Improvisación por la libertad
Marcos Calvo y Sergio H. Valgañón//
El centro de Zaragoza estuvo ocupado por la manifestación a favor de la libertad del rapero Pablo Hasél.
Todas las conversaciones se centran en lo mismo pero el aspecto del Campus San Francisco de la Universidad de Zaragoza no es distinto al de un miércoles cualquiera. Se aproximan las siete de la tarde y, con la hora, la concentración en apoyo a Pablo Hasél. Los grupos de estudiantes que descansan en el césped y los bancos se mezclan con los de ancianos, adultos y jóvenes que se han acercado hasta el lago de la Universidad para unirse contra la condena al rapero.
Por encima de los cuchicheos de los grupos solo se oyen las aspas de un helicóptero de la Policía Nacional en tareas de vigilancia. El desconcierto se adueña del Campus y el primer arranque -bastante tibio- de la manifestación coincide con los últimos balonazos de un pequeño de tres años entre las piernas de su padre. Las primeras consignas sirven como llamada al orden. La voz impulsada por el megáfono se hace con el sonido de la concentración y los manifestantes despliegan la pancarta de cabecera: “Libertad Pablo Hasél. ¡Amnistía total!”.
La ‘nueva normalidad’ de la COVID-19 se convierte en ‘extraña realidad’ al juntarse las luces de las aulas con los gritos del exterior. Alumnos que salen de clase atienden a las proclamas y se suman a la protesta “porque acabamos de terminar las prácticas”. Entre la facultad de Educación y la ya mencionada de Ciencias, la marcha prosigue su camino hasta la salida del parking del Hospital Clínico. El momento de duda, aludiendo algunos de los manifestantes a la situación sanitaria, se congela con el estallido de un petardo.
Tres chavales veinteañeros a los que la mecha del cohetillo les cae cerca de la cabeza sufren el primer -y casi único- susto de la tarde. Carmen, Katia y Marcos, creen que el caso de Pablo Hasél “trasciende a la persona”. Jorge, de 40 y bandera al hombro, define el encarcelamiento como algo “kafkiano”: “Están encarcelando más por quién es que por lo que dice”, comenta. Por su parte, Julián, 55 años, explica directamente que “no cree en la cárcel”.
En general, y teniendo en cuenta la diferencia generacional, todos coinciden en tildar de injusta la sentencia por la que Hasél entra en prisión. Pero hay algo curioso: ninguno de ellos conoce qué música hace el tipo al que han metido en una cárcel de Lleida. Han leído los tuits o las letras de sus canciones y protestan por su condena. Escuchar, si es que había algo que escuchar, admiten que no.
La salida a la avenida de Valencia viene acompañada por la velocidad con la que los furgones y motocicletas policiales cercan la marcha. La concentración deja de serlo y se convierte en manifestación. No entraba en los guiones la marcha. El resto del trayecto es una suerte de inspiración, improvisación y mano ancha policial: el camino se andaba por donde los chillidos en defensa de Hasél y las luces de policía querían.
En contexto, las redes sociales alumbran lo que de manera simultánea ocurre en Madrid y Cataluña. Contenedores ardiendo, barricadas, cargas policiales y detenciones en los dos grandes polos del país. En Zaragoza, nada. Los agentes se limitan a escoltar al grupo de cabecera, el más activo durante la tarde, sin caer en provocaciones ni incitar a los manifestantes. Eso sí, se han desplegado todos los efectivos disponibles, por si acaso hiciera falta.

El azul de las sirenas se mezcla con el amarillo de las farolas y el blanco de los flashes. Desde los balcones, numerosos vecinos saltan a sus ventanas dispuestos a compartir sus privilegiadas vistas en las redes sociales y a aplaudir o silbar el caminar de la marcha. Por encima de todos, el foco del helicóptero vigila, completando el cuadro de luces de esta inesperada película de protesta.
Pasado el cuartel de la Policía Nacional en la avenida, la manifestación ocupa ya los tres carriles de la arteria zaragozana. Extendidos a lo ancho de la calzada, los manifestantes suben el ritmo y aumenta la acidez de las protestas. Se dirigen a partidos políticos (en especial, al PSOE), a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y al actor secundario oculto: la Casa Real.
La amplitud de las calles dibuja una marea humana que se va adornando por el camino con el rojo de algunas bengalas y el morado del humo en la cabecera. El movimiento en las calles es un baile en la estadística: las fuentes oficiales hablan de poco más de 400 personas, mientras que medios como Koiné TV o AraInfo cifran la asistencia a la concentración en cerca de las 3.000.

Un pequeño grupo en cabeza toma las decisiones y guía la marcha. Al no haber un rumbo establecido –la manifestación no estaba autorizada– la riada humana se cuela entre calles en las que el tráfico no había sido cortado. Así, la manifestación atraviesa el paseo de Teruel, cuya estrechez provocó los primeros contratiempos para el dispositivo. Un todoterreno BMW se queda cruzado entre dos carriles mientras la marcha, que lleva un ritmo frenético, esquiva el resto de los coches parados en la calzada. Taxistas explican a sus clientes el porqué de no poder acelerar, vehículos que esperan a la salida de los garajes y algún conductor imprudente que, con una mano en el volante y otra en el teléfono, es reprendido por un agente: “La que te hubiera caído cualquier otro día…”.
Una pequeña parada en la Puerta del Carmen, no se sabe si fruto de la falta de ideas o del cansancio de la caminata, permite ver a una de las personas más agobiadas de la ciudad. El encargado de los buses de Avanza vuela sobre el asfalto lanzando órdenes desde su walkie talkie. Una pelea perdida por mantener el orden habitual del tráfico en una Zaragoza que vive un anochecer atípico.
Desde la avenida de César Augusta la marcha gira hacia el Coso. Pitos y aplausos de los manifestantes al entrar en la Plaza de España, centro social de Zaragoza, donde son observados por aquellos que apuran las últimas cañas antes del cierre de los bares, a las 20:00 por las restricciones sanitarias. Sin incidente alguno, la protesta continúa por la misma calle. La cantidad de gente, cada vez mayor por los que se han unido durante el trayecto, colapsa las principales vías de acceso al Paseo de la Independencia. Una señora vestida de rojo y taconazos promueve una contramanifestación unipersonal. “A la cárcel. A la cárcel. A la cárcel”. Lo grita. Con entusiasmo. Los agentes la miran con cierta incredulidad. Los que protestan pasan de ella.

Un muchacho de aspecto joven, con greñas y ataviado con una bandera republicana que le cubre la espalda, camina solo por el centro de la manifestación. Tiene 15 años, estudia 2º de ESO y esta es su primera vez. Camina solo porque ha venido solo, aunque la experiencia de su estreno ha sido buena. Pero tiene claro que las movilizaciones “deben ser pacíficas”. Se muestra convencido de que “no se puede ir a la cárcel por unos tuits o canciones”. No da su nombre, pero sí su apodo: ‘El loro de Stalin’.
Enfilando el último tramo del Coso, un autobusero apremia a los pasajeros para que suban al vehículo: “No hace falta que paguen. Corran, que salimos pitando”. El acelerón se produce cuando la cara impresa de Hasél en la pancarta roza la cola del bus. Pocos metros delante, un despistado conductor espera en un semáforo en rojo, sin mirar por sus retrovisores que cientos de personas denuncian una injusticia tras él. El aviso de un policía local le saca de su asombro, acelerando con la mayor de las prisas. Situaciones cómicas, casi increíbles, en un escenario completamente real.
La manifestación concluye con la lectura de un comunicado en la Plaza de La Madalena. Se repasa el caso de Hasél y hay tiempo para recordar a los antifascistas recientemente encarcelados por los disturbios tras un acto político de Vox en Zaragoza. Se exige libertad de expresión, se recuerda el caso de Cifuentes y se emplaza a todos los asistentes a futuras movilizaciones para reivindicar justicia para Pablo Hasél.
Con la misma improvisación y poca preparación, el acto expira con la llama de la última bengala. Últimos cantos, últimas peticiones de libertad para Hasél. El gran grupo que ha atravesado Zaragoza se vuelve a dividir en pequeños corros. Se habla de “seguir luchando” y se desea “que no se tengan que repetir acciones de este tipo porque la libertad de expresión vuelva a ser plena”. Todo vuelve a la normalidad. Si es que existe.