Rincones en los que habita la poesía
Alicia Sánchez //
El grupo poético Transversores organiza una vez al mes la Tertulia Poética en La Bóveda del Albergue de Zaragoza. En esta ocasión, los poetas bilbaínos Julián Borao, Amaia Barrena y Teresa Ramos fueron los elegidos para llenar de palabras uno de los focos culturales más activos de la ciudad y para demostrar que la magia existe y que puede esconderse en cualquier lugar.
“La silueta de una ciudad se parece a un electrocardiograma”, aventuró una vez el literato japonés Haruki Murakami. Un electrocardiograma con puntos álgidos y con caídas hasta el infierno –si es que existe tal cosa-. Una representación en la que no hay espacio para la inactividad. Porque en una ciudad, hoy en día, no hay espacio para casi nada, ni siquiera para la muerte. La mayoría de sus habitantes ejecutan a diario un baile frenético trazado con absoluta meticulosidad; se cruzan unos con otros, ausentes, ensimismados, mientras atraviesan el centro neurálgico y palpitante de la urbe. Detienen su mirada –escasos segundos- en los titulares que adornan páginas de los periódicos o saltan de negrita en negrita con la misma celeridad con la que pasan sus días de trabajo.
Durante el fin de semana el ritmo no se detiene, pero sí disminuyen sus pulsaciones, y hay quienes se alejan del corazón de la metrópoli para deslizarse entre arterias secundarias en busca de tranquilidad y de un lirismo algo más relajado, de un verso que, con asiduidad, se da cita en La Bóveda del albergue de Zaragoza, durante las tertulias poéticas de Transversores. Este grupo nació hace cuatro años de la mano de Fran Picón, Miguel Ángel Yusta y Fernando Sarría, con el objetivo de “inundar las ciudades de versos” y de desmitificar la concepción de que la literatura es elitista. “La poesía está al alcance de todos y se puede hacer en cualquier sitio, solo hace falta un poema y gente que escuche, nada más”, asegura Fran Picón. “Nosotros estamos abiertos a cualquiera que quiera compartir sus versos, no juzgamos la calidad, eso cada uno… el que escucha es el que decide si le gusta o no le gusta, pero nosotros compartimos con todo aquel que le guste la lírica”, añade el poeta.
La poesía se refugia una vez al mes bajo los arcos de medio punto que todavía conserva La Bóveda mientras la luz cálida baña el escenario y deja el resto de la estancia sumida en la sombra. Las voces de los poetas parecen más definidas al toparse con la sala y, es entonces, “cuando las palabras llegan a los oídos de todos los que vienen a disfrutar de ellas, cuando se produce la magia”, declara Picón.
En la última edición de esta tertulia, los poetas Julián Borao, Amaia Barrena y Teresa Ramos dejaron volar los versos y presentaron sus nuevos trabajos; diferentes, pero con la intención común de compartir y de emocionar. Se movieron con destreza por el escenario. Es la experiencia, ya que ellos mismos “están haciendo una actividad poética muy parecida a esta en las Noches Poéticas de Bilbao”, tal y como explicó Fran Picón.
Julián Borao fue el primero en acercarse al micrófono y, tras explicar que las Noches Poéticas de Bilbao cumplían su velada número 100 y que por sus escenarios habían pasado “más de 1.000 poetas y más de 100 músicos”, habló de su amor por los “números que tienen algo especial”, los mismos que han dado nombre a su libro: Días pares e impares (La única puerta a la izquierda, ed. 2016).
En su poesía, madura y muy trabajada, la rima queda relegada a un segundo plano y sus sentimientos y vivencias más íntimas se camuflan, a veces, bajo una capa de humor y de ingenio. En composiciones como “Siempre te olvidas algo” habla de una mujer, de los objetos que olvidaba en su casa como pretexto para volver y del recuerdo que en él afloraba cada vez que los encontraba. Y en otras, como en «Lo que soy” su paso por el mundo, la frontera entre la muerte y la vida, y plantea, en forma de verso, la siguiente reflexión:
Soy vosotros,
soy yo, soy casi todo
e incluso, casi nada.
Soy la vida y la muerte al mismo tiempo.
Inexplicablemente me parece que soy todas las cosas.
Me vuelvo transparente y dejo de existir,
como mi nombre
Por su parte, Amaia Barrena, en su obra Cafeína para insomnios promiscuos (La única puerta a la izquierda, ed. 2016) , habla del amor y del desamor de una forma muy particular, con una poesía fresca, dinámica, cargada de sinestesias, de erotismo y de juegos de palabras. Se define a sí misma en El arte de violar la vergüenza como “una gata sin botas demasiado inconformista para una sola vida” pero dice que podría ser tantas cosas que aún no se ha propuesto. “Podría ser un orgasmo de posibilidades” acaba recitando. Y bajo la frase: “Ahora que comprendo mi geometría imperfecta puedo ser yo misma al cuadrado, al cubo y al margen de con quien me despierte”, resume su historia más personal, la historia que la impulsó a deconstruirse y a reivindicar la muerte del amor romántico, un amor que en tantas ocasiones creyó gigante y que acabó convertido en “lujuria en miniatura”.
Los versos sugerentes y desenfadados de Barrena dejaron paso a una poesía más simbólica y reposada, una poesía que cuenta historias y que está cargada de figuras retóricas, de recuerdos y de referencias a la infancia de su autora, Teresa Ramos, ganadora del I Concurso de Poesía Noches Poéticas de Bilbao. El amor, a veces desesperado y a veces sumido en una especie de letargo, es el que configura el eje central de sus versos, la mayoría de ellos metafóricos y azotados por el caos de la aliteración y por la dureza de versos como: “No salgo a buscarte por no encontrarte con esa nostalgia tuya tan espectral y, sobre todo, ya no espero que se te cure el tiempo”.
Tras Ramos, algunos espectadores se subieron al escenario y tomaron el micrófono. Unos con libros, otros con hojas de papel que no podían evitar temblar algo más de la cuenta, con miradas esquivas, o con paso firme. Todos ellos continuaron tejiendo nudos henchidos de sentimientos en los estómagos y en las almas de aquellos que los miraban, impertérritos, tratando de descubrir el hechizo.
Porque poesía y magia acaban siendo sinónimos, nada es lo que parece, ni lo que está escrito. Cuando alguien escribe un poema, con un significado, con un sentido, cada lector lo hace suyo, lo interpreta de una manera determinada, se apropia de los versos –de una forma metafórica- y los rima con su vida; encuentra en la aliteración la repetición de un pensamiento, de un recuerdo, y en cada metonimia la causa y el efecto de su insomnio.