México y España: nada nunca empieza, todo sigue

Texto y fotografías: Gloria Serrano//

Crónicas de una mexicana en Madrid

¿Cómo observaba Madrid una turista recién llegada, ajena al ritmo cotidiano? ¿Qué llamaba su atención y qué le pasaba desapercibido? ¿Qué hacían, dónde estaban hace un par de años? ¿De qué hablaban en las calles? ¿Cuáles eran los titulares de los diarios? ¿Qué es distinto y qué sigue igual?

*Este texto lo escribí dos años atrás, en 2015, durante mi primera visita a Madrid por quince días. Reivindico la pertinencia de traerlo al presente con base en tres argumentos que tomo prestados de dos cronistas y de un músico. De Julio Villanueva Chang cuando en sus charlas y conferencias insiste en que las personas tenemos dificultad para recordar —olvidamos algunas cosas y recordamos azarosamente otras—. Por eso, dice, los periodistas debemos buscar memoria. De Martín Caparrós cuando en su libro Lacrónica explica por qué es necesario “pensar en términos mundiales” si queremos comprender la vida en vez de parcelarla en países o continentes. Y de Daniel Barenboim, cuando en su canal de YouTube distingue entre sonido y música y afirma que “hacer música” no consiste en poner juntos determinados elementos sino en integrarlos.

Ahora intentemos componer una melodía:

Madrid como los últimos días soleados de septiembre, del veranillo de San Miguel o del membrillo. Como sus puestas de sol en el Templo de Debod. Como quedarse observando una manta que dice “REFUGEES WELCOME” (Bienvenidos Refugiados), colgada justo al frente del Palacio de Cibeles. Como sentir la otredad al recorrer la calle de Alcalá y llegar al Círculo de Bellas Artes para ver la obra «En el estanque dorado». Como Juana Pérez Montero, la periodista de Pressenza International Press Agency que en la Plaza del Callao pugna por la renta básica y acompaña al colectivo Marea Básica “contra el paro y la precariedad”. Como los indigentes que muestran letreros de cartón con mensajes ingeniosos: “Para un Ferrari” o “Queremos cañas”. Como los pasos peatonales en Gran Vía que a ratos parecen un hormiguero multilingüe. Terminar el día sin olvidar que en México nos faltan 43 estudiantes.

Madrid como dos chicas sonrientes, estudiantes regiomontanas, que están en el Starbucks de Callao y, con cierta resignación, me dicen que nuestro país es muy distinto. Como caminar la calle Libertad en el barrio de Chueca y descubrir “Chilangoland”, la lonchería a unas cuadras del mercado San Antón donde sirven tortas, tacos y quesadillas, y sacarle unas palabras a Alfredo, el propietario que llegó en febrero con su esposa y sus dos hijos. Como escucharle decir: “Cuando la inseguridad te golpea es momento de partir”. O “comparada con la estacionaria crisis en México, la de España es poca cosa”. Como dar unos pasos y toparme con “La barriga llena” y “La panza es primero”, dos restaurantes mexicanos tipo cantina. Como doblar en la esquina y leer que en “Sabor a mí” ofrecen un menú maya y en la “Taquería Chirrión” un brunch dominical.

Como la breve conversación que tuve con Mariví Sánchez González, copropietaria de Chirrión:

-Nosotros llegamos en 1999. Mi hermana Marysol vive en Londres, en 2014 recibió con su esposo, Roberto Adrián Alvarado Ríos, el premio Ohtli, un reconocimiento que otorga el gobierno mexicano a los compatriotas que de manera voluntaria promueven a su país en el exterior. Aquí, en el restaurante, lo hacemos a través de festivales gastronómicos; ahora estamos con el Festival de los Chiles en Nogada y en octubre será el de tortas ahogadas. Nos interesa mucho difundir una buena imagen de México y toda la belleza que ofrece a quienes lo visitan.

Mariví siente que en Madrid la vida es más tranquila y, aunque no deja de extrañar a su familia y amigos, por el momento no piensa en regresar a México.

-Mi hijo es madrileño, nosotros también tenemos la nacionalidad española. Se vive bien, pero hay que trabajar mucho. El restaurante te absorbe, así que casi no tenemos tiempo para hacer vida social, pero la colonia mexicana es muy activa y nos gusta participar en los eventos que organizan.

Madrid como sus plazas y callejuelas por las que deambulan turistas que no hablan inglés ni francés ni ruso ni alemán, que no sé qué idioma hablan. Como leer a Josep Pla y Lo que hemos comido; a Corinne Frayssinet-Savy y la semblanza que hace de Israel Galván en Bailar en silencio; a Joseph Mitchel y El secreto de Joe Gould. Como el migrante de chamarra cubana, playera azul, pantalón café y sandalias de plástico azules que se para a la entrada de una cafetería para abrir y cerrar la puerta. Como el joven rubio que sobre la Gran Vía o en la Plaza de Oriente pide ayuda para regresarse a Polonia. Como Jesús, uno de los chicos que atienden en Frida y mientras prepara dos cafés con leche le dice a una mujer: “La gente está mal, tiene muy mala vibra. Lo que necesitamos es querernos más”. Terminar el día sin olvidar que en México nos faltan 43 estudiantes.

Punto de agitación Puerta del Sol
Punto de agitación en Puerta del Sol, 2015

Madrid como la Puerta del Sol y una carpa verde, el “Punto de agitación” que un grupo de activistas ha instalado para hacer conciencia entre la gente y frenar la Ley Mordaza. Como los carteles que están colocados a un costado de la carpa, en los que se lee “Jaque al Rey: Monarquía no es democracia, es dictadura y corrupción. 27 de septiembre. Puerta del Sol, Plaza de Oriente, 13 horas. Coordinadora 25S”. Madrid como los artistas callejeros que, por medio de una escultura viva, con un violín o realizando una performance, expresan su sentir a la sociedad: “Siempre que el arte se mantenga vivo el mundo estará lleno de magia y haremos de cada rincón un recuerdo inolvidable” o “No se necesita de un museo ni de renombre social para demostrar que somos grandes personas. Arte es sinónimo de vida y vida es inspiración”. Como una visita a MediaLab Prado para entender qué es eso del aprendizaje colectivo, el encuentro ciudadano y los bienes culturales comunes. Terminar el día sin olvidar que en México nos faltan 43 estudiantes.

Artista callejero
Artista callejero, 2015

Madrid como muestra de la diversidad sexual sin escrutinios morales. Como hospedarse en el barrio de Chueca y no encontrar rastro de Miss Shangai Lili, la drag queen y activista LGBT a quien me sugieren conocer. Como las frases que me dice la gente: “Tu país es muy conflictivo”, “Tengo un amigo en Campeche, pero me da miedo ir allá”, “¿Es un sitio seguro el Distrito Federal?”. Como la recomendación de leer Filosofía para desencantados (Atalanta, 2014), el ensayo filosófico sobre ética del chiapaneco Leonardo da Jandra (1951), el que estudió en Madrid, se fue a la Ciudad de México y vivió casi 30 años en Huatulco al estilo de Robinson Crusoe; “Uno de los más sorprendentes escritores que yo he encontrado en el magnífico panorama de las letras mexicanas”, según Enrique Vila-Matas. Como la franqueza española que los latinos percibimos agresiva. Como sus decires que nos hacen tanta gracia: “Hola, guapa”, “¡Qué te sucede, tío!”, “Se subió para arriba” o “Se bajó para abajo”. Terminar el día sin olvidar que en México nos faltan 43 estudiantes.

Prensa española 2015
Prensa española 2015

Madrid como las elecciones autonómicas catalanas, vistas desde una urbe que sigue su curso y a la que en apariencia no le importa lo sucedido el domingo en la comunidad vecina. Como las palabras de un señor caminando por la calle Hortaleza: “La soberanía de Cataluña no es viable, no puede sobrevivir sola” o las de Paquita en el hostal: “La gente está preocupada; vamos, España es una”. Como dimensionar de lejos el periodismo mexicano y curiosear de cerca por el español, de titulares y primeras planas dedicados a un solo tema: “Los independentistas ganan elecciones y pierden su plebiscito” en El País; “Cataluña no se quiere ir” en ABC; “La mayoría de los españoles dice no a la independencia” en El Mundo; “Cataluña se divide en unas elecciones con una participación del 77 por ciento, más no consigue sus objetivos” en La Razón; “Elecciones 27S, el sí se impone” en La Vanguardia; “Los independentistas catalanes tienen los escaños pero no los votos”, en El CorreoTerminar el día sin olvidar que en México nos faltan 43 estudiantes.

Madrid como una mujer solitaria vagando por sus calles. Madrid a pie, tomando un café con leche que cuesta 1 euro con sesenta y cinco céntimos. Madrid y su catarata de historias fluyendo al infinito. Madrid: el madrugador y el trasnochado, el críptico, el ambiguo, el inconexo, el extravagante, el de rarezas, el que te deja una alegría perdurable y el de la Biblioteca Nacional donde leo Cartas a un joven novelista, las epístolas de Vargas Llosa; Mientras escribo, el relato biográfico de Stephen King y El arco y la lira, las reflexiones de Octavio Paz. Madrid como sentir de golpe el pavor inmenso de narrar pretendiendo lo imposible: describir sin sacar conclusiones, haciendo sentido, condensando unas pocas de las tantas facetas que esta metrópoli y sus habitantes ofrecen a los extranjeros. Buscando un mínimo de inteligencia para seleccionar las percepciones propias y englobarlas en unas cuantas líneas que sean reflejo de lo que sucede al cruzar el Atlántico y que no es tan distante de lo que pasa al otro lado. Madrid como escribir esta crónica sin olvidar que en México nos faltan 43 estudiantes. Y Madrid como la enseñanza de que, en ocasiones, para comprender dónde estamos parados es necesario moverse de lugar.

*Nota al pie de página (o de cuando despertamos y nuestros dinosaurios todavía seguían aquí)

Estamos en 2017 y a la exigencia de saber qué sucedió con los 43 estudiantes mexicanos, ahora se suma la de encontrar al argentino Santiago Maldonado. En tanto, los españoles continúan debatiéndose entre el respeto a los derechos democráticos y la unidad nacional. Penosamente, el papel de los medios ha sido poco clarificador en la mayoría de los casos. La palabra, materia prima del oficio, y los géneros periodísticos —la crónica in situ, el reportaje planificado, la entrevista en todas sus variantes— han sido reducidos a un desborde morboso e insano de opiniones que, en su afán de interpretar la realidad, deslegitiman al “adversario” y polarizan a una sociedad de por sí polarizada y con los ánimos crispados.

Habría que hacerle caso a Wittgenstein y darnos tiempo. Darnos tiempo para no hacer de la opinión un remedo terapéutico, para no convertir el periodismo en espectáculo y para, eso sí, recapitular lo ocurrido pensando en las palabras de Judith Butler: “Somos seres del lenguaje, nos construimos con él y este puede actuar sobre nosotros porque somos vulnerables”.

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