Que no me lo expliques, pesado
Elena Álvarez//
Era viernes y compartía la tarde soleada con unos amigos. Dispuesta a volcar mi botellín de cerveza, noté sus miradas masculinas de expectación. “Tienes que inclinar un poco el vaso y luego lo pones en vertical para que quede bien de espuma”. Comentó Juan, dando por hecho que mi feminidad me imposibilita para tirar bien una cerveza. El paradigma del mansplaining.
Este término, acuñado por Rebecca Solnit en su libro Men explain things to me, se emplea en este tipo de situaciones. Momentos en los que los hombres, solo por el hecho de serlo, deciden que saben más que tú y comienzan a explicarte cosas. De forma paternalista y condescendiente, suponen que tu escasa experiencia en la vida y en todos sus ámbitos en general, no te permite tener tantos conocimientos como ellos.
A pesar de que hayan transcurrido siete años desde que le pusimos nombre a lo que casi siempre sucede, los hombres nos siguen explicando cosas. No solo hablamos de personas de mediana edad o mayores. Nos pasa a todas y en los momentos más inesperados. Nos pasa también a nosotras, las jóvenes. Da igual tu carrera, tu trabajo, tus gustos o tus estudios previos. Da igual todo, porque eres mujer, y sabes menos. Cualquier momento es válido. Además de la asunción de la estupidez femenina, es muy común la necesidad de cortar nuestras aportaciones en una conversación. Mansplaining, bropropiating –apropiación de la idea de una mujer para llevarse el mérito–, manterrupting –interrupciones–. Términos que recorren el cuerpo femenino desde edades tempranas.
No olvidemos la interrupción de Kayne West a Taylor Swift cuando esta pronunciaba su discurso al ganar el premio a Mejor Vídeo Femenino en los MTV VMA en 2009: “te dejaré terminar, pero Beyoncé tiene uno de los mejores vídeos de toda la historia”, se atrevió a gritar ante las cámaras. Porque no basta con ser una de las artistas más importantes del momento, siempre, el ser mujer se cuestiona. Estas situaciones son un tsunami sin voluntad de calma.
Otro ejemplo: llevas una prenda con el logo de Nirvana y te asaltan con el típico “dime tres canciones suyas”. Parece que para ponerte una camiseta de un grupo debes haber estudiado su vida y obra con anterioridad. ¿A quién tengo que impresionar? ¿Por qué la presunción de que no soy fan del grupo? ¿Qué derecho tenéis a juzgar mi fanatismo?
El esfuerzo que tenemos que hacer desde jóvenes para evitar ser desacreditadas es insultante. Que con 22 años tenga que demostrar que sé echarme mi propia cerveza es insultante. Que con tres años de carnet mi amigo me sugiera amablemente si me aparca el coche es insultante. Por supuesto, el mansplaining, que los hombres tengan que explicarme cosas que ya sé me parece, ante todo, insultante.