Presas
Clara Salvador//
La obra de la escritora Dulce Chacón, suspendida antes de tiempo, habla de mujeres cautivas, tanto literal como simbólicamente. Sus cárceles: una relación, un hogar, una celda o su propio silencio
Hace más de diez años que se fue. La escritora Dulce Chacón falleció en diciembre de 2003 a los 49 años a causa de un cáncer y su obra quedó inacabada. Poco antes había publicado su novela La voz dormida. El libro, basado en un cruce infinito de historias reales, llegó por casualidad a las manos del cineasta Benito Zambrano, que quiso ponerlo ante las cámaras de inmediato.
La primera vez que el director logró reunirse con Dulce Chacón fue en el hospital, cuando ella todavía no sabía que iba a morir. Planearon adaptar juntos el guión de la película, pero el cáncer no dio tregua y se la llevó un mes después. Lo que la escritora nunca supo es que Zambrano finalmente elaboró el guión de un filme que ganaría tres premios Goya en 2012.
La pasión de la autora por la literatura le llegó cuando era una niña y su padre, poeta aficionado, aún vivía. Aunque aseguraba haber nacido en una familia aristócrata del bando nacional, la autora siempre fue una acérrima activista de izquierdas, pacifista y a favor de la igualdad de género. Perteneció a varias plataformas contra la guerra de Irak, al colectivo de Hermanos, Amigos y Compañeros de José Couso –cámara abatido en Bagdad por las tropas estadounidenses– y a la Asociación de Mujeres contra la Violencia de Género.

Su personal estilo literario –dulce, pausado y de frases cortas– ha quedado plasmado en poemas, obras teatrales y novelas. Su marcada ideología ha definido todos sus trabajos, especialmente la narrativa. Tras varios años en los que Chacón se dedicó a la publicación de poemarios, llegó su primer relato en prosa, el tomo inicial de su Trilogía de la huida. Algún amor que no mate (1996) es áspero, en ocasiones confuso por el desdoblamiento de la protagonista, pero imprescindible.
Se trata de una novela reflexiva, que expresa la maraña de sentimientos que experimenta una mujer maltratada por su marido. Emplea tres voces distintas: la primera persona es la Prudencia alienada, suprimida, deseosa de complacer. La segunda, la Prudencia racional, una especie de conciencia que advierte de los peligros del sometimiento. Y la tercera, un narrador omnisciente que cuenta la historia desde una perspectiva exterior, equilibrando las dos voces anteriores. Las tres dan forma a un relato complejo, de indecisión y emociones encontradas, cuyo final conocemos desde el primer momento: Prudencia, ya muerta en vida, encuentra escapatoria en un frasco de pastillas y duerme para siempre. Este libro, adaptado por la propia Chacón al teatro en 2002, muestra a una mujer casada que es tratada como una niña en manos de un padre implacable. Cuando fue publicado, los medios apenas se ocupaban todavía de mostrar las consecuencias que esta realidad acarreaba. Escritoras como Chacón, sí lo hicieron.
El segundo ejemplar de la Trilogía de la huida también manifiesta la desigualdad de géneros, aunque de forma más sutil. Blanca vuela mañana (1997) muestra a una mujer que desea escapar. Escapar de su relación sentimental rutinaria y aburrida, de un hogar gris, de un día a día sellado por la incomunicación. Peter, la pareja de Blanca, es un alemán a quien enseñaron desde niño a ocultar sus sentimientos porque, para un hombre, “esas cosas no hace falta decirlas”. Vivió la II Guerra Mundial siendo muy joven, pero nadie le permitió llorar jamás. La novela invita a reflexionar acerca del comportamiento opuesto que adoptan hombres y mujeres respecto a sus emociones: por mucho que lo intenta, Blanca no consigue llegar al interior de Peter ni hacer que comprenda sus necesidades afectivas. Mientras tanto, él opta por ocultar sus pensamientos y decirse a sí mismo que todo está bien, que no va a perderla. A la vez, Chacón nos cuenta una historia de amor paralela, entre una pareja madura y sólida que se enfrenta a su separación definitiva por la muerte de ella. Este volumen es el más largo y cautivador de los tres, ya que entremezcla varias tramas y contrapone relaciones dispares, permitiendo al lector identificarse con uno u otro protagonista.
Un fenómeno similar se muestra en el tercer volumen de la trilogía, llamado Háblame, musa, de aquel varón (1998), en referencia al párrafo inicial de la Odisea de Homero. En sus páginas reaparece la marginación del género femenino, al mostrarnos a una mujer no sólo silenciosa, sino también silenciada, infravalorada y colocada al lado de su hombre cual elemento decorativo. El resultado, al igual que en Algún amor que no mate, se anticipa desde la primera página: Adrián, un guionista de cine, perderá a su esposa poco a poco por haberla invisibilizado, por haber creído que era un ser inferior incapaz de entender su trabajo. La novela es sosegada, ya que se centra en el distanciamiento progresivo de la pareja y en juegos de seducción con terceras personas.
En efecto, esta trilogía habla de una huida, o de muchas diferentes, y es indispensable porque denuncia los motivos por los que tantas mujeres huyen a diario. Además de estas novelas, Dulce Chacón publicó en 1998 Matadora, biografía de la primera torera española, Cristina Sánchez. El título manifiesta la esencia del libro: contrasta con el uso generalizado de la palabra “matador” y remarca al mismo tiempo lo femenino y lo agresivo del término. Deja claro que una mujer no sólo puede dedicarse a la profesión, sino que además ha de ser más tenaz que un torero porque ella también lucha fuera del ruedo.
La narrativa de la autora se desvió de la perspectiva de género con la publicación de Cielos de barro, ganadora del premio Azorín en el año 2000. Esta vez, el relato acontece en la España rural de la Guerra Civil, y cuenta un mismo suceso desde dos ópticas diferentes: la de un alfarero interrogado por la policía y la del narrador omnisciente, como ocurría en Algún amor que no mate. Chacón sabe plasmar la idiosincrasia campesina a través de los monólogos, además de la oposición de clases y la cotidianeidad de la injusticia y la tragedia. La novela atrapa porque mantiene la intriga hasta un desenlace donde convergen todas las aristas. En sus páginas se advierte la evolución de la escritora, desde la literatura lenta e introspectiva de sus inicios, hasta un relato en el que priman la acción y el suspense.
La obra culmen
Poco después, Chacón publicó La voz dormida (2002), fruto de más de cuatro años de investigación, y sobre todo, de multitud de conversaciones con personas que vivieron la Guerra Civil y la crudeza de la posguerra. En esta novela, prepondera de nuevo el testimonio de la mujer, cuya voz fue acallada durante décadas. El objetivo de la autora era destapar la historia oculta, esa que nunca fue contada, cuyas protagonistas son guerrilleras, torturadas, reclusas o amas de casa a la espera. El personaje principal es Pepita, una mujer real enamorada de un comunista preso durante veinte años. Sin embargo, el relato gira en torno a Hortensia, hermana de Pepita condenada a muerte que da a luz en la cárcel de Ventas. En esta prisión, acondicionada para albergar a 500 mujeres, se hacinaban entre 11.000 y 14.000. Aunque algunas de las mujeres que aparecen no sean auténticas –como Hortensia, que nunca existió en realidad–, muchas como ellas existieron. El personaje de Reme, otra encarcelada, también se basa en uno real, y su historia verídica es todavía más dura que la novelada: durante los diez años que estuvo en la cárcel, el marido de Reme la creyó muerta, y desde que se reencontraron por azar no volvieron a separarse.

En este relato aparecen muy pocos hombres: las vidas de los dos grandes amores de las protagonistas, Paulino y Felipe, no se cuentan sino en relación con Pepita y Hortensia. Es destacable la visión del amor que se plasma en esta novela, porque difiere de la que se mostraba en las primeras obras de la escritora. En esta ocasión, las relaciones son pasionales y positivas; pese a las circunstancias, las parejas no se distancian sino que se unen más. Pepita y Paulino logran reencontrarse en vida; Hortensia y Felipe sólo pueden hacerlo después de la muerte.
Pese a sus más de 400 páginas, la lectura de La voz dormida resulta fácil y placentera. El libro se compone de capítulos diminutos y renglones cortos y está repleto de reiteraciones. Es raudo porque obliga al lector a apresurarse a descubrir el futuro de quienes no sabían si sobrevivirían a un día más; es redundante porque repite aquello que no debe olvidarse.
En una entrevista con la periodista Virginia Olmedo, Chacón afirmó que esta obra es un homenaje a las mujeres que perdieron la guerra dos veces. Una, por sus derechos como republicanas; otra, por el modo de vida que les impuso la dictadura. Sin embargo, no conviene calificarlas de meras víctimas, porque además de sufrir pelearon de forma activa, tanto en el frente como en la retaguardia. Ese es el principio acentuado en cada frase, el elemento más valioso de la novela.
En otoño de 2003, Dulce Chacón recibió la noticia de su enfermedad. La escritora se convirtió entonces en Hortensia: la mujer que iba a morir no sabía que iba a morir. Al menos, no tan pronto. El cineasta Benito Zambrano se encontraba en ese momento en Cuba, por lo que no pudieron despedirse ni tomar ninguna decisión conjunta sobre el guión. Pero Zambrano tenía una deuda pendiente, y ocho años más tarde se estrenó la película que otorgaría a La voz dormida el reconocimiento merecido. Las caras de María León e Inma Cuesta fueron las de Pepita y Hortensia, y aunque se suprimieron o variaron algunos pasajes, el filme es fiel a la narración y cristaliza la idea original: el silencio de las dobles perdedoras. Era necesario permitirles gritar.
La verdadera protagonista de esta historia se llama Pepita Patiño, tiene 90 años y no ha querido ver la película. Un espectador puede soportar dos horas imaginando el dolor ajeno, pero ella prefirió no revivir el suyo. Otra de las mujeres que inspiró a Dulce Chacón le pidió que cerrase la ventana antes de empezar a hablar, porque su miedo aún no se había disipado.En papel o en pantalla, La voz dormida es inhumana; por desgracia, no tanto como lo fue la realidad.