Lo que encierra lo Cuqui

Irene Marín//

¿Qué caracteriza a lo Cuqui?, ¿De dónde viene su actual poder de atracción masiva? Son las primeras preguntas que se plantea Simon May en este ensayo sobre uno de los conceptos de moda en nuestro vocabulario actual.

May comienza su escrito con una introducción sobre el auge de lo Cuqui desde mediados del siglo XIX, relacionándolo con las necesidades y sensibilidades de la sociedad contemporánea que ha convertido el regreso a la infancia y la indeterminación en su nuevo culto.

Los objetos cuquis pueden ser viejos o jóvenes, masculinos o femeninos, mezclar características humanas e inhumanas.  Para ilustrar esta idea recurre a la figura de uno de los extraterrestres más famosos de todos los tiempos E.T, ese ser que no sabríamos decir si es un niño o un anciano, si es un hombre o una mujer. Tampoco se sabe si algo cuqui es implemente una distracción o un refugio que nos acoge de las angustias que nos rodean.

Pero antes de adentrarse profundamente en el meollo de la cuestión, May explica el origen del término. Cuqui deriva del anglosajón cute, estilo industrializado americano del siglo XIX y que en palabras de Sianne Ngai, supone “la consolidación ideológica del hogar de clase media como espacio feminizado y organizado en torno al consumo”.

Habrá que esperar hasta después de la Segunda Guerra mundial para asistir a la consolidación y letal expansión del fenómeno Cuqui en el mundo de la mano de los triunfadores Estados Unidos y del derrotado Japón. Ambos optaron por tomar esta dulce filosofía como forma de rechazo y negación de la violencia. Querían vivir en una sociedad en la que reinara la inocencia.

En el país oriental, este fenómeno arraigó fuertemente ya que pasó de la veneración de su gente por el espíritu de lucha “samurai” al abrazo de una ética y estado de ánimo totalmente opuestos al belicismo anterior. A principios de la década de los 70 surge la cultura Cuqui por excelencia del Nipón moderno, el kawaii, que según Sharon Kinsella: “Representa la libertad y una vía de escape con respecto a la presión de las expectativas y convenciones sociales”.

El kawaii no solo consiste en adquirir y consumir objetos cuquis sino en ser un fiel reflejo de lo Cuqui. Muchos jóvenes, tanto mujeres como hombres, adquirieron una conducta que les hacía parecer vulnerables y necesitados de cariño y cuidado. Así, su popularidad crecía gracias a su debilidad no a su fuerza o su capacidad.  Hasta las relaciones empresariales entre jefes y subordinado, comenta el escritor, se ven Cuquificadas: los empleados de las posiciones más bajas requieren cuidados y protección de los que se encuentran por encima de ellos.

En la esfera social también entra la política e incluso los líderes políticos son usados por May para explicar algunos de los parámetros de este adorable fenómeno. ¿Un líder político Cuqui? Aunque esto nos pueda resultar extraño de primeras o provocar risa, cada persona tiene una percepción diferente sobre los políticos. Mientras unos vemos en ellos bondad y dulzura, otros aprecian fuerza y agresividad.

Son esas cualidades en conflicto las que contempla el fenómeno de lo Cuqui. “Kim Jong- Il disfruta de la seguridad sobrehumana de un dictador totalitario pero posee un ápice de vulnerabilidad como su miedo a los aviones o ese aparente miedo a hablar en público”, afirma May.

Quizá este ejemplo puede resultar un poco endeble, por lo que el autor decide dar un paso más allá y relacionar la cualidad monstruosa de lo Cuqui y el polémico Donald Trump. El carácter de este individuo puede dar paz e inquietud al mismo tiempo, puede fascinar y resultar repulsivo. Es en ese choque donde reside su fuerza para entrar en el juguetón y no necesariamente honesto, mundo Cuqui.

Una de las cosas que siempre ha movido el espíritu del ser humano es el misterio. Cuando lo cotidiano se vuelve desconocido o siniestro lo vivimos como algo nuevo y lo perseguimos hasta desvelar qué hay de extraordinario en él. May analiza como el “dulce fenómeno de lo Cuqui” nos atrapa a causa de su extraña combinación entre lo familiar y lo oculto, lo siniestro.

Pero a medida que seguimos leyendo, podemos darnos cuenta de que no sólo este misterio que envuelve a lo Cuqui es perturbador. Hay otro aspecto que pasa inadvertido por delante de nuestros ojos: el antropomorfismo de lo Cuqui, al cual May acusa de ser una “sensibilidad narcisista que mete objetos no humanos en moldes humanos para adecuarlos a nuestras necesidades”. Y así es, May no se equivoca. Observemos al personaje manga Doraemon. Por qué dotamos de habla, sentimientos y personalidad a un gato cósmico que, a través de los objetos de su bolsillo mágico, hace la vida de las personas más sencilla. Tal vez somos vulnerables y los “animalillos Cuquis” nos satisfacen o como dice May “nos rescatan y nos dan fuerza con su dulzura”.

A menudo podemos caer en el error de confundir o mezclar el Cuquismo con otros estilos, normalmente con la estética anglosajona de lo kitsch. May califica cultura como chabacana y de mal gusto. Quiere dejar muy clara la diferencia de este con lo Cuqui, siendo en ocasiones bastante radical demostrando lo poco que le agrada. Mientras lo Cuqui es inquietante e inventivo o auténtico, lo kitsch es extremadamente convencional, reconfortante y falso.

Podemos encontrar la estética kitsch en aquellas decoraciones que tienen como objeto reflejar un alto nivel de vida y clase social, como una imitación de la sala de baile de un palacio del siglo XVI. Esa aspiración de prestigio/autoexaltación es la que May ve contraria a lo Cuqui, que no tiene la finalidad de demostrar poder implícito.

Recopilando y digiriendo todos estos pequeños descubrimientos que vamos haciendo sobre lo que encierra lo Cuqui, llegamos al trasfondo, al culmen de la atracción por lo Cuqui que May lo relaciona directamente con la revolución en nuestra valoración de la infancia desde finales del siglo XIX. El niño es el valor supremo. Y, si nos paramos a reflexionar, no le falta razón. Todos tenemos un niño dentro, que siempre está presente en nuestra vida adulta y anciana. Somos niños con valores adultos como nuestra sed de autonomía o nuestra sexualidad. Lo Cuqui nos arrastra sin piedad a un limbo entre nuestra madurez y la resistente niñez que habita en nosotros.

May concluye hablando del dualismo actual del espíritu occidental: “Nuestras almas se encuentran en pugna entre la indeterminación y el azar en los que vivimos y nuestra ansia de seguridad y control”. Ante esto, lo Cuqui puede insuflarnos oxígeno ante el poder y la tiranía de la identidad.

Este ensayo pretende hacernos pensar el porqué de nuestro afán en el consumo de la cultura Cuqui. Qué nos provoca o qué nos mueve por dentro la posesión de estos dulces objetos. A medida que el lector devora capítulos, se va dando cuenta de la complejidad que encierran ciertas tendencias o estéticas actuales que a menudo seguimos y no nos paramos a pensar el porqué.

En ciertos momentos el autor puede parecernos exagerado en las hipótesis que plantea, o incluso, muy repetitivo en ciertas ideas, como en su desprecio por lo kitsch. Pero consigue su objetivo de hacer reflexionar al público sobre las carencias, inseguridades y dicotomías presentes en la sociedad actual. Lo Cuqui ha llegado para quedarse, seguiremos consumiéndolo y nos dejaremos atrapar por él. Esa gatita con ojos separados y sin boca, o ese extraterrestre arrugado siempre despertará el lado dulce niño que llevamos dentro, enterneciéndonos por encima del monstruoso o indeterminado.

El poder de lo cuqui libro

 

Título: El poder de lo Cuqui

Autor: Simon May

Fecha de edición: noviembre de 2019

Lugar de edición: Barcelona

Editorial: Alpha Decay

Número de páginas: 169

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