El trencadís de la city

Sandra Benedí, Laura Mata, Claudia Pacheco, Lucía Sáez y Juan Sánchez//

Los bares de Pedro Cerbuna son el lugar de ocio de jóvenes universitarios, pero también un espacio de encuentro intergeneracional.

Paredes recubiertas de papel pintado que imita estanterías de libros y un corcho con un cartel de copas a 4,50€. Suena Ain’t It Funny de Jennifer López mientras que, en una pantalla a nuestra izquierda, se puede observar su videoclip al más puro estilo de “Pasión de Gavilanes”. Los mejores temas de los 2000, según MTV, se fusionan con el ruido de la máquina de café y el constante cling cling de las monedas.

Son las 10:45 am y, en una mesa cercana, tres trabajadores preparan su almuerzo: un bocadillo de media barra al que le introducen un paquete de embutido por persona, acompañado de una jarra de cerveza, a pesar de las horas. Llevan un uniforme gris en el que se puede leer `Ebanistería Ostalé´ en amarillo fosforito y su aspecto físico no tiene nada que envidiar al de cualquier usuario de un gimnasio.

El Tuno sabe a café aguado y huele a pincho de tortilla de 1,75€. Lejos del imaginario universitario que rodea a la zona de la city, los clientes que frecuentan el local a estas horas seguro que superaban la treintena cuando Ain’t It Funny fue publicada.

Llegan los primeros universitarios a las 11:10 am. Dos chicos con indumentaria deportiva entran al local. Se piden un Monster y una Coca-Cola mientras uno de ellos se queja de lo “pelado” que está por los precios del Mercadona. Tras unos minutos, el otro le comenta a su amigo que, para el examen de Topografía, hace falta estudiar 15 días antes. La zona universitaria es un trencadís generacional, un mosaico de colores y formas irregulares. El arquitecto modernista Gaudí creó este nuevo tipo de aplicación ornamental basado en la ruptura de la cerámica con la que creaba piezas asimétricas que unidas formaban un todo.

En el exterior, la calzada se va llenando de coches de autoescuela, mientras que en las aceras aumentan los jóvenes que transitan. Los trabajadores que estaban almorzando se despiden del camarero por su nombre, le conocen. En los minutos posteriores, las mesas vacías comienzan a llenarse de universitarios “a puñados”, tal y como Gaudí quería que se colocaran los azulejos. Se les distingue por sus mochilas y las conversaciones en las que solo hablan sobre cuánto tienen que estudiar o qué profesor les cae peor. Como en un buen mosaico, en el que se aprecian diversos colores y formas, en la city se mezclan grupos de todas las edades, países y personalidades.

El provenzal
El Provenzal, calle Andrés Giménez Soler, 8. Zaragoza

En la universidad, las mejores anécdotas suelen ocurrir en los descansos, como en ‘Cambio de Clase’. Pero esta vez siguiendo el tópico universitario de “irse de bares”, nos cambiamos al local colindante: El Provenzal.

Al entrar, no pasa desapercibido el bullicio ni el olor a fritos. Conseguimos sentarnos en la única mesa que quedaba libre, que nos ofrecía una panorámica del bar. Llama la atención el dispensador de Jagger situado en la barra y un cartel en el que se lee I love beer.

Cerca de la puerta hay una mesa ocupada por 11 universitarios. Dentro de este grupo, encontramos al típico chandalero, en contraste con una chica arreglada de pies a cabeza con su Louis Vuitton. Puede ser verdadero o falso, eso queda a la imaginación de cada uno. Entre risas y cervezas dan el cante. Este grupo ocupa un gran espacio de este mosaico. A pesar de sus diversos outfits, desprenden la misma energía y entusiasmo. Unas emociones típicas de los estudiantes de primero.

A nuestras espaldas encontramos un grupo de 4 universitarios, formado por 3 chicos y una chica. La conversación la monopoliza Víctor, un amigo que no está presente en este pequeño mosaico, el cual les enviaba audios algo más largos de la cuenta acerca de su nuevo “ligue”. La joven cambia de tema, el sábado saldrá de fiesta a Mamanucca, aunque sus amigos no están muy convencidos de unirse.

El grupo de enfrente es el claro-oscuro del trencadís: 4 señoras jubiladas, con un look deportivo, comentan con tono algo desairado el precio de la luz y las amistades de sus nietos entre sorbo y sorbo de café. Son las únicas del bar que no han pedido una cerveza.

Una mesa de dos es ocupada por una mujer de unos 65 años, pelo corto, pelirroja y con gafas azules. Su comportamiento –apuntar en una libreta mientras observaba con detalle cada rincón del local– nos llevó a jugar a las adivinanzas:

– Yo creo que es una inspectora de trabajo, está mirando la barra.

– O puede ser que nos quiera robar la crónica [risas].

Nos quedamos con la duda.

Un hecho sorprendente hace que desviemos la atención a la mesa de nuestra izquierda, en la que una chica de unos 25 años anuncia a sus amigas “estoy embarazada”. Una de ellas, salta de la silla ante la inesperada noticia, mientras que otras no saben cómo reaccionar y se miran entre ellas. Un azulejo inesperado se suma al mosaico.

El ambiente lo conforman una variedad de personas cada cual con sus dilemas. La city, al igual que el trencadís de Gaudí, no sería lo mismo sin su unión aleatoria de azulejos coloridos e irregulares. Una pluralidad que configura el día a día en la zona universitaria.

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