Las obsesiones de Mariana Enríquez
Elisa Navarro//
Una obsesión, una búsqueda. Este es el motor que acciona los cuentos de Mariana Enríquez. Las cosas que perdimos en el fuego, libro finalista de los XVI Premios Cálamo, agrupa doce cuentos en los que grita, de manera apabullante, una voz femenina, siempre distinta, que amenaza con dominarlo todo. De hecho, lo consigue. 12 cuentos diferentes pero con mucho en común: la casa como espacio protagonista que se acaba convirtiendo siempre en una obsesión; la imperfección como origen de los destinos, la autoaniquilación, la adolescencia… cuentos donde conviven el terror y lo macabro con un realismo muy bien perfilado.
Esta entrevista es una suerte de making of. La oportunidad de asistir a la gestación de una idea que se materializa en cuento. El destape de los miedos, de las obsesiones que dan origen a la creación. Un libro lleno de cuentos fruto de la experimentación narrativa cuyo resultado, de tan grotesco pero a su vez realista, atrapa.
Making of
—¿Cómo se arma la narración dentro del género de terror?
—Es un género que me gusta mucho. Para mí, es muy natural. Terror es lo que más leo por placer, luego lo tengo muy incorporado. Lo que intenté hacer con estos cuentos fue adaptarlos a un tipo de terror que se está trabajando más en otros idiomas, sobre todo el inglés. Un terror mucho más realista, lejos de la fantasía con la que habitualmente se piensa el género, y que aborda cuestiones vinculadas a la política, a la vida cotidiana. Mis cuentos buscan eso: abordar la realidad, la realidad argentina, latinoamericana, pero siempre pendientes de cuestiones de terror asociadas a la violencia. También trabajo con reactualizaciones de la casa embrujada como origen de ciertos horrores. En definitiva, lo que busco es aplicar categorías clásicas del terror a la realidad cotidiana.
—En algunos cuentos creas atmósferas que, de tan reales, resultan difíciles de olvidar. Se quedan como enganchadas a la piel y, en momentos inesperados, surgen en forma de sensaciones y recuerdos. ¿A ti también te persiguen tus propias imágenes?
—Antes de escribirlas, sí; después ya no, me olvido. Pero, en general, escribo a partir de obsesiones o de imágenes repetitivas que veo o me cuentan y es a partir de ellas con las que acabo armando el cuento. Mis creaciones son bastante abiertas y a su vez narrativas. En ellas se cuentan muchas cosas y eso me gusta, sin embargo, a veces, la idea que las disparó es muy pequeñita.
Una vez termina sus cuentos, Mariana siente como la idea se va, se despega de su mente. “No sé, hay como una especie de desprendimiento”. Por eso, no le afecta lo que escribe y no necesita de mucha protección. Cuando la obsesión se convierte en cuento ya está completamente “ficcionada” y es para ella un estado de diversión, un momento literario y de creación que poco se parece ya a la realidad.
—¿Es posible cogerles cariño a los personajes dentro del género de terror?
—En el género de terror sí. Lo que resulta más difícil es cogerles cariño en el cuento porque es breve y, por ende, es breve también el tiempo de convivir con la historia. Por más que yo la piense bastante antes, convivo más con el cuento que con los personajes. En una novela es mucho más fácil. En este sentido, para mí, el terror es idéntico a cualquier otro género y, además, me gustan mucho los escritores de terror. Uno de mis favoritos es Stephen King. Creo que escribe a los personajes más entrañables de todos los personajes que se pueden escribir.
—También es común que, en la mayoría de los cuentos, las historias se queden en suspense…
—Para mí, todos los cuentos tienen final, sin embargo, no tienen una explicación explícita, sino que son finales vinculados a lo que para mí es la lógica del cuento. Hay cuentos que ni siquiera yo sé cómo terminan. A veces siento que tengo una especie de antena con la que puedo contar una parte de la historia pero que no tengo tan, tan claro hacia dónde va; por eso, cerrar algunos finales no sería sincero.
Obsesiones
—Es obvio que en sus cuentos hay obsesiones que la persiguen, que se acaban colando siempre, de una forma u otra en alguna de sus narraciones: la drogadicción, el desenfreno, el mundo callejero, la adolescencia, la autodestrucción… Sin embargo, la casa como espacio tiene un protagonismo especial. Es en la casa donde confluye el misterio, el terror… ¿Por qué las casas tienen tanta importancia en tus cuentos?
—La casa como espacio me interesa mucho. Tiene un poco que ver con el protagonismo de las mujeres en ellos. También, con la tradición del relato gótico de la mujer en la casa. Si querés, una especie de cuestionamiento del espacio de la mujer en la casa; un espacio del que se ve obligada a huir; o la casa como un lugar más inseguro que el de afuera. Esto lo pensé después, cuando empecé a notar aquella cantidad de casas que aparecían. Pero luego me di cuenta que tenía que ver con esto, con una relectura del gótico a ahora. Y, además, pensándolo desde otro punto de vista, la casa —o en general la vivienda— se convirtió hace mucho en un lugar poco seguro: el miedo de no tener casa, de perder la casa…Quiero decir, la tradición —sobre todo argentina— de la casa como un lugar al que aspirar, aquello que tenés que tener para pertenecer definitivamente a la clase media, se va perdiendo cada vez más. Así que la casa se convierte en una especie de entidad un poco fantasmal. Muchas de las casas que aparecen en mis cuentos son viejas, hoteles, casas familiares, casas que se alquilan…Casas que tienen el horror. Se trata de un recurso pero, en el fondo, esconde una cierta inseguridad inmobiliaria, aunque quede horrible decirlo así.
—También se podría considerar como un recurso común dentro de tus cuentos la figura masculina como un elemento que sobra, que molesta. Además, es siempre la mujer quien domina y protagoniza los relatos. ¿Cómo surgen estas figuras masculinas y femeninas?
—Al igual que te decía antes con las casas, me di cuenta de esto cuando lo tenía todo terminado. Me dije: “hay pocos hombres y los que hay son todos medio tontos”. No son muy villanos, ni siquiera Pablo de Pablito ni el marido de Tela de Araña, lo que ocurre es que no son protagonistas, están como dejados de lado. Solo los hombres del cuento de Las cosas que perdimos en el fuego son violentos.
Este fenómeno ocurrió tras una búsqueda totalmente literaria. En mis novelas anteriores, los protagonistas son hombres y me gusta mucho escribir hombres. Escribía pocas mujeres porque sentía que, al hacerlo, sus voces se parecían mucho a la mía. No me gustaba la idea de que todos los personajes terminaran siendo como diferentes Marianas; bueno, en realidad, Marianas todo el tiempo. Por eso empecé a experimentar con voces de mujeres que no fueran mi voz y ahí comencé con los cuentos porque en el género breve es mucho más fácil controlar la voz, el narrador. Por su parte, el género de terror también te distancia: a mí no me pasan las cosas que les pasan a esas mujeres. Lo que pasó después es que los hombres se quedaron totalmente achicados.
Una cuestión que me llama la atención es que muchos hombres me preguntan por qué en mis cuentos los hombres son tan bobos. Sin embargo, raro es un hombre que te pregunta “¿por qué me escribiste como asesino serial?”, “¿por qué me escribiste como abusador, dictador o como violento?” En esos casos el hombre, a pesar de ser villano, es el protagonista, el motor de la historia, acá no. Acá está dejado de lado. Son periféricos. Tanto que podrían no estar. En muchos casos es menospreciado, es tratado con condescendencia. A veces, me parecía un poco cómico porque se producía una especie de inversión de los roles casi grotesca: “no van a ser protagonistas para nada”. Eso impresiona más que la creación de protagonistas absolutos y malísimos. Así que buscando la voz de la mujer, ésta se volvió tan avasallador, tan apabullante que me parece que los aplastó y, una vez me di cuenta de esto, de que los aplastaba, dije: “bueno está bien; por qué no, si son personajes”.
—También la juventud y, en concreto, la adolescencia tiene mucha fuerza en tus cuentos. ¿Cómo la definirías y por qué te da tanto juego?
—La adolescencia es una época que me gusta mucho porque me parece muy aventurera. Tiene muchas posibilidades, sobre todo, en los cuentos que hablan de mujeres y del cuerpo de las chicas. Es un momento de la vida lleno de intensidad, muy libre y muy brutal; muy alienígena, muy separado de tu cuerpo, del mundo. También cercano a lo misterioso, a lo esotérico: los cambios del cuerpo, los riesgos que tomás, el poco miedo que tenés a la muerte, el sentir que eres invulnerable, para siempre joven. Estás enfurecido.
En las chicas, es un momento en el que se tiene una especie de poder vinculado a la juventud, al riesgo, a la ceguera y a la crueldad. Para mí, es mucho más fácil que un grupo de amigas adolescentes lleguen al crimen o a sentirse poderosas que si se tratara de un grupo de chicas de mediana edad.
Además, estos cuentos de adolescencia tienen algo también de autobiográfico. Yo no tuve una adolescencia así, pero sí otra bastante callejera, bastante salvaje, con bastantes experiencias. Rescatar algo de esos momentos tiene un punto de ficción, porque aunque son cosas que me han pasado realmente, no las recuerdo bien. Son imágenes ficcionalizadas en el recuerdo, entonces, para mí, también está bueno.
—Otra obsesión son las cicatrices, aquellas con las que naces o que te autogeneras. Se podría decir que, de alguna manera, tus cuentos muestran “imperfecciones” físicas y, en muchos otros casos, también psíquicas. ¿Es la imperfección el punto de partida de algunos de tus cuentos?
—Creo que eso tiene que ver creo con una idea de daño, de personajes que tienen una suerte de quebradura esencial. Tenía ganas de que mis personajes estuvieran ya dañados de alguna manera. Así como la casa es un lugar que fue refugio y ya no lo es, también creo que el cuerpo es un lugar que fue refugio y ya no lo es. El cuerpo es el espacio que dañamos permanentemente, que obligamos a que se conforme a ciertos estándares para los que no está preparado, que son dañinos. Tenemos además una idea un poco distorsionada de la enfermedad y la muerte como algo lejano que no tiene que ver con nuestra naturaleza. Quiero decir, vivimos en lucha y yo tenía ganas de ponerlo en primer plano.
—Si tuvieras que rescatar a uno de los personajes que protagonizan estos doce cuentos, ¿cuál sería?
—Hay varios (pausa). Me cuesta hablar de los libros míos. Tela de araña me gusta. A las mujeres protagonistas las reconozco un poco más, son menos simples. Diría que es casi una novela porque es un poco más largo que los demás. La protagonista de Chico Sucio es también un tipo de personaje más arquetípico. Todos los demás se me pierden un poco como personajes pero ellas creo que podrían repetirse en otras narraciones. Siento que no terminan ahí, aunque posiblemente nunca los retome y entonces empiecen y terminen en el cuento.
—Quizá el cuento Bajo el agua negra sea el que más se distinga del resto. Es evidente que esconde una crítica al poder desmesurado e injusto que ejerce la policía sobre la población civil.
Bajo el agua negra aborda la brutalidad policial especialmente sobre las poblaciones vulnerables, asunto que en Argentina se vive permanentemente. Un problema que en realidad tiene tantos años como la democracia. Desde el 83 no paró de crecer la brutalidad policial hacia los jóvenes. Este cuento está basado en una historia real en la que los policías obligaron a dos chicos a nadar en un río completamente contaminado, lleno de aceites de desechos industriales en el que murieron. En el cuento, los cuerpos no aparecen, pero en la realidad sí. Fue un escándalo nacional muy grande. Se trataba de una historia bastante conocida que encajaba muy bien para construir un cuento de terror. Sin embargo, no tenía ganas de escribir una crónica periodística sino de trabajar con mis recuerdos.
Además de este asunto, el cuento es también un homenaje a Lovecraft y sus mitos. Aunque he de reconocer que es una mezcla un poco abismada.
—¿Qué mecanismos se desencadenan dentro de la mente del lector para que, a pesar de lo macabro, este tipo de narraciones resulten morbosas y enganchen?
—El enganche pasa por el planteo de narraciones muy reconocibles: personajes que podés reconocer, lugares que podés reconocer, aunque no seas de acá, la ciudad, el pueblo…Las relaciones entre las personas también son bastante reconocibles. Es a partir de un mundo muy reconocible cuando irrumpe lo sobrenatural, lo violento, lo que perturba esa realidad, y es posible que el enganche venga por la ruptura del velo de la realidad. El libro no transcurre en un castillo sino con seres como nosotros a los que les pasan estas cosas. Creo que esto es lo que engancha: el partir de una narración convencional que recibe un hachazo.
El género de terror, a pesar de que nos asusta, creo que sigue siendo tan popular porque nos ayuda a estar mejor preparados para los miedos reales. Supongo que la vigencia y popularidad del género en sus diferentes formas tiene que ver con algo que está más allá de la literatura y es la cierta utilidad de la narración en nuestra vida diaria.
—¿Con qué tres adjetivos definirías tu obra y, en concreto, estos doce cuentos que conforman Las cosas que perdimos en el fuego?
—Macabros, ciertamente. Extraños y, personalmente, creo que son divertidos.
Las cosas que perdimos en el fuego pretende ser publicado en diecinueve países y traducido a catorce lenguas distintas.
Ficha técnica:
Título: Las cosas que perdimos en el fuego
Autor: Mariana Enríquez
Editorial: Anagrama
Nº de páginas: 200
Año de publicación: 2016
Precio: 16,90€
Autora:
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![]() Nunca tuve claro mi futuro, sigo sin tenerlo. Mochilera de espíritu, amante del sol y el chocolate y contraria a la rutina. Sueño con un periodismo comprometido que corrija anomalías y exprese con palabras cómo poder vivir en un lugar mejor. Lo que nos callamos o no proyectamos al exterior no existe y muere en nuestro interior.
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