan así. El humor lleva unos tiempos amenazado. Empezó siendo todo campo. Se respiraba un aire limpio. Te podías reír de todo y de todos. Poco a poco, se fue cercando ese espacio y se fueron poniendo barreras. El primero fue el Rey o sus relativos. Al ser tantos y tan agradecidos para la broma se perdió capacidad de acción, pero la vida seguía. Hasta ahora. Una época en la que hay más límites que parcelas libres para desarrollar la actividad cómica. No te rías de la religión, no te rías de España, no te rías ni de tu sombra. Las áreas de las que poder hacer chistes son cada vez más reducidas. Queda una pequeña resistencia, pero hasta ahí empiezan a llegar las grietas de lo políticamente correcto. Una de las enfermedades más peligrosas de nuestro tiempo.
Los límites del humor producen situaciones que parecen un chiste en sí mismas. Antes, al hacer una broma, el cómico solo se preguntaba si haría reír o no. Ahora, tiene que reflexionar sobre si perderá su trabajo, si será denunciado y llegará un momento en el que pensará si será desterrado o si le cortarán la cabeza como si de Ned Stark se tratara. Los casos se acumulan sobre la mesa y el panorama no es halagüeño. Pinta negro para los humoristas.
Dani Mateo acabó en el juzgado por simular, verbo cuyo significado muchos ignoraron a propósito, sonarse los mocos con la bandera española; Iggy Rubin ofendió a la extrema derecha con sus bromas sobre Ortega Lara y su monólogo fue retirado de Movistar; y David Suárez perdió su trabajo en la SER por un chiste sobre las personas con síndrome de Down publicado en su cuenta personal de Twitter. Muchas personas, muy ofendidas todas, levantaron la voz para que estos cómicos fueran crucificados y sometidos a escarnio público. En esa primera parte no veo ningún problema. Tan libre es el humorista de hacer la broma como la audiencia de cabrearse. El problema llega cuando ese público es capaz de lograr que los cómicos acaben declarando o en la cola del paro.
Por eso, en España hay más peligro en contar un chiste que en cometer un delito. Ser cómico se ha convertido en profesión de riesgo y cada vez es más complicado poder dedicarte a ese oficio sin miedo a las consecuencias de una simple broma. Esta afirmación debería hacer que todos nos lleváramos las manos a la cabeza y reflexionáramos sobre la salud democrática de nuestro país. Pero ahora mismo se oye más a los que piden la cabeza del último humorista que se ha atrevido a hacer una broma sobre temas sagrados que a los que alzan la voz para defender la libertad de expresión. Estos últimos solo lo hacen cuando afecta a asuntos que les interesan o cuando hay atentados de por medio. ¿Cómo olvidar la pancarta en la que todos se envolvieron con el Je Suis Charlie de la que pronto se olvidaron?
Yo pienso que los ofendidos parten de una tesis equivocada y es que consideran que hay temas sobre los que no es posible bromear. Error. Nada es intocable en el humor. Todo es susceptible de ser parodiado. El único límite es que no resulte gracioso. Que nadie se ría. El silencio debería ser el único enemigo del cómico. Si mis bromas hacia los profesores no hubieran provocado la carcajada general, hubieran resultado fallidas, pero no por ser ofensivas. Eso ni me lo hubiera planteado.
Soy de los que creen que el humor no debe dejar títere con cabeza. Un tipo de comedia blanca que no moleste a nadie no tiene valor, está vacía. No sirve para nada. Además, los que ponen el grito en el cielo deberían ver el tipo de humor que se hace en circuitos más alternativos. El otro día estaba viendo el especial Stop Princesas en Comedy Central y Susi Caramelo, una cómica emergente, hizo alguna que otra broma sobre La Manada. Y no pasa nada.
Si nos vamos más lejos resulta sorprendente fijarse en algún roast de Estados Unidos. Hace unos años, Amy Schumer llegó a preguntar a otro de los invitados que por qué había muerto un amigo suyo en un accidente pudiendo haber sido él. Humor negro en estado puro. Un ejercicio de ficción, además. Este es un elemento que se suele olvidar a la hora de analizar la labor del humorista. No todo lo que dice es verdad. Cuando cuenta esas anécdotas tan divertidas, la mitad son inventadas. Nadie puede tener en el día 50 momentos que dan para 50 monólogos. Es un actor o una actriz. No nos imaginamos a Tom Cruise en el juzgado por matar a alguien en una película y sin embargo parece normal tener a un cómico sentado delante del juez por hacer una performance con la bandera.
Llegará un momento en que los españoles nos preguntemos qué era aquello del humor, qué era una broma, un chiste. Habrá que enseñar a las nuevas generaciones que era algo que siempre había existido, pero que llegaron unos vigilantes de la moral y lo fueron deteriorando poco a poco hasta hacerlo desaparecer. Hasta que ese momento llegue habrá que catalogarlo como especie en peligro de extinción. Amenazada.
…
No os perdáis más artículos de opinión en nuestra sección KM Zero: