Smartphones: la droga del siglo XXI
Paula Muñoz//
El móvil se ha convertido en un objeto indispensable en nuestro día a día. Ya ha pasado más de una década desde que el número de usuarios de telefonía móvil superó al de la totalidad de habitantes en España. De hecho, en 2016, nuestro país se coronó como el territorio con más smartphones por cabeza del mundo, junto a Singapur.
En 2012, el 41% de la población española contaba con un teléfono inteligente. Hoy, seis años después, el porcentaje se ha multiplicado. El informe Google Consumer Barometer Report, realizado por la compañía de Moutain View, ha determinado que en la actualidad más del 87% de los españoles utiliza un smartphone. Los cambios en los hábitos de vida de la sociedad, sobre todo los relacionados con los medios de comunicación y las redes sociales, parecen ser los principales responsables de este incremento.
Los móviles no solo nos permiten estar en permanente contacto con nuestros seres queridos, sino que también funcionan como una fuente de información y de entretenimiento inagotable. Según las investigaciones del Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad (CEETA), las personas consultan el móvil una media de 34 veces al día. En 2016, este aparato desbancó de forma clara al ordenador como la vía más utilizada para acceder a Internet. Nueve de cada diez personas utilizan su smartphone para conectarse a la red, frente a un 78,2 % que lo hace a través de su computador. La única diferencia es que en los ordenadores predomina un uso más profesional y en los móviles, uno más personal.
“Nomofobia”
La pregunta que todos deberíamos respondernos ahora es: ¿sería capaz de prescindir del móvil en mi vida cotidiana? En una encuesta elaborada por la versión digital del periódico La Vanguardia, solo el 26,62% de los internautas contestó un rotundo “no”. Pero la realidad es muy distinta. Como consecuencia de los constantes avances tecnológicos, el boom de las redes sociales y la posibilidad de acceder a Internet desde los teléfonos móviles, hoy en día pasamos horas y horas conectados a nuestros smartphones. Nos hemos acostumbrado a ellos. Poder hablar cuando queramos con quien queramos es rutina; que hace escasos años esto no fuera posible ha quedado en el olvido. Estamos tan habituados a este tipo de situaciones que, cuando prescindimos de nuestro teléfono móvil, nos podemos sentir perdidos e incomunicados dentro de un mundo cada vez más dependiente de las nuevas tecnologías.
La ansiedad que sufren los usuarios de teléfonos móviles cuando se quedan sin acceso a ellos, sin Internet o sin cobertura tiene un nombre: “nomofobia”. Se trata de un término que proviene del anglicismo “no mobile phone phobia” y ya es considerada por muchos expertos como la enfermedad del siglo XXI. Los estudios sobre este fenómeno se iniciaron en 2011 en Reino Unido, con una investigación realizada por la Oficina de Correos de Reino Unido y el Instituto Demoscópico YouGo.
Los síntomas más comunes de este trastorno son la ansiedad, irritabilidad, dolores de cabeza y de estómago, nerviosismo e incluso ataques de pánico. Negarnos a ir a sitios donde no haya cobertura, estar continuamente pendientes de las redes sociales y comprobar de forma reiterada si nos han llegado nuevos mensajes son algunos de los signos de alarma. Es como si necesitásemos de manera constante una respuesta inmediata, lo que puede generar que estemos siempre en alerta y sintamos malestar si los otros usuarios no nos responden.
El número de personas nomofóbicas cada vez es mayor y esto puede derivar en diversos efectos nocivos. Pero, además de la nomofobia, existen muchos otros problemas psicológicos estrechamente relacionados con la dependencia a los móviles. La psicóloga Anna Perelló, de Psigma, destaca, por ejemplo, la “whatsapitis” —la utilización constante y obsesiva de la aplicación WhatsApp—, el “phubbing” —o uso enfermizo del smartphone— y la “fomo” —es decir, la fobia a estar desconectado—.
Apps para ligar, para retocar fotografías, para leer el periódico, para hacer ejercicio y contabilizar nuestros pasos diarios e incluso para controlar nuestro periodo menstrual. Ahora los teléfonos móviles y sus aplicaciones, cada vez más innovadoras, forman parte de la vida cotidiana. Por eso es difícil que no se generen conductas de dependencia. Una muestra de ello es que se haya normalizado que las personas —en especial las más jóvenes— comiencen y rompan sus relaciones afectivas o de pareja mediante mensajes de WhatsApp. El terror que puede provocar la pérdida del teléfono móvil es probablemente el mismo miedo a perder la conexión con aquellos con los que mantenemos contacto desde este dispositivo electrónico.
El perfil del nomofóbico es el de una persona con muy poca confianza en sí misma y con baja autoestima, así como carencia de habilidades sociales y de resolución de conflictos. Su tiempo de ocio se basa en utilizar el teléfono móvil y parecen incapaces de disfrutar sin él. Todo apunta, por tanto, a que es la sociedad en su conjunto la que tiene este serio problema de autoconfianza.
Según las investigaciones británicas, la nomofobia es más habitual en adolescentes. Esto se debe a que, además de estar más familiarizados con las nuevas tecnologías, suelen tener una mayor necesidad psicológica de sentirse aceptados por los demás. En la web Psicología y Mente consideran que “son los nativos digitales, puesto que han vivido desde su nacimiento rodeados de estas tecnologías y pasan muchas horas conectados, desarrollando su identidad a través de las redes”. Lo que les podría servir como una herramienta para controlar mejor su ansiedad se convierte en realidad en todo lo contrario.
Lo problemático es que este uso abusivo de los smartphones puede desembocar en aislamiento social. Perelló destaca que cada vez acuden a su consulta más padres preocupados porque sus hijos solo crean amistades en las redes sociales y pasan todos los fines de semana encerrados, pegados a una pantalla. “Lo más preocupante es que esto deteriora sus relaciones sociales y sus resultados académicos”, lamenta.
Según el psicólogo Eparquio Delgado, coautor del libro Los nativos digitales no existen, el problema de los adolescentes no es su teléfono móvil. Delgado, en unas declaraciones a El Confidencial, confiesa que considera absurdo entender el móvil como adictivo porque solo es la herramienta, no el fin. Lo que hay que cuestionarse es para qué se usa ese dispositivo tantas horas: “¿para hablar con amigos? ¿Para buscar la aprobación del grupo en forma de ‘me gustas’?”. Es ahí es donde puede encontrarse realmente el problema. En la mayor parte de los casos, este uso constante del teléfono no es sino la forma habitual de comunicación adolescente a día de hoy. O, mejor dicho, la forma habitual de comunicación.
Adicción generalizada
La nomofobia no solo afecta a niños y adolescentes, también es común entre adultos. Cada vez es más frecuente acudir a reuniones de amigos o familiares en las que los asistentes están más centrados en consultar su teléfono que en hablar con las personas que tienen delante. Muchas veces, utilizamos el móvil como escudo para evitar el contacto directo con alguien cuando sentimos inseguridad.
Sebastián Mera, psicoterapeuta especialista en Psicología Clínica, declara que cuando un adulto está obsesionado por obtener respuestas inmediatas en el móvil y no recibe contestación alguna durante un determinado período de tiempo, se siente más inseguro y su autoestima desciende. En estos casos, podemos llegar a tener pensamientos distorsionados. Por ejemplo, que no nos responden porque se han enfadado con nosotros o incluso que a la persona con la que estábamos hablando le ha podido pasar algo malo.
En el reportaje ‘Phono sapiens’, enganchados al móvil el periodista Javier Salas se servía de una anécdota personal para hablar de su vicio:
“De pronto, la pequeña mano de mi hija, que aún no había cumplido dos años, golpeó con rabia mi teléfono. No recuerdo si tecleaba un e-mail de trabajo o un tuit irrelevante, pero no noté que se acercaba con sus pasos inseguros hasta que le dio un manotazo al móvil, mirándolo con furia. Había hecho una torre con piezas de madera y ese cacharro se interponía entre su creación y el aplauso de su padre. En ese instante, me atravesó un sentimiento de culpa, de bochorno. ¿Cómo he sido capaz? ¿En qué momento he perdido el norte?”
Señales luminosas en las aceras para evitar atropellos o caídas de aquellos que caminan mirando a la pantallita, dolencias de cuello por doblarlo hacia abajo demasiadas horas del día e incluso males en las muñecas o los pulgares por utilizar el móvil más de lo que se debería. Además de pérdidas de memoria o de orientación, porque Google Maps ya lo recuerda todo por nosotros. Todo cada vez más frecuente. El problema radica en que la sociedad que se queja del exceso de pantallas es la misma que nos empuja a utilizarlas.
El lado bueno de las cosas
Sin embargo, hay quien cuestiona esta adicción generalizada y opina que el uso constante del móvil, de las redes sociales y de Internet es tan solo un aspecto intrínseco de la era de la información, una evolución totalmente natural.
Lo cierto es que los vicios suelen desarrollarse cuando se posee alguna necesidad psicológica. Por eso acudimos especialmente a los teléfonos cuando estamos solos, aburridos o no sabemos qué hacer. “Los móviles son un magnifico entretenimiento: miras la pantalla, la recorres con los dedos y, en ese momento, te sientes relajado otra vez”, asegura Adam Alter, psicólogo especializado en adicciones y autor de Irresistible, un libro que habla de la dependencia a la tecnología y del negocio de la atención.
La utilización constante del móvil no tiene por qué ser considerada una mala acción. Como todo, tiene aspectos positivos y negativos. Es indiscutible que los smartphones nos permiten estar conectados, entretenidos y organizados. Con ellos, además de acceder a medios de comunicación y redes sociales, también podemos optimizar nuestras alarmas y agendas, así como planificar reuniones y viajes. Nos permiten tener acceso directo a servicios, registrar datos sobre salud, ocio o deporte y comprar vía online. Son muy útiles en casos de emergencia y agilizan muchísimos procesos de nuestra vida cotidiana.
En momentos de bajón o de soledad el móvil puede convertirse en nuestro mejor aliado. Pero los excesos nunca son buenos y abusar de estos dispositivos tecnológicos puede acarrear consecuencias realmente graves para nuestra salud. La causa principal que desata estos comportamientos adictivos casi siempre es la falta de autocontrol: es importante que nos comportemos como agentes activos, no pasivos y que sepamos escoger nosotros mismos cuándo y cómo hacer uso de nuestro teléfono móvil. El problema no son las nuevas tecnologías, sino el uso patológico de las mismas.
Poner el smartphone en modo avión cuando no lo estemos utilizando, evitar llevárnoslo a todas partes —por ejemplo, dejarlo en casa si salimos a comer fuera— , fijarnos ciertos horarios de uso, apagar nuestro dispositivo por las noches y desactivar las notificaciones con sonido son los consejos más recomendados por los expertos para rebajar nuestra dependencia. En definitiva, desconectar un poco para volver a la vida real y darnos cuenta de lo que verdaderamente importa.
La nomofobia no está reconocida oficialmente en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), a pesar de que la adicción al móvil como un trastorno real se haya convertido en una expresión habitual en los medios de comunicación. «Una adicción es algo muy serio, que causa un enorme trastorno en la vida de las personas que la sufren y aquí parece que estamos equiparando la heroína al móvil», señala Eparquio Delgado. También subraya las implicaciones legales que tendría considerar el móvil un objeto adictivo: «Habría que etiquetarlo con advertencias sanitarias e impedir su uso por parte de menores de edad, como hacemos con el alcohol o el tabaco, ¿no?». Que esto termine siendo así y la nomofobia se convierta en la enfermedad del siglo está en nuestras manos pero, afortunadamente, todavía es difícil.