Orgullosos de Madrid
Gloria Serrano//
El Orgullo es para aquellos a quienes reprimieron y siguen reprimiendo, pero no solo: también para cada una de las personas que ocultaron, que sintieron miedo y fueron verdugos de sí mismas. Demos la bienvenida a un tiempo para estar orgullosos.
Es el verano de 1971, en París. Es decir, que esto sucedió hace 45 años –casi medio siglo–. Ellas son dos magas, tan disímiles como Susan Sontag y Alfonsina Storni. Delphine viene de la provincia, de una granja y es lesbiana de closet. Carole es de asfalto, de la capital; además se asume heterosexual –vive con un chico– es maestra de español y participa en un movimiento feminista. Entonces se conocen y se enamoran. Poco después, el padre de Delphine enferma, queda incapacitado y ella regresa a la granja para ayudar a su madre. Entonces Carole deja a su pareja, sube a un tren y va en busca de Delphine. A escondidas –en el campo– se desnudan, se tocan, se besan, se aman. Hasta que la madre las descubre y echa a Carole de la granja. “No es que los demás te controlen, tú te controlas a ti misma. Eres tu propio policía”, le reprocha Carole a Delphine en una de sus discusiones. Entonces ambas deciden regresar a París para vivir su amor, para satisfacer su deseo sexual, para ser felices, para ser quienes en realidad son. Pero en el último minuto, Delphine dice que no, que no puede irse. Y se queda.
Cinco años después, en el 76, Carole recibe una carta de Delphine en la que, entre otras cosas, le escribe: “He logrado dejar la granja de mis padres. (…) Pienso en ti a menudo. Me pregunto por qué luchas ahora, con quién vives y qué haces. Ojalá pudiera dar marcha atrás, volver a aquel día en el tren y tener el valor que me faltó antes. Pero no es posible. Al menos entendí que no podemos volver atrás, solo podemos avanzar. Es lo que intento hacer ahora”.
Se trata de la película La Belle Saison (Un amor de verano, Francia, 2015) que vi el pasado fin de semana. Catherine Corsini es la directora y guionista. Decidió realizar este proyecto en 2013, cuando en París la gente salió a las calles para manifestarse en contra del matrimonio homosexual. Lo hizo para reivindicar el feminismo. También para hermanarlo con el movimiento LGBT. Y, principalmente, para recordarnos que –las más de las veces– no son las leyes ni los gobiernos los que de inicio suprimen las libertades, sino el policía moralino que cada uno llevamos dentro. Así es como una sociedad puede convertirse en la más eficiente y silenciosa de las gendarmerías.
Imposible no contrastarlo con la fiesta cromática que fue Madrid durante la celebración del Orgullo Gay 2016. Imposible no pensar en la plaza que ahora lleva el nombre de Pedro Zerolo en el barrio de Chueca. Y en el lema “2016, Año de la visibilidad bisexual en la diversidad”. Y en La Batucada que Entiende recorrió el barrio de Malasaña. Y en los cientos de parejas –hetero, homo, trans, bisexuales– que se hicieron fotos frente al Palacio de Cibeles del que colgaba un largo pendón arcoíris. Y en las banderas, las cintas, los sombreros, las pegatinas, la música, el buen rollo. Y en esta cita de George Steiner: “Puede que esté muriendo una cultura clásica de carácter patriarcal y esté surgiendo otra de formas nuevas e intermedias, una cultura hermafrodita, bisexual, transexual y en la que desde luego la mujer contribuirá de forma muy especial a recuperar los sueños y las utopías”.
Autora:
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![]() Periodista mexicana en Madrid, siempre buscando la grieta en el muro. Máster en Gestión de Políticas y Proyectos Culturales (Universidad de Zaragoza). “Saber mirar y saber decir” son los principales retos del periodismo que aspira a no quedarse en el olvido, que intenta contar algo más que una simple historia. Para mí, cultura se escribe en plural, es la fiesta de lo colectivo.
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