Malditos bastardos

Dani Calavera//

Sea el arte que sea el que expone cine, literatura, música, escultura, fotografía… Cuando un artista da a conocer su obra al mundo está llevando a cabo un pequeño desnudo de su propia alma. Incluso si no es un autor, si es capaz de imprimir su sello a un encargo o a un trabajo, es un artista. Al desnudarse nos da a entender que podemos seguir dos caminos: podemos seguirle y descubrir qué, cómo y por qué expone lo que va a contarnos o, por el contrario, podemos no seguirle y continuar felizmente con nuestras vidas. Sea como sea, es un acto —todos estaremos de acuerdo aunque no compartamos la finalidad— valiente.

Michael Haneke, por ejemplo. Haneke es un torturador muy cabrón. Lo suyo es provocar al espectador mostrando su realidad y su verdad de una forma fría, calculada y, en ocasiones, muy cruda. Sin embargo, como buen cineasta, también es capaz de imprimir luz en los rincones más oscuros.

Hace poco que se cumplieron 100 años del nacimiento de Ingmar Bergman. Lars Von Trier va a estrenar nuevo film. Buñuel dominó México y España. Pasolini llenaba de morbosa sangre toda Italia. Olvidad el cine gore americano, olvidad la brutalidad de los thrillers de los 70: los mejores toruradores de retinas y conciencias —sobre todo conciencias— son, serán y han sido siempre europeos. Y cineastas como Gaspar Noé o el ya citado Haneke son tan buenos que a veces no le hace falta ni que te enseñen la sangre, ni siquiera a veces los gritos. Con una frase y una mirada es suficiente. Si le sigues, si te metes en su juego, eres tú mismo el que te la juegas. Verás una simple película. Esa película te perseguirá, te alcanzará y la pensarás. Aún hay un nivel más, el de ser consciente de lo que estás pensando, y ese es especialmente temible porque te hará reflexiomar sobre ti mismo. Haneke, como tantos otros de sus hermanos de armas, es seguramente el más aventajado alumno de esta escuela, y por algo también es el más viejo.

Haneke_en_Amor

Esta Europa, artsita de la tortura cinematográfica, es experta en gestos, como lo era el cine mudo de comienzos del siglo XX. No tenían palabras y sus actores eran expresionistas faciales natos y es maravilloso comprobar que, conforme fueron avanzando las décadas y aún hoy en día, los actores dirigidos por estos torturadores siguen ese canon como buenos soldados del arte de su director. Puede ser de forma sutil, como una sonrisa simpática, malévola o falsa, o puede ser una descarada gesticulación que contraiga todos y cada uno de los músculos de sus caras, como una sorpresa, el mayor de los pesares o la mayor de las confusiones.

Si nos centramos en Haneke, quizá sea en sus Funny Games o en La cinta blanca, donde más encontramos este aspecto a tener en cuenta, pero esto es sólo el felpudo que te da la bienvenida antes de entrar en la casa del asesino. Cuando estás en la casa, te cuesta salir. Mucho.

Desnudémonos un poquito nosotros también, será la única forma de que surja la empatía con los monstruos. Porque, admitámoslo, todos somos buenos e inocentes, nunca tenemos la culpa de nada. Sino, no existirían las discusiones, las peleas y las sangrientas reyertas. Admitámoslo, todos tenemos un monstruo dentro al que le gusta salir. Y ese monstruo se ve identificado con los más horrendos actos de los artistas. Arte, al fin y al cabo, en estado puro. La más calculada y perfecta performance que puede existir es una película europea realista, naturalista y cruda.

El último film de Michael Haneke, Happy End, ha sido publicitado como una comedia dramática; en algunos sectores como una comedia negra e incluso como sólo comedia. ¿Estáis de acuerdo? Yo quizá sólo con la primera y más acorde al espíritu, como un drama cómico muy oscuro. Se empeña el artista en mostrarnos al 1% de Europa de una forma tan descarnada y violenta como lo hizo Scorsese en La Edad de la inocencia a la alta sociedad neoyorquina del XIX. No esperéis giros, no esperéis intensidad, no esperéis sorpresas violentas o explosión de emociones. Ni siquiera esperéis clímax: si no lo véis, no lo veréis aunque esté delante de vuestras narices. Y no os equivoquéis, seréis afortunados. Eso significa que se os hace fácil ser felices, por mucho miedo que dé.este razonamiento. En Happy End, una familia burguesa acomodada se muestra tal y como es por medio de un guión lineal adornado por planos secuencia con más miga en la atmósfera que rodea a los actores que la mayor obra de dirección de arte y diseño de muchísimos films. A Haneke no le hace falta mostrate a un personaje en una frase. No. No irá a una astuta y fácil jugada como la de dejar al actor poner un tono que le dé a entender con un gesto o frase cómo es, si malo o bueno. Este artista tiene toda la película para mostrarte cómo es su personaje y se va a tomar el tiempo que haga falta. Es más, cortará el plano secuencia sólo si es necesario. No es teatro, es performance calculada y es una delicia de tortura.

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No puedes olvidar ni debéis olvidarlo: no tenéis por qué entrar en el juego, podéis ser felices. ¿Os parecen desagradables los asesinos psicópatas de Funny Games? ¿Os parece irracional el final de Amor? ¿Os parece angustioso el comportamiento del matrimonio de Caché? ¿Os remueve la conciencia la violación de La Pianista? En ese caso, ya estáis en el juego, porque lo estáis pensando y lo habéis visto. Es humillante cuando alguien se adentra en los más oscuros rincones de nuestra alma, porque ahí es donde vive el monstruo. De vez en cuando, unos cuantos valientes artistas se atreven a mirar no sólo los suyos propios sino los de los demás, y se regodean en la más putrefacta y desagradable de las mierdas. Una tortura que exponen al espectador más iluso y feliz, más tranquilo, que sólo desea vivir en paz, por más que le cueste ver a su monstruo. Podéis no aceptarlo, pero es liberador hacerlo. Advertidos quedáis.

Esta familia francesa acomodada, millonaria y llena de secretos que van desvelándose conforme avanza la trama no es diferente a nosotros, ni mucho menos. La única diferencia es que su posición les impide ser los lobos hambrientos de atención y superioridad que realmente son de cara al público.

La más sutil de las denuncias y el más vivaz de los gritos eternos, un grito en forma de película que hace que su artista se halla desgallitado, alzando su voz muy, muy alto. La escena en la que Isabelle Hupert presenta en sociedad a su sobrina al resto de los lobos, con posterior aplauso de obligada aceptación, es la mejor representación de red social que he visto en mucho tiempo. Arrodillémonos ante la evidencia de los monstruos que sonrien con cejas alzadas porque deben hacerlo, no porque quieren hacerlo. ¿Cuántos de nosotros hemos dejado salir a ese monstruo en concreto? Es un monstruo menor, pero un monstruo al fin y al cabo y forma parte del todo. La afinidad del abuelo y la nieta a través de la violencia, la relación maternofilial de Huppert y su torturado psicológica y socialmente retoño o la ausencia de corazón del padre y, todo ello, visto y entendido por una niña de 12 años que no quiere ni necesita entrar en ese juego. Porque ella misma es el juego y, mal que le pese, lo sabe. Como lo somos todos. Monstruos en nuestro interior.

Os recomiendo Happy End de Michael Haneke, como os recomiendo Clímax de Gaspar Noé.

O la más descarnada tragedia. Noé, el como en muchos círculos es apodado «enfant terrible», no se andaría con medias tintas. Torturaría física y mentalmente al alumnado, al profesorado y si te descuidas, también al conserje.

Su última genialidad del horror, porque eso es lo que hace, horrorizarnos con su genio de una forma mordaz para la mente y bruta y simple para el alma, ganó el Gran Premio a la Mejor Película en el último festival de Sitges. Y no sin razón. Un montaje total y completamente desordenado —a conciencia, porque quiere que sea así y lo más maravilloso es que hay un motivo— que justifica lo que estás viendo como la búsqueda de un autor por la máxima originalidad posible y por desarmarte, desafiándote a seguirle a un túnel del revés tan escabroso y sucio como el de Irreversible, es aderezado con los comportamientos de unos personajes que no son sino el reflejo más fiel de la naturaleza humana más primitiva que permite la comodidad en la que todos vivimos. Y todo por un intencionado viaje por el ácido.

Las conversaciones más denigrantes para el sexo femenino son la señal de que la mujer, como animal, debe huír del macho cuando el instinto sale a la luz, debe ayudarse por la hembra que no quiera destruírla por su belleza, o por su alma, los mismos Oscuros objetos del deseo como diría el de Calanda, por los que la quiere el macho. Una bandera, una sangría, un baile, un niño… Es abrumador. O al menos eso sentí cuando el muy cabrón de Noé, en la escena de las entrevistas individuales a los alumnos de danza, a ambos lados de un viejo televisor tenía los VHS de varios films que son exponentes de esta vertiente tan marginada, buscada y marcada como prohibida para el alma. Títulos ahora de culto, perseguidos, humillados. Los brujos y brujas del cine, escritos por los hechiceros más desvergonzados. Esos son los que mejor saben gritar, con ojos bien abiertos. No diré los títulos. Debéis ver el film y verlos vosotros —y una sonrisa macabra y ladeada se dibujó en el rostro del escritor de este articulo…—.

Hacía exactamente un año que una obra fílmica no me movía tanta desesperación dentro, que no me producía un tornado de emociones morbosas tan vergonzosas. Exactamente un año, desde que vi la Madre! de Darren Aronofsky. Si os atrevéis, bajo vuestra responsabilidad, por supuesto, descubrid esta hora y media de referencias totales a todo este cine del que estamos hablando. Porque por algo, amigos, esta pequeña y elegante joya de film lleva por título Clímax.

Este cine tan horrible, desagradable, odioso, asqueroso; tan desesperante, tan sucio, tan morboso, tan atractivo, tan maravilloso. Fruncid el ceño, pero no lo neguéis. Cuando nadie os vea, en la soledad, miraréis.

Autor:

Sandra Lario foto Sandra lario nombre

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Crítico de cine en ZTV y Heraldo.es. Creador, presentador y realizador del programa más extra-elegante de cine: «Unas cuantas Pelis». ¿Lo único que importa? Cine, música, escribir, mucho café, cine y música. Apasionado de la música y el cine tanto escrito como realizado, rodado y proyectado. Emocional y moralmente incapaz de escoger un género ¡Todos son buenos mientras sea buen cine!

Twitter Blanca Uson

 

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