Malasaña: vive y colorea

Texto y fotografías: Alba Piñeiro Pérez//

El barrio de Malasaña volvió a concentrar a decenas de ciudadanos que no quisieron perderse a más de un centenar de artistas que inundaron el barrio de imaginación y color. Una jornada de 12 horas sin interrupción que ha vuelto a transforma las calles del centro de Madrid en la mayor fiesta del arte urbano de la capital. Un contraste entre los colores y el estado de deterioro del barrio que los artistas no dudaron en denunciar a través de sus obras.

Desde la calle de la Madera y la calle del Pez, de paso por la plaza del Dos de Mayo, hasta Manuela Malasaña. Pinturas en las paredes y en el suelo, bolardos decorados con lana, témperas o purpurina, y algún que otro mural de denuncia. Así es como se presenta el barrio más pop y alternativo de todo Madrid en mi visita después de la celebración del festival Pinta Malasaña 2018. Casi la totalidad de las obras se encuentran en el mismo estado en el que sus autores las dejaron y todavía algunos ojos curiosos –como los míos– recorren las calles del emblemático barrio, protagonista de la Movida Madrileña de los años 80, para disfrutar de aquella galería de arte al aire libre. Hoy tenemos una cita con uno de los protagonistas del festival. Uno de los ganadores. Pero antes, pongámonos en contexto.

Pinta comenzó en 2010 como una iniciativa para promover el arte urbano en Madrid e intentar mejorar la estética de algunas calles de Malasaña, convirtiendo el barrio en el punto de reunión más hipster de la capital. Antonio Pérez –periodista y fundador del periódico local Somos Malasaña– explica que “tras ese primer festival de 2010, hubo un parón de casi seis años hasta que se volvió a retomar el proyecto en 2016, con más medios, nuevos compañeros de viaje (Madrid Street Art Project), patrocinadores y, en definitiva, una propuesta más profesionalizada”. Junto con la parte de gran valor artístico que es el concurso oficial, Pinta organiza toda una serie de exhibiciones y actividades gratuitas –bodypainting, concurso de fotografía y decoración de bolardos– que añaden un componente festivo y popular al propio festival. Porque, además de la acción artística, Pinta Malasaña es hacer barrio, reivindicar la calle y el encuentro vecinal.

Los organizadores actuales de este festival, el periódico Somos Malasaña y el colectivo Madrid Street Art Project, seleccionan cada año a los participantes entre cientos de propuestas que llegan de todo el país y de distintos puntos del extranjero. Desde la organización se realiza una convocatoria abierta y piden que los artistas envíen un boceto de la obra, de temática libre, que desearían realizar en Pinta. El criterio principal es la calidad artística de cada una de ellas, pero también se procura que haya variedad de estilos y disciplinas. Muchos de los participantes de esta edición no dudaron en basar sus obras en una crítica a la gentrificación de algunas zonas del barrio o al mal estado de ciertas viviendas. Estampas cotidianas de Malasaña que grafiteros y artistas convirtieron en arte de denuncia.

Sin compañía, comienzo el recorrido en la calle del Pez: una vía de poca anchura que en cada acera presenta decenas de bares de éxito. Las pequeñas terrazas de algunos de ellos, repletas debido a los agradables veinte grados que hay en Madrid, permiten ver la heterogeneidad de su clientela. Desde jóvenes alternativos hasta ancianas con sus abanicos conviven en un espacio de poco más de dos metros cuadrados. Puede que vecinos, puede que turistas. Bajo las pinturas que presentan sus paredes, hay tiendas vintage, carnicerías, pollerías, librerías, edificios de nueva construcción y otros tantos casi en ruinas. Un alto grado de contraste entre los lienzos de Malasaña que no podía sino acaparar el protagonismo de algunas de las obras de esta edición del festival.

Tal es el caso del mural que se encuentra en el número 3 de esta misma calle, en los bajos de un edificio en amenaza de desprendimiento, pero donde todavía viven varios inquilinos. ¿Su autor? El barcelonés Josep Fernández Margalef, ganador de Pinta Malasaña 2018. Bajo el lema “Malasaña me mata”, formado por pegatinas naranjas de embalaje y en clara alusión a la Movida Madrileña, quiso denunciar el estado de deterioro de algunos de los edificios del barrio y que, de algún modo, se tomara conciencia de la necesidad de rehabilitación de las infraestructuras. El artista estudió el espacio asignado por la organización y adaptó su propuesta inicial para evocar un mensaje sobre un elemento del paisaje urbano muy deteriorado y que, actualmente, se encuentra en proceso de venta. En unas declaraciones para Somos Malasaña, Mauro Entrialgo –dibujante y miembro del jurado junto a Sue975, artista y ganador del certamen en 2017, y Marina Fernández Ramos, arquitecta y diseñadora– dejó claro que se valoró que Margalef consiguiera “construir otros significados a través de la intervención de un espacio repleto de carteles publicitarios, e introduciendo cuidadosamente el eslogan claro y directo mediante marcas adhesivas con las palabras MUY FRÁGIL”.

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Fotografía de Somos Malasaña

A pesar de ser una propuesta de denuncia en la que Margalef intentó remover conciencias, como es habitual en las obras sobre espacios urbanos, tuvo una vida fugaz. Es un hecho que el arte callejero es efímero y ante esto no hay nada que hacer. Es parte de su gracia. Hay artistas, como Margalef, que realizan su obra pensando en el deterioro natural de la misma en la calle –o  no natural y alguien la pisa antes de que se desgaste por el clima u otros elementos–. En mi recorrido por la Calle del Pez, el lema de la obra de Margalef pasa desapercibido a primera vista. La publicidad de giras y conciertos sobre los que había trabajado el autor se encuentran esta vez sobre su trabajo. Todas las pegatinas de embalaje de MUY FRÁGIL –proporcionadas por la organización del festival, al igual que el resto de materiales utilizados por los artistas en cada edición–, que gritaban a los viandantes MALASAÑA ME MATA, se encuentran escondidas bajo los carteles de Pastora Soler, Rozalen y un tributo a grupos como Metallica, Queen o Kiss, bajo el nombre “Masters of Rock”. Tan solo unos pocos pedazos de color naranja se asoman todavía por los laterales en recuerdo al movimiento artístico.

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Ha llegado el momento; después de ver la obra de Margalef retrocedo unos pasos en mi recorrido. A escasos metros se encuentra la calle de la Madera. Perpendicular a la calle del Pez, y casi haciendo esquina, en el número 46. Allí se pueden encontrar cuatro pinturas diferentes, pero con relación entre sí. Destacan sobre la fachada de color salmón en la que están plasmadas con todo detalle. La que está situada más a la izquierda presenta la imagen de dos ancianas de pelo blanco, de espaldas al público, y envueltas en una bata de color azul oscuro. Están asomadas al balcón de una casa apuntalada, con barras de color amarillo, hasta donde alcanza la mirada. En el centro de la fachada color salmón, separada de esta primera representación por una ventana reforzada con barrotes, se puede apreciar la segunda escena: un edificio que destaca sobre el cielo azul, y en el que, una figura de espaldas con el tórax desnudo, levanta una pesa sobre su cabeza y da a entender al público que se trata de un gimnasio de grandes dimensiones. Las otras dos obras, situadas en el lateral derecho de la fachada, representan la imagen de una maleta de color marrón y un tablero de Monopoly.

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Son obra de Juan, más conocido como Yksuhc en el entorno artístico. Este madrileño de 34 años, con amplia trayectoria en el arte urbano de la capital, es nuestra cita de hoy. Junto a él seguiremos recorriendo las calles del barrio para destapar las historias que se esconden tras la pintura de Malasaña. No es muy alto –mide en torno a 1’75– y se le puede diferenciar por su pelo rizado de color negro y la tupida barba que le cubre parte de la cara. Su color de piel, tirando a morena, hace juego con sus ojos miel. Viste un pantalón vaquero de tono oscuro, una camiseta blanca y una cazadora negra. Un viandante cualquiera si no fuera por dos detalles que lo delatan: sus botas de color negro están salpicadas de pequeñas gotas de pintura de varios colores, y va acompañado de una mochila llena de pinceles y sprays. Me confiesa que ha estado toda la mañana trabajando en una nueva obra en la Plaza de Juan Pujol –o Plaza del Rastrillo–: un mural compuesto por cinco ambientes diferentes sobre el rechazo al cambio climático. La primera parada en nuestro camino es la obra con la que Yksuhc ganó el tercer premio del certamen de Pinta Malasaña 2018.

Una pegunta me rondaba la mente desde que vi su obra por primera vez y no dudo en preguntarle:

– ¿Por qué cuatro pinturas individuales y no solo una?

– Mi intención era representar escenas y objetos cotidianos que representasen el devenir del barrio. No es que sean cuatro pinturas individuales, es que cada una de ellas se complemente con el resto y tienen un significado común.

He de confesar que de entre las cuatro obras llaman mi atención, sobre todo, la imagen de las dos ancianas y la del edificio que parece ser un gimnasio. Las dos tienen una fuerte carga social y un significado en común: la transformación del barrio. Y no precisamente hacia la mejora, sino hacia su deterioro, en parte, por la gentrificación de algunas zonas del barrio que se está produciendo en los últimos años. En la escena de las dos ancianas de espaldas se puede ver que la casa está apuntalada, para hacer referencia al mal estado en el que se encuentran algunas viviendas, por ejemplo, en la calle del Pez. En la otra escena, en la del gimnasio, se representa la plaza de María Soledad Torres Acosta, donde tradicionalmente se situaban los Cines Luna, y que a día de hoy se ha transformado en un gran complejo con gimnasio y piscina.

No es que mi mirada artística, tirando a común, se haya transformado de repente en la mayor experta crítica. Es que, gracias a nuestra compañía en el recorrido, podemos conocer cada secreto de la obra, del barrio y su gente.

La fama de Malasaña no es la principal causante de su deterioro. Fue el principal escenario de la Movida y a día de hoy sigue teniendo un importante nivel de turismo. Está claro que sin esos ingresos los comerciantes locales no podrían seguir adelante, pero por otro lado, el barrio merece un cuidado. No es de agrado para los vecinos de este madrileño barrio ver el estado de algunos edificios o los macro-botellones que se organizan en la Plaza del Dos de Mayo.

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Minutos más tarde, retomamos nuestro camino por la Calle de la Madera hacia la Plaza Dos de Mayo. Yksuhc cuenta algunas anécdotas de lo acontecido en el festival. Al parecer, Pinta se está empezando a convertir en un acto viral y multitud de gente, de toda procedencia, se acerca a algunas calles del barrio para ver trabajar a los artistas en vivo. Se produce un contacto directo artista-público que rara vez se da. Al mismo tiempo, se pone en valor el arte de muchos creadores: el público asiste al proceso de creación de las obras y aprecian mejor el trabajo que llevan. Es muy diferente a encontrártelas ya terminadas en una calle o en un museo.

Puede parecer que pintar delante de tanta gente es incómodo, ¿verdad? Para algunos artistas no lo es. Yksuhc lo define más bien como “complicado”. Me confiesa que todos los asistentes quieren acercarse al máximo para ver cada detalle y hay veces que llegan a ponerse debajo de su brazo. Además, este año, había vecinos del barrio de toda la vida que apoyaban su denuncia del cambio que ha vivido Malasaña y se fueron a ver el progreso durante días. ¿Días? Sí, días. Yksuhc, al igual que otros participantes de Pinta 2018, comenzó su obra antes que el resto: “pintar las cuatro escenas en las doce horas del festival es muy difícil. Imposible, me atrevería a decir”.

De camino hasta la Plaza Dos de Mayo hay obras de todo tipo: desde ilustraciones de Manuela Carmena sobre la persiana metálica de una librería, hasta representaciones abstractas de animales a todo color. Eso sin olvidar las decenas de bolardos decorados que hemos dejado atrás en nuestro recorrido.

Evento Malasaña (3)Hemos hablado sobre la obra de las dos ancianas y la del gimnasio, pero todavía no entiendo qué relación tienen con la maleta y el Monopoly. Pregunto y obtengo la respuesta: el Monopoly simboliza el juego que están realizando algunos empresarios y constructores con la explotación de ciertas calles del barrio y la dejadez de otras. Y la maleta es en referencia al abandono del barrio por parte de algunos vecinos a causa de la subida de alquileres o del mal estado de algunas viviendas. De apariencia individual y autónoma, las cuatro escenas se relacionan y forman un gran significado común que sin grandes estridencias Yksuhc ha conseguido plasmar sobre la pared color salmón.

Nuestro recorrido acaba en la calle Manuela Malasaña, que otorga el nombre al barrio. Queda atrás la edición del festival Pinta 2018, al igual que lo han hecho muchas de las obras en nuestro camino. No sabemos si en futuros años se plasmarán más imágenes de maletas huyendo de grandes gimnasios y viviendas apuntaladas por el juego de poder que ejerce la banca en este barrio. Tampoco sabemos si Malasaña “seguirá matando” a vecinos y artistas. Lo único indudable son las cientos de historias que se esconden detrás de cada pintura, detrás de cada muro.

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