Ni une hije más
Diego Lobera Teresa//
* Uso el masculino genérico para aludir al sistema cisheteropatriarcal como responsable último de cuantas violaciones de los derechos fundamentales sufren diariamente las personas trans, especialmente, las menores de 18 años.
Podría ser este un texto en el que se tratara de encontrar a los posibles responsables de la muerte de Ekai o de Alan. A los causantes de la amargura diaria de todes les niñes que sufren hasta morir por ser transexuales o transgénero. Sería fácil. Hay muchos. También podría ser un texto para incluir en los manuales básicos de padres primerizos. Trataría de explicarles que la verdadera protección de un menor es darle desde bien pequeño la total libertad de sentir. Que, aunque no sean conscientes de ello, por tradición y sin querer le están imponiendo una identidad de género sin pensar que esa tarea es suya, que tiene que encontrarla poco a poco y que es un proceso más de su crecimiento y madurez. Incluso podría ser un texto escrito en un autobús enorme circulando por toda España para que lo vieran todos y todas, con un titular gigante: “Hay niñas con pene y niños con vulva, así de sencillo”.
Podría ser la redacción de un protocolo que impide a un gobierno vulnerar los derechos fundamentales de las personas. En especial los de aquellas con menos de 18 años, ya que merecen una especial protección y cuidado. Las personas al frente de los partidos que miran hacia otro lado obstaculizan el libre desarrollo de la infancia y la juventud trans. Hay quienes no creen en la despatologización porque en ello les va el chiringuito y el poder, y no se dan cuenta de que así convierten sus vidas en imposibles, en invivibles.
También podría ser un manifiesto leído en el salón de actos de un colegio, para que lo escuchen profesores y alumnos. Que apareciera en esos libros de texto excluyentes, en esas lecciones de biología adoctrinadas por el cisexismo. Educar es transmitir conocimientos verídicos, es hacerlo en igualdad. Pero es muy difícil explicar a niños vestidos de bata e inocencia algo que ni siquiera el adulto quiere entender. Este texto es para todos los que sí quieren.
Empecemos por el principio. Vivimos en una sociedad en la que a diario emergen nuevos términos que reivindican la igualdad legal, la igualdad en derechos y la igualdad real. Así, debemos ser conscientes de que no habrá igualdad hasta que no se hable con propiedad y se entiendan las diferencias entre conceptos. En el caso que nos atañe, transexual y transgénero, no son la misma palabra y por tanto no tienen el mismo significado. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, la transgeneridad ni siquiera existe. A la transexualidad, en cambio, se le da la siguiente definición: “Adquisición por parte de una persona de las características físicas de las personas del sexo contrario, mediante tratamiento hormonal o quirúrgico”. Pero CUIDADO NIÑES, la RAE, a veces, se equivoca. Ya lo hacía, hasta hace poco, en la quinta acepción de “fácil” (Dicho especialmente de una mujer: que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales) o en la cuarta de “femenino” (Débil, endeble). Una vez más el diccionario español cae de bruces en el sexismo y, evidentemente, se equivoca.
La transexualidad, como la transgeneridad son, principal y básicamente, identidades. La identidad de género de una persona transgénero difiere de la que le imponen los demás por su imagen exterior. A diferencia de la transexualidad, que es en sí misma una forma de identidad de género. El o la transexual sólo se identifica con un género binario, en este caso, el contrario al generalmente asignado por el sexo biológico, por lo cual NO es cisexual. Las personas transgénero SÍ son cisexuales. Y para que quede del todo claro, las personas cisexuales o cisgénero son las que se asumen dentro del género que les es asignado al nacer. A efectos prácticos: mientras que los hombres y mujeres transexuales y transgénero nunca dejarán de ser hombres y mujeres, las personas transexuales buscan una reasignación de sexo (si no la han hecho ya) y las personas transgénero no.
Una aclaración más. Muchas personas confunden sexo con identidad de género. Esto se puede entender con una simple explicación: el género está en el corazón y el sexo entre las piernas. La identidad de género es un proceso de construcción para definirnos, donde a lo mejor, con genitalidad masculina nos identificamos con el género femenino, o viceversa. A lo mejor incluso nos identificamos con ambos géneros a la vez (identidad bigénero), fluimos entre uno u otro (genderqueer o genderfluid) o con ninguno al mismo tiempo (intergénero). El sexo biológico, por su parte, se define por la genitalidad con la que nacemos (varón, intersexual o hembra). Es lo que todos tenemos al nacer, y nos imponen sin que podamos defendernos. “¡¡Es una niña!! ¡¡Es un niño!!”, y es entonces cuando nos empiezan a comprar ropita sexista. Rosa para la niña y azul para el niño. Es aquí. Bienvenidos, hemos llegado a la transfobia.
La cruel y tránsfoba realidad
El psicólogo Arturo Torres define de manera bastante acertada el término transfobia: “Es un concepto que hace referencia a las actitudes y acciones a través de las cuales se expresa odio, intolerancia o menosprecio hacia la diversidad de maneras en las que el género y el sexo biológico se relacionan”. Es sencillo: las personas tránsfobas discriminan a personas transgénero o transexuales por el mero hecho de serlo. Según Torres en un artículo publicado en la revista Psicología y Mente, “existe una gran variedad de teorías acerca de qué es lo que motiva esta forma de discriminación contra transexuales, intersexuales y personas transgénero en general. El experto aclara que cada hipótesis debe hacer frente a dos retos complementarios: exponer las actitudes hostiles de las personas y reconocer la existencia de un poso cultural y legal que supone una discriminación colectiva y sistemática hacia una minoría.
A día de hoy sigue existiendo una importante cantidad de antropólogos y sociólogos que creen que la transfobia es el modo en el que se expresa un sistema de dominación que se perpetua a sí mismo de generación en generación, sin necesidad de justificarse. Se apoyan en la idea de que los roles de género deben ser respetados por ser «lo natural». Y por esto, quien quiera salirse de ellos es quien debe argumentar y convencer. Sin embargo, al igual que ocurre con la homofobia, este principio no es racional: la tradición solo se justifica a sí misma.
Otras teorías apelan al concepto de heteropatriarcado para señalar que la transfobia no es simplemente la resistencia a romper con la tradición. Hay colectivos cuyos privilegios dependen de que los roles de género no sean perturbados. Esta discriminación es una herramienta para someter e imponer el poder, con todo lo que esto implica: controlar la vida de otros para obtener beneficios. Ganancias que, sin embargo, no serían personales, sino colectivas, a repartir entre una mayoría que casi siempre está relacionada con grupos de hombres blancos heterosexuales y cisgénero. El hecho de mantener a raya las amenazas contra los roles convencionales de género permitiría explotar a las mujeres y a las minorías transgénero sin necesidad de superarlas en número de forma amplia.
Es por esto por lo que la transfobia está tan relacionada con el sexismo: ambas son formas de legitimación de los roles tradicionales que benefician a una parte de la sociedad y perjudican a otra. Al respecto, la galerista y activista Topacio Fresh, en una entrevista para i-D de Vice, comenta: “[…] las personas trans pertenecemos a la minoría segregada, discriminada y marginada dentro de la comunidad LGTBI —sobre todo las mujeres— por el hecho de ser transexuales y mujeres en una sociedad heteropatriarcal”.
Las mujeres transexuales no solo sufren transfobia por ser transexuales, también son víctimas del machismo por ser mujeres. El claro ejemplo está en el mundo laboral, donde la desigualdad se multiplica. “Cuesta sangre, sudor y lágrimas que te contraten por el simple hecho de haber tenido un desarrollo en la vida diferente al de las personas cis”, asegura la modelo trans Ángela Ponce en el artículo citado anteriormente. “Mientras estas cosas no cambien, las mujeres —¡todas! — tendrán que seguir alzando la voz y reclamando sus derechos». En un día como el 8 de marzo, fueron muchas las que quisieron alzar la voz por el colectivo. Reivindicaron que además de tener que lidiar con el machismo que soportan todas las mujeres, también tienen que luchar para lograr que se les reconozca como tal. Reclamar cosas tan nimias como poder entrar en el probador que les corresponde, poder modificar su DNI o no tener que esperar hasta la edad adulta para recibir el tratamiento hormonal que necesitan. Sería duro explicarle esto a alguien de 10 años que se empieza a sentir una chica encerrada en un cuerpo aparentemente de chico. Y hacerlo sin quitarle la ilusión, la esperanza y las ganas de alcanzar sus sueños. El mejor consejo, dice Topacio, es conseguir que la consideración ajena te traiga sin cuidado. “Lo más importante y valiente fue mi propia consideración, autoestima, reafirmación y tener la convicción de cómo querer llevar adelante mi vida”. Es la sociedad la que ha de concienciarse de que hay mujeres y hombres que biológicamente nacen como tal y otres que se forman a lo largo del camino. Y que se trata de un camino difícil que nadie elige, por cierto. Sería genial tener un botón en el ombligo con el que poder transformarse en un sinfín de cosas maravillosas.
Vuela Ekai
Este botón le hubiera encantado a Ekai. El chico transexual de 16 años natural de Ondarroa, Vizcaya, que se suicidó el pasado 15 de febrero en su casa, donde vivía con sus padres. Lo hizo después de desgastarse en demasiadas batallas para conseguir que su vida fuera vivible. Luchó por recibir un tratamiento hormonal, por cambiar su nombre en el Registro Civil y hasta para que en su instituto se formase al profesorado en transexualidad. Batallas que no le corresponde librar a ninguna persona, y menos a una de 16 años. Es inevitable que al escuchar una noticia así no te venga de inmediato a la cabeza una palabra: “bullying”. Pero contra todo pronóstico no fue este el caso. Chrysallis, la Asociación de padres de hijos transexuales, hizo público pocos días después de lo sucedido un comunicado para matizar que en el instituto, tanto el profesorado como el alumnado aceptaron la identidad sexual y el nombre elegido de Ekai. June Fernández, periodista, hizo una audaz reflexión sobre esto en eldiario.es: “Las personas cisgénero no dimensionamos la violencia cotidiana y estructural con la que topan las personas transexuales y transgénero cada día en una sociedad binarista que las niega.” Hasta para un adulto es más fácil imaginar una escena de acoso escolar que entender que la transfobia institucional y social puede quitarle a alguien las ganas de vivir.
Dau García Dauder como investigador especializado en intersexualidad y feminista trans, llama a revisar “la tiranía del dualismo”. Con sus teorías trata de desmontar la ficción de que sólo hay dos sexos biológicos y que estos determinan la identidad. Para conseguirlo, García Dauder considera objetivamente fundamental la despatologización de la transexualidad. En la actualidad, las personas, adolescentes y adultas, que quieran recibir tratamiento hormonal tienen que ser diagnosticadas con disforia de género, o trastorno de identidad de género. Esto supone psiquiatrizarlas y, por supuesto, agravar el sufrimiento. El responsable es un sistema médico que desconfía de una persona trans si no siente aversión hacia su cuerpo; que pone trabas para facilitar la hormonación a adolescentes que se angustian ante cambios corporales que sienten contrarios a su identidad.
Una de las luchas prioritarias de Chrysallis es revisar la ley del Registro Civil que prohíbe nombres que puedan llevar a confusión sobre el sexo de las personas. La polémica surge con la esperanzadora tendencia actual de poner a los recién nacidos nombres sin marca de género, muchos de ellos vascos, sin importar la anatomía del bebé. A corto plazo, la prioridad es ver por qué este servicio público obstaculiza el cambio de nombre de las personas trans. Pero a medio plazo, se trata de cuestionar una arquitectura administrativa para la que supone una amenaza la superación de esta tiranía del dualismo que denuncia Dauder. Ekai se topó con este muro contra el que también se chocan las familias que no quieren asignar un género a su bebé y cuando van al Registro Civil les dicen que el nombre que elijan tiene que ser claramente de niño o de niña. Es esta sociedad que impone a las personas un sexo al nacer y obstaculiza su vivencia libre de la identidad la que mató a Ekai.
“Espero que tú seas el último”
Tras la muerte del joven ocurrió algo que nos estranguló el corazón. Elaxar Lersundi, padre de Ekai, hizo pública una breve carta de despedida.
“Pensaba que era más fuerte y duro de lo que soy, pero, aun así, respeto tu decisión de irte cuando tú has elegido. […] Eras un genio en todo, escribiendo historias, dibujando, bailando, en idiomas, en fotografía, etc. Incluso a nuestro pesar, también has sido un genio al lograr tu meta y tu paz. Sé que tu ida no será en vano y, como tú lo decías mil y una veces, en muchas cosas, que al menos sirva para allanar el camino a los que vengan por detrás. Espero que tú, mi genio, Ekai, seas el último”.
Ojalá Ekai no sea un ejemplo a seguir en su decisión final, pero sí en la forma de coger desde tan pronto las riendas de su vida. Existen varias formas, no muchas, de entender el suicidio. Una de ellas es el suicidio por honor, que recibe el nombre de seppuku en el código del siglo XVII de los samuráis, en el que se decía que el único camino correcto es el que lleva a la muerte. Hacerse el harakiri. Para los soldados japoneses, la muerte en el combate o el suicidio significan alzarse con la victoria, y solo rendirse significa perder. Ekai fue un verdadero guerrero. Ganó su propia batalla y nosotros la perdimos como sociedad. Estaría orgulloso de saber que su lucha sirvió y servirá de ejemplo para niñas, niños y jóvenes a los que se les negó una y otra vez su identidad. El colectivo al que perteneció Ekai crece cada día. Su muerte les ha dado más fuerzas para seguir luchando. Por su memoria y por conseguir una sociedad informada que por fin comprenda la inabarcable diversidad en la que vivimos, y en la que estes chiques también puedan crecer y puedan vivir.