La época dorada del tenis: Federer, Nadal y Djokovic

Arturo Pola//

Cuando alguien dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, está claro que no está pensando en tenis. Rafa Nadal, Novak Djokovic y Roger Federer están escribiendo con letras de oro las páginas más brillantes de la historia del tenis. Y la historia continúa.

Imaginen. Aristóteles, Descartes y Nietzsche reunidos alrededor de una mesa debatiendo acerca de la metafísica de la existencia humana. Quizá es mucho imaginar. Pero seguro que pueden hacer un esfuerzo y fantasear con un Mundial de fútbol con Messi, Pelé y Maradona o a ellos mismos enfrentándose en una final de la Champions League.  O poder disfrutar de un playoff de la NBA en el que participen Larry Bird, Michael Jordan y Lebron James. Para muchos aficionados sería un sueño, una especie de orgasmo deportivo. Pues algo parecido es lo que se está viviendo en el mundo del tenis, en donde los tres jugadores más laureados de la historia han coincidido en el espacio-tiempo y tenemos la suerte de verlos competir entre sí torneo tras torneo.

Uno de los eternos debates en el ámbito deportivo son las comparaciones. Si son seguidores de fútbol, leen la prensa o ven la televisión estarán cansados de leer preguntas de este estilo: ¿Messi o Cristiano? ¿Mourinho o Guardiola? Nadie tiene la verdad absoluta, ya que, como dijo una vez Clint Eastwood: “Las opiniones son como los culos, cada uno tiene el suyo”. ¿Por qué se insiste en este tipo de preguntas entonces? Pues hay que reconocer que de algún modo la culpa es de los periodistas, ya que es un método fantástico (y fácil) para generar conversación y, sobre todo, polémica.  Si ya de por sí es complicadísimo comparar a diversos deportistas con objetividad, más aún lo es si se trata de comparar a deportistas de diferentes generaciones, porque hay que entrar a valorar numerosos aspectos como la época, los rivales, la tecnología… entre otros muchos. Aunque en el tenis eso ahora no es necesario. Así que, sin ser un defensor del recurso de la comparación, el hecho es que Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic han llevado el tenis a otra dimensión y es justo reconocérselo.

A la conquista de Grand Slams

La principal vara de medir la grandeza  o el éxito de la carrera de los jugadores es  el número de trofeos de Grand Slam que han podido conquistar. Para los que desconocen el funcionamiento del mundo del tenis, es necesario aclarar que un Grand Slam es un torneo  en el que se enfrentan los 126 mejores jugadores del momento, y en el que tras quince días de enfrentamientos directos, sólo puede quedar un vencedor. Existen 4 torneos con esta distinción, el Open de Australia, Roland Garros, Wimbledon y el Open de los Estados Unidos. Por poner en contexto la importancia de estos torneos en el mundo del tenis, muchos tenistas se conforman sólo con llegar a jugarlo, otros con avanzar alguna ronda. La gran mayoría sueña con ganarlo, pero muy pocos elegidos tienen posibilidades reales de conseguirlo. Se podría decir que conseguir ganar un único torneo de Grand Slam te posibilita entrar en el olimpo del mundo tenístico. Bien, pues estos tres jugadores han ganado al menos 16 Grand Slams cada uno. Djokovic ha ganado 16 de estos torneos, Nadal ha logrado 19 y Federer ha vencido en 20. Una auténtica locura inimaginable tan solo un par de décadas atrás. Pero la lucha entre ellos no ha acabado, ya que los tres continúan en activo. Hasta su irrupción, el récord estaba en poder del estadounidense Pete Sampras, con 14 títulos de los grandes, lo que parecía ya una cifra inalcanzable. Aunque lo que tiene todavía más mérito es que lo han conseguido siendo coetáneos, es decir, luchando entre ellos por cada torneo, lo que les resta enormemente las posibilidades de conquistar el título.

Tres carreras entrecruzadas

Para ser capaz de entender esta rivalidad y ver hasta donde han llegado estos tres tenistas, primero hay que saber de dónde vienen. Aún en el siglo pasado, en la época en que los norteamericanos, liderados por Pete Sampras y Andre Agassi campaban a sus anchas por el circuito, apareció un niño suizo con una facilidad pasmosa para esto de jugar al tenis. Sus primeros años fueron un tanto cuestionables en cuanto a su comportamiento en la pista (roturas de raqueta, enfado con los árbitros…) pero es fácil de entender si nos comparamos con él. Mientras nosotros dábamos un portazo y nos íbamos de casa para castigar a nuestros padres o nos bebíamos una cerveza sin respirar para demostrar lo mayores que éramos, Roger Federer pasó su época rebelde adolescente viajando por medio mundo, intentando ganar a los mejores tenistas del momento. Ya se veía que ese chico tenía algo especial. Una vez serenó su mente, fue capaz también de controlar su juego, y el resultado fue impactante. El suizo dominó con puño de hierro el tenis mundial durante los siguientes años, venciendo en los mejores torneos, donde el resto de los tenistas se tenían que conformar con las migajas que el “Maestro” dejaba.

La pregunta por aquel entonces era ¿conseguirá alguien pararle? Mientras Federer acaparaba todos los elogios del panorama tenístico, un chico español en una perdida isla balear, entrenaba mañana y tarde para ser la ‘kryptonita’ del jugador suizo, como si de una película americana de superhéroes se tratase. Ese chico se llamaba Rafael Nadal, y a estas alturas no necesita carta de presentación.

Federer era el típico alumno aventajado de la clase, el más inteligente, al que le salen los problemas a la primera y sin consultar a la profesora, y que saca nueves leyéndose el temario la tarde de antes. En cambio, Nadal era el alumno aplicado, terco, que quizá no tiene la facilidad de los más listos, pero que, con esfuerzo, dedicación y mucho entrenamiento se pone a la altura del más dotado, e incluso es capaz de superarlo. Federer y Nadal. Nadal y Federer. El yin y el yang. El día y la noche.  El Dios y el terrícola. Dos polos opuestos. Dos formas de entender el tenis contrapuestas. Así se forjó, no la mayor rivalidad de la historia del tenis, sino para muchos la mayor rivalidad de la historia del deporte.

En los primeros años Nadal solo era capaz de superar al suizo en tierra batida, superficie predilecta del español.  Poco a poco, y a base de minar la mente del suizo, Nadal fue recortándole terreno hasta acabar ganando a Federer en su jardín particular, la pista central de Wimbledon, en la final de este torneo en el año 2008, considerado el mejor partido de la historia.

Por fin Nadal podía tutear ya sin ningún miedo al helvético, que se vio maniatado por el español, hasta llegar a uno de los momentos más recordados de esta rivalidad en el que Federer, tras caer derrotado en la final del Open de Australia del año siguiente (de nuevo contra el español), rompió a llorar en una pista abarrotada por más de 10.000 personas. “Esto me está matando” fueron las famosas palabras del suizo, presa de la frustración ante recientes derrotas contra el español. El alumno aplicado había superado al superdotado, y éste se veía sin armas para enfrentarlo. Parecía el final del duelo, pero ahora visto con perspectiva, se puede decir que no fue el final de la guerra, sólo el resultado de una batalla.

Nadal recoge su premio ante un emocionado Federer
Fuente: Net TV

Cuando nadie lo esperaba, y mientras el planeta tenis sólo hablaba de estos dos monstruos de la raqueta, un joven serbio de mirada feroz comenzaba a hacerse notar en torneos menores, sin embargo, pronto retaría a los dos más grandes. Novak Djokovic aprendió a jugar al tenis en las calles de Belgrado, en plena Guerra de los Balcanes. Cuando entrenaba, al sonido de la pelota contra la raqueta se le sumaba el ruido de las explosiones de bombas en su ciudad. Una vez superado todo aquello, la palabra miedo desapareció de su vocabulario. Cualquiera lo hubiera tenido al enfrentarse a dos tipos como Nadal y Federer, pero él no. Estaba preparado para cualquier desafío. El serbio se convertiría en el rival más complicado para los dos, quizá porque era una especie de híbrido entre la técnica depurada del suizo y de la garra y el sacrificio del español.  Djokovic había llegado para quedarse.

Una década después, el “Big Three” (término con el que se conoce a estos tres tenistas) ha monopolizado el tenis mundial durante todos estos años. Aún con altibajos, lesiones, el inexorable paso del tiempo y el empuje de otros más jóvenes, los tres tenistas se han repartido el pastel año tras año dejando ya un legado para la posteridad. La pregunta que surge es: ¿Cuál es el mejor de los tres? Si ya era difícil decantarse entre Federer y Nadal, la aparición de Djokovic complicó hasta límites insospechados la ecuación para dirimir al GOAT del tenis (Great of All Times).

Más allá de los números

En materia de números, cualquier amante del tenis podría defender que, tanto el serbio, como el español, como el suizo son los mejores de la historia. Sus argumentos serían validos porque el que no tiene más Grand Slams ha vencido más veces a sus rivales en sus enfrentamientos directos o el otro ha conseguido ganar en Juegos Olímpicos. Se podría debatir hasta el día del juicio final, que sería imposible llegar a una conclusión justa y que pusiera de acuerdo con los fans del tenis. Sin embargo, simplificar a estadísticas, títulos y victorias las carreras de tres tenistas de esta magnitud sería tan injusto para ellos como para sus aficionados. Porque si el deporte ha llegado a convertirse en un auténtico fenómeno de masas en nuestra sociedad no ha sido gracias a los números, sino a los sentimientos que genera y a las sensaciones que crea en sus seguidores. Y ahí, en los intangibles, hasta ahora, el claro vencedor es Roger Federer, que ha sido elegido, sin interrupción, el jugador más querido del circuito los últimos 10 años.

Será porque la raqueta parece una extensión perfecta de su brazo derecho, mientras el resto de los tenistas parecen pelearse con ella. Será porque inventa tiros y efectos que no existían ni en nuestra imaginación. Será por haberle visto llorar de impotencia. En 2016, con 35 años tuvo una lesión en la rodilla en lo que parecía el fin de la carrera del helvético, o por lo menos su despedida de la élite. Parecía demasiado arriesgado intentar volver al circuito al año siguiente, pero él no se lo pensó. Al preguntarle porque lo hacía, si seguramente nunca volvería a ganar un Grand Slam, contestó que sí, que eso era lo más probable, pero que no iba a volver por ganar, sino por seguir haciendo lo que más le gusta, jugar al tenis. El resto es historia. En su primer torneo tras la lesión, ganó en cinco sets la final del Open de Australia de 2017 ante nada más y nada menos que Rafa Nadal. Aquello tuvo mucho de justicia poética, ya que esas lágrimas de frustración de 2009 se convirtieron en lágrimas de alegría, en el que ha sido uno de los retornos más emotivos de la historia del deporte. Así que será por su capacidad de reinventarse. Será porque sigue jugando con 38 años contra jugadores que podrían ser sus hijos, mientras los de su generación llevan años retirados. Será porque hasta una persona que no sabe lo que es un punto de “break” es capaz de apreciar la belleza cuando Federer ejecuta un revés paralelo. El suizo es el único jugador que va más allá de los resultados. Que gane o que pierda muchas veces resulta indiferente, porque el solo hecho de verle jugar es un regalo.

Y este hecho no resta ningún ápice de mérito a Nadal y Djokovic. Al contrario, haber sido capaces de competir con este extraterrestre es algo que todavía agranda más sus leyendas. De hecho, lo más probable es que los dos lo acaben superando en títulos de Grand Slam, pero al final eso es lo de menos, porque estoy seguro de que Dios creó el tenis para que un día alguien lo jugara como lo hace Roger Federer. Disfruten de él, que no le queda mucho.

Federe jugando un punto en pista
Fuente: Canaltennis.com

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