Mar en calma –tensa–

Adrián Luis//

El sol que sale por el horizonte asoma por el ojo de buey. Las puertas de los camarotes se abren casi al unísono. Es día de visitar una gran ciudad, de ahí la sincronización de los relojes. Cientos de familias, parejas y amigos recorren las cubiertas del crucero hasta llegar al restaurante. Y ahí aguarda, un día más, otro día más, la tripulación.

El pasado 31 de agosto se entrenó en España la película Yucatán. El escenario de esta trepidante comedia no es otro que un crucero, el buque Sovereign de la naviera Pullmantur. Restaurantes, bares, discoteca, casino, teatro, piscinas, jacuzzi… todo un resort con el mar Mediterráneo de fondo. Una oferta que, unida a las excursiones a ciudades como Roma o Florencia, y a monumentos como la torre de Pisa o Pompeya, atrae a miles de personas cada año. Pero, como siempre, para que unos disfruten del todo incluido, de la relajación y del placer, otros tienen que tener a punto las dos cafeterías, los cinco bares, los otros tantos restaurantes y los 1.162 camarotes. Tienen que trabajar.

Walter nombre ficticio para salvaguardar su identidad trabajó en el Sovereign durante más de cuatro años: dos como asistente de camarero y otros dos como camarero. Relata que a bordo se trabaja los siete días de la semana durante los seis meses que dura la temporada. Ni un solo día de descanso. Como máximo, especifica, el maître podría librar a un empleado durante una comida semanal. Exacto, en condicional. Porque se trata de una decisión arbitraria y no de un cláusula del contrato. Ayuda, tal y como matiza, la venta de vinos o las evaluaciones que realizan los propios pasajeros pero, sobre todo, “lo más importante on board son las amistades”.

En ese sentido, Walter recuerda que, en la relación entre un jefe de comedor y un camarero, es el primero quien define las tareas del segundo, para lo bueno o para lo malo: “Parece nada pero cuando se trabaja sin descanso, servir cafés es muy fácil y limpiar mesas es muy duro”, explica.

A los seis meses sin tregua, detalla Walter, se debe sumar una jornada laboral de mínimo 11 horas y de máximo 16 horas. Del camarote al restaurante y viceversa. “No hay tiempo para enfermedades, tampoco para pensar mucho… ¡Hay que trabajar!”, insiste. Hace referencia a las enfermedades porque si un empleado padece una tiene dos opciones: trabajar enfermo o no trabajar pero sin cobrar “la plata”. Es decir, las bajas, tal y como revela el antiguo camarero, no disponen de prestación económica.

Sin embargo, desde Pullmantur aseguran que cumplen “escrupulosamente” la Maritime Labour Convention (MLC), el tratado de la Organización Internacional del Trabajo que regula las condiciones de trabajo y de vida marítimas y que establece un día de descanso semanal y una jornada que no exceda de las 14 horas de trabajo.

¿Y la nómina? “Más huéspedes, más dinero; no huéspedes, no dinero”, ironiza Walter, ya que la política de la empresa establece unas remuneraciones en función de la ocupación del navío. Según concreta Walter, con 2.900 pasajeros, es decir, con el barco lleno, un camarero puede cobrar unos 500 euros semanales; con 1.000 pasajeros, percibe unos 200 euros semanales. En el caso de un asistente de camarero, se gana entre unos 150-400 euros por semana. Por norma interna, desde la empresa no han facilitado la información relativa al salario de la tripulación, necesaria para contrastar el testimonio del extrabajador.

Por lo menos el alojamiento y las comidas corren a cargo del crucero. Pero no el wifi. 60 minutos, alrededor de 20 euros; una tarifa que no contribuye a hacer más amenos los seis meses en el mar. El motivo: la conexión vía satélite es más cara.

Además de todas estas circunstancias laborales y contractuales, Walter manifiesta que los tripulantes europeos gozan de un trato de favor por parte de la naviera en detrimento de los empleados sudamericanos y asiáticos. “El europeo siempre tiene ventajas para promociones y mejores puestos de trabajo solamente por ser europeo”, denuncia.

Cada trabajador tiene sus razones para aceptar cualquiera de los oficios que requiere un crucero para su funcionamiento. A pesar de las condiciones laborales, Walter reconoce que navegando en un crucero ha vivido las mejores historias de toda su vida. Al mal tiempo –marítimo–, buena cara.

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Maria irun nombrelinea decorativa

Observo a las personas sin cesar, pienso por encima de mis posibilidades y solo hablo cuando tengo algo que aportar irónica o intelectualmente. Ante el documento en blanco, no sé si decantarme por los deportes, por el cine o por las series. Pero la realidad al final me empuja hacia los problemas sociales.

Twitter Blanca Uson

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