La pasarela de la muerte

Pilar Soro//

En pasarelas donde nace el glamour y se calzan tacones interminables, la muerte siempre sale a desfilar en el momento más inesperado.

Son muchos los fallecimientos que han quedado salpicados por el misterio y la tragedia en el mundo del diseño y las firmas. Una miscelánea de nombres, formas y causas: Versace, Dior, McQueen, Mota; disparos, puñaladas, suicidios, drogas e, incluso, elefantes. La aguja de la muerte ha calado en exceso en ‘Il paese della moda’, pero Italia no es el único lugar donde enhebra.

“Conmigo morirá la alta costura”. Y no sólo murió demasiado pronto sino que lo hizo sin anuncio ni despedida previa; sin quietud y manteniendo incógnitas hasta más de medio siglo después. Sólo así podría tratarse del genio del “New look”, de una muerte a la altura de su aguja. Aquellas son las cinco palabras que pronunció Christian Dior antes de que su casi sexagenario corazón decidiese, en un achaque inesperado, pararse y abandonar para siempre las pasarelas. La duda está plácidamente instalada en ese 24 de octubre de 1957, cuando Montecatini Terme (Italia) presenció la muerte del diseñador francés: unos dicen que se atragantó con una espina de pescado; otros, que fue consecuencia de una ajetreada timba y hay quien asevera que su fallecimiento se produjo durante un encuentro sexual con dos hombres jóvenes. Yves Saint Laurent cogió las riendas de su feudo.

Fue el adiós de Dior el que abrió la veda. La muerte comenzó a desfilar a placer por el universo de la moda. En 1995, el asesinato de Maurizio Gucci, presidente del Grupo Gucci desde 1989, inauguró una lista de posibles culpables que iban desde la mafia italiana hasta magnates árabes, y una investigación que se alargó durante casi dos años. Un desenlace digno de adaptación cinematográfica: fue su ex esposa, Patrizia Reggiani, quien contrató los servicios de un matón, un chófer, un trabajador de hotel y una vidente, al considerar “un plato de lentejas” los 650.000 dólares que su ex marido le ofrecía por el divorcio. Ella escribió: «Hay quien muere en accidente de coche, quien de una enfermedad, y hay quien tiene el privilegio de convertirse en objetivo de un asesino a sueldo». Una historia familiar forrada en dinero.

Ossie Clark, inglés que vistió, en la revolucionaria década londinense de los 60, a Mick Jagger, The Beatles o Liza Minnelli, también protagonizó una muerte aciaga. Sus diseños fueron el espejo de esa ciudad empeñada en romper; inmersa en la música, la moda, el arte; cultura y hedonismo; el reflejo del “Swinging London”. Pero las flores, los colores y los volantes de sus vestidos se diluyeron con el imperio punk de los años 80. Bancarrota, depresión y alcohol no consiguieron llevarse al diseñador, que en 1996 fue apuñalado en su piso por Diego Cogolato, una antigua pareja italiana.

Hace 16 años, en julio de 1997, se disparaban las alarmas. Habían asesinado al rey italiano de la costura, al ‘Emperador de la moda’ –con permiso de Valentino-. Gianni Versace fue víctima de un tiroteo en la puerta de su mansión de Miami Beach cuando regresaba de uno de sus habituales paseos. Andrew Cucanan, asesino en serie, se suicidó semanas después con la misma arma con la que le había quitado la vida al modisto italiano. Sin embargo, sus diseños no murieron con el que fuera el máximo exponente del exceso que mezclaba sin pudor lo vintage y lo descarado, los drapeados y los cortes, los colores explosivos y los estampados. Era la suma del arte griego, el barroco, la vanguardia de Warhol… Los primeros tiempos de los 90 pusieron a sus pies a diosas de la pasarela como Naomi Campbell, Cindy Crawford, Linda Evangelista o Christy Turlington. Inevitablemente, los diseños de Gianni han pasado a la historia y en la casa de la medusa lo tienen claro: “Nadie puede hacer Versace mejor que Versace”.

El idilio que mantienen la pasarela y la muerte no se rompió con la llegada del siglo XXI. En 2006, de nuevo, una casa de moda italiana protagonizó la más surrealista de las desventuras: Gianpaolo Tarabini fue atacado por dos elefantes durante un safari en Zimbabue. Su mujer, Anna Mollinari, creadora, junto a él, de la firma Blumarine, lo presenció todo.

Adioses sobre papel cuché
Manuel Mota, diseñador
Manuel Mota, diseñador

«Cuidad de mis perros, lo siento. Os quiero, Lee». Una nota con estas palabras fue la forma que el diseñador inglés Alexander McQueen eligió para despedirse un 11 de febrero de 2010. Se ahorcó en su domicilio de Londres tras haber ingerido cocaína, tranquilizantes y somníferos. Tal combinación fue el camino que el creador de 40 años decidió tomar sumergido en constantes depresiones y tras la muerte, una semana antes, de su madre. Desapareció cuando ya se había convertido en un icono de la moda inglesa: con su estilo exagerado, futurista, original y la feminidad gótica de sus diseños, hacía de sus desfiles espectáculos. Paradójicamente, su instructora, Isabella Blow, se había quitado la vida 3 años atrás, también antes de que comenzase la Semana de la Moda de la capital británica.

La muerte de Manuel Mota, el director creativo de la firma Pronovias, golpeó igualmente el panorama de la moda española en enero de 2013. Su cuerpo apareció atravesado por un cuchillo en los servicios de un ambulatorio de la localidad de Sitges y, junto a él, tres cartas dirigidas a su familia, su pareja y la policía. Descartados los indicios de criminalidad, no tardaron en surgir las distintas hipótesis sobre su relación con la firma de diseño nupcial, su situación laboral o su estabilidad emocional. Es su nombre el que cierra una lista demasiado larga en la que la tragedia ha decidido manchar la estela de los diseños de grandes nombres propios, envueltos en misterio e incógnita, encerrando porqués que no saldrán nunca a caminar bajo los focos.

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