Makuko y la llegada del sol naciente
Álvaro Jordán y Yago Hernández //
La filmoteca de Zaragoza presenta el ciclo “Nuevos talentos del cine japonés” con la proyección de cinco películas selectas.
El cine de Japón, como casi cualquier elemento oriental, ha rezumado siempre un ambiente cargado de misticismo a la vez que hermetismo, y tiene una historia que abarca más de cien años. Con una evolución que comenzó con la grabación de las geishas, pasó por la etapa pionera de Koyo Komada y alcanzó su época dorada con Akira Kurosawa. Es ahora más que nunca cuando el telón del sol naciente ha ido levantándose sobre el mundo de occidente para demostrar todas sus capacidades.
El cine japonés: mucha repercusión y constante cambio
No obstante, para entender la repercusión que tiene el cine japonés en la actualidad es necesario entender su cultura, y la creciente evolución que ha experimentado con el paso de los años hasta lo que es hoy en día a través de diferentes figuras artísticas, tales como el mangaka Osamu Tezuka, el director de videojuegos Shigeru Miyamoto o el escritor Yukio Mishima. Desde sus inicios y censura hasta su actual reconocimiento a nivel mundial, Japón tiene una de las industrias cinematográficas más grandes y más antiguas del mundo, y “es uno de los productores más grandes de largometrajes a nivel mundial”, según declara el experto en Japón, Fernando García Gutiérrez, en su obra Japón y Occidente.
Pero el cine nipón, que se caracterizaba por representar mitos y leyendas propios de su cultura, ha recibido influencias claramente occidentales de las escuelas de cine norteamericanas y europeas, gracias a los directores japoneses que estudiaron en ellas. Sin embargo, a pesar de esto, esta generación de directores supo transmitir las inquietudes japonesas sin perder su firma cinematográfica.
Esto cambió en la década de los 40, cuando se implantó un gobierno militar en Japón que prohibió la llegada de películas de Hollywood. En 1945 los norteamericanos ocuparon el país hasta 1952 y establecieron un sistema de censura que prohibía las películas que trataran temas como el amor a la guerra o el culto a la venganza.
A partir de entonces empezaron a producirse películas que se han convertido en historia del cine y muchos directores, entre los que se encuentran Akira Kurosawa y Yasujiro Oz,u se consagraron en la industria con películas como Rashomon (1950) o Cuentos de Tokio (1953). Muchas de estas películas y directores han llevado al país nipón a alcanzar premios y a elevar su estatus dentro de la industria cinematográfica. Además, desde los años 90 comenzó a emerger un cine japonés que llevaba años desarrollando lo que actualmente es la industria más prolífica del planeta: el cine de animación o “anime” japonés.
Somos testigos de la expansión del japonismo en nuestra sociedad en el día a día y el auge del cine japonés pone de manifiesto el elevado número de fans que hay en el mundo; ya no solo en las macroproducciones, sino también en proyectos más cotidianos y humildes como los cinco presentados en el ciclo “Nuevos talentos del cine japonés” de Zaragoza. Hace poco, decidimos acudir allí para visualizar a la nueva generación de la rama cinematográfica oriental y observar qué era lo que le deparaba al futuro de esta franja del cine. Esto fue lo que ocurrió.

El miedo ante los cambios
La Magdalena alberga la filmoteca de la ciudad, escenario de esta travesía cinematográfica, y a la invitada japonesa que buscábamos: Makuko, una película de Keiko Tsuruoka, que forma parte de los cinco ejemplos en este ciclo de la repercusión e influencia que el japonismo cinematográfico ha ido causando en la sociedad occidental.
Nuestras miradas se clavan en aquel film que nos capturó hace días mientras elegíamos cuál de las cinco enigmáticas opciones nos parecía más compatible con nuestras inquietudes. Pasados unos minutos, llegó la hora y la adrenalina se hacía presente como la de un gladiador antes de saltar al Coliseo. ¿Sería una película digna de olvido o se tratará de una joya oriental? Veamos.

El protagonista es Satoshi, un joven estudiante de 11 años cuyo padre tiene una aventura con otra mujer. Debido a esto, Satoshi está resentido con los adultos que le rodean. Preferiría quedarse como un niño para siempre antes que convertirse en un hombre como su padre. Pero toma consciencia de lo imposible de este planteamiento. Resulta imposible detener el tiempo, los cambios y su crecimiento son inevitables. La animadversión hacia su padre se incrementa y mantiene durante toda la trama.
El mundo de Satoshi cambia cuando llega una nueva estudiante a su pueblo: Kozue. Ella destaca tanto por su belleza como por sus extrañas acciones, ya que no deja de preguntar obviedades y cuestiones disparatadas. Kozue le confesará a Satoshi su secreto: es una alienígena. Ella en su forma real no cambia, sus partículas son eternas e inmortales. Su misión en la Tierra es descubrir qué es realmente la muerte y cómo los terrícolas la afrontan. Dado que la historia se cuenta desde la perspectiva de Satoshi, el espectador adopta su opinión con respecto a la adultez. Algunas de las escenas finales enfatizan en la aceptación de Satoshi tanto de su futuro como de su crecimiento hasta que se despoja de diatribas y conflictos internos.
Makuko es una película ‘live-action’ sobre el cambio y el inevitable hecho de aceptar el paso del tiempo. La idea principal y el género del largometraje resultan idénticos a los elementos de ciencia ficción estadounidenses (que tanto efecto han generado sobre la sociedad fílmica japonesa y que prueba la influencia occidental en el nuevo japonismo). Esto se da en El vuelo del navegante de Randal Kleisers o a E.T., el extraterrestre de Steven Spielberg, donde un personaje alienígena y su misión en la Tierra refleja todas las experiencias y conflictos internos de los protagonistas terrícolas. Y, en este caso, esa narrativa e inspiración cinematográfica quedan reflejados, sobre todo, en una frase de Kozue, que Satoshi adopta como mantra: las cosas más bonitas son las que verdaderamente cambian.

El futuro del cine japonés
Con el objetivo de seguir aumentando el impacto del cine oriental en occidente, ciclos como este sirven para dar visibilidad a nuevos talentos y dar a conocer sus proyectos al público occidental. Este ha sido el caso de Keiko Tsuruoka, quien ya dio su primer paso en este mundillo con su película La ciudad de las ballenas en 2012, la cual ha generado una reputación que la cataloga como “una directora un tanto predecible y con varios filmes demasiado largos”, según detalla el crítico de cine japonés Rouven Linnarz. No obstante, donde hay sombra también hay luz, y es que su camino ha sido asentado por filmes mayores y más populares, como el exitoso largometraje coreano Parásitos, ganadora del Oscar a mejor película en 2020, que representa el vivo ejemplo de que es cuestión de tiempo que el cine oriental, y en este caso el japonés (a base de ensayo y error), continúe dando pasos de gigante en nuestra sociedad para ganarse un hueco en la posteridad de los annales de la historia.
Si te has quedado con más ganas de saber curiosidades sobre Japón, visita estos artículos: Delitos y cine: Posguerra y futuro, la edad de oro del cine japonés, Yashima: el genio que llegó a Japón o Japón, el caos perfectamente organizado.