La noche de Zaragoza fue. Pero no se ha ido.
Alba Vera//
Al igual que una fotografía solo muestra un parpadeo de la realidad, la memoria es selectiva, creativa y te hará recordar solo aquello que a ella se le antoje. La cámara creará la fotografía y tu cerebro el recuerdo pero ninguno de los dos será la realidad.
En un intento de sobreponer dos fotografías, hemos hablado con dos generaciones diferentes sobre un mismo tema: la vida nocturna de Zaragoza. Los recuerdos y anécdotas de hace 20 años parecen sacados de algún capítulo de la serie inglesa Skins. Quizás el recuerdo ha ensalzado los buenos momentos, olvidado los malos y el tiempo ha echado tierra de por medio haciéndolos lejanos y mitificándolos. Sea como fuere, Zaragoza ha cambiado, y su noche con ella.
Si sales este fin de semana por el centro de Zaragoza lo escucharás: “¿Vamos a Point o a Kembo?”, los dos garitos de moda. Si hay algún evento o fiesta importante súmale Snatch —antiguo Mile End, aún más antiguo Boulevard—. Parece como si la oferta nocturna zaragozana se esquematizara tan solo en esas dos opciones y media. Aunque no quieres seguir al rebaño, la oferta, todavía famélica, se amplía un poco más: la sala Zeta, la López o las reabiertas King Kong y El Zorro pueden ser candidatas si te gusta el rock y sucedáneos; y si eres un poco más exquisito en cuanto a electrónica, la Reset es buena elección para escapar de los últimos hits más mainstream. Si solo quieres alargar la noche, asegurarte un techo, música y venta de alcohol, opciones como La Casa del Loco o la sala Oasis pueden salvar un fin de fiesta que por ley obliga a cerrar los bares entre las 03:30 y las 04:30 am. Excepto las citadas salas King Kong y El Zorro, todos estos anteriores nombres cierran a las 6:30 am.
SIDA, drogas y sexo
Cambian los años, la gente, la música, los lugares, la moneda, las modas, los movimientos sociales, las tribus urbanas, las costumbres, las formas de relacionarse… Había una vez una Zaragoza diferente allá por finales de los noventa, comienzos del nuevo siglo XXI donde no existía Tinder ni Badoo. La gente no salía para pillar cacho ni para colgarse la medalla de “triunfador” si te llevabas un ligue a la cama. El factor diversión tenía más peso. La noche era el momento de desinhibirse por excelencia. No había internet, ni los ordenadores habían proliferado tanto. Las alternativas de un sábado noche se reducían a quedarte en casa y ver Noche de Fiesta con tus padres o salir por la zona de marcha favorita sabiendo que tus colegas iban a estar allí y podrías unirte a ellos.
“Creo que había menos aquí te pillo aquí te mato. Pero la gente se lo pasaba mejor. Un rollo de besos se valoraba mucho más que ahora. Y cuando follabas era la rehostia”. El uso de los anticonceptivos se instauró a mediados de los noventa aprovechando el shock de acontecimientos como la muerte de Freddie Mercury en 1991. Toda una generación que creció con la palabra SIDA tatuada en la memoria gracias a un bombardeo constante en los medios de comunicación. Se creó miedo al sexo. El asunto de las ETS (Enfermedades de Transmisión Sexual) era recurrente y —a diferencia de las campañas actuales “buenrollistas” e infantiles que tratan de vender ahora— logró crear respeto entre la juventud a golpe de palos.
El VIH/SIDA también influyó en el consumo de drogas. Se pasó de utilizar vías intravenosas a preferir la vía nasal o ingestión. Los picos de heroína quedaron enterrados en el siglo XX, aunque actualmente ha experimentado un pequeña subida en su consumo debido a los coletazos de la crisis. El siglo XXI comenzó nevado y actualmente la cocaína preside el podio de las drogas —acompañada de un buen puñado de pastillas amigas—.
Las dos grandes patadas a la noche zaragozana: edad y hora de cierre
La gente —y los garitos— se dividían más por el tipo de música que se escuchara. En general, podría decirse que existían más matices. No se había llegado todavía a la reinante homogeneidad musical actual. Ahora la mayoría de bares son de “un poco de todo”. Antes se podía señalar con el dedo y afirmar que tal bar era de heavys, tal otro de raperos y ese último de baladas. Todo en una misma calle. La gente lo sabía y los elegía, tenían su sitio favorito con el que compartían identidad. Ahora la identidad es algo que cae en picado y sin alas, según critican algunos veteranos de la noche zaragozana.
Si preguntas a alguno de esos veteranos sobrevivientes de la juerga maña te contarán mil batallitas y emocionados recurrirán a la mítica frase de “El Rollo, esa zona de bares en la que una ardilla podía atravesar la zona saltando de cubata en cubata y sin tocar el suelo”. La frase y la ardilla se repetirán, y serán motivo de sonrisa. Aquellas personas nacidas en los ochenta que se criaron con Naranjito y su pandilla vivieron el apogeo de lo que ahora es una zona casi muerta. La mayoría acudía allí para comenzar la noche, sobre todo los jóvenes. El cambio en la edad mínima permitida para el consumo de alcohol de los 16 años a los 18 se propuso en 2001 y se fue implantando a partir de 2002. Esto hizo que muchos de los jóvenes que se reunían en las zonas de bares baratos pasaran a inventarse otras tretas para conseguir el alcohol por su cuenta. Empezaron a proliferar los famosos botellones en parques cercanos al centro, como el de Miraflores o la Plaza de los Sitios. La policía no cargaba contra la gente ni se hinchaba a poner multas como ahora, normalmente el conflicto y barullo se solucionaba disolviendo al grupo y alejándolos de los vecinos molestados. Aún con todo, Zaragoza no fue núcleo de grandes masificaciones ni problemas, pero sí que se notó un primer declive en el aforo de los bares.
El segundo mazazo fue el cambio de ley y el reparto de los permisos de los bares en el año 2006. Muchos de los locales que abrían hasta las 4:30 am se vieron obligados a cerrar a las 2:30, otros a las 3:30 y algunos pocos afortunados continuaron con el límite que ya tenían. En caso de no cumplir la normativa la multa sangraba por si sola. “Era un viernes y hablamos de ir al Casco. En aquel entonces aún vivía el Parros Café. Toda la noche un musicón brutal y buen rollo. Siete y media de la mañana, hora de chapar y clavan The World Is Mine, de David Guetta. Increíble final, salimos a la calle, ya era de día y el sol nos daba en la cara”. Si la zona del Casco esquivó el primer golpe con la subida de la edad mínima para consumo de alcohol debido a que su público era mayor y heterogéneo que el del Rollo, no pudo evitar este segundo. “El Casco era un crisol de culturas y gentes. Calles estrechas llenísimas de gente, los bares cerraban los que más tarde”. Baretos sucios, llenos de gente y con los lavabos con un profundo olor a orines y la humedad característica de esos locales viejos de los edificios bajos y antiguos que pueblan la zona previa a la Plaza del Pilar. El Rollo fue desapareciendo y su fauna pobló y se mezcló con la del Casco. Actualmente la mayoría de la chavalería sale por esta zona, dando tumbos de bar en bar y mendigando la entrada de algún menor que vaya en el grupo de amigos. Si hay suerte y el jefe del bar o portero se moja el culo los dejará entrar, en caso contrario retomarán el camino en busca de más suerte.
Persianas abajo y nombres caídos en el olvido
Atrás quedaron nombres de grandes bares a los que nadie tomó el relevo, ocasionando un tremendo descenso de la oferta de ocio nocturna. Nombres como la sala Devizio, El Capitán Trueno, el Pepeleshes, el Chelús, el propio bar Rollo o el Buitaker —que hasta hace varios años aún conservaba el rótulo con la persiana echada para siempre—. De esa zona cercana al Puente del Emperador Augusto –o mejor conocido como Puente de los Gitanos— tan solo quedan ahora las litronas del Hamburguesa’s con su conocidísimo Pelotas de Plomo, una pequeña pizzería nocturna que hace esquina, el Desastre, el Atrio y el Posturas. Amén de alguna discoteca latina que se ha disfrazado con las antiguas paredes de los viejos bares estrella. Los precios ya no están en pesetas. El cambio de moneda y la llegada del euro crearon una burbuja de nuevos precios. Cuentan los sabedores como si fuera una leyenda que antes del cambio de siglo podías beberte dos litros de calimocho por 375 pesetas, bocadillos de patatas fritas en el Hamburguesa’s —cuando todavía vendían comida— a 125 pesetas o conseguir 4 copas por 1000 pesetas. Actualmente los precios han subido 3 ó 4 veces más en las zonas más económicas y una sola copa ahora te cuesta lo que hace 15 años las cuatro: 5€ ó 6€-.
Actualmente de la calle de Zumalacárregui no queda nada. La zona heavy mantiene tan solo un par de bares como El Infiernos; y las cercanías de la calle Bretón sobreviven gracias al ambiente universitario de la tarde y noche más temprana. De la calle La Paz y Héroes del Silencio se mantienen otro puñado de bares también, gracias sobre todo a la propia identidad de los sitios y la clientela fija y fiel que han forjado —por ejemplo, Momia o Genery’s, antigua Brit—.
Y aunque todavía hay algún personaje entrañable que se repite, como Omael, que era y sigue presente regalando consejos y repartiendo sus panfletos místicos entre la juventud, otros tantos han pasado a la historia o caído en el olvido sin saber muy bien porqué. “El Baeta”, un ultraderechista que se metía en mil peleas y follones, o “El Fortu” y su pandilla que se dedicaban a atracar de forma violenta por toda la ciudad, son algunos de los nombres propios que por aquel entonces protagonizaban la noche.
Zaragoza se quemaba cada fin de semana, se dejaba seca, gritaba y respiraba. Tal vez ahora suframos la resaca; o simplemente los tiempos no acompañan. Pero aunque dañada, es una ciudad que todavía no ha muerto.
Tranquilos, ha renacido una leyenda en un nuevo cuerpo, FUEGO ha vuelto…
Sensacional.