Artículo calificado R
Dani Calavera//
Este festival de Cannes, Lars Von Trier ha presentado su última salvajada existencialista para hacer que críticos y espectadores se pregunten qué demonios hacer con sus vidas y con su moral una vez terminada la proyección de la misma. O ni eso, muchos se fueron a mitad. Es maravilloso el espectáculo mediático que este hombre consigue gracias a la violencia pero también es cierto que muchas veces su cine nos hace preguntarnos dónde está el límite en la ficción. De ahí este artículo calificado R con el que espero salgáis a mitad de su proyección o, si lo termináis, os empecéis a preguntar todo lo que necesitéis. Y, por cierto, esta nueva salvajada de Von Trier, The house that Jack built llegará a nuestras retinas próximamente… y yo la veré. Y vosotros también, no os engañéis. La violencia en ficción despierta y vende. ¿Listos? Pues empecemos, joder.
Imaginad lo siguiente: Somos un grupo de espectadores que asisten a este artículo escrito en una sala de cine, lo vais a ver mientras lo leéis. Este artículo ha sido calificado “R” por los censores. Todo menor de 18 años deberá asistir con un adulto bajo su responsabilidad. Nos acomodamos en nuestra butaca e iremos avanzando en nivel de violencia. ¡Palomitas empapadas de sangre, vísceras, sudor y lágrimas!
– No pararé… No pararé hasta que tu cabeza ruede por el suelo (Big Bad Wolves)
Existe un tipo de cine violento, muy violento. Existen películas que consiguen que apartemos la mirada, asqueados, porque algunas de sus escenas son demasiado fuertes, excesivamente brutas. ¿Dónde está el límite? En el cine existe una libertad que hace que la violencia sea, en ocasiones, un modo más de arte. A veces esta barbarie ante la cámara de ficción es, simplemente, caricaturesca en el mejor de los sentidos. Otras, es excesivamente realista, intentando meternos por los ojos y el corazón situaciones que todos queremos evitar, pues en el mundo existen monstruos, y esos monstruos provocan esas situaciones.
Primeros minutos de proyección. Nivel de violencia: leve
Cineastas que ya he citado mil veces -tantas que no merece la pena mentarlos- cogen esta violencia y crean escenas desagradables y extremas que, sin embargo, al estar contadas como lo están y al tener la comedia -negra, muy negra- como fondo, están permitidas. Son criticadas y a veces censuradas, pero no dejan de ser aliteraciones de la realidad, imposibles en un marco realista. Estos creadores, como tantos otros, cogen la violencia y le dan alma de “historieta”, de “viñeta”, haciendo incluso en algunos casos que nos divirtamos con ellas. Y es así.
Recuerdo una situación en concreto, un ejemplo de lo que os estoy contando. Cuando vi Battle Royale de Kinji Fukasaku en el cine; me quedé alucinado. Hay pocas películas más divertidas y salvajes que esta distopía japonesa en la que en un futuro, el gobierno idea un sistema para deshacerse de la violencia entre la población: cada año, una clase de instituto es escogida al azar para que se enfrente, en una isla abandonada, a un cruel juego de supervivencia en el que, al final, sólo puede quedar uno vivo. Sabemos que lo que estamos viendo es imposible, sabemos que esta crueldad es inimaginable… Pero si somos conscientes de que esta violencia plasmada en ficción es puro divertimento y una crítica feroz a la sociedad y al gobierno actuales, entonces disfrutamos de sus escenas más crueles, más exageradas y más violentas. Porque el cine da esa libertad a sus creadores y a los ojos de los espectadores. La explicación del profesor -el gran Takeshi Kitano- a sus alumnos antes de salir a matarse entre ellos, vídeo incluido, sobre lo que van a tener que hacer y dónde están, es antológica.
Pasaron los años y le puse este film a una chica con la que salí un tiempo. Ella no lo entendía. No entendía cómo podía gustarme una película, a su parecer, “enferma” y tuvimos que quitarla. Me dijo, tal cual os relato: “Si te gusta esta película, es que estás enfermo”, ¡y me lo dijo sin ningún tipo de filtro! ¡Juzgándome! ¡Boom! Y yo os prometo que, a día de hoy, aún no entiendo cómo es posible que no se distingan los dos tipos de violencia en ficción.
Si ves un film como Battle Royale, está claro que se trata de una exageración divertida con chorros de sangre y litros de mala leche y ya está, como ya he dicho, una metáfora muy salvaje por la que, si te dejas llevar, te hará reír culpablemente, te perturbará, te reconcomerá… Y disfrutarás. ¿Qué haríamos nosotros ante tal situación? No se sabe, uno nunca sabe cómo va a actuar en una situación de tal presión. Pero claro, quizás el problema esté en el género. Este film es una película de acción en clave de comedia negra. Si su violencia fuese trasladada al drama… Entonces sería una gran y potente obra de arte, ¿a qué si? Que por algo Juego de Tronos es tan buena a ojos de todos, detractores de la violencia “gratuita” incluidos, a pesar de su contenido extremo, violencia que incluye humillaciones sexuales, desmembramientos y las mayores atrocidades… Pero claro, es drama, así que se le está permitido… ¿No?
– Inciso: Hay que quitarse el sombrero ante HBO, gracias a sus series más memorables y reconocidas (Juego de Tronos, Los Soprano…) la violencia se ha convertido, casi, en un distintivo que roza la calidad como sello de garantía, formando parte del producto. –
Ahora bien, volviendo a la comedia negra: ¿Podría darse la situación que relata el film japonés en la realidad?… No. No puede darse. Hay que confiar en el raciocinio del ser humano, chicos, por mucha barbarie por la que pasemos y se dé muchas veces en algunos países, esta obra de ficción es una terrorífica, eso, ficción. Como dice la frase, y a veces viene muy bien recordar, no hay que tomarse la vida tan en serio, al fin y al cabo, no vamos a salir vivos de ella. Así que disfrutemos de la comedia negra más salvaje.
Tantos otros cineastas nos provocan este efecto, cineastas como Cronenberg y sus Promesas del este, que, por muy realista que sea en su historia sobre la mafia rusa, no deja de ser cine negro. O su relato con aroma de años 50 en los 90, Una historia de violencia. Películas, como tantísimas, que usan la violencia no como un recurso gratuito para regocijo de mentes “enfermas”, sino como vía de escape a la formalidad, dándonos a entender que sólo se trata de cine y ya está, no hay que buscarle tres pies al gato. Y sin rastro de comedia negra estas dos joyitas de Cronenberg, como ni rastro de ella tienen los films de venganza de los 70 y 80, género en sí mismo, blaxpoitation blanco o negro, perpetrado por estrellas underground como lo fueron en su día Charles Bronson o Pam Grier.
¿Qué hizo Kubrick en una de sus obras maestras, La naranja mecánica? A punto estuve de ponerla un día en clase, pero mi tutora no me lo permitió, espetándome, que no diciéndome, que se trataba de un film cuya violencia era “totalmente gratuita. Asquerosa”. Y no podía creer lo que oía. ¿¡La naranja mecánica asquerosa y gratuita!? De acuerdo que hay gente que se divierte con la violencia en la ficción, la hay ¡Qué le vamos a hacer! Para gustos, colores. ¿Quiénes somos nosotros para juzgarlos? Absolutamente nadie… ¿Pero, de verdad alguien con dos dedos de frente se podría atrever a acusar a este film del 71 basado en la novela homónima de Burgess como algo asqueroso y gratuito? Este razonamiento por parte de mi tutora nos llevó a tener uno de los debates más estimulantes de mi vida. Ella no me entendía y yo tampoco a ella, porque ambos nos respetábamos y no podíamos creer la postura del otro. ¿Acaso falto al respeto a sus gustos o a su inteligencia? En su momento quizás sí y me dejé llevar, pero sigo sin entenderlo. Sigo sin entender que alguien mínimamente culto vea este film como algo deplorable.
A mi parecer, tanto la novela como la película son, precisamente, una crítica brutal a la violencia del ser humano, a la violencia como arma contra un sistema correcto que, muchas veces, te obliga a ser como el propio sistema dicta. Y si para convencerte no le queda más remedio que usar mano dura… Lo hará. Porque, ¿quién es más salvaje en la historia? ¿El protagonista inmortalizado por Malcolm McDowell, o los verdugos que usan esa violencia para intentar convertirlo en un ser “aceptable” para la sociedad? Hay que ver más allá, y quién no quiera verlo, puede ser porque no aceptan la violencia en el cine, porque lo único que aceptan son amor y arcoíris en las obras de ficción.
O, sencillamente, porque no les gusta. Y ya está. Nadie es mejor o peor, sencillamente, es cuestión de afinidades, como ya hemos hablado en otras ocasiones. Pero sea como fuere, Álex se cura al final de la magistral La naranja mecánica. Y no sabemos aún si este es un final feliz… O una aterradora solución. Miedo. Miedo del bueno. Miedo social aceptable, Álex es un monstruo del sistema, pero hay muchos otros monstruos que vemos todos los días en cada trepa, en cada “cabrón”, en cada persona “non grata” que nos cruzamos… ¿Afinidades? No sólo eso, también grandes villanos. Y muchos de ellos, villanos que no toleran la violencia en el cine.
– Gracias a Dios… Estaba curado. (Malcolm McDowell en La naranja mecánica)
Oliver Stone dio un puñetazo directo, a puño cerrado, a todo Occidente con su obra maestra -Sí, habéis leído bien, obra maestra. – Asesinos Natos, cogiéndonos y haciéndonos caer en un torbellino maravillosamente violento, divertido y con el que hay que aplaudir al final. ¿Crítica mordaz? De eso nada, para eso ya están otros. A veces el arte es un arma potentísima que, después de ser mostrada, te deja mareado, atontado, tras recibir su golpe sin filtro alguno.
– Hay que joderse… Soy un asesino nato. (Woody Harrelson en Asesinos Natos)
No se me ocurre mejor y más acertada escena que represente todo este primer tramo que la divertidísima y brillante escena de la matanza de la iglesia en Kingsman: Servicio secreto. Lo dejaré claro, no sólo por su excelente factura técnica, sino por todo lo que significa y lo más importante, sus altísimas dosis de disfrute, esta escena es una de las mejores del séptimo arte de las últimas décadas. Y el que no esté de acuerdo y hiera su sensibilidad… ¡Que no mire y que no juzgue!
Mitad de proyección. Nivel de violencia: realista
Los espectadores más sensibles empiezan a abandonar la sala, esto empieza a ser demasiado para ellos… Y eso que aún no hemos tocado fondo.
Ahora bien, y volviendo al dilema que nos ocupa: ¿Dónde está el límite de la violencia en el cine? Hay algunos films realmente crudos, horrorosamente brutales. Algunos de ellos, a veces, nos llevan por una estética bella y calmada hasta un significado que nos remueve las entrañas y, he aquí su hallazgo, a veces sin mostrar nada, sólo contándonoslo. Os hablo de films como La vida secreta de las palabras de Isabel Coixet. Una película en la que su protagonista, Sarah Polley, relata al enfermo que está cuidando, Tim Robbins, el porqué de su comportamiento introvertido y triste, contándole el origen de sus cicatrices externas e internas.
Quizás algún otro cineasta hubiese echado mano de flashbacks para hacernos sufrir aún más con imágenes lo que Polley cuenta. Coixet no, y muy bien hecho. Ella deja que las palabras de la chica nos lleguen hasta lo más hondo, haciéndonos retorcernos de dolor, frunciendo el ceño, tapándonos la boca y haciendo que una lágrima nos resbale por la mejilla. Porque lo que cuenta es terrible. ¿Era necesario? Sí, porque de eso trata el film, de eso te habla su mensaje.
Y ahora, cojamos ese mensaje terrible y hagamos un experimento. Demos un paso más. El paso que dio Michael Haneke con sus Funny Games.
– ¿Por qué nos hacéis esto?
– … ¿Y por qué no?… ¿Ustedes qué opinan? (Dirigiéndose al espectador) ¿Merecen esto?
Lo que Haneke hizo con este film es tan horrible, tan desolador, como brillante. Sabe perfectamente dónde y cómo colocar la cámara para hacer que lo que no vemos y nos hace imaginar sea tan horroroso e incómodo como lo que vemos. Funny Games es uno de los films que mejor retrata de lo que estamos hablando. Es desolador, contundente, pero también recomendable a mentes bien armadas, preparadas a sabiendas de que lo que van a ver es un ejercicio de cinematografía, que no sufrimiento gratuito… En mi opinión, por supuesto. De nuevo, ¿dónde está el límite?
La cosa empieza a ponerse mal… Empezamos a incomodarnos de verdad en la butaca.
A veces, como en Funny Games o La vida secreta de las palabras, lo que nos cuentan y no vemos está a la altura de desagrado de lo que sí vemos, como le sucede al espectador cuando ve al detective que lleva a cabo una venganza al estilo setentero y ochentero antes citado interpretado por Nicolas Cage en la, en mi opinión, infravalorada y adecuadamente sucia Asesinato en 8 mm de Joel Chumacher.
– Tenga cuidado… El diablo ya ha empezado a atraparle.
Eso le advertía el personaje de Joaquin Phoenix, refiriéndose muy acertadamente a la primitiva atracción del ser humano hacia la suciedad de un acto tan deplorable y prohibido, un mundo que despierta la aversión, el de las “snuff movies”, pero una aversión curiosa y que hace preguntarse al protagonista hasta dónde puede llegar la perversión del ser. Una investigación peligrosa, que por algo el profesor interpretado por José Luis Cuerda en la magnífica Tesis sufría un ataque cardíaco al ver una de estas “películas snuff”. En el film de Amenábar perturba más lo que oímos, lo que nos cuentan que va a pasar, que lo que vemos, y el director lanza un final terrorífico: Todo el mundo ve la televisión empujado por el mismo pensamiento que el detective interpretado por Cage en el film del 98 de Schumancher, curiosidad morbosa, y eso que nos lo advierten, “Las imágenes que van a ver pueden herir su sensibilidad”.
Apología de la violencia, depende del género, ya lo hemos dicho. Nos estamos moviendo en un terreno dramático y realista. Estos géneros no se ríen, todo lo contrario, quieren darte un golpe duro, muy duro, para dejarte noqueado mucho, mucho tiempo.
Último tramo de la proyección. Nivel de violencia: extrema
No hay nada que hacer, se han oído palomitas cayéndose al suelo, gran parte del público se ha ido y nos hemos quedado cuatro, carraspeando, preparándonos como podemos porque lo que sigue es muy bruto, realmente sucio… ¿Preparados? Podéis apartar la mirada, es comprensible y está permitido, ya que os habéis atrevido a seguir en la sala.
Todos conocemos la gran polémica que se montó con A Serbian film, una película con imágenes y escenas tan desagradables que fue prohibida en muchos cines e incluso países. Así de jodida es. Yo no la he visto, no se ha dado la ocasión y, para qué negarlo, no me llama absolutamente nada.
Pero por lo que me han contado, su leyenda la ha mitificado, haciéndola más cruda que la película en sí. Aunque, por muchas salvajadas que nos relate, de ahí a que un distribuidor vaya a la cárcel por exhibirla. De nuevo, un dilema: ¿Quién es más salvaje? ¿El distribuidor o los que, protegiendo su “correcta moral” quieren enviarlo a la cárcel?… ¡A la cárcel! Por exhibir un film que nos muestra los más perturbadores, repugnantes y brutales actos de los que es capaz el ser humano. Pero claro, en una obra de ficción. ¿Quiénes, eh, quiénes? Sin nada que ver en su contenido, no puedo evitar que me venga a la mente la caza de brujas, por similitud de acontecimientos.
Holocausto Caníbal revolucionó el cine gore. Tanto fue su impacto que, esto es cierto, la ley interrogó a su director, Ruggero Deodato, con el objetivo de averiguar si lo que este, en su gran parte, falso documental, estaba relatando había sido cierto. Si, atentos, los actores habían sido asesinados de verdad. ¿Qué es más extremo? ¿Lo que vemos en el film o el pensamiento de los protectores de la moral?
Como ejemplo: ¿Sabíais que algunos sectores acusaron de apología a la pedofilia a Barrio sésamo? Os juro que no me lo invento. Obviamente esto se tachó como lo que era, una soberana estupidez, retrógrada y desagradable que hace que nos planteemos muchas dudas sobre los que tacharon de tal barbarie a una serie tan querida por tantos. ¿Qué por qué, os preguntaréis? Por el inicio, porque Espinete le decía un menor que si quería jugar. Sí, por eso. Espinete. ¿Qué me viene a la mente con esto? El maravilloso número musical de Padre de familia que habla de la censura. Censores, protectores de la moral, “soldados del bien” que juzgan con cabeza altiva sin dejar lugar a dudas, gritando mientras escupen furiosos: Si no estáis de acuerdo con nuestro veredicto, sois malos para la moral.
Ahora bien, volviendo a esa violencia de la que hablamos y dejando a un lado a los mayores detractores: Hay films que no entiendo qué objetivo tienen más allá de, perdón por la expresión, jodernos el día. Pero jodérnoslo bien. No digo que no deberían existir ni que tendrían que estar prohibidos, de eso nada, como ya hemos dicho muchas veces, el arte es subjetivo y todos tenemos derecho a verlo y analizarlo con libre albedrío.
Dicho esto, ¿habéis visto Irreversible de Gaspar Noé? Es encumbrada en muchos sectores como una cruda y realista obra maestra. De acuerdo en que lo que cuenta -una violación y la posterior venganza de la misma- es algo que, triste y duramente, ocurre. Y ocurre mucho. Apartamos la mirada con la esperanza de no verlo y nunca jamás ser partícipes de algo semejante, porque da miedo, mucho miedo. Alabo la forma en que está narrado el film, del revés, con ese montaje que te deja pensando, no sólo en su conclusión, también en su desarrollo, planos secuencia mediante, planos secuencia sucios, horrorosos… Y en su tramo final, normales y corrientes, a sabiendas de todo lo que hemos visto… Horriblemente bien contado. Horrorosamente bien contado y expuesto. Este film encuentra en su técnica la excusa para que no nos preguntemos si, realmente, era necesaria tantísima violencia como la que vemos y de la que nos hace ser testigos.
Os aseguro que este film es el más durísimo que he visto en mi vida junto a El expreso de medianoche de Alan Parker. Si vais a verlo, preparaos a base de bien, porque como advierten en una crítica, “No es apto para corazones sensibles”. Y es así, os lo prometo.
¿Y qué pasó un tiempo después? Que se estrenó Secuestrados de Miguel Ángel Vivas, una película española cuyo montaje y fotografía están muy, pero que muy bien… Y punto. Porque, en serio, ¿qué objetivo tiene? Se vendió con una aterradora premisa: “Te podría pasar a ti”. ¡Joder! Empiezas a verla y… ¡Pero bueno, qué es esto! ¿Qué qué es? Una película sobre el secuestro a una familia. Punto, ya está. Lo que hemos visto a veces en las noticias pero mostrándonoslo muy, pero que muy crudamente, sin sal ni condimento alguno, tal cual. Un thriller realmente terrible de ver gracias a la esforzadísima interpretación de los secuestrados -magníficas interpretaciones por parte de la familia protagonista- pero nada más, a mi parecer. Terminé de verla, con un final que a veces aún me persigue como lo más descorazonador que he visto, haciéndome preguntarme: ¿Dónde está el límite?, ¿era este film necesario? Su creador, por supuesto, tiene todo el derecho a contárnoslo como él quiere y te puede convencer o no. En mi caso, no. Porque, de nuevo, ¿realmente es necesario? Más allá de su premisa no hay nada más, y su mensaje es atroz y bárbaro, sencillo y directo, sí, pero atroz y bárbaro. Bien es cierto que siempre hay que aplaudir la valentía de un final que no acabe como esperamos, que nos deje K.O…. Pero hombre, madre mía… ¡Madre mía!
Pasolini y su afición por la depravación, su mayor ejemplo, la casi repugnante Saló o los 120 días de Sodoma. La Alta tensión de Alexandre Ajá, uno de los creadores que mejor entienden la suciedad del western, enclavado en el salvaje oeste o no, heredero en parte de la brutalidad más Sam Peckinpah, aquel misógino y alcohólico genio que tanto nos hizo apartar la mirada con algunas de sus escenas más brutas en films, por otra parte, magistrales como Perros de paja o Grupo Salvaje… Además de parir uno de los títulos más cool de la historia, también, lleno de violencia árida hasta los topes de sucio y maloliente sudor: Quiero la cabeza de Alfredo García.
Hay cientos de ejemplos de este cine. Cine incómodo para muchos, arte del bueno para otros. Innecesario para algunos, necesario para unos cuantos. Libre… Primigenio. ¿Soy yo el censor en este caso? Pues quizás soy un poquito tan censor como los mayores censores en algunos casos como este, pero, ¿cuál es la diferencia? Que hay que respetar. Si se ve en este film como en tantos otros con violencia extrema, un tipo de arte, una forma de contar una historia de violencia, entonces respetémoslo y hagamos lo que hacemos si algo no nos gusta: No lo veamos, o no volvamos a verlo. Pero dejémonos de tonterías, y si un autor quiere echar mano de la mayor y más horrorosa violencia para contar su historia, si al productor no le importa y a nosotros no nos importa… ¿¡A quién le importa!?
– La violencia no es mala… ¡Los violines son malos! ¡Esa jodida música chirriante va a acabar con el puto país! (El muñeco diabólico en La semilla de Chucky)