Palestina exige justicia
Alberto Arilla //
Sheikh Jarrah es un barrio situado en Jerusalén Este. Entre su población predominan las familias palestinas, algo que hasta hace 1967 era la tónica en toda la parte oriental de la Ciudad Sagrada. Tras la Guerra de los Seis Días, Israel ocupó el barrio, sumándolo a la lista de litigios legales entre palestinos y colonizadores por la propiedad de los terrenos. En este contexto, en torno a cuarenta familias palestinas estaban sufriendo las amenazas de desahucio por parte del gobierno israelí, cuyo objetivo era que estas fueran ocupadas por colonos judíos. De acuerdo con las leyes internacionales, Israel no puede aplicar sus leyes locales en territorios ocupados. A todos estos condicionantes deben sumarse las duras restricciones impuestas a los palestinos, con el pretexto de la pandemia, para acceder a la Ciudad Vieja tras el fin del Ramadán. La Covid-19 solo fue una excusa, una nueva forma de opresión enmascarada. Y cuando se trata de Palestina, todo vale.
Las protestas no tardaron en llegar, y las fuerzas israelíes no dudaron en reprimirlas. Desde Sheikh Jarrah hasta la Mezquita de Al-Aqsa, tercer lugar sagrado de la religión islámica. Más de doscientos muertos y un millar de heridos civiles después, la comunidad internacional sigue mirando hacia otro lado. Estados Unidos, principal aliado de Israel en occidente, ha bloqueado por tercera vez una resolución conjunta de la ONU que pida un alto al fuego en Gaza. Netanyahu, primer ministro israelí, no ha hecho sino lanzar más gasolina al fuego, abogando por continuar con los ataques “contra Hamás y la Yihad islámica”. El sionismo lleva décadas en busca de la “tierra prometida” -quién sabe si por los británicos, Yahvé o ellos mismos-, y no parecen dispuestos a parar.
El pasado 13 de mayo, una de las principales asociaciones de padres y profesores de Tel Aviv informó de llamadas a través de WhatsApp a niños para salir “en busca de palestinos”. Nadie mejor que el pueblo judío debería conocer la gravedad de estos hechos: los han vivido en primera persona. Israel parece haber olvidado su pasado. Pretende justificar la escalada de agresiones al pueblo palestino en los últimos 50 años con su papel de víctimas en el lamentable antisemitismo al que estuvieron sometidos. Olvidan que el pueblo árabe también es un pueblo semita. En definitiva, la víctima se ha convertido en el verdugo.
Lo único “positivo” que se desprende de los sucesos de los últimos días es la pérdida de la narrativa del conflicto por parte de Israel. En una época en la que las redes sociales juegan un papel tan importante, el gobierno de Netanyahu ya no tiene el control de la información, pese a los reiterados esfuerzos de EE.UU. y la vergonzosa equidistancia de la Unión Europea. Sin embargo, del mismo modo que lo han perdido, son capaces de recuperarlo. Llevan años siendo expertos en lavados de cara internacionales: desde el pinkwashing hasta Eurovisión.
Pero este no es un consuelo válido para el pueblo palestino, que sigue sumando muertes mientras el mundo gira la cara. Ya están los medios para contarlas como una fría estadística. Son solo números. Aunque a los palestinos la narrativa les importa más bien poco. Quieren, necesitan y exigen justicia. Israel ha perdido el control. No solo el de la narrativa, sino el de sus deleznables actos que, en un futuro, deberán ser juzgados como lo que son: crímenes de guerra.